MARTÍ ENCUENTRA SU PAISAJE

Written by Libre Online

24 de enero de 2023

DE SAMUEL FEIJOO (1954)

Desde niño cuando su papá le llevara al agreste Hanábana (Matanzas), José Martí se entró en él, con una pasión tan secreta como decisiva. La incandescencia poética que en Martí fuera un íntimo sello personal y afán siempre nostálgico, cifró la naturaleza isleña con una gloria demasiado sedienta en el estilo de su vida toda. 

El amor al paisaje natal acrecentado en el exilio, sobre todo cuando la tierra amada padece bajo el dominio extranjero, se vienen angustia cerrada para los hombres con demasiado sueño, con demasiada vida en sus frentes. 

Para Martí, patria y palmeras blancas abiertas y sonando la brisa matutina, se confundían en un solo cuerpo luminoso arrastrador.  Martí se sentía atraído con gran violencia, tanto por su patria políticamente opresa como por el paisaje delicioso que la centraba, fijado en su niñez de pupilas absortas ya para siempre, vencidas por el monte mágico. Es de notar que, en la carta escrita a su madre, a los 9 años de edad, desde Hanábana el primer elemento de paisaje que nombra es río, un río crecido. También será el último que nombre horas antes de caer en Dos Ríos.

En sus campañas revolucionarias por la América, todas las alusiones al paisaje cubano en medio de sus prédicas guerreras surgían fascinantes llenando de nostalgia a los cubanos expatriados tocados por el verbo martiano que hacía como vibrar en las mudas salas las pencas de las palmas y los finos ramos, rumorosos, del rojo ateje.

En su añoro al paisaje isleño, Martí llegó a un extremo delirante. En unos versos muy ardientes escritos en su exilio se expresaba. 

¡Solo las flores del paterno prado tienen olor!

¡Solo las ceibas patrias del sol amparan!

Por muchos largos, agitados años Martí no conoció su tierra, labores de todo tipo y la dominación española en la isla se lo impedía. Sufrió largamente por su paisaje en su secreto y cuando, al fin, mientras “la luna asoma roja bajo una nube”, cuando toca su bote de expedicionario, la apartada playa de piedras, nombrada La Playita el 11 de abril de 1895, Martí siente que de veras entra en su patria total. Es verdad que se queda en el bote, anegado “el último vaciándolo”. Y cuando salta a tierra, siente lo que anota con dos palabras en su Diario: “Dicha grande”.

Los revolucionarios beben Májaga para celebrar la llegada a Cuba y se entran luego al monte nocturno, “arriba por piedras, espinas y cenagales”. Ya Martí queda situado en el paisaje donde morirá 38 días después, 38 días vive Martí su paisaje, 38 jornadas de íntima gloria de regocijo, de esplendor vegetal las que Martí nos legara en las páginas de su último Diario, el que escribiera desde su llegada hasta dos días antes de su muerte, en la inquietud de los campamentos sentado sobre troncos o en la hierba.

Sigamos a Martí, mediante su Diario, en sus andanzas por el monte patrio. Repasemos sus páginas deslumbradas y deslumbradoras, donde suenan palabras embriagadas por la naturaleza cubana.

Su primera noche en Cuba, la duerme en el suelo cerca de una casa campestre. Aquella primera noche cubana duerme sobre la tierra amada, soñada, idolatrada. Gran noche para un poeta que ha llorado con lágrimas su hermosa tierra. Gran noche cuando entra en ella para descansar brevemente sobre un suelo fragante y con el aire sacudido de rumores forestales que su oído de poeta entenderá como una música de bella magia. 

La segunda noche después de seguir el cauce del río entran los expedicionarios en una cueva “campamento antiguo en un farallón a la derecha del río” y allí duerme sobre las hojas secas, en aquel aposento maravilloso, junto al agua y sus lenguas misteriosas. Esa noche creció el río y corría con estruendo de piedras, que parecía de tiros y así unas veces en hamaca, otras sobre la tierra, sobre el colchón de hojas secas entre grandes privaciones, duerme el genial cubano. 

