Hace un tiempo, una ex compañera de trabajo dijo algo que me hizo pensar bastante: “es que no quiero ser así como soy, no quiero ser tan espontánea, ni decir las cosas que pienso tal cual me vienen a la cabeza… quiero ser más sosegada y reflexiva”. O sea, que no quieres ser tú (pensé). Quieres ser otra. Y la miré con cierta pena, porque intuí la batalla interna que estaba librando y libraría el resto de su vida.
Es como si un almendro quisiera ser un nogal. O un sauce un cactus. No puedes intentar ser algo que no eres. Puedes moldear tu forma de comunicarte. Puedes ser un sauce e intentar estirar un poco más las ramas para no parecer tan triste. Y puedes ser un almendro e intentar no tapar al almendro de al lado con tus ramas repletas de flores. Pero nunca dejarás de ser un sauce. Ni tampoco un almendro.
Me viene a la mente una maravillosa frase que leí en el libro ‘Luto en colores’, de Silvia Melero: ‘lo que niegas, te esclaviza; lo que aceptas, te transforma’. Y así es: si te niegas, serás un esclavo perpetuo de ti mismo, y no dejarás de librar terribles batallas internas. Sin embargo, si te aceptas como eres, con tus bondades y tus imperfecciones, con tus miedos y tus dudas, con tu forma de ser transparente, o tímida… si te aceptas, al fin conseguirás la paz y por tanto, estarás un poquito más cerca de la felicidad.
Las personas que se quieren y se aceptan como son, son las personas más felices. No les importa lo que piensen los demás. No quieren ni intentan cambiar. Ni ser como los demás. ‘Yo soy así, y no tengo por qué gustar a todo el mundo’. Es la mejor manera de ser feliz.
Aquí pensarás: “bueno, si hago daño a otra persona con mi forma de ser…”. No, no hablamos de la forma de comunicarnos, ni del comportamiento con los demás. Solo de quién eres. Puedes ser ese nogal fuerte, robusto y firme (y por tanto un tanto testarudo), o un trébol flexible y frágil (y por tanto, más vulnerable y cambiante). Pero también puedes moldear tu forma de transmitir tus pensamientos y emociones a los demás, para no dañarles. Aunque siempre, sin dar la espalda a tu naturaleza.
Si de verdad quieres ser feliz, empieza por quererte, por aceptar que eres un nogal o un trébol, que eres ese “loco” o esa “loca” a la que le gusta chapotear, a pesar de la edad, sobre los charcos… O que eres transparente e impulsivo y eso te hace a menudo “meter la pata”. Quiérete aunque sepas que eres un tanto ‘cascarrabias’, que te cuesta ceder en ciertas opiniones, que eres demasiado sincero o que por el contrario, te cuesta hablar con los demás. Si te aceptas, te quieres. Si te quieres, te transformas. Y los demás también te querrán, porque solo verán en ti a alguien auténtico, sincero y sí, vulnerable. Porque todos sabemos que la perfección no existe.
El siguiente paso para ser feliz, después de aceptarse como uno es, es aceptar todo lo que se ha vivido hasta el momento: lo bueno y lo malo. No querer cambiar nada, aunque duela, aunque traiga malos recuerdos. Y esto no es fácil, cierto.
Todo lo vivido tiene un porqué, todo tiene un sentido. Lo bueno porque regó nuestra vida de días maravillosos y lo malo porque nos enseñó y nos ayudó a crecer o simplemente nos brindó un peldaño necesario para continuar nuestro camino. Porque sí, aunque parezca mentira, del dolor, se aprende, y mucho. ¿Qué sería de la oscuridad sin la luz? ¿Y de la luz sin la oscuridad? Nada tendría sentido. Las dos fuerzas son necesarias. Sin una, la otra no existiría.
El día en el que miras hacia atrás, hacia tu pasado, y te sientes orgulloso, y piensas… “no cambiaría nada. Nada”, entonces, es cuando das ese gran paso hacia la paz y la felicidad. Te aceptas tú y aceptas todo lo que viviste. Sin más. Sin necesidad de cambiar nada.
El día en el que mires con orgullo ese camino que dejaste atrás, aunque sí, lastimaras a algunas personas al tomar algunas decisiones, al fin serás libre.
“Todo lo vivido tiene un porqué, todo tiene un sentido. Lo bueno porque regó nuestra vida de días maravillosos y lo malo porque nos enseñó y nos ayudó a crecer”.
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