MÁS SOBRE EL LENGUAJE DE LAS ABEJAS

Written by Libre Online

21 de noviembre de 2022

Por Hans Kalmus (1953)

El estudio de la comunicación entre las abejas ha sido en años recientes una fuente de interminable fascinación y asombro para los biólogos. Cuando el zoólogo austríaco Karl von Frisch descubrió el sorprendente lenguaje de la danza por medio del cual las abejas se dicen unas a otras dónde encontrar alimento, inició una línea de investigación que ha conducido a una sorpresa tras otra.

Los observadores de las abejas siempre se dieron cuenta de que estos insectos tenían un eficaz sistema de comunicación; hubo un tiempo en que algunos creían que las abejas realmente se hablaban unas a otras como las personas. Cierto es que los investigadores de hoy no han excluido la posibilidad de que las abejas intercambien sonidos audibles, pero Von Frisch demostró claramente que su método principal de «hablar» es su simbólica danza en el panal. Por la clase de danza y la dirección apuntada, en relación con el sol, una abeja les dice a las otras de la colmena la distancia y dirección de un sitio donde pueda hallarse néctar, polen o algún otro alimento.

El desciframiento del lenguaje de las abejas por medio de la danza, realizado por Von Frisch abrió el camino al “descubrimiento de muchas cosas sobre las percepciones y la conducta de las abejas”. Una de las más interesantes es el hecho de que sus ojos son sensibles a la polarización de la luz, de modo que pueden decir la posición del sol aun cuando logren ver sólo un trozo del cielo azul. Es ésta una sensibilidad que no tiene el ojo humano; para ver cómo luce el cielo para una abeja melífera, tenemos que mirar a través de un mosaico de filtros polaroides.

Ahora hemos llevado un paso más lejos la sensacional historia de la comunicación entre las abejas —y 

en una dirección  inesperada. Maravilloso como es el lenguaje de las abejas por medio de la danza, el recién descubierto método de comunicación es en ambos sentidos tal vez aún más interesante. Tiene que ver con el metabolismo de las abejas y su sentido del olfato.

La conducta de una abeja como la de otros animales, está gobernada en gran medida por su hambre—o lo opuesto. 

Todo apicultor sabe que las abejas hambrientas pican no sólo al hombre y a las bestias sino también a otras abejas, mientras que una colonia bien alimentada tolera perezosamente toda suerte de hurgonadas por intrusos. Según parece las actividades recolectoras de alimento de una abeja están controladas en parte por el grado de llenura de su vesícula de la miel. 

Cuando una abeja forrajeadora ha llenado, y distendido su vesícula melífera hasta determinado tamaño, retorna a la colmena. Si un experimentador coge una abeja llena que está a punto de despegar de un plato de sirope para retornar a la colmena, y la hace vomitar parte del sirope apretando suavemente su abdomen, la abeja, por lo regular, torna al plato para llenar su vesícula otra vez. 

En cierta ocasión un tijeretazo del experimentador que accidentalmente dividió en dos a una abeja que estaba alimentándose proporcionó una dramática demostración del poderoso efecto de una vesícula melífera floja. La abeja, como el famoso caballo del Barón de Munchausen, siguió bebiendo del plato de sirope durante muchos minutos, bombeando una enorme cantidad de líquido a través de su abierto abdomen, antes de desplomarse finalmente muerta.

Nuestros estudios de los efectos del alimento en la conducta de la abeja se produjeron por medio del descubrimiento de un reloj metabólico que opera en estos insectos. El famoso neurólogo y entomólogo suizo Auguste Forel, que gustaba de desayunar en su jardín, se vio impedido de hacerlo porque verdaderas nubes de abejas invadían con regularidad su mesa todas las mañanas a la hora del desayuno. ¿Por qué venían a esa precisa hora? ¿Era por la posición del sol, la temperatura o las flores que se abrían? 

Yo hice varios experimentos y descubrí que el sentido del tiempo en las abejas está gobernado por el estado de su metabolismo. Las abejas que son alimentadas durante varios días consecutivos a cierta hora —digamos por ejemplo entre 9 y 11 a. m.— retornarán al sitio en que se le alimenta a esa hora o poco antes todos los días. Pero si se las expone a un frío casi de cero o al bióxido de carbono, que retardan su proceso metabólico, su visita al comedero puede demorarse en varias horas. (Los experimentos con hormigas han demostrado que su sentido de tiempo también está controlado por la química de su cuerpo).

Pronto se supo que el metabolismo de las abejas controla muchas otras cosas además de su sentido de tiempo. Por ejemplo, parece que regula la división del trabajo en la colmena.

