En el puerto habanero entró –el ultimo día del mes de agosto, el vapor ganadero español Nuevo Barcelona. Pocos son los pasajeros que descienden a tierra cubana, acogidos –quizá- todos ellos, a las formalidades de una no cierta paz ofrecida por el Pacto del Zanjón. En tales circunstancias, arriban José Martí y su esposa, ella con la ilusión de vivir en su patria, cerca de los suyos, sin tantos sobresaltos y, a la vez, esperanzada de ver sufrir menos a Pepe y más contento al prestar ayuda a sus padres, tal como lo había manifestado a la esposa del Lic.
Manuel A. Mercado.
Corto había sido el período de estancia en Guatemala pero intenso en actividades el que vivió José Martí, pero consecuente con su formación espiritual, podría resignarse a vivir en aquel país justificando el sacrificio ante sí con la gratitud y aquiescencia de los servidos, pero nunca sin esa grandeza y decoro. Finalmente, el 27 de julio de 1878 abandonaban suelo guatemalteco penetrando en Honduras en su tránsito hacia La Habana.
Pero, Pepe Martí, confiado en que prever, es más que “ver antes que los demás”, confirma rápidamente lo que había pensado acerca de la situación del país, tras diez años de guerra. Y su alma pura que en él es principio de la vida, siente se le sale de esta tierra, no sabe “si porque halla aquí pocas cosas que le halaguen, o porque se avergüenza de sí mismo, al no obrar como brava y como buena”, sintiendo como obsesión, la impotencia de “ver necesaria una gran obra, sentirse con fuerzas para llevarla a cabo, y no poder llevarla”.
“Yo no he nacido para vivir en estas tierras, -dice con desaliento a Mercado, desde La Habana-. “Me hace falta el aire del alma” Y es que él siente sobre sí, los males de su pueblo y los propios: “aquellos tal vez con mas gravedad que estos… Déjeme que calle –reitera a al amigo mexicano-: “que importa poco decir lo que se siente, cuando no se puede hacer lo que se debe..Y es que mudar de tierra, no quiere decir mudar de alma…”
Un solo motivo, y de orden espiritual, alegra el retorna a Cuba. El nacimiento del hijo momento para él tan singular que lo dejo consignado entre las emociones excepcionales de su vida:
“…cuando me enseñaron a Pepe recién nacido..”
Imposibilitado de ejercer la abogacía debido a no haber cumplimentado las formalidades que entonces se exigían, se empleo –en tanto promovía la habilitación de su titulo- en el bufete de Nicolás Azcárate y, mas tarde, en el de Miguel Viondi. En la solicitud alegaba que, “después de larga ausencia vuelve al país con el animo de ejercerla, medo único con que cuenta para el cumplimiento de sus numerosos y graves deberes“ gracia que le es negada “so pretextos pueriles” de acuerdo a la certificación del Secretario General de la Universidad de Zaragoza.
Pero no ha de ser tan infortunado en cuanto al magisterio, -su más acendrada devoción. Para no dar menos a Cuba de lo que ya había dado a otros países, oficia como profesor en el Colegio de Hernández y Plasencia, con permiso que le conceden por tres meses, obligándose a presentar en breve plazo su titulo de Lic. en Filosofía y Letras.
En cuando al periodismo, no es activo el que desarrolla en La Habana toda vez que solo redacta artículos referentes a las veladas ofrecidas por el Liceo Artístico y Literario de Guanabacoa, del cual era Secretario en la Sección de Literatura “para hablar, pero ¡hablar en tierra esclava! No sabré que decir, -exclama- y parecerá que hablo mal!”
Martí no podía ser feliz en el corrompido ambiente político de Cuba, como había previsto antes de decidirse a venir. Hombre forjador de su carácter, opuesto a cuento no incluyera su deber con la patria y el derecho de servirla con el amor puro que el se proponía servirla, nota realidad aquello que predijo:
“¡Cuántas desdichas esperé, tantas me afligen!”
Juzga entonces, como la primera debilidad y error grave de su vida “la vuelta a Cuba.- Hoy, mi pobre Carmen, que tanto lloró por volver, se lamenta de haber llorado tanto”. Y a Mercado expone su estado de animo, acorde con su posición:
“…Pero aquí me veo, sin alegrías para el espíritu, queda la pluma y aherrojados los labios, arrastrando difícilmente una vida que se me hace cada día mas trabajosa…”
El que había encontrado en el destierro de la patria, -¡ironías del destino!- una patria en el destierro, conoció en tierra mexicana a un joven poeta que, como él, sufría el rigor del exilio: Alfredo Torroella. No trascurrió mucho tiempo para que, en tierra natal, tocole al buen amigo recibir en sus brazos el último suspiro del desafortunado moribundo. Al rendir homenaje el Liceo de Guanabacoa al poeta desaparecido, en enero 22, Martí –que sentía por él un cariño “que parecía databa de otra vida” recordó con subido entusiasmo aquella existencia, rendida por la fatiga que producen “el porvenir incierto, la diaria carga de la triste vida, el clima hostil y el peso de los sueños”.
“…Bendita aquella lira que descansaba siempre en el umbral de la puerta de los pobres! Corona de ceniza para los poetas cortesanos! Corona de himnos para la frente del honrado poeta de los pobres… Pero, ¿como hablar de su muerte si cerré sus ojos?… Calle yo ahora: también tienen pudor las lágrimas”.
Esta enternecida recordación de Torroella ha sido considerada como el estreno en Cuba de la oratoria martiana. Manuel de la Cruz precisa que “allí nació su popularidad” aclamado por una concurrencia que se sintió electrizada y que descubrió en el fondo de aquella oración la llamada del propagandista político que hablaba en nombre de la patria.
La despedida del duelo y lectura necrológida del poeta Torroella; su intervención en la Literatura disertando sobre el realismo y el idealismo; sobre el teatro de Echegaray; y el enérgico y original brindis en el homenaje al periodista Adolfo Márquez Sterling, dieron relieve a la figura revolucionaria de Martí en el panorama político del país.
Desde los altos de El Louvre, donde tiene lugar el homenaje a Márquez Sterling en abril 21, le oyen declararse “átomo encendido que tiene la voluntad de no apagarse, de un incendio vivísimo que se extinguirá jamás sino bajo la influencia cierta, palpable, visible, de copioso, de inagotable, de abundantísimo raudal de libertades”. Siente desde lo mas profundo de su espíritu la convicción de que “para rendir tributo ninguna voz es débil; para ensalzar a la patria, entre los hombres fuertes y leales, son oportunos todos los momentos’ para honrar al que nos honra, ningún vino hierve en las copas con mas energía que la decisión y el entusiasmo.
Y nos son exageradas sus palabras para loar “al tenaz periodista, al observador concienzudo, al cubano enérgico?”. Por eso, porque ve un reflejo de su pensamiento, proclama a Márquez Sterling “un símbolo, un reconocimiento, una garantía, Porque el hombre que clama vale mas que el que suplica: el que insiste hace pensar al que otorga”. Y allí, desde los altos de El Louvre, el 26 de abril de 1879 sienta este vital postulado:
“…Los derechos se toman, no se piden; se arrancan, no se mendigan. Hasta los déspotas, si son hidalgos, gustan mas del sincero y enérgico lenguaje que de la tímida y vacilante tentativa…”
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