Martí, Periodista

Written by Libre Online

20 de octubre de 2021

Por Arturo R. de Carricarte

Conviene siempre al desarrollar un tema, y de manera singularísima cuando resulta tan importante y grave como este, como asunto de uno de los capítulos del libro que se propone editar, el que se fijen exactamente los términos que abarca el asunto y, así. para escribir sobre «Martí periodista» nos es preciso, en primer término, definir qué hemos de entender por periodista; después, hasta dónde fue Marti tal periodista y una vez que podamos justificadamente clasificarlo entre los obreros de nuestra clase estudiar en este orden sus características, a la vez que relatar sus actividades y, después, puntualizar, qué concepto tenía Martí del periodismo y cómo concebía que se «hiciera» un periódico. Así, pues, hemos de ver qué hizo Martí como periodista y qué hubiera querido hacer, si llega a tener libertad plena para realizar su obra sin cortapisas ni trabas de ningún género.

Afortunadamente, la historia nos conserva casi íntegra la relación de sus actividades en este campo; y algunas de sus cartas nos enseñan la parte doctrinal: su credo de diarista.

Dos libros se han ocupado «in extenso» de la obra realizada por Martí en el campo periodístico: ambos aparecidos casi simultáneamente, en 1929, aunque el de Llaverías fue primeramente dado a conocer desde las páginas del «Boletín del Archivo Nacional» (al que ha sabido dar subidísimo interés y considerable importancia).  “l.os Periódicos de Martí», por Joaquín Llaverías y «Martí Periodista», por Gonzalo de Quesada y Miranda. En el primero se constriñe su distinguido autor a catalogar describiéndolos con minuciosidad, los periódicos de Martí: es decir, los que él supone que poseyó o que dirigió: el segundo, en realidad, expone algunos de los conceptos que tenía Martí del periodismo, aunque la extensión del volumen. (204 páginas) muy interesante y esclarecedor en ciertos órdenes, se la dan copiosas reproducciones de trabajos del Maestro no todos, por cierto, periodísticos.

Pero hay mucho, todavía, que puntualizar en cuanto al concepto que tenía Martí del periodismo: de cómo debían ser los periódicos. Eso hemos de consignar ahora, en este trabajo, con la concisión a que nos obligan las singulares circunstancias de tiempo y espacio que se nos han señalado imperiosamente.

Por la limitación de espacio referimos al lector, para conocer la obra periodística realizada por Martí a los dos volúmenes mencionados en especial al del señor Quesada, cuyas omisiones son tan leves, que resulta fácil (como se verá en el próximo número de  Revista Martiana), apurar la materia.

Hemos de tratar, pues, con amplitud relativa, las teorías martianas en materia periodística. y destacar la manera de escribir, el procedimiento, o como dicen los franceses, «la maniere» con que se producía. Afortunadamente, dejó expuestas sus teoría de manera clara y explícita, como hemos de ver. No queremos, pues, repetir, sino consignar lo omitido y agrupar en estas notas toda la doctrina periodística de Martí.

Y pasemos a dar cumplimiento a lo propuesto en el primer párrafo: ¿qué es un periodista? Lo primero que ha de exigirse a un escritor para considerarlo periodista es la agilidad del estilo y la facultad, no muy común por cierto, de variar el tono en armonía con el asunto. Como ese  es el instrumento: el estilo, lo consignamos como condición fundamental, pero de nada habría de valer a ese escritor su pluma ágil y su estilo proteico si no tuviera, como condiciones no menos esenciales o básicas el sentido de la actualidad, el golpe de vista rápido y certero, para entresacar entre ciertos asuntos que disputan su atención, los de importancia mayor y los que más pueden seducir al público, que no son siempre, precisamente, los relatos truculentos de crímenes pasionales o de mas sórdida laya.

Cuando se carece de aquel primer don, pero se poseen los segundos, se puede llegar a «hacer» un gran periódico sin escribir en él una sola letra: hay dos casos bien conocidos entre nosotros: el de Manuel Mana Coronado y el de Antonio San Miguel, que sólo en los últimos años de “La Lucha» llegó a publicar algo, ya cesada la soberanía española. Ambos hicieron periódicos que hubieran podido perdurar como empresas si circunstancias que no es oportunidad ahora para analizarlas no hubieran destruído uno y otro periódico.

En cambio, hay dos casos de escritores de talento y cultura: ambos, también, con sentido periodístico, pero no el completo y amplio que requiere la culminación de la capacidad profesional: Wifredo Fernández y Manuel Márquez Sterling, quienes, con tendencias más disímiles en lo político, con caracteres no menos diferentes, coincidieron en tener a su alcance, en ocasiones distintas, recursos casi ilimitados para promover empresas periodísticas y uno y otro fracasaron ruidosamente: “Heraldo de Cuba», en su época primera, en la que tuve el orgullo de figurar en él,  nunca cubrió gastos y “Excelsior” fue una sima para perder miles de pesos que llegaban a seis cifras. 

Otro caso de periodista sin ser redactor fue Rafael Govín: mantuvo su diario «El Mundo», con casi millones en la primera década, pero logró imponerlo sin modificar el programa que se había trazado. Otra modalidad de periodista la ofrecía Ricardo del Monte, el más ético, tal vez,  de nuestros diaristas del siglo anterior: pero don Ricardo disertaba, docta y amenamente, desde luego, pero sin dar esa sensación del “actualismo¨,  sin la cual el periodismo moderno es imposible.

Si bastara para ser periodista escribir bien, decir cosas hondas, adoctrinar y publicarlas en hojas dianas, nuestro gran Don Pepe habría sido también periodista: pero suena infantil que pretendiéramos agruparlo en nuestra clase. 

De los periodistas cubanos que pueden considerarse “completos», pluma en mano, no como organizadores, que es el segundo aspecto a que me he referido,  acabamos de sufrir una gran pérdida: la de Antonio Escobar. Quizás no ahondaba en los problemas: pero tenía una cultura muy variada, poseía amenidad extraordinaria y una información, si superficial, tan completa sobre los sucesos de actualidad universal, que podía improvisar un artículo sobre cualquier asunto dando la sensación de dominar la materia.

Llegamos ahora a Martí, para conocerlo como periodista ¿Fue un organizador?  No pudo probarlo: en dos empresas actuó como «promotor», según la expresión de ahora: en «La Edad de Oro» y en “Patria”. La primera fracasó de manera lamentable, quizás por falta de organización  de adecuada propaganda, de acción administrativa, aunque Da Costa Gómez era hombre de negocios, si bien de otra índole (como verá quien lea el número de agosto de mi Revista Martiana). pero la segunda, tenía forzosamente que ser distribuída, que difundirse por necesidades políticas, y las angustias materiales de esa empresa editorial son notorias y harto conocidas para insistir ahora sobre ellas.

En cuanto a la “Revista Venezolana», no podemos afirmar que su fracaso dependiera del Maestro: obligado a salir de Venezuela tuvo que suspender la publicación, que había alcanzado gran éxito literario y cuantiosos lectores, aunque no le faltaron detractores.

En ensayo tuvo otra empresa: la “Revista Guatemalteca», pero ésta nunca llegó a iniciarse, como pruebo en mi monografía al respecto, y no por las razones que aduce Llaverías, sino por otras bien distintas y nunca por el testimonio en que las funda de Arévalo Martínez, escritor de sutilísimo talento, poeta en ratos y notable prosista, pero no autoridad en materias bibliográficas ni erudito en ninguna.

Y entramos ya en lo fundamental del tema: Martí periodista, cómo lo fue y cómo lo hubiera querido ser . Como creía él que debe ser un buen periodista.

Primero:—Un buen Director de periódico debe ser lo que decía Fernández Flores de Tamayo y Baus que todos los actores tenían talento mientras formaban parte de su compañía.  («Martí Periodista», p. 37)

Segundo:—La moral del periodista la concreta así, sólo quien sabe de periodismo, y de lo costoso del desinterés, puede estimar deveras la energía, la tenacidad, los sacrificios, la prudencia, la fuerza de carácter que revela la aparición de un diario honrado y libre».

Tercero:—Cómo debe ser un periódico. Tiene la prensa periódica altísimas misiones: es  una explicar en la paz. y en la lucha fortalecer y aconsejar».

