MI TRÁNSITO TERRENO

Written by Libre Online

11 de julio de 2023

Por: el Dr. Jesús Bravo Espinosa

Enviado por Álvaro Álvarez

Nací hace mucho tiempo en el Barrio José Miguel Gómez, municipio de Ciego de Ávila. Mi padre Román Bravo, bodeguero de una sucursal de La Comercial del Central Stewart. Hogar humilde, rico en buenas costumbres y elevados principios; una hermana menor Bárbara, mi madre enclaustrada y sufrida por la enfermedad de mi hermano mayor Antonio, diagnosticado a los dos años de epilepsia, cuyos status epilépticos se sucedían con mucha frecuencia debido a la limitación terapéutica de los tiempos.

Al terminar el 6to. Grado por consejos del maestro público, Pastor Águila, paso a la Escuela Primaria Superior de Ciego de Ávila. Allí hice el 7ᴼ y 8ᴼ grados y con el promedio de 99.91 en los exámenes para así obtener una beca para estudiar en Ceiba del Agua. Bastaron solamente 4 días para estar de regreso al terruño, porque mi sueño era estudiar medicina y no estudios en una Politécnica. Matriculé en el Instituto de Segunda Enseñanza de Ciego de Ávila para cursar el bachillerato. 

Una vez finalizado me traslado a La Habana y me matriculo en la Escuela de Medicina. Me habían dado una beca del Municipio de 45 pesos mensuales, justo lo que cobraba la casa de huéspedes, por alojamiento y comida, de mi padre recibía lo necesario para cubrir el resto de mis gastos.

En el tercer año de la carrera, la asignación mensual de la beca se esfumó y me di a la tarea de buscar una clínica donde trabajar. Ledón y Uribe (situada en Masón y San Rafael) fue esa clínica. Allí me daban alojamiento y comida amén de otros ingresos. Esta clínica se dedicaba al tratamiento de los “accidentes de trabajo”. En 5ᴼ año recibo una beca de la Escuela de Medicina con residencia en el Hospital Calixto García por expediente universitario, el beneficio venía acompañado de 85 pesos mensuales, alojamiento y comida, estos últimos jamás los utilicé ya que no eran comparable a los de la Clínica.

Por esos días y por embullo me presenté en el programa “Buscando Estrellas” de José Antonio Alonso y gané con la canción “Lágrimas Negras” dos semanas después en el canal 12 de TV hago una presentación en el programa de Fernando Albuerne y con la canción “Prohibido” gano el primer premio que repito también en la eliminación final. Esto hace que El Diario de la Marina ponga mi foto en “La Farándula” y me da Beca para estudiar solfeo y canto con el profesor Mariano Meléndez –tenor de la década de los 20’s- y la pianista-arreglista Ángela Touza me preparó 12 números para emprender una gira junto a otros cantantes por Suramérica. Desistí del viaje en aras de la medicina, que fue siempre…mi prioridad.

Termino la carrera y por expediente tengo plaza de médico en el Hospital Universitario Calixto García mi deseo era seguir la carrera docente en el mismo Hospital, pero la dictadura tenía otros planes conmigo y me enviaron a la Medicina Rural por un año. Allá voy y heme ahora ahí en una esquina interior de un motor de línea que me lleva a mi destino rural, Cristales (al norte de Majagua, muy cerca del Campamento La Reforma de Máximo Gómez, donde nació su hijo Panchito). La parte envolvente de mi figura llevaba de envoltura un trajecito negro, un tanto corto, de italiano corte con saco de redondeados bordes.

 A mi lado mi fiel compañero, flamante y reluciente maletín de médico que agarraba con las dos manos y que aún, me parecían pocas. Este maletín fue un apreciado regalo de los amigos de mi pueblo después de mi graduación en homenaje “muy merecido que lo tengo” parafraseando a Miguel de Unamuno “La Generación del 98”. El Rey Alfonso XIII concedió a Unamuno la Gran Cruz de Alfonso XII. En la ceremonia de entrega, Unamuno le dijo al monarca: “Señor, me siento muy orgulloso de la distinción que me concedéis y que verdaderamente merezco”.

El Rey, sorprendido, contestó: “Don Miguel, me sorprende vuestra respuesta, porque todos aquellos a quienes he distinguido con esta condecoración me han dicho que no se la merecían”.

Unamuno contestó: “Muy cierto, su Majestad y tenían toda la razón al decirlo, cada cual, con su verdad y yo con la mía”.

A los viajeros de aquel motor les parecía increíble que aquella figura extraplanetaria, peripatética, pudiera suplantarles a sus excelsos curanderos. Pues bien, aquel decimonónico motor de línea emitía estrambóticos ruidos, yo pensaba que eran las paralelas sobre las que se deslizaba, en lugar de líneas paralelas que por más que se prolonguen jamás se encuentran, estas se encontraban y desconcentraban y aquel motor a no dudarlo, se iba a desarmar.

Pues bien, al llegar al fin a Cristales me alojaría en la casa de la dueña de los motores de línea, Adela, señora muy religiosa de aspecto virginal y maternal de exquisito trato que cohabitaba con las dos maestras rurales designados a aquella región y justamente en frente del pequeño bohío donde tenía la oficina el “doctor”. Son las 10 de la noche, tocan a mi puerta, se desdibuja en el umbral de la misma la figura de un guajiro y su yegua, me vienen a buscar, pasando quizás por delante del curandero de guardia. Su madre casi muere de incontrolables diarreas por 24 horas. Tomo dos sueros y debo subirme a la yegua flaca y demacrada detrás del señor, a horcajadas, sobre los huesos de las caderas del “Rocinante”.

El sendero era abrupto y accidentado y por lo mismo la pobre yegua no se pudo lucir ante el extraño, con el paso fino sevillano que tanto había ensayado para la ocasión. En su andar una cadera subía la otra abajo-puro cachumbambé-al médico no le alcanzaban las manos para desesperadamente asirse a la anatomía del guajiro por donde acertara, casi todo el tiempo en el aire sin poder posar sus glúteos en la piel del jamelgo, loco por precipitarse al abismo que esperaba con los brazos abiertos. 

Cuarenta y cinco minutos después estoy en el cuarto de la paciente, era una viejita bien entrada en años, por no mejor decir, bien salida en ellos. Yacía la casi fallecida en una colombina sin apenas moverse por las molestas contracciones musculares y calambres que se sucedían paroxísticamente. Un presto ayudante lanza una soga sobre el caballete para tratar de colgar el suero, no acierta y aquel mecate grueso se estrella contra el rostro de la infeliz agonizante, por fin con más cuidado acierta el señor, yo adivino una vena y ya está corriendo el líquido a toda velocidad. Le pongo un enema, que había en aquella época, de unos “polvos blancos astringentes” con un efecto de tapón de corcho. No podía irme hasta poner un segundo suero, que garantiza el trabajo y me dirijo a la habitación contigua, sala de recepción, con piso de tierra, encaminando mis pasos hacia el taburete pegado a la pared de yaguas.

 Súbitamente y en medio de la penumbra emerge una mano con un frasco de esmalte blanco y me brinda un poco de licor de mujer embarazada, malta con leche condensada. Yo que hacía rato mediaba sin éxito en cierta reyerta de mi intestino grueso con el delgado, me dije “quizás sea debilidad” pues desde que cogí el motor hasta ese instante solo agua había ingerido. Apresuré la bebida y pronto vislumbré el fondo de blanco esmalte, levanté la vista y observo por encima del jarro que varios vecinos y amigos, sentados en taburetes, me miraban bostezando y tragando en seco, disputándose en el subconsciente mi brebaje de gestante tan apetecido por ellos.

Instalo el segundo suero, adiestro al señor del mecate de cómo retirar el suero y regreso al bohío en la misma yegua y pensando “cuan equivocados están todos con este particular medio de transporte y solo me falta un año”. Llego al bohío y heme allí sentado en una letrina sanitaria con las mismas diarreas de la viejita. Por fin terminó “la guapería intestinal” y me dije “verdad que no son tan feas las letrinas sanitarias”. Pocas semanas después descubro una incipiente epidemia de poliomielitis que reporto a Salud Pública y me envían mil vacunas inyectables. 

