Nat “King” Cole en La Habana

Written by Libre Online

16 de marzo de 2022

Desde muy pequeño Nat “King” Cole tocaba el piano.

Su primera y única maestra fue su mamá. El padre era pastor y la mamá dirigía el coro de la iglesia cuando el hijo tenía cuatro años. En 1848 se casó con la cantante María Elligton y de esta unión nacieron dos hijas. Su gran personalidad le permite actuar durante más de media hora sin interrupción.

Por Don Galaor (1956)

Estamos ocupando una mesa junto al escenario de Beachcomber. El show

transcurre sin pena ni gloria con números que se consideraban indispensables en todo programa de variedades en los Estados Unidos. Y aunque todo el que ha venido esta noche espera oir a Nat “King” Cole, cada artista ejecuta no menos de cuatro números.

Cuando ha salido el famoso cantante, haciendo como que el aplauso atronador que lo recibe no le importa, se tiene de inmediato la impresión de su gran ascendencia en el ánimo del público.

Nat King Cole viste con elegante sencillez un smoking de fantasía. Pero de corte irreprochable. Sus movimientos, su manera de caminar, su estilo de canto corresponden a esta sencillez. Que es el detalle principal del carácter de este gran astro de la canción que nos trae Tropicana.

Antes de venir a ocupar esta mesa para verle actuar, estuvimos a verle en su camerino. Nos recibió con esta misma despreocupación elegante que pone en cuanto hace y dice.

–Venimos de La Habana –le dije.

–¿De La Habana? –Me respondió–. Yo voy a La Habana la semana próxima.

–Por eso estamos nosotros aquí.

–¿Periodistas?

–Sí.

–¿Gustan sentarse?

Estaba en mangas de camisa y le habían traído café.

–¿Quieren café?

–Muchas gracias. Acabamos de tomar.

Cuando terminó el café, le ofrecí un tabaco de los que traje de La Habana. Le dio vueltas observándolo, oliéndolo. Le ofrecí candela y fumó sin entusiasmo. Después volvió a examinarlo entre sus dedos. Y lo abandonó en un cenicero sin volver a fumarlo.

–¿No es usted fumador?

–Fumo poco. Pero cigarrillos.

–Cuando bebe, ¿tiene preferencia por alguna bebida?

–Si usted lo ha visto, tomo café.

–¡Vamos, un hombre sin vicios pequeños!, ¿no?

–Exacto.

Como que el fotógrafo tomaba una foto tras otra sin darle tiempo a preparar la pose, le preguntó: –¿Por qué pone tanta prisa en retratarme? ¡Yo no me voy de aquí! ¿Vamos a trabajar de acuerdo? Habla en voz baja. En tono confidencial, amable, sin dejar de sonreír.

–¿Le gusta la idea de cantar al público cubano?

–Mucho. En varias ocasiones estuve a punto de ir a su tierra. Pero siempre le impidió algún compromiso ineludible. ¿Me conocen mucho allá?

–¡Mucho! Sus discos son muy populares.

–¡Ojalá les guste!

–¿Recuerda usted no haberle gustado a algún público?

–Bueno…

–¿A cuál?

–No se precipite, por favor. Cuando dije: Bueno… iba a agregar: No recuerdo a ninguno, ¡He tenido mucha suerte!

–¿Nada más que suerte?

–Si le digo otra cosa resultaría vanidoso. Y no quiero serlo.

Nat “King” Cole, estuvo en La Habana en febrero de 1956 para conocer el lugar donde iba a actuar.

Por eso el periodista preguntó en aquel momento: –¿Qué le pareció el cabaret donde usted va a cantar? Yo sé que estuvo en La Habana, para conocerlo.

Su boca se puso seria un momento y un ademán de sus manos se hace solemne para responder:

–¡Maravilloso! ¡Sencillamente sorprendente!

–¿No esperaba usted que fuera tan bello?

–De verdad, no. Aunque le diré que La Habana, en general es muy bella. Uno se sorprende desde que abandona el avión. Sus avenidas, sus jardines, sus tiendas. Y en lo natural es paradisíaca.

–Entonces, ¿puedo decir que va usted contento?

–Siempre me dio alegría que me hablaran de trabajar en La Habana. Ahora que la conozco, imagíneselo.

–¿Cuáles son las canciones que más le piden los públicos para los cuales ha cantado?

–“Someone you love”, “Forgive my Heart”, “Pretend”, “If I May”, “Papa Loves Mambo”, “Love is a Many Splendored Tring”.

–¿Quiere escribirme esos títulos? Y agregó “Vie en Rose” y “Darlin je Vous Aime Beaucoup”.

Alguien le advierte al oído: “show time”, Nat…

–Como si de verdad lo sintiera, nos despide. –¿Por qué no ven el show? ¿Tienen mesa reservada?

El mismo que le avisó que el show iba a dar comienzo, le afirma que no hay mesa para este primero de la noche.

–Pues que le reserven una mesa para el segundo.

Y alargándome la mano, me dice:

–Tengo mucho interés en que me vean actuar, para que se lleven una impresión de mi trabajo.

Sin que nadie sintiera el tiempo que transcurría, Nat “King” Cole cantó una, tres, seis canciones. Como es también un pianista de extraordinaria sensibilidad, el noveno número de su programa fue un solo en piano que arrancó aplausos más estruendosos que sus canciones.

Solamente cuando ha estado cantando cuarenta minutos e interpretado ¡dieciséis canciones! Ha vuelto la espalda sin prisa, y ha caminado hasta el fondo del escenario donde se ha detenido para volverse a saludar con un brevísimo movimiento de cabeza y una sonrisa.

El aplauso no ha cesado ni ha disminuído cuando ha desaparecido por una cortina que cubre la puerta que conduce al camerino. A insistencias del aplauso, volvió a aparecer. Volvió a saludar y volvió a desaparecer.

Temas similares…

UN MILAGRO SOBRE EL MAR

UN MILAGRO SOBRE EL MAR

Por José D. Cablí (1937) Key West se vistió de júbilo para conmemorar la realización de uno de los acontecimientos...

0 comentarios

Enviar un comentario