Cuarto:—Cómo NO debe ser un escritor de diario: «El escritor diario no puede pretender ser sublime. Semejante pujo para en extravagancia. Lo sublime es esencia de la vida, la montaña remata en pico: lo sublime es como pico de montaña. Es como quien quisiera andar a pasos naturales por sobre picos de montaña. Los empedrados no son cúspide sino pedrezuelas. Esa suprema altitud quede para los que son dueños de sí mismos y pueden esperar la hora de la inspiración. Pero el que no es dueño de sí, y no puede esperar la hora, ha de aprovecharla si le sorprende, pero no ha de forzarla. Que la inspiración es dama, huye de quien la busca. El escritor diario, que puede ser sublime a las veces, ha de contentarse con ser agradable».

(A propósito de este párrafo admirable de Martí, en el que hemos salvado algunas erratas de sentido en su edición habanera, recuerdo una anécdota interesantísima y que tiene aquí lugar adecuado, pues que podría hacerse con este, los otros párrafos que reproducimos y algunos omitidos por su extensión, un verdadero sintético «Tratado del periodismo”, de Martí. En cierta ocasión, en una reunión de ganaderos, se propuso como discusión la raza de ganado vacuno que habría de adquirirse para fomentar una cria, y presente Daniel Conté, afirmó entre la estupefacción de los oyentes, que la mejor guia era la opinión de Marti

—Cómo.  ¿Martí entendía de ganado?— preguntaron muchos.

—Estaba documentado sobre todo, dijo Conte, y en una exposición ganadera que describió con maestría, dijo todo lo sustancial que en materia de ganados modernos (y esto de moderno lo decimos entre nosotros, porque los cruzamientos han originado muchas razas nuevas) Martí sabñia todo lo que podía saberse.

De periodismo puede decirse igual (supo para enseñarnos a los profesionales).

Quinto:—Cómo debe escribir el periodista: Ni aún para captarse la simpatía que ha menester en una tierra culta el cronista (“Periodista en general») desconocido que llega a sus puertas, deben emplearse en expresiones meramente personales la atención y el espacio que han de darse enteros al mejoramiento de la patria y al estudio leal de los problemas industriales y políticos que pueden ayudar a extraer oro de sus entrañas generosas o a ir poniendo en su aire ese otro oro sutil, y de más precio, que viene con la práctica entendida y sincera de las libertades. 

Sexto:—Se debe huir de la verborrea:   Nosotros hemos padecido de hojosidad como nuestros bosques. La pompa del follaje no ha dejado ver la sustancia del tronco».

Séptimo:—Misión del periodista «Que no haya una manifestación de la vida, cuyos diarios accidentes no sorprenda el diarista.—eso es hacer un buen diario. Decir lo que a todos conviene—y no dejar de decir nada que a alguien pueda convenir.  Que todos encuentren en el diario lo que pueden necesitar saber. Y decirlo con un lenguaje especial, para cada especie, escribiendo en todos los géneros, menos en el fastidioso de Bibeau desdeñando lo inútil y atendiendo siempre lo útil elegantemente.

Que un periódico sea literario, no depende de que se vierta en él mucha literatura, sino que se escriba literariamente todo. El periódico ha de estar siempre como los correos antiguos, con el caballo enjaezado, la fusta en la mano, y la espuela en el tacón. Al menor accidente, debe saltar sobre la silla—sacudir la fusta y echar a escape el caballo para salir pronto y para que nadie llegue antes que él— Debe.  extractando en libros, facilitar su lectura a los pobres de tiempo—o de voluntad o de dinero—

Hacer asistir a los teatros, como sentado en cómoda butaca, que este efecto hace una aliñada y juiciosa revista, a los pobres y a los perezosos. Deben desobedecerse los apetitos del bien personal, y atender imparcialmente al bien público. Debe ser coqueta para seducir, catedrático para explicar, filósofo para mejorar, pilluelo para penetrar, guerrero para combatir—debe ser útil. sano, elegante, oportuno, valiente) —En cada artículo debe verse la mano enguantada que lo escribe y los labios sin mancha que lo dictan. No hay cetro mejor que un “buen periódico».  

Más doctrina: De un periódico americanista trazó este programa: «La América» no esta fundada para tratar de los pequeños accidentes políticos e intereses personales que generalmente ocupan a las publicaciones periódicas, o influyen perniciosamente en ellas. Sin preocupación de raza, religión, ni gobierno: sin predilección por ningún país especial de la América Latina, sino por la fusión del espíritu de todas, en una sola poderosa alma americana: sin compromisos con personas y sin la traba y feo respeto que pone al escritor el miedo de comprometer en la defensa de la justicia pura los progresos del periódico.

La América queda establecida para el estudio amoroso y la propaganda ardiente de las ideas esenciales, fundamentales y prácticas que han de acelerar y consagran el establecimiento definitivo, próspero y respetado de los países hispanoamericanos».

Para un periódico político, reclama prolija atención «Lúzcase en «Patria» con un buen artículo sobre el espíritu uno, desinteresado, hermoso, casi religioso de las emigraciones. Corríjame bien a «Patria». Hágamelos (artículos) de asuntos pintorescos y en cada número, algo brillante y nuevo. Heroísmos desconocidos y breves. Embellezcan y regularicen a «Patria»: mucha noticia, ahora.  Estrada escriba. Un fondo con la idea fijada, vuelta y revuelta, todo lo de Cuba: y. siempre, una amenidad revolucionaria— biografía o leyenda».

Normas para el mismo periódico: «Patria» ha de ser ahora un periódico alto y hermoso    Antes pudimos descuidarla o levantarla a brazadas:  ahora  no. Ha de ser continuo sobre las mismas líneas, afirmando con majestad lo contrario de lo que se afirma de nosotros: mostrando en el silencio inquebrantable sobre las personas—el poco influjo que les concedemos. A lengua sinuosa nos están batiendo: cerrémosles el camino a mejor lengua—la hermosa, por ejemplo del artículo sobre las proclamas de Masó. Y siempre los mismos puntos principales; capacidad de Cuba para su buen gobierno, razones de esta capacidad: incapacidad de España para resolver en Cuba capacidades mayores; decadencia fatal de Cuba y alejamiento de su destino bajo la continuación del dominio español, diferencias patentes sobre las condiciones actuales de Cuba y de las Repúblicas americanas cuando la emancipación; moderación y patriotismo del cubano negro y certeza probada de su colaboración pacífica y útil; afecto leal al español respetuoso; concepto claro y democrático de nuestra realidad política y de la guerra culta con que se ha de asegurar.

Esto cada día y en formas varias y en el periódico todo. ¿Por qué no un artículo sobre cada uno de esos puntos, o un número donde estuvieran todos ellos tratados explícitamente? Esta es buena idea: un número para eso,  sobre esos temas, que ustedes escriban, como de la casa, o que escriban y firmen varios.

(Esta transcripción larga, que no envuelve normas generales como las anteriores, es conveniente por que patentiza la capacidad de Martí como Director de periódico; y si en lo que dijo en su programa de «La América» estaba integra su doctrina referente a un periódico ordinario y corriente que pudiera interesar a todos, se ven en estas instrucciones tan concretas, a la par que claras y que no podían llevar a confusión, su concepto de un periódico eminentemente sectario, como era y tenía que ser «Patria», desde cuyas columnas debía hacerse oir la Revolución ya en marcha, pues esos párrafos pertenecen a una carta del Maestro desde la manigua).

Cómo debe ser un periódico: «Extraño a todo género de prejuicios, enamorado de todo mérito verdadero, afligido de toda tarea inútil, pagado de toda obra grandiosa. Donde todo sereno pensamiento y pensador y hidalgo tenga casa».

Variedad en el estilo de un periódico: «Uno es el lenguaje del gabinete, otro el del agitado parlamento Una lengua habla la áspera polémica; otra la reposada biografía. De aquí que un mismo hombre hable distinta lengua cuando vuelve los ojos ahondadores a las épocas muertas, y cuando, con las angustias y las iras del soldado en batalla, esgrime el arma nueva en la colérica lid del presente. No hay por qué invalidar vocablos útiles, ni por qué cejar en la faena de dar palabras nuevas a ideas nuevas».