En un jeep salí con dos guajiritos, después de enseñarlos a inyectar en mis propios Deltoides (músculos del hombro), en tres días agotamos todas las vacunas en Cristales, La Reforma, Juan Criollo, Las Alicias, Arroyo Blanco, etc.

Ya terminando la vacunación y subiendo una loma el jeep, que no tenía frenos ni emergencia, el motor se detiene súbitamente, los guajiros se tiraron fuera y dejaron solo al capitán del barco. Gracias a un enorme tronco se detuvo el jeep con tal estrépito que salí catapultado por sobre el parabrisas para aterrizar en el Hospital de Ciego de Ávila. Aquello que llegó era cualquier cosa menos médico, aun con las botas puestas y el sombrero jipijapa, tenía la cara cubierta de sangre con heridas cortantes en la frente y nariz, sucio y desvencijado. 

Me recibió el Dr. Ravelo, había que ver su simpática cara, pícaros ojos con gafas y negro mostacho, todo un poema escrutando al recién llegado para poderlo ubicar o era un extraterrestre venido de, sabe Dios de qué ignota Galaxia o simplemente un carretero acabado de alzar una carreta de caña quemada del Central Stewart. ¡Cualquiera de ellos a perturbar mi paz solo ha venido!

Después de la vacunación, cartas de Salud Pública, proponiéndome la dirección del Hospital de Camagüey, que rechacé, después del Hospital Ciego de Ávila, que también rechacé argumentando yo adolecía del ingrediente necesario para dirigir algo, que no fueran mis propios pasos.

Llega el ataque a Playa Girón, un jeep del ejército se detiene en mi bohío, Dr. Bravo usted ha sido designado médico de un batallón de apoyo en Girón, con el grado de teniente. ¡Caray qué honor que me hacen! Me hizo recordar los últimos días de la dinastía Romanov, año 1917. Rusia en plena revolución, el Zar Nicolás II abdica a favor de su hermano Michael II – Caray qué favor me hace mi hermano- los bolcheviques asesinaron al zar y a su familia para después encargarse del desafortunado Michael II.

Pedí dos horas para despedirme de mi familia, “doctor de aquí a Girón, lo sentimos mucho” me responde el militar que hace de jefe. Al llegar me recibió el capitán “Genio”, asesino de la Sierra Maestra y ayudante de Raúl Castro, guajiro alto, delgado, de ojos azules penetrantes y por supuesto analfabeto. Me muestra la metralleta y el uniforme de teniente que debo usar, “lo siento capitán, el bisturí y el estetoscopio o la metralleta y prefiero los primeros”. El capitán algo molesto me dice: “a Ud. también le van a disparar” yo le respondo: “a no dudarlo capitán y además prefiero mi ropaje de médico rural”.

Cuarenta y cinco días in-descriptibles de un médico en un batallón cuyo capitán y soldados lo consideraban apático a La Revolución ¡no podían rotularme de otro modo!

El día número cuarenta y cinco, a las dos de la madrugada, me va a buscar al batallón un jeep del G-2 y sin mediar palabra durante todo el viaje, me llevan a la comandancia provincial. El capitán “Genio” había informado a sus superiores los episodios que me tipificaban como desafecto a La Revolución. En presencia del comandante, éste se banqueteo halagándome con todo tipo de improperios, vilipendiándome y vociferando que me iba a fusilar. 

Yo en verdad, estuve calmado todo el tiempo hasta que no pude más y lanzando el sombrero jipijapa al suelo le grito “pues fusíleme”. En eso surgió la voz salvadora del jefe de la medicina rural que había sido invitado por el comandante y yo lo conocía del Calixto García, por supuesto, tan comunista como el comandante mismo. “No le haga caso comandante por favor este médico tiene un excelente expediente en la medicina rural y yo le garantizo a usted que no es contrarrevolucionario”. “Entonces retíralo de mi presencia” y de nuevo me devolvieron al Batallón.

Termino la medicina rural y fui a La Habana a recuperar la plaza del Calixto García, pero ya la había perdido en manos de médicos revolucionarios.