Una abeja obrera recién nacida pasa sus primeros días limpiando las celdillas de los panales y alimentando a las crías. Durante este lapso se le desarrollan «glándulas de alimentación». Desde alrededor del décimo al vigésimo día emprende otras tareas: unas obreras custodian la entrada a la colmena; otras limpian la colmena, reciben alimento y construyen panales.

Ahora las glándulas alimentarias se atrofian y se les desarrollan las glándulas productoras de cera. Por último, en el último período de la vida de la obrera, se convierte ésta en la forrajeadora de polen y miel, y sus glándulas de la cera declinan. Empero los muchos investigadores que han estudiado las colonias de abejas han quedado impresionados por la plasticidad y adaptabilidad de las obreras. Una temporada de alimentación pobre o un accidente puede hacer que algunas de ellas cambien sus funciones. Además, se sabe de sobra que un cambio de dieta puede transformarlas: por ejemplo, cuando las abejas obreras son trasplantadas a celdas de reinas y alimentadas con una dieta rica en proteínas pueden convertirse en reinas substituías.

Ahora bien, los experimentos hechos con rastreadores radioactivos, realizados por C. R. Ribbands y H. L. Nixon en la Estación Experimental de Rothamsted en Inglaterra, han demostrado una notable coparticipación de alimento en una colonia. En un experimento se alimentó a 6 abejas de una colonia de unas 25,000 con un poco de azúcar conteniendo fósforo radioactivo. Antes de las cuatro horas el 62 por ciento de todas las abejas forrajeadoras de la colonia y entre el 18 y el 21 por ciento de las abejas en los panales eran radioactivas. Después de 27 horas el 76 por ciento de las forrajeadoras y de 43 al 60 por ciento de las abejas en los panales eran radioactivas, y después de 47 horas las larvas grandes que estaban en celdas no selladas también tenían radioactividad.

Considerando esta rápida y extendida coparticipación y los conocidos efectos que tienen las diferencias en la dieta sobre el desarrollo de la abeja, parece razonable llegar a la conclusión de que las diferencias metabólicas son la causa principal de la diferenciación de trabajo en una colonia de abejas.

A todo esto, siguió un descubrimiento en extremo sorprendente: las diferencias en el alimento pueden dar por resultado distinguir a una colonia de abejas de otra. Hace un cuarto de siglo que von Frisch y G. A. Rosch en Alemania notaron un fenómeno que sugería que una colonia de abejas como un todo podía tener un olor distintivo propio. Observaron que después que las exploradoras de dos colmenas distantes se hubieron alimentado en dos platos distintos colocados uno muy cerca del otro las que llegaban después procedentes de cada una de las colonias solían ir al plato visitado por sus propias exploradoras y no al otro. A lo que parece cada colonia identificaba su plato por el olor.

En seguida procedimos a investigar el origen del olor de la colonia.

Comenzamos experimentando con dos colonias de abejas obviamente diferentes —italianas amarillas y suizas negras. Sus colmenas se colocaron a cierta distancia una de otra. Se adiestraron a las exploradoras de las dos colmenas a visitar y beber sirope de dos patos diferentes, colocados sólo a pocos pies uno del otro. 

Mientras se bloqueaba la entrada de la colmena «A» con el fin de que las abejas no pudieran salir de ella, se alimentaba a las abejas de la colmena B en el plato b; luego se bloqueaba la colmena B y se alimentaba a las abejas de la colmena A en el plato a.

Después de haber entrenado a las exploradoras, se dejaba expedita la entrada a las dos colmenas y al lado de cada plato se situaban observadores para contar las visitantes. Durante un período de observación de cuatro horas el plato al cual se había adiestrado a las exploradoras amarillas a que bebiesen en él fue visitado por 31 recién venidas de la colmena amarilla y 14 de la negra. 

En el otro plato hubo 13 visitantes amarillas y 29 negras. Puesto que es sumamente improbable (sólo una probabilidad en 1,000) que semejante desproporción pueda ocurrir estrictamente al azar, podemos dar por sentado que el primer plato tenía una atracción distintiva para las abejas amarillas y el segundo para las negras. Y según parece, a juzgar por la conducta de las abejas cuando se aproximaban a los platos, la atracción era el olor.

Habíamos utilizado a diferentes tipos de abejas porque se pensaba que las diferencias de olor entre las colonias podían ser de origen genético. 