En el programa de la «Revista Guatemalteca . que yo he sido el único en dar a conocer íntegro («Ahora». Habana 27 de mayo de 1934) Martí glosa estos mismos conceptos. No es cosa de aumentar inconsiderablemente este trabajo reproduciéndolos, pero hemos de ver ahora lo que ha sido omitido en los dos libros consagrados a estudiar este aspecto de la actividad intelectual del Maestro, consignando, al paso que en el programa de “La Edad de Oro» puntualiza, más que como técnico como apóstol, sus ideas respecto a una publicación consagrada a los niños, y que en «La Ofrenda de Oro», publicación neoyorquina en la que colaboró con alguna asiduidad el Maestro (y que no citan ni Llaverias ni Quesada y Miranda) dejó al paso alguna frase utilizable, y, especialmente, normas ejemplares del periodista de este género dificilísimo Y para cerrar esta primera parte de nuestro trabajo, queremos que no quede en olvido que no siempre fue entusiasta del diarismo nuestro Apóstol: en su carta a Domínguez Cowan (Martí Periodista», p. 146) donde se consigna ei gravísimo error de suponer que “Ramona” fue traducida para la Casa Appleton,  cuando fue lo cierto que esa constituye la única verdadera aventura editorial del Maestro, que pudo realizar según le dice en carta interesantísima a Estrázulas. («Epistolario» I. 152″) «no tengo más (dinero) que el que saco a sudor puro de la noria y el tanto más (lo que ganaba en el Consulado uruguayo) que me da la bondad de usted y con el cual endulzo algo las vidas ajenas y me ayudo a comprar libros. Publicarramonas…” añade.   “No me argumente que traduzco y escribo para diarios, ese es el pan ganar, para el que la honradez da fuerzas; precisamente lo «mezquino de esas ocupaciones», en la forma incompleta en que las tengo, me pesa como culpa y padezco de lo poco que hago».

Sobre «Ramona» conviene consignar algo muy curioso; siendo una traducción que, realmente, al adaptarla al castellano ha ganado, no es menos artística su traducción de «Misterio», e indudablemente, como novela de intriga, es mucho más apasionante que la norteamericana, ya que envuelve elementos diversos, el «misterio» de la transmisión del pensamiento y de la imagen de la sonámbula y el episodio amoroso: pues bien, por ser propiedad de una empresa poderosa ¡a traducción de Appleton de «Misterio», por Martí, no se ha hecho reproducción; en estos últimos tiempos se publicó una traducción, copiada servilmente de la del Maestro por una casa editorial española y vivo aún el Apóstol, otra por Morúa Delgado, acerca de la cual he escrito alguna de mis «Apostillas Martianas».  En cambio, por ser copia la traducción de «Ramona», como consta en el «copywright»,  y a tal grado que conviene citar un dato curioso hacia el cual nadie ha llamado la atención; tiene tres fechas la edición príncipal: 1888 en el pie de imprenta, 1887 en el «copywright» y 1889 en el Prólogo. Que de ellas se han hecho múltiples reimpresiones, de las cuales recuerdo, en el momento, la primera en tiempo: la de «La Nación», de Buenos Aires; la de Gonzalo de Quesada y la de Néstor Carbonell, en La Habana y la de Ghiraldo, en Madrid.

Ya está consignado cuanto dijo Martí acerca del periodismo: expuesta su doctrina, así en lo que atañe en particular al periodista como en lo que se refiere a la prensa en general: veamos ahora lo que ha sido omitido y que se encuentra disperso en cartas suyas: esas cartas que, sin proponérselo, resultan verdaderos epítomes sobre «omniare»…

La primera revelación de que el Maestro tenía el propósito de llevar a cabo una empresa editorial está consignada en su carta a Miguel Viondi, fechada en New York en 1880. Entonces se proponía dar a la estampa una serie de volúmenes que fueran «biografías históricas cortas y artísticas, para todos interesantes, libros pequeños y amenos, cómodos, baratos». Sabido es que,  por desdicha, no consiguió realizar ese propósito que, de haberlo puesto en práctica, habría enriquecido nuestra literatura histórica con monografías valiosísimas, ya que en el género biográfico fue Martí casi un creador; sus biografías de Peña, de Cecilio Acosta y de algunos otras grandes figuras de nuestra América y de los Estados Unidos, son, todavía hoy, después de medio siglo de escritas, verdaderos modelos, en ningún momento por nadie superadas en belleza, ni aún en noticias.