En 1963 comienzo a ejercer mi práctica privada en Ciego de Ávila y estos tres años fueron los más felices de toda mi Historia. Mi consulta siempre llena en las tardes, por la mañana en el Policlínico, pagando las guardias del hospital al Dr. Pedro Aragón.

Conozco a una jovencita de 17 años, estudiante del Instituto, tez rosada, inocente, dulce y tierna como jamás conocí, ¡era tierna y pura como el Ave María! Visito su casa tratando a su padre de un infarto del miocardio. Día a día en la puerta de su casa me despedía imbuido, de esa dulce y extraña sensación que nadie jamás ha podido definir. Visité su casa como novio por primera y única vez en mi vida. Más nunca visité casa alguna en calidad de novio. La única novia, sin mimos ni pasión, solo era amor.

Por mi culpa, por mi grandísima culpa, por mi mea máxima culpa, como un relámpago en cielo claro y estrellado, se interrumpió el amor por poco usarlo, solo mi inmadurez de aquellos tiempos pudiera explicarlo. Fue aquel noviazgo fugaz como susurro sin luz y sin aliento. A muchos les habrá sucedido cosa igual, pero yo llevé en el pecado, en el mío propio, sempiterna penitencia.

Ha pasado un tiempo prudencial, casi dos años, es domingo en la tarde y voy a la matinée del Teatro Iriondo, me detengo un rato en la taquilla, “no señorita yo no soy un médico espiritista”. Ya me lo habían preguntado varias veces. Entro, luces apagadas, recorro el pasillo en total oscuridad, con mi mano izquierda tanteo y logro encontrar un asiento libre y me siento. Acto seguido atisbo a mi alrededor chicas que volteaban la cabeza, pero ¡Dios mío! Me he sentado al lado de A…, este asiento seguro es de su novio que aún no ha llegado o habrá salido tal vez de momento a algún lado. La Adrenalina, Noradrenalina, ácido Vanillyl Mandélico y 33 derivados corticales más se vertieron en mi circulación, sudoración profusa, casi me da un síncope, me levanto a duras penas y arrastrando mis pies, salgo por donde mismo entré, no me detuve hasta Honorato Castillo 110 Norte, nuestra casa. En esa época era yo emperador de la timidez a escala mundial.

Pido permiso de salida, la jerarquía del Partido y Salud Pública quieren hablar conmigo. El Dr. Navarrete, el Dr. Castellanos y la Dra. Elsa Forn-Rico. Me piden reflexione (de aquí vienen las Reflexiones de Fidel) y reconsidere no abandonar el país, que yo era un médico producto de la Revolución, así me llegó a decir el jefe del Partido. “Señor, yo estudié durante la época de Batista, con múltiples becas, la Revolución me quitó la plaza en el Calixto García, ganada por expediente actualmente les trabajo gratis”. “Doctor la Revolución es muy rica para que usted le trabaje gratis”. “Pues sepa que soy más rico que la Revolución, les veo 20 turnos en el Policlínico todos los días y, mi salario se lo entrego entero al Dr. Aragón por las guardias del Hospital que no puedo hacer, para poder acompañar a mi madre por las noches en el cuidado de mi hermano enfermo”.

Al otro día inicié mi castigo en Guayacanes y después seis años en el Central Baraguá, arropado por sus amables coterráneos. 

Ahora estoy en el cuerpo de guardia del Hospital de Baraguá, son las 2 de la tarde, entra el capitán José Botello con su grupo de acólitos, había sido rozado en la cara por una hoja de caña de azúcar. Salud Pública nos había enviado un memorándum días antes –todos los pacientes que necesiten suero antitetánico después de las 12 del mediodía, deberán regresar al día siguiente de 8 a 12 M. 

La enfermera lo cura y le dijo que volviera al día siguiente por el suero antitetánico. No lo hice porque el señor representaba la antítesis de lo que ideológicamente pensaba de la “A” a la “Z” era por el Memorándum aplicable a todos los ciudadanos de a pie en el Central Baraguá y por extensiva a su propia persona. 