Pero cuando repetimos el experimento con abejas de la misma casta, descubrimos, algo inesperadamente, que las colonias separadas, de igual linaje, y hasta las dos mitades de la misma colonia después de haber sido dividido desarrollaban olores distintivos por medio del cual sus miembros las reconocían. En estos experimentos marcamos a las que iban a alimentarse en los dos platos diferentes con dos colores diferentes para identificarlas. Luego abrimos las dos colmenas por la noche y contamos las abejas marcadas. Otra vez descubrimos que las forrajeadoras de una colmena dada tendían a alimentarse en el mismo plato.

Emprendimos entonces una serie de experimentos para averiguar si las diferencias en el olor de las colonias se debían a diferencias en la dieta. En un experimento sacamos la reina de una colonia y dividimos la colonia en tres partes, cada una consistente en cinco panales. Colocamos a las tres partes divididas de la colmena en sitios a 10 yardas unos de otros. 

Después vertimos una mezcla de miel de brezos y melado sobre una de las subcolonias y dejamos las otras en ayunas. Procedimos a probar las tres colonias nuevas, dos de una vez, para ver sus preferencias respecto de los platos. Las abejas de la colonia que había sido alimentada con la miel y el melado dieron muestras de una preferencia decidida por un plato visitado por sus propias exploradoras. Cuando las abejas de las dos colmenas en ayunas fueron mutuamente comparadas, se alimentaron indiscriminadamente de los dos platos, colocados delante de ellas. Pero preferían estos platos al favorecido por la colmena prealimentada.

Este experimento se hizo a principios del otoño, cuando estaban desapareciendo las fuentes naturales de alimento de las abejas. Durante el verano, cuando había disponible una rica variedad de alimentos para las abejas, las partes divididas de una colonia por lo regular desarrollaban olores distintivos dentro de pocos días. 

Parece que inclusive una pequeña diferencia en la dieta entre una colonia y otra es suficiente para garantizar el mutuo reconocimiento entre los miembros de una colonia y la detección de «extranjeros». Sería interesante averiguar si las diferentes colonias retienen esta distinción cuando todas se alimentan con la misma dieta.

Puede que haya otras razones para la diferencia de olor entre las colonias de abejas, tales como la ausencia o condición de la reina o la fuerza y composición de la colonia. Pero nuestros experimentos parecen demostrar que esas diferencias que guían a la colonia para poder seguir a sus exploradoras se deben a la dieta.

El descubrimiento del fenómeno del olor de la colonia plantea dos interesantes interrogaciones. En primer lugar, sugiere que las abejas poseen un sentido extremadamente agudo de la discriminación de olores, mucho más sensible en muchos aspectos que el del hombre. Deben ser capaces de distinguir entre las mezclas de olores en los cuales el porcentaje de los componentes individuales difiere muy poco. Pero un punto mucho más interesante aún es la cuestión sobre qué papel puede jugar el olor de la colonia en las funciones sociales de la misma.

Mientras hubo sirope bastante, las dos colonias se alimentaban a la vez bastante amablemente. Pero cuando se agotó el sirope, las abejas empezaron a agitarse mucho. Primero cavaban furiosamente en la arena, y luego comenzaron a pelearse. Procuraban llevarse a rastras unas a otras lejos del plato y la cogieron en aguijonearse mutuamente. Principalmente fue una guerra de colonia contra colonia. Pudimos averiguar esto porque las colonias eran de tipo visiblemente distinto: una de abejas italianas claras y la otra de abejas caucasianas oscuras. Los combates generalmente eran entre parejas opuestas: clara contra oscura.

Con toda probabilidad el olor desempeña un papel en esta violenta conducta tribal. Sin embargo, sólo podemos especular sobre cuál es la función primordial del olor de la colonia. Con frecuencia se ve a las abejas abanicarse sus glándulas odoríferas abdominales cerca de la entrada de la colmena, acaso para ayudar a las forrajeadoras de la colonia a volver a casa. 

A veces abanican su olor sobre una rica fuente de alimento en el campo, dejando un rastro que guiarán allí a sus compañeras de colonia. Como los perros que también tienen grandes facultades de discriminación olfativa las abejas marcan una vecindad con su olor corporal distintivo. Puede ser que al hacerlo así demarquen un territorio como lo hace el petirrojo inglés.

En todo caso parece seguro que las colonias de abejas realizan gran parte de su comunicación y su cohesión social por medio de su dieta y metabolismo. A medida que vayamos teniendo una mejor comprensión del lenguaje metabólico de esos insectos sin duda alguna que aprenderemos muchas más cosas interesantes y provechosas.  

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