El martes pasado se cumplieron 40 años del espectacular atentado antisemita perpretado el 9 de agosto de 1982 en el Marais, barrio céntrico y cosmopolita de la capital francesa. El animado sector está ubicado en lo que durante siglos fue la judería de la ciudad, afirmándose que cuenta con la población judía más numerosa de Europa. El sangriento saldo de aquel cobarde golpe organizado por asesinos teleguiados desde el Medio Oriente por el terrorismo islamista fue de 6 muertos y 22 heridos, todos desarmados, todos inocentes y designados como objetivo por el solo criterio racista de ser judíos.
Aquel lunes por la tarde yo andaba paseando no lejos del teatro de los acontecimientos. Hacía 5 semanas que había llegado a Francia y como esperaba por la aprobación del llamado permiso de trabajo aprovechaba para llenar el ocio involuntario para conocer todo cuanto era posible de lo que iba a ser para siempre mi hábitat. Lo ignoraba entonces, como también me eran ajenos los intríngulis de los grandes conflictos locales e internacionales. Recién llegado de Cuba contando 39 años de edad, era en la materia casi un parvulito contaminado a ultranza por la desinformación que el castrismo inoculaba en la isla desde los comienzos de la década 1960. La deflagración fue para mí una sorpresa mayúscula por la noche en las noticias y durante los días siguientes en la prensa. No sabía que era el primero de muchos atentados que viviría como ciudadano: no ha escampado aún y lo hemos visto el viernes pasado con el ataque al escritor Salman Rushdie en Chautauqua, Nueva York.
Cuatro décadas después el atentado no ha sido ni olvidado ni juzgado ante los tribunales. El Ministro de Justicia presidió un acto conmemorativo al que asistieron otras personalidades del gobierno y del municipio, conjuntamente con representantes de instituciones judías locales. Aquel día poco después de la una de la tarde, los asesinos irrumpieron en el restaurante de Jo Goldenberg, una figura casi titular en el barrio y patrón de un figón muy concurrido que hacía esquina – ver la imagen que ilustra esta página, hoy en día no existe porque cerró definitivamente hace 15 años – casi siempre lleno de parroquianos deseosos de consumir sus excelentes platos típicos. Tiraron dos granadas en el doble salón y ya retirándose al huir dispararon a mansalva utilizando armas automáticas.
Las investigaciones, en las que el gobierno francés puso todo el peso de sus recursos sumados a factores internacionales convocados, a comenzar por el estado de Israel, dieron por resultado la designación de Fatah-Consejo revolucionario palestino como autor material de la organización, entrenamiento, infiltración y exfiltración del comando asesino. Hoy, cuatro décadas después, no ha podido hacerse como dijimos más arriba, un juicio para tratar de condenar a los culpables.
Es preciso decir que en 1982 dos grandes nebulosas cubrieron la retaguardia de los culpables. La primera tiene que ver con el respaldo que por entonces recibían los terroristas palestinos y sus asociados por parte de los servicios secretos de los «países socialistas», Cuba incluída. El caso del tristemente célebre venezolano «Carlos» ilustra el aserto. Además, y es prueba material, una pistola PM abandonada en el escenario resultó ser de origen polonés cosa que reconocieron las autoridades de Varsovia. Tuvieron el cinismo de certificar que constaba como «perdida» en un arsenal de su policía. En un libro dedicado al asunto (1) han sido relacionados minuciosamente los contactos financieros y las ventas de armas entre Polonia y Abou Nidal, patrón máximo de Fatah durante aquellos años.
La otra incógnita son los acuerdos secretos entablados entre los terroristas pro-palestinos y las autoridades francesas después de la llegada al poder de François Mitterrand en mayo de 1981. Los primeros se habrían comprometido tácitamente a no matar en Francia. Hicieron lo contrario. Como es bien sabido ese tipo de compromiso solo ata a quienes incurren en la necedad de creer en ellos.
Las investigaciones realizadas por los servicios especiales de varios países y los jueces franceses que se han sucedido en el dossier concluyeron identificando a cuatro sospechosos contra quienes fueron emitidos mandatos de arresto y extradicción a fin de presentarlos ante los tribunales franceses. Dos viven en Jordania, uno en Cisjordania, tranquilamente. Un cuarto que se había naturalizado noruego está preso en Francia después de haber sido remitido para acá después de años de trámites. Tocante a los tres en fuga los gobiernos respectivos rehusan su entrega; el que esta detrás de las rejas, entregado a Francia por Noruega en 2020 gracias a Interpol, ha adoptado la estrategia de fingirse demente.
Con el tiempo transcurrido, si es que un día llegáramos a un juicio, la labor de los tribunales es y será más que incierta. Los encartados tendrán todas las garantías procesales que emanan de un sistema, la democracia y su repartición de poderes, que desprecian. De los tres testigos oculares uno falleció mientras que los otros dos se dicen seguros de poder identificar a los culpables. Sin mucha convicción, la asociación que agrupa a las víctimas de actos terroristas, continúa haciendo presión invocando por un lado la injusta tranquilidad en la que se desenvuelven los asesinos, en contraposición al desarraigo que sufren los afectados sobrevivientes y sus familias.
En cuanto a la opinión pública, convocada ininterrumpidamente por eventos que ocupan el día a día, puede decirse que sin ser indiferente se limita a contemplar los toros desde la barrera. Es para mantener viva la búsqueda de justicia, algo que no flaquea en la memoria de los judíos de Francia y del Mundo, que se hizo el acto al que hemos hecho referencia. Todos somos de una manera o de otra víctimas de los terrorismos y no tenemos derecho a tornar las espaldas a la responsabilidad colectiva que implica combatirlos.
(1)Terrorism in the Cold War, de Przemyslaw Gasztold.(Ed. I.B. Tauris, 2020).
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