El día 14 escribe su primera mención del paisaje cubano: “Día mambí. – Salimos a las 5 a la cintura, cruzamos el río y regresamos por él. Luego a zapato nuevo, bien cargado, la altísima loma de yaya de hoja fina, majagua de Cuba y cupey de piña estrellada. Vemos acurrucada en un lechero la primera jutía”. 

Y a continuación: “Loma arriba. Subir Lomas hermana hombres. Por las Lomas llegamos al Sao del Nejesial: lindo rincón claro, en el monte de palmas viejas, mangos y naranjas. Se va José Marcos, viene con el pañuelo lleno de cocos”. 

Martí cierra aquel día singular gozando la noche sonora. Las palabras que anota en su Diario poseen un tono cubano ejemplar: “Cae la noche, velas de cera. Lima, cuece la jutía y asa plátanos, disputas sobre guardias, me cuelga el general mi hamaca bajo la entrada del rancho de yaguas de Tavera. Dormimos envueltos en las capas de goma. 

¡Ah! antes de dormir, viene con una vela en la mano José cargado de dos catauros, uno de carne fresca, otro de miel. Y nos pusimos a la miel ansiosos. Rica miel en panal. Y en todo el día, ¡qué luz, qué aire, qué lleno el pecho, qué ligero el cuerpo angustiado! Miro del rancho afuera y veo en lo alto de la cresta atrás, una paloma y una estrella”.

Al día siguiente, 15 de abril, Martí cuenta una emoción única: “Gómez, al pie del monte en la vereda sombreada de plátanos, en la cañada abajo, me dice, bello y enternecido que aparte de reconocer en mí al Delegado, el Ejército Libertador por él, su jefe electo en Consejo de Jefes me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos”.

Al día siguiente, 16, “al mediodía marcha loma arriba, río al muslo, bello y ligero bosque de pomarrosas, naranjos y caimitos. Por abras tupidas y mangales sin frutas, llegamos a un rincón de palmas”. Ve hacer ron de pomarrosas y escribe a Nueva York. El 17 anota impresiones en su Diario mientras distingue “al fondo por el río, el cuajo de potreros y por los claros naranjos”. Ve preparar a Gómez, “dulce de raspa de coco con miel” e introduce “la vida de Cicerón en el bolsillo en que llevo cincuenta cápsulas”.

El 18 le ocurre un suceso extraordinario, asiste en la noche al espectáculo de los sonidos vegetales que hacen tradición en nuestra lírica del siglo pasado. Con prosa incomparable, describe el episodio: 

“Decidimos dormir en la pendiente. A machete, abrimos claro. De tronco a tronco, tendemos las hamacas: Guerra y Paquito -por tierra. La noche bella no deja dormir. Silba el Grillo; el Lagartijo quiquiquea y su coro le responde; aún se ve entre la sombra que el monte es de cupey y de paguá, la palma corta y empinada; vuelan despacio en torno las animitas, entre los nidos estridentes, oigo la música de la selva, compuesta y suave como de finísimos violines; la música ondea, se enlaza y desata, abre el ala y se posa, titila y se eleva siempre sutil y mínima -es la mirada del son: ¿qué alas rozan las hojas? ¿qué violín diminuto y oleadas de violines sacan son y alma a las hojas? ¿qué danza de almas de hojas?”

El 19 encuentra la primera guajirita en un rancho. “Modesta de dieciséis años, se puso zapatos y túnico nuevo para recibirnos y se sienta con nosotros, conversando sin zozobra en los bancos de palma de la salita. De las flores de muerto junto al cercado, le trae Ramón una que se pone ella al pelo”. El 20 anda “monte pedregoso para los amargos y naranja agria: alrededor casi es grandioso el paisaje; vamos cercados de montes cerrados, tetudos, picudos; monte plegado a todo el rededor; el mar al Sur. A lo alto, paramos bajo unas palmas. Viene llena de cañas la gente”. Esa noche duerme “por el monte, en yaguas”.

Su última anotación de ese día en el Diario es esta: “Jaraguá palo fuerte”. Ama mucho el árbol Martí y a sus sonoros nombres criollos.

