Miguel Melero

Written by Libre Online

30 de junio de 2021

No desaparecen los hombres en las brumosas lejanías de lo desconocido, sin dejar sobre las ondas del tiempo luminosa estela que es guía generosa y es sendero seguro en el proceloso mar de la vida. Felices ellos, que al sentir en torno de sus sienes el hálito frío del postrer instante llegan a ese fn inevitable de la jornada, con la profunda satisfacción de haber cumplido con creces todas las exigencias del deber,  legando a las futuras generaciones un nombre inmaculado, símbolo de excelsas virtudes. Espíritus superiores que consagran todas sus energías en beneficio de la sociedad en que vivieron difundiendo en derredor cuanto de bueno y noble encierra el corazón y prodigando el caudal inagotable del cerebro.

Cual el humilde sembrador del Evangelio, esparcen la fecunda simiente por doquier: si el acaso la lleva ligera al estéril arenal o hacia la adusta roca, triste es pero no es menos generoso el corazón que guió la mano. Y así fue Melero.

Por eso hemos de considerarlo entre nuestros grandes hombres: por eso su recuerdo no puede borrarse, ni perderse en las negruras del olvido,  año tras año hemos de congregarnos en torno de su tumba y evocar su vida tan llena de sabias enseñanzas. El tiempo con mano compasiva suaviza lentamente las asperezas del dolor, sus paroxismos desgarradores, tornándolo en dulce e inefable recuerdo. La fantasía no contempla ya la faz pálida y rígida  entre las sombras del siniestro ataúd; sino que surge el desaparecido, sonriente y placentero como en sus días más felices.

Biografía

Conocido como Miguel Melero, este destacado pintor y escultor cubano estudió bajo la dirección de los franceses Leclerc y Mialhe, y del italiano Morelli. En 1858 obtuvo el título de Socio Facultativo de la sección de Bellas Artes del Liceo de La Habana. Fue profesor de dibujo en el colegio El Salvador que dirigía el eminente pedagogo José de la Luz y Caballero.

Viajó por España, Francia e Italia, ampliando sus estudios de artes plásticas.

En 1868 al estallar la Guerra de los Diez Años encabezada por Carlos Manuel de Céspedes, se le suspendió al joven Melero la pensión que disfrutaba y le permitía seguir la preparación iniciada en París y Roma con pintores como Cabanel y Gerome y escultores como Falguieri y Capeaux, y precisado a regresar, volvió a Cuba quizás no tan influido por las tendencias impresionistas, pero sí muy dueño de una bien aprendida técnica.

En 1878 la Academia San Alejandro, al fallecer don Francisco Cisneros, pone en oposición el cargo de director y José Miguel Melero Rodríguez a sus 40 años, ya con viajes a Europa y versado en estudios pictóricos, se presenta a concurso-oposición ganando la dirección de la academia, siendo el primer cubano en ocupar ese puesto.

La carta de triunfo, para concursar por el cargo, era su cuadro Rapto de Deyanira por el centauro Nesso, el cual levantó admiración unánime y a despecho de trampas y triquiñuelas de las grandes intrigas armadas por sus derrotados opositores, se le adjudicó la plaza, algo de singular trascendencia en aquellos momentos y en cuyo desempeño permanecería durante más de veinticinco años.

Su obra

En su momento se destacó como educador. Adoptó varias iniciativas, entre ellas abrir por primera vez las puertas de San Alejandro a las mujeres, hasta ese momento marginadas de estos estudios, cuando aún ni en Francia lo hacían.

Melero estuvo durante veintinueve años en la dirección de San Alejandro, debiéndosele la introducción del preparado de grises como medio básico de valoración, la entrada de las mujeres en la Academia y el establecimiento de la clase de modelo vivo.

Entre sus pinturas descuellan temas mitológicos, religiosos, históricos, retratos y naturalezas muertas.

En el altar mayor de la Capilla del Cementerio de Colón pintó El juicio final, de grandes proporciones. Otras obras suyas son Colón en el Consejo de Salamanca, Santa Teresa de Jesús, Jesús y Margarita de Alacoque, Un pintor de Luis XIV, Un Cardenal, etc. Realizó los bustos de los dramaturgos Calderón y José Echegaray, colocados en el vestíbulo del Teatro La Caridad en la ciudad de Santa Clara.

