México en la Vida de Heredia y Martí

Written by Libre Online

29 de septiembre de 2021

Por Angel Augier

El 16 de septiembre, la hermana República de México festejó el aniversario de su independencia. Como homenaje al gran pueblo de Hidalgo y de Juárez, en esa relevante fecha de su historia ofrecemos este interesante  artículo, donde se exponen las coincidencias en México de las vidas de José María Heredia y José Martí. Como si el influjo de aquel país hubiera obrado en el destino de los dos grandes cubanos de manera semejante.

El 16 de septiembre, la hermana República de México festejó el aniversario de su independencia. Como homenaje al gran pueblo de Hidalgo y de Juárez, en esa relevante fecha de su historia ofrecemos este interesante  artículo, donde se exponen las coincidencias en México de las vidas de José Maria Heredia y José Martí. Como si el influjo de aquel país hubiera obrado en el destino de los dos grandes cubanos de manera semejante.

Cuando surja alguien capaz de escribir las “vidas paralelas cubanas”, hallará un tema apasionante en las existencias ejemplares de José María Heredia y José Martí. Los dos poetas que complementan entre sí la expresión lírica del sentimiento nacional. Si Heredia fue el escritor poético de la cubanidad el otro José, también de turbulento verbo, no sólo volcó en su verso estremecido las vibraciones del alma de su patria, ya en plena adultez espiritual.

Heredia murió bajo el cielo de México, en aquel destierro suyo, que ocupó casi toda su vida, llenándola de sombra, de angustia y desesperanza. Pero Martí, su hermano en la indeclinable consanguinidad histórica de la poesía y la libertad, talló el suelo herediano en viva materia de realización con amor de artista.

Pero no es mi propósito señalar estos puntos opuestos de dos vidas animadas por el mismo alimento y la misma agonía, sino al contrario, advertir sobre las circunstancias parecidas con que actúa la influencia de México en los espíritus de Heredia y Martí, marcando para siempre sus destinos similares la luz maravillosa de la tierra del Anahuac.

En la biografía de los dos grandes cubanos. México constituye una etapa de impar trascendencia en todos sentidos. Allí, proscriptos, encuentran refugio en la misma época de sus existencias: a los 22 años Heredia, nacido en 1803, se acoge a la hospitalidad de México en 1825, gracias a la generosidad del Presidente Guadalupe Victoria. Martí, nacido en 1850 -catorce años después de haber fallecido Heredia,- llega a la meseta mexicana, procedente de Europa, en 1875. La muerte de seres queridos les afinca más el alma a aquella noble tierra. Años antes, en 1820, Heredia en plena adolescencia, pierde a su padre que era Alcalde del Crimen de la Audiencia de México, aún bajo el domino español. Dos años había estado entonces en aquel país el que luego será cantor del Niágara, influjo de la pérdida de su ejemplar progenitor escribió esta triste aunque serena meditación.

Si, que la muerte, universal señora,

hiriendo al par a déspota y esclavo,

escribe la igualdad sobre la tumba.

Al llegar Martí a la ciudad de México acababan apenas de enterrar  a su hermana Mariana Matilde, aquella dulce “Ana” de su predilección, que le arrancó la hermosa elegía de “Mis padres duermen”, primer poema que publicó en México.

Decidme cómo ha muerto;

decid cómo logró morir sin verme;

y -puesto que es verdad que lejos duerme-

decidme cómo estoy aquí despierto!

Pero no solo estos cadáveres queridos han de amarrar la emoción sonora de ambos poetas a la luz diáfana de la altiplanicie. Si así la muerte abre en sus manos rosas de dolor, la vida en cambio, también les ofrece sus claveles de amor, encendidos en tentadores labios. Primero fue el encanto deslumbrante de la aventura. Una bailarina española. María Pautret, deslumbró en 1826 a Heredia en sus crónicas teatrales demostró su entusiasmo por la artista, pero en un poema que le dedicó se advierte que la atracción iba más allá del gusto estético.

¨Hija de la beldad, ninfa divina,

¿cuál es el alma helada

que al girar de la planta delicada

no se embriaga en placer?

Cuando serena

vuelas girando, como el aura leve,

¡cuál me arrebatas! Trémulo, suspenso,

me embriaga la sonrisa

de tu rosada boca,

que al dulce beso del amor provoca;

y extático, embebido

cuando tiendes los brazos delicados,

mostrando los tesoros de tu seno

mis infortunios, mi penar olvido.

Quizás no fue en México donde admiró Martí aquella otra bailarina española que inspiró uno de los momentos más intensos -por sus elementos plásticos- de sus “Versos Sencillos”, aquella de su nerviosa descripción:

El cuerpo cede y ondea;

la boca abierta provoca;

es una rosa la boca;

lentamente taconea.

Pero es indudable que aquel apasionado corazón tropical fue arrebatado en México por lo que él llamó después “el importuno suspiro del amor” que le hizo exclamar en “Patria y Mujer” (1875):

“¡Otra vez el convite enamorado

de un seno de mujer, nido de perlas,

bajo blonda sutil aprisionado

que las enseña más con recogerlas!

¡De nuevo el pecho que el amor levanta

de suave afán y de promesas lleno;

de nuevo resbalando en la garganta

ondas de nácar sobre el niveo seno!

