MALDAD ISLÁMICA Y DESTRUCCIÓN: LOS BUDAS DE BAMIYÁN

16 de junio de 2021

Con la reapertura en Francia de los museos y otros centros relacionados con la cultura empezamos a pasar bajo los dinteles de puertas que han permanecido cerradas durante más de un año. Pandemia obliga como diría otro. Hay mucho que ver.  Mientras tanto los altos cargos en China Comunista deben estar contemplando lo que ha ocurrido con la satisfacción de quienes han perpretado un golpe genial a la estabilidad planetaria. Impunemente seguro, voluntariamente o no,  concurren otros factores sobre los que no puedo posicionarme por carecer de elementos factuales para siquiera intentar hacerