MOMENTOS INOLVIDABLES DE UNA VIDA

Written by Rev. Martin Añorga

8 de agosto de 2023

Sería difícil situar en un orden de importancia algunas situaciones que se vivieron durante una muy larga vida. En los primeros lugares se sitúan acontecimientos como el matrimonio y el nacimiento de los hijos y nietos.

La relación tan cercana con los padres, así como con familiares y amigos requerirían un espacio muy superior al de un solo artículo. Por ejemplo, no pudiera describir mi vida sin acudir a la relación maravillosa con mi primera esposa Nancy, fallecida hace muchos años.

No puedo dejar de mencionar en esa lista mi graduación en el Seminario Evangélico de Teología de Matanzas, mi ordenación al ministerio y mil detalles en relación con mi trabajo pastoral y mis actividades cívicas. Pero en esta ocasión he sentido el deseo de compartir ciertos momentos especialmente significativos, quizás por ser considerados por algunos, y por mí mismo, como únicos.

A ellos pudiera añadir muchos otros, pero llegué a la conclusión de que, al menos ciertos momentos de mi vida despertarían un interés especial en algunos de mis lectores más fieles y generosos. Con toda humildad comparto la realidad de que este tipo de situaciones no son frecuentes.

En primer lugar, desearía relatar algo acerca de una experiencia poco común en la vida de un clérigo protestante. Me refiero a mi participación activa y directa en la visita a Miami del Papa Juan Pablo II en el año 1987.

No solo se me permitió estar presente en las ceremonias, sino que integré el grupo de clérigos invitados a compartir una reunión especial con el Pontífice. Fui escogido para integrar ese grupo como representante de la comunidad protestante cubana de Miami.

Más allá del altísimo cargo que ocupaba, Juan Pablo II se había convertido en una de las figuras mundiales más sobresalientes de las últimas décadas del siglo XX. Me consideré honrado con esa selección pues admiraba a Juan Pablo II aun antes de su elección como Papa. Su actuación en Polonia, enfrentado al régimen comunista, había sido ejemplar. Con sus viajes por el mundo se había convertido en el gran peregrino por la paz y la libertad.

Con esa extraordinaria persona hablé de mi añorada Cuba y escuché palabras hermosas sobre su aprecio por los cubanos. Pude constatar que se trataba de un ser humano excepcional. Un siervo de Dios que había asumido la difícil responsabilidad que ocupó las últimas décadas de su vida piadosa y consagrada.

En relación con lo anterior y en un momento difícil para el exilio cubano, al cual he pertenecido por sesenta años, se produjo la decisión de algunos colegas en el sagrado ministerio de crear un grupo de trabajo conocido con el nombre de “Guías Espirituales del Exilio”.

Acontecimientos como el éxodo del Mariel, uno de los grandes episodios de nuestro destierro y algunas divisiones y enfrentamientos que se fueron produciendo ante situaciones específicas, llevaron a la creación del Grupo de Guías Espirituales.

Monseñor Agustín Román tomó la iniciativa y me correspondió ayudarle desde el primer momento. Con el apoyo de sacerdotes y pastores como el Padre Francisco Santana y otros, logramos se nos unieran muchos colegas, amigos todos, para ofrecer orientación y apoyo a cuanto esfuerzo contribuyese a enfrentar situaciones y conflictos.

La muerte de Monseñor Román y la jubilación, fallecimiento o envejecimiento de otros miembros fueron factores que determinaron la terminación de aquel esfuerzo, el primero que con cierta permanencia contribuyó al acercamiento y cooperación entre clérigos cubanos de diferentes denominaciones en Miami y otras ciudades.

Nunca olvidaremos nuestras reuniones en la Ermita de la Caridad, fundada por Monseñor Román, y en la Iglesia San Juan Bosco, donde los rectores del primero de esos santuarios y el párroco y fundador de la parroquia mencionada, el inolvidable y querido Padre Emilio Vallina, se desvivieron en atenciones y en la organización de almuerzos fraternales en los cuales siempre prevaleció el amor cristiano.

Con el paso de los años, pasé por la triste experiencia del fallecimiento de mi querida esposa Nancy. De nuevo surgiría algo que trascendería cualquier diferencia denominacional. Monseñor Román, siempre un amigo cercano, como lo han sido los Profesores Marcos Antonio Ramos y Demetrio Pérez Jr., propició la unión matrimonial con mi actual esposa Iraida, que me ha acompañado de manera ejemplar en esta última fase de mi larga vida. No tengo suficientes palabras para expresarlo.

Iraida ha sido desde su juventud una católica practicante, devota y fiel en las parroquias en que ha servido sobre todo por sus dones musicales. Dios le ha concedido una hermosa voz y un significativo talento musical que ha puesto siempre a la disposición del pueblo de Dios en las denominaciones cristianas.

Fue una boda biconfesional casi única en esta comunidad. La ofició Monseñor Román, el cual, a solicitud mía, pidió a su amigo por casi setenta años, el Profesor Marcos Antonio Ramos, nuestro querido Tony, que participara de la ceremonia junto a él en su condición de ministro ordenado, para ofrecer así una presencia evangélica en aquel rito católico.

Curiosamente, Tony era uno de los más viejos amigos del Obispo, pues lo conocía desde que aquel joven estudiante de Colón, Matanzas, que llegaría a ser autor de infinidad de libros, artículos y ensayos, contaba solo con nueve años de edad y tengo entendido que se preparaba entonces para cursar el quinto grado de la enseñanza primaria.

Siempre se refería en público a Román como Monseñor u Obispo, pero a mayor intimidad le llamaba Aleido, como le conocían en su etapa de estudios en Colón. Puedo asegurarles algo que no todos conocen, es decir, que la amistad entre Román y Ramos era comparable a la de dos hermanos y nunca se alteró por diferencias confesionales o de cualquier otro tipo.

Mi relato no termina con datos sobre mi ceremonia matrimonial. Al celebrarse, en el 2008 el cincuentenario de la creación oficial de la Diócesis (ahora Arquidiócesis) de Miami, un grupo de personalidades de esta área fueron escogidos para recibir la Orden Benemerenti, distinción papal al mérito, que sería otorgada por Benedicto XVI.

La Santa Sede decidió concederla, entre a otras figuras conocidas en el estado, a dos ministros protestantes y a un rabino judío. Los evangélicos elegidos por autoridad papal eran el Doctor Marcos Antonio Ramos y yo.

Nunca me había pasado por la mente que yo, un ministro presbiteriano desde mi juventud, acompañado de un ministro bautista, iba a ser condecorado por un Papa. Estoy consciente de que no se habían producido casos como esos entre los protestantes de habla hispana en cualquier lugar.

Se condecoraba a altos funcionarios y diplomáticos cuando sus méritos lo hacían posible, independientemente de su confesión religiosa, pero no era frecuente otorgar esas distinciones papales a ministros de otras iglesias. Conozco algún caso en otra geografía. Me era imposible imaginar que un honor como ese me fuera conferido. Imagino que el Reverendo Ramos pensaría como yo.

No eran necesariamente nuestros méritos lo que lo habían hecho posible. Eran nuestros amigos quienes probablemente elevaron nuestros expedientes a Roma. Pero nada nos hará olvidar ese sorprendente reconocimiento a dos humildes pastores, dos exiliados cubanos. Parafraseando a nuestro Martí: “sin patria, pero sin amo”.

Así las cosas, les he contado algunos momentos inolvidables de mi vida, acontecimientos casi únicos, un testimonio en el que deseo incluir a aquellos amigos que me han acompañado en la vida.

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