El 21 y 22 de abril los pasa avanzando “lomeando” como él anota. Se da un “baño en el río de cascadas y grandes piedras y golpes de caña a la orilla”. Para Martí, que llegaba de la agitada Nueva York, aquel baño en un paisaje tropical en la Cuba de los bosques fue una delicia imponderable. 

Se comprende cómo Martí marchaba embriagado del paisaje lleno de un entusiasmo vegetal poderoso. Su Diario se cruza de muchas notas sobre hojas, remedios de la farmacopea guajira, pequeños cuadros luminosos del monte, breves y tajantes párrafos de agreste poesía. El 23 ve “de un lado a otro monte, y entre ellos el mar. Ese monte a la derecha, con un tajo como de sangre, por cerca de la copa es Doña Mariana.”

Ese día anda mucho “de ocho a dos, caminamos por el jatial espinudo, con el pasto bueno y la flor roja y baja del guisado de tres puyas”. “De pronto bajamos a un bosque alto y alegre. Los árboles caídos sirven de puente, por sobre hojas mullidas y frescas pedreras vamos a grata sombra, al lugar de descanso: el agua corre, las hojas de la yagruma blanquean el suelo, traen de la cañada a rastros para el chubasco, pencas enormes, me acerco al rumor y veo entre piedras y helecho por remansos de piedras finas y alegres cascadas, correr el agua limpia”. 

El 24 siente el peligro: “Desde el palenque nos va siguiendo de cerca las huellas”.  Guerrilleros “cubanos” van tras él. Perseguido, anota que vio un “roncaral de piedra roída con sus pozos de agua limpia donde bebe el sinsonte”. 

El 25 cerca de Guantánamo conoce el primer combate en el paisaje: “Perdíamos el rumbo, las espinas nos tajaban. Los bejucos nos ahorcaban y azotaban. Pasamos por un bosque de jigüeras, verdes, puyudas al tronco desnudo o a tramo ralo. La gente va vaciando jigüeras y emparejándoles la boca. A las once, redondo tiroteo. Tiro graneando que retumba contra tiros velados y secos. Como a nuestros mismos pies, es el combate, entran pesadas tres balas que dan en los troncos”. En el tiroteo hubo heridos. Gómez detiene la columna para recoger a uno que se había quedado atrás con un balazo. Hacen campamento luego. Prenden hogueras con árboles secos que “echan al cielo su fuste de llamas y una pluma de humo”. Esperan allí.

“Aguardamos a los cansados. Ya están a nuestro alrededor los yareyes en la sombra. Tal la última agua y del otro lado el sueño. Hamacas, candelas, calderas, el campamento ya duerme, al pie de un árbol grande iré luego a dormir junto al machete y el revólver, y de almohada, mi capa de hule; ahora hurgo el jolongo, y saco de él la medicina para los heridos. Cariñosas las estrellas a las tres de la madrugada”. Un herido se queja. “Viene el practicante y entre todos, con Paquito Borrero, de tierna ayuda curamos la herida, una herida narigona que entró y salió por la espalda: en una boca cabe un dedal y una avellana en la otra; lavamos, yodoformo, algodón fenicado”.

Del 27 al 30 Martí hace campamento “en la estancia de Filipinas”. Escribe. Hace sus trabajos de la jurisdicción, habla a los soldados, escribe circulares a los jefes, etc. El Primero de mayo, salen del campamento, caminan “por la región florida de los cafetales, con plátanos y cacao”. Entran a un monte que Martí describe así, “hierba alta cubre el suelo húmedo; delgados troncos blancos cortan, salteados de la raíz al cielo azul, la selva verde, se trenza en los arbustos delicados el bejuco, a espiral de aros iguales; como de mano de hombre caen a tierra de lo alto, meciéndose en el aire los cupeyes; de un curujey prendido a un jobo,  bebo el agua clara;  chirrían en pleno sol los grillos”.

El día 2 y el 3 encuentra a Bryson corresponsal del “Herald” y trabaja haciendo un manifiesto para el periódico de Nueva York. A la noche como se han olvidado de su hamaca “del sombrero hago almohada, me tiendo en un banco; el frío me hecha a la cocina encendida, me dan la hamaca vacía, un soldado me echa encima un mantón viejo”.