Dos horas después el Dr. Navarrete (director municipal de Salud Pública) aparece en el Hospital reclamando a la Directora la actuación mía negligente con el capitán Botello. Después de salir el Dr. Navarrete, la directora me cuenta el motivo de su visita. Acto seguido le dije que cuidara mi guardia que iba en mi carro por el Dr. Navarrete. Salgo a toda velocidad y lo paso en la Carretera Central y tuvo que detenerse, lo saqué del auto por el cuello ante los ojos atónitos de él mismo y de sus acompañantes, dos de ellos, amigos míos, me conminaron que lo soltara con la misma tonadita de siempre- que me podía costar la salida- lo que allí expresé a gritos solo lo saben ellos y… la Carretera Central.

9 de enero de 1971, 4 de la madrugada, los pacientes esperando fuera del Hospital para turnos; 6 años de castigo, 1 año de medicina rural, 45 días en un batallón sin interludio entre tanta desesperanza y abismal espera.

Concibo la idea de volverme loco, no de hacerme el loco, que para volverse loco solo es menester pretenderlo, del resto se encarga el sistema solar hormonal. Piñazos, golpes de todo tipo a las paredes divisionales se suceden acompañados de gritos y exclamaciones. El administrador del Hospital me increpa: “Bravo contrólate que te puede costar la salida” La salida, siempre la salida, para un castigado la salida implicaba sumisión, servilismo, miedo inusitado, claudicación del estereotipo que tipifica tu personalidad, incondicionalismo, conversión total y absoluta en una masa amorfa, en fin, la no persona. Los pacientes afuera comenzaron a corear y gritaban en mi defensa, me apoyaban y se sentían identificados con mi decisión de no trabajar ni un día más.

Apenas una hora después llega el G-2 de Ciego de Ávila con Osbel Rodríguez, yo trataba a su familia, se para frente a mí y me dice: “Bravo arregla todas tus cosas que te vas mañana para Varadero, tu salida llegó hace dos años, pero estaba retenida por Salud Pública”.

El 11 de enero de 1971, caminaba por las calles de Miami, pero recuerden no siempre volverse loco da idénticos resultados (Los electroshocks).

Hago el curso de la Escuela de Medicina para el examen Foreign, dos veces me llevan al podio a felicitarme por haber cogido el Primer Lugar. Saco el Board de La Florida y el Board Nacional de Medicina Familiar, el mismo año. 

Dos veces se me ofreció en el Hospital Mercy el puesto de Chairman del Departamento de Medicina Familiar, pero nunca acepté. Trabajé 28 años en mi oficina y en el Hospital Mercy (donde actualmente soy Médico Honorario) y me retiré en el año 2002.

Nota.- El Dr. Jesús Bravo Espinosa, tiene una experiencia en Medicina Familiar de 63 años. Tuvo su consulta por muchos años en la 23 Ave. y la 7 Calle del NW, donde su eficiente secretaria Marta lo ayudaba para poder atender a sus cientos de pacientes. Yo lo considero un tremendo médico, “algo fuera de serie”, pero debo añadir aclarar que hay dos refranes que resaltan sus

valores como persona: “de tal palo tal astilla” y “de casta le viene al galgo” porque sin duda alguna Bravo, heredó de su padre Román y de su madre Cesárea esos valores que, unidos a su gran profesionalismo, lo hicieron triunfar como médico en todos los sitios en donde prestó sus servicios, siempre ayudando y dando lo mejor de sí, a sus pacientes.

Además, aunque nunca se casó y no tuvo hijos, su hermana Bárbara lo premió con dos adorables sobrinas: Fátima y Cristina. Luego Antonio y Rodrigo, hijos de Fátima y Cristinita la hija de Cristina acabaron de agradarle su entorno con estos tres sobrinos-nietos.

Esta crónica fue su primer intento como articulista, en abril de 2011 se la publicamos en el Fortín de la Trocha, la Revista del Municipio de Ciego de Ávila en el Exilio y se sintió tan a gusto que ya ha publicado ocho libros. 

¡Gracias y enhorabuena, Jesús!, tu amigo Álvaro J. Álvarez.

Temas similares…

La Navidad en la pintura

La Navidad celebra el nacimiento de Jesús y es por tanto uno de los acontecimientos de la liturgia católica más...

0 comentarios

Enviar un comentario