Memorias de un párroco

Written by Libre Online

16 de marzo de 2022

Monseñor Jenaro Suárez Muñiz

Los relatos de El Padre Jenaro, de 1965

(X de XXI)

0) Tocóle su turno de reparación al altar de Nuestra Señora de Carmen, cuyo formato dejé como estaba, primero, por sónservar intacto el altar más antiguo de esta iglesia, después, por su estilo, aunque sencillo, clásico con’ todos los toques arquitectónicos del mismo. Hay en este altar una característica difícil de distinguir a primera vista y es por eso por lo que; al decorarlo en la última fase de que hablaré más adelante, no se tocó la aparente pintura, que parece de granito, pero que es papel que lo imita y tan bien pegado, que hubiera costado más el rasparlo que si fuera pintura. Se puso también suppedáneo de marmolina, que tiene el mérito de haber sido fundido ahí mismo, pues aprovechando los operarios que renovaban el piso de la joyería «Esquerré», logramos el trabajo a perfección.

11) El altar mayor estaba construido en forma de pirámide, y le dio la forma actual con la diligencia y devoción acostumorada, mi recordado padre.

12) Así también los dos ángeles de térra cotta con candelabros, recuerdo y dádiva del inolvidable P. (Méndez, y que estaban colocados en dos repisas en las columnas torales del Presbiterio, fueron a los intercolumnios del altar mayor, retirando de allí las imágenes del flagrado Corazón de Jesús, restaurada tiempo más tarde y conservada por las Hnas. Josefinas que entonces estaban en la Colonia Española y la imagen del Purísimo Corazón de María, ambas de material y ladrillo.

13) Sólo quedaba por restaurar el altar del Santo Calvario, cuyas imágenes habían sido objeto de reparación y retoque, especialmente la de la Magdalena que estaba en uno de los pisos de la torre del reloj, quitándose entonces la urna de cristal y dejando las imágenes como están, se le puso al altar suppedáneo de mármol, aprovechando la plancha que se había colocado entonces en el altar mayor, pero que resultaba estrecha para colocar el faldistorio el día de Viernes Santo. Se le puso una nueva y más ancha al altar mayor y se acomodó la otra al Calvario.

14) Se adquirió también por este tiempo un Nacimiento traído de Italia, el más numeroso de la época en Matanzas, cuya conservación a través de los años, es debida al cuidado de los sacristanes y empleados.

15) Es de este tiempo también la obra de restauración llevada a cabo en la hermosísima imagen de Jesucristo Resucitado, realizada por la Casa Ciceraro de la Habana.

Por miedo a los incendios, decidí poner piso de cemento a los distintos compartimentos del campanario y al que da encima del baptisterio en la torre del reloj, pues eran todos de madera. No se hace mención de las varias y costosas reparaciones hechas como consecuencia de dos grandes ciclones que destejaron casi por completo la nave central con peligro de hundimiento de la bóveda.

Por esta época se cambiaron las escalinatas de entrada a las tres puertas de la calle de Jovellanos. Eran de piedra isleña, como la acera y, por error y entusiasmo de juventud, se pusieron de mármol, pues al costo de los materiales y trabajo, encomendado al Sr. Francisco Botet, se juntó la dificultad de la limpieza, porque era imposible evitar que en ellas pasaran el día tomando el fresco los choferes de la piquera y otras personas, no siempre respetuosas con el edificio dedicado al templo. El mismo Sr. Botet puso las gradas y suppedáneo del altar mayor que antes las tenía de madera.

Se adquirieron candeleros nuevos para cada uno de los altares que tuvieron la suerte de ser reparados.

Son éstas las obras principales que de orden de fabricación, carpintería o albañilería recuerdo hasta 1924.

Pero antes de continuar se hace necesario responder a la obligada pregunta: ¿Cómo se pudieron sufragar los gastos crecidos que supone ese número de obras? Ya al principio dije que la condición harto generosa de los feligreses hizo posible esos verdaderos milagros de economía. Realizábanse colectas públicas, ora por medio de comisiones de señoras o señoritas, no pocas veces por caballeros acompañados por el párroco. Aquí cabe recordar para eterno agradecimiento los nombres de D. Agustín Penichet, Bonifacio Menéndez, José María Altuna, Salomón Obregón, José Matilde Domínguez, Trino García, José Casalins, R. Maribona, Hnos. Urréchaga, Hnos. Urquiza Bea, Pedro Arechavaleta, Luis Amézaga, Luis A. Betancourt, Jaime Escolá, Agustín Solaún, Jacobo Carrillo, José Suárez, Carlos Rodríguez, Emiliano Moreno, Santiago Bilbao, Manuel de Vera Verdura, Joaquín de Rojas y otros cuyos nombres no me vienen ahora a la memoria, pero que los tiene presentes Dios y a los que yo les encomiendo siempre.

ARCHIVO PARROQUIAL

Hubo necesidad perentoria de retirar el antiguo armario que acogía los libros del Archivo Parroquial. Antiguó y pequeño, con puertas de tela metálica, ocupaba primero todo el lienzo de pared que da al jardín cerrando la ventana por la que entra la ventilación tan necesaria en los días de verano, repartiéndose los libros en otros dos armarios de pino. De primera intención se trasladó el susodicho librero al lienzo de pared que da frente al parque, hasta que se hicieron los dos elegantes libreros que ahora existen repartidos entre las paredes de entrada al archivo y al jardín. Error de inexperiencia me hizo, creyendo que por tratarse de «Pino del Pacífico», no le entraría el comején, asentir a no hacerlo de cedro.

(Continúa la semana próxima)

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