El 4 asiste a un espectáculo emocionante, el fusilamiento de Masabó, de “rostro brutal” que “violó y robó”. Oyó el acusado su sentencia de muerte “sin que se le caigan los ojos ni en la caja del cuerpo se le vea miedo.” “Al fin, van la caballería, el reo, la fuerza entera a un bajo cercano; al sol. Grave momento, el de la fuerza callada, apiñadas. Suenan los tiros y otro más y otro de remate. Masabó ha muerto valiente”. “¿Cómo me pongo, Coronel? ¿De frente o de espalda? “De frente”. En la pelea era bravo.

El 5 de mayo, haya a Maceo y discuten. No estaba de acuerdo Martí en que “la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima al Ejército, sirvan como Secretaría del Ejército”. Sus andanzas del día 6 se desconocen, pues falta esa preciosa hoja al Diario. El 7 salen de Jagua, donde acampaban.  Andando se llegan a “la sabana, concha con el monte entorno y palmeras en él, y en lo abierto, un cayo u otro, como florones o un espino solo, que da buena leña”.

El 8 acampan. Martí escribe cartas, etc. El 9 levantan campamento y avanzan y llegan a Baraguá, lugar de la protesta de Maceo. Avanzan. De pronto descubren al Cauto.

“¡Ah, Cauto! -dice Gómez- cuanto tiempo hacía que no te veía. Martí se emocionó ante el mayor río patrio. “De suave reverencia, se hincha el pecho y cariño poderoso ante el vasto paisaje del río amado. Lo cruzamos por cerca de una ceiba y luego del saludo a una familia mambí muy gozosa de vernos, entramos al bosque claro de sol dulce y arbolado ligero de hoja acuosa. Como por sobre alfombra, van los caballos, de lo mucho césped. 

Arriba el curujeyal da al cielo azul o a la palma nueva o el dagame que da la flor más fina, amada de la abeja o de la jutía. Todo es festón y hojeo y por entre los claros se ve el verde del limpio, a la otra margen, abrigado y espeso”. 

Martí se regodea con los nombres criollos de los árboles del bosque, como le sucedió a los poetas cubanos en su tiempo y se pone a describirlos con deleite: “Veo allí el ateje de copa alta y menuda, de parásitas y curujeyes; el caguairán, el palo más fuerte de Cuba, el grueso júcaro, el almácigo, de piel de seda, la jagua de hoja ancha, el jigüe duro de negro corazón para bastones y cáscaras de curtir. 

El jugabán de fronda leve, cuyas hojas capa a capa vuelven raso el tabaco; la caoba de corteza brusca. La quiebrahacha de tronco estriado y abierto en ramos recios, cerca de raíces, (el caimitillo y el cupey, la pica pica) y la yamagua que estanca la sangre”.

El 10 sigue andando. “De Altagracia vamos a la Travesía”. Los soldados le nombran “Presidente”. El 11 acampan. El 12, marchan a la Jatia cruzando potreros. Escribe cartas circulares, etc. El 13 cruza el Cauto y el Contramaestre. El 14 escribe “Instrucciones Generales a Jefes y Oficiales”. El 15, bañándose en el Contramaestre “siente la caricia del agua que corre: la seda del agua”. El 16, escribe y lee. El 17, último día de su diario, anota que “Gómez sale con los cuarenta caballos a molestar el convoy de Bayamo”. Él se queda escribiendo con doce hombres las Instrucciones Generales. Ve como “asan plátanos y majan tasajo de vaca”. 

Y finaliza así su Diario, dos días antes de su muerte en combate: “Está muy turbia el agua crecida del Contramaestre (nótese la alusión final al río, comienzo y fin de su paisaje literario) “y me trae Valentín un jarro hervido en dulce, con hojas de higo”.

Muere Martí el 19 en Dos Ríos tras haber escrito páginas maestras sobre nuestro paisaje, impresiones cortas certeras que apenas pudo revisar. Murió con el íntimo goce de haber amado enteramente a su tierra, a la alegre gloria vegetal de su tierra, de monte suave y río claro, le fue dada esa dicha final. Murió entre árboles cubanos.

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