Monseñor Jenaro Suárez Muñiz
Los relatos de El Padre Jenaro, de 1965
XIV de XXI)
Los cuatro Evangelistas y el juicio ante Pilato… Ahí y así quedaba la decoración, pero la terquedad del Rector, recabó permiso para continuar la obra a cuenta y riesgo de la Parroquia y de la costumbre de seguir pidiendo.
Una vez más abrí suscripción fija por semanas o meses, hasta que un día, prodigio de San Carlos Borromeo, cuyo templo embellecíamos, nos trajo un cheque de la Sra. Sánchez, con cantidad suficiente para rematar y mejorar la obra que da a la Catedral de San Carlos el aspecto de las grandes iglesias romanas Fue entonces cuando se cambió el piso de las dos barbacoas que daban acceso al coro, poniéndolas en forma de herradura como se ven ahora, y se le puso piso de mármol al baptisterio, a la vez que, con un dinero particular, parte de la herencia de tierras que mi madre tenía en Asturias, y que me mandaron mis parientes, se dotó a la casa parroquial con el decente e higiénico baño y casa de servicios que ahora tiene, sustituyendo al anterior, que era incómodo y… Así dio remate a sus munificencias el Prelado, en cuyo haber está la restauración o edificación de varios templos de la Diócesis, pero el de su Catedral llena toda su historia, para su consuelo en la mansión de los justos…
Cuando gozaba ya del placer de poseer un templo magnífico, émulo de las grandes catedrales, el Señor lo llamó a contemplar el Templo donde el Cordero es la luz y las puertas son los doce apóstoles del Cordero.
Era el domingo 14 de marzo de 1937, Domingo de Pasión, cuando, como era ya tradición, se disponía a celebrar la misa en la que la Parroquia cumplía con el Precepto Pascual. ¡Cómo gozaba con aquel espectáculo de cientos y cientos de comunicantes, hombres, mujeres y niños, que hubo años de llegar a ochocientas comuniones! ¡Cómo gozaba en las Primeras Comuniones y cómo predicaba a los niños!
Vacante la Sede, gobernóla con acierto, discreción y efectividad, el joven sacerdote D. Manuel Trabadelo y Muiña, que era el primer Secretario de Cámara y Gobierno nombrado por el difunto Monseñor Saínz y Bencomo.
MONS. ALBERTO MARTÍN
Llegó por fin el suspirado día…
El día 14 de mayo de 1938 cundió la noticia de haber sido nombrado Obispo para regir la Diócesis matancera, el joven párroco de la iglesia del Espíritu Santo en La Habana, profesor de Matemáticas y Ciencias en el Seminario.
Grande fue la alegría, pues a la circunstancia de que yo, siendo Prefecto del Seminario en 1917, le di entrada al entonces casi niño Alberto Martín, se añadía el carácter serio del preconizado. Inmediatamente le puse un telegrama en que le decía: «Gra-tuiemur ad invicen», que quería decir: felicitémonos ambos. Al día siguiente me trasladé a La Habana, a congratularme personalmente y poner en sus manos la parroquia por si tenía algún plan. La respuesta sincera del antiguo discípulo fue: Sí, mi plan es que estés allí hasta que tú quieras. Y allí quedé.
Una nueva etapa comenzaba para la Diócesis y la Parroquia- Mons. Martín, dominado por la idea apostólica de renovar ciertas prácticas, amén de la publicación de un texto de catecismo, puso todo su empeño en reparar algunas iglesias, crear nuevas parroquias e infinidad de obras de carácter apostólico, urgido por la escasez de clero, acometió la empresa de atraer a los Padres Canadienses, a quienes dio la Parroquia y Vicaría de Colón, donde, con esfuerzos sobrehumanos edificó el Seminario de San Alberto y logró levantar un edificio para centro escolar, modelo acabado de local para escuelas superiores y obra colosal que sola ella puede llenar con gloria el período de gobierno de cualquier obispo celoso.
En la Diócesis confirmó las Conferencias Morales y Litúrgicas, restablecidas por Monseñor Trabadelo durante su gobierno, completó canónicamente el Tribunal Eclesiástico y se captó la simpatía y el cariño de toda Matanzas por su carácter jovial, su extremada caridad y su sencillez, hasta el extremo, más de una vez, de ejercer de portero del obispado.
Con generosidad espontánea contribuyó a reparar mi casa parroquial un tanto deteriorada y me dispensó, continuando la costumbre que ya tenía yo desde hacía años, de sentarme como comensal a su mesa. De mis relaciones personales con él y su buen padre, tía y hermanas, no he de decir sino que más que escritas con cálamo y atramento, están grabadas como era el deseo del Patriarca de Idumea, in sílice mei cordis.
(Continúa la semana próxima)
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