¿Sería Rosario de la Peña, “ la mujer fatal”del “Nocturno” de Acuña, o de la artista Conchita Padilla, sugestiva actriz a quien se supone la musa de su pequeña obra teatral de entonces?. Allí aseguraba Martí;

“que después de haber oído

“¡Te amo! De tu boca bella,

más azul en el cielo,

más calor en la tierra.

También en la misma época de sus vidas respectivas, Heredia y Martí tejen en torno de una blanca frente femenina los epitalámicos azahares. El quince de septiembre de 1827, a penas tres meses antes de cumplir los 24 años. Heredia lleva el altar a Jacoba Yáñez, la dulce compañera de su vida a quien, en la dedicatoria de la última edición de sus versos,

Consagra fiel a la deidad que adora

las húmedas reliquias de su nave.

Cincuenta años después de este acontecimiento, en la misma capital de México, y quién sabe si en la misma iglesia, otro cubano verboso, otro poeta desterrado, José Martí, celebraba sus esponsales con Carmen Zayas Bazán, fue en diciembre de 1877, un mes después cumplía 25 años. Para ella fueron aquellos versos de “Carmen”:

Beso, trabajo, entre sus brazos sueño

su hogar alzado por mi mano; envidio

el torpe amor de Tibulo y de Ovidio.

Si en México Heredia se revela como periodista, iniciándose así en una de las actividades fundamentales de su vida literaria, y en diarios y revistas traza comentarios sobre la actualidad artística y bibliográfica, Martí en México también comienza a hacer periodismo activo,  y a juzgar la producción de los autores mexicanos de medio siglo después de Heredia, y la actuación de los artistas teatrales de su tiempo; y ya sabemos cuánto significó la actividad periodística en la vida del Apóstol.

Colaboró Heredia desde su llegada a México, en distintas publicaciones. En 1826 fundó en la capital, con otros escritores, “El Iris”, “periódico crítico y literario”; y en 1829 comenzó a editar en Tlalpam-continuando después en Toluca-su propia publicación, “La Miscelánea”. En esta y en “El Iris” se halla lo mejor de su actividad periodística, en que no faltó alguna que otra polémica. Martí en marzo de 1875 comenzó a colaborar en la “Revista Universal”, en la que tuvo a su cargo la sección “Boletín”, y al año siguiente en “El Federalista”.- También se engarzó en más de una polémica, y los temas que uno y otro cubano tocaron en sus escritos guardan mucha semejanza.

En 1827, en el teatro Principal de México, se llevó a la escena la tragedia “Tiberio”, imitación del francés Chenier. Su autor era un escritor cubano que ya disfrutaba de algún prestigio: José María Heredia. Aquel estreno, que no fue el primero del novel autor, tuvo singular éxito, si no mienten las crónicas. Muchos años después, en el mismo escenario se presentó un ligero y simpático proverbio con el título de “Amor con Amor se paga” que mereció muchos aplausos según cuentan algunos testigos del suceso. Cuando el público pidió que saliera el autor a recoger la entusiasta cosecha, apareció entre los actores un joven de pequeña estatura que saludaba emocionado por aquel su primer éxito teatral. Era otro escritor cubano: José Martí. Finalizaba el año 1875.

El dolor y el amor, en sus manifestaciones más altas, significó México para Heredia y para Martí. Y el concepto de la carrera literaria, y la formación intelectual plena, y la profesión de la pluma en una especie de droga inefable y aniquiladora del periodismo, y la hermosa vanidad del triunfo artístico y la alegre camaradería de la gente bohemia de la farándula, nómadas del arte, y los años maravillosos de la juventud, abiertos en sueños de belleza, florecidos de las mejores ilusiones de la vida. Eso fue México para estas vidas trémulas que tanto gravitan sobre el destino cubano.

Nada menos que eso, pero algo más que eso. Aquello hubiera proporcionado sólo, como así ha sido, muy trascendentes elementos para la biografía anecdótica de dos vidas paralelas que consumieron lo mejor de su espíritu en el afán de lograr esa cosa sencilla y grandiosa que es una patria libre, para sus hermanos de sol y de azul de la oprimida isla antillana que vieron la luz primera-la única luz. Pero hay algo más.

Tanto Heredia como Martí, hombres desterrados por amar demasiado la libertad, por haber abrazado el ideal de la democracia frente al absolutismo colonial de España, se fundieron hondamente a los anhelos y a los ideales del pueblo mexicano, forjados en el heroísmo y el martirio de Hidalgo y Morelos y Juárez. Porque fueron fieles al espíritu de lucha del pueblo que los asiló amoroso, sufrieron persecución y dolor.

Cuando Heredia en sus artículos periodísticos, y en sus discursos en el Congreso y en Cuernavaca y en Toluca, defiende los principios básicos de la Constitución mexicana y a los hombres que por ella habían luchado y luchaban en todas las formas de la gestión política, estaba defendiendo también los ideales más queridos de nuestro pueblo y de los pueblos libres de América. Cuando Martí en sus viriles “Boletines” de la Revista Universal defiende el gobierno constitucional de Lerdo de Tejeda y su limpia ejecutoria democrática, lo hace con el mismo sentido de identificación con el alma popular mexicana. Como él dijo entonces respondiendo a la imputación del adversario de la reacción, no podía él ser extranjero en México si no luchaba y vivía por los mismos ideales de los fundadores.

Era más que nada México para el alma cubana, devoción entrañable en la vida y la obra de dos de los  hombres más representativos de su cultura. Ellos amaron a México porque aquel pueblo los amó incondicionalmente.

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