Es autor de Teresa de Jesús (Iglesia de San Felipe, La Habana), del decorado de la Capilla de Lourdes de la Iglesia de la Merced y del Conjunto Escultórico de Cristóbal Colón.

Después de la inauguración del monumento a Cristóbal Colón en la Villa de Colón, Melero era aún director de la Academia de Pintura y Escultura San Alejandro, ocupando dicho puesto hasta el fin de sus días en 1907.

Al volver hoy la vista hacia atrás, se presenta su vida en las penumbras del pasado en toda su grandeza. Ha dicho un eminente escritor, que el pueblo que tiene un Libro venerado como base de sus creencias y brújula de sus actividades, encuentra en sus páginas esperanzas que fortifican, alientos para vencer y triunfar, consuelos inagotables en las tribulaciones. Ese pueblo será fuerte en la lucha, porque acaricia un ideal.

Y al igual de los pueblos, son también dichosos los hombres que a través de la vida  llevan siempre en el alma un ideal grande, hermoso, que es faro luminoso, ángel de consuelo, timbre de gloria. Esta dicha la tuvo Melero. Fue el arte para él la consagración de la vida entera; le rindió culto con la exaltación del fanático, con la devoción y la perseverancia del elegido. Amó el color, y su mirada aguda y penetrante lo buscaba por todas partes para extasiase en su contemplación; enamorado ferviente de la forma, con su pincel prodigioso la hacía brotar viva y palpitante sobre el terso lienzo.

Otros habían de enarbolar la bandera de redención y quebrantar las cadenas de la esclavitud; a él la suerte, y más aun, su temperamento y sus inclinaciones le designaron distintos derroteros, menos cruentos, pero no menos fecundos. Intimamente convencido que el arte es el más poderoso elemento de cultura y engrandecimiento, se afanó por propagarlo: ese fue su apostolado entusiasta, ardiente y perseverante: ejercicio en un medio ambiente adverso y enervante, más aún, indiferente e insensible.

Siendo Melero, muy niño, tomó por primera vez entre sus manos la paleta y los pinceles: dio pruebas evidentes de su talento y del vigor y constancia que habían de conducirlo a la postre al éxito más lisonjero.

En la juventud cooperó con Pintó en la gran obra de civilización y regeneración social que consagrará para siempre en nuestra historia al Liceo de La Habana, templo del sentimiento cubano, donde  una generación ya extinguida, rendía culto al arte y a las letras. Allí vio Melero sus obras apreciadas y premiadas por los competentes tribunales de los Juegos Florales, celebrados en aquel centro; y más tarde conquistó la honrosa distinción de ser pensionado para que completase sus estudios en Europa.

Colmaba aquel viaje los anhelos del joven pintor. Fácil es concebir su satisfacción, su justo regocijo ante triunfo tan merecido. Partió para lejanas tierras en busca de horizontes más dilatados, de nuevos alientos; siempre con el ideal de perfección ante su vista.

Entre los placeres y el lujo de la capital de Francia , fue infatigable trabajador; ajeno al bullido enervante y corruptor que se agitaba en torno suyo, fue sordo e insensible a cuanto pudiera alejarlo de la ruta. La contemplación de las obras maestras, la sociedad de hombres eminentes y las mil y mil oportunidades del proceso, fueron para él poderosos auxiliares en su desenvolvimiento intelectual y artístico.

Volvió a su patria con nueva vida y nueva savia: iniciativas y entusiasmos de otros climas; y por doquiera se pudo admirar el fruto de su labor: sus telas embellecían los hogares, los palacios y los templos.

Más tarde un bellísimo cuadro, vibrante de color, de correctísimo dibujo de composición inspirada, le conquistó el triunfo en rigurosa oposición y le fue conferida la cátedra de colorido y la Dirección de la Academia de Pintura y Escultura de La Habana. Desde entonces todas sus energías y sus afectos todos los consagró a ese centro de enseñanza. Soñó con elevarlo a una perfección quizás irrealizable; abrió de par en par sus puertas a la mujer;  iniciativa de gran trascendencia para el progreso intelectual y económico del país, y para la evolución de la cubana en armonía con el movimiento del siglo. Pero no lo ocultemos: iniciativa muy poco agradecida y aparecida, aun por aquellas a quienes más favorecía.

El porvenir será justo con Melero y entre las páginas de la Historia del Arte en Cuba brillará siempre  su nombre; no podrá nunca olvidarse el puesto honroso que ocupa en la cultura del país.

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