Pero el periódico que hubiera querido hacer el Maestro, el que soñaba para dar salida a lo que bullía en su mente y que le hubiera consentido «esperar la hora de la inspiración» por que en tal linaje de publicación habría sido «dueño de sí mismo» ese periódico ideal lo concebía así:

«… una revista mensual, toda escrita de mi mano y completa en cada número: que venga a ser como la historia corriente y resumen, a la vez expositivo y critico, de todo lo culminante y esencial en política alta, teatro, movimiento de pueblos, ciencias contemporáneas, libros, que pase acá y allá, donde quiera que de veras, viva el mando». (Epistolario. I. pág. 151).

Tal programa, desarrollado por Martí, nos habría dado seguramente la más completa y la más bella revista en castellano de su momento; allí no habría estado sujeto a las trabas que le pusieron en Venezuela y en la Argentina y que él aceptó con una dolorosa resignación, tan llena de dignidad que leer la carta que escribe a Mitra y Vedia sobre el asunto conmueve hondamente. En uno de sus párrafos, escrito en 19 de diciembre de 1892,  expone cómo se prepara para redactar sus admirables correspondencias a “La Nación» que, según su Director, resultaban, como las que enviaba a «La Opinión Nacional», de Caracas, «demasiado largas» y,  tanto el editor venezolano como el bonaerense, las mutilaban con arreglo a los intereses del negocio editorial».  Tal párrafo, nunca glosado, dá la clave de «la manera» de trabajar del Maestro: Helo aquí:

Y como nota personalísima encantadoramente humana, debe destacarse en esa carta un párrafo nunca, tampoco, glosado defendiéndose de la posible acusación de informal, por no enviar a tiempo sus trabajos al periódico, dice a Mitre que tal retardo «no lo achaque, por Dios, a informalidad de gentes letradas, que en esto no fui nunca, ni quiero yo ser, gente de letras. Y he ahí consignada una opinión no muy entusiasta acerca de las «gentes de letras», a cuyo grupo pertenecía Martí de cuerpo entero; por que literato fue hasta la médula y romántico más que el Padre Hugo, de la invocación rubendariaca por que el poeta dijo: «¡quién que es no es romántico!». Ahora, en estos tiempos groseros y prosaicos, en estas horas de convulsiones en que, por desdicha, todo el polvo se levanta y sepulta lo sólido y valioso sin dejarlo servir hay que repetir con el Maestro que «no hay obra permanente porque las obras de los tiempos de resquiciamiento y remolde son por esencia mudables e inquietas».  La vida entera del mundo es crisis, incesantemente renovada; nada hay definitivo y permanente en orden alguno: sólo en el mando moral subsisten ciertos valores que los siglos engrandecen, como dan color propio y majestad singular a los grandes edificios. “Valores que son conceptos o doctrinas, y que, a veces, un solo hombre las encarna y representa; nuestro Martí es suma de tales valores, y las décadas, a medida, que transcurren, alejando la escoria de lo carnal y terreno, sublimiza y eleva lo inmortal de aquel espíritu extraordinario: faro y guía que debía ser,  sólo símbolo que usamos sin plegarnos a sus normas. Hombre inmenso que realizó en los cuarenta y dos años de su vida atormentada, labor de Cíclope, trabajos de Hércules y regó por el mundo fúlgidos diamantes cuyos destellos deslumbran.

Gloria es de la prensa cubana poder reclamar para sí, como uno de los suyos, a Martí: periodista de acción y doctrina; porque su nombre, hoy ilustre, fatigará mañana a la fama vocinglera, más que el nombre de Reyes y Emperadores, dictadores y autócratas, colocándolo entre los que sólo han hecho vibrar la conciencia de los hombres para adoctrinarlos en el bien, y señalarles como suprema aspiración el ansia perenne de la justicia y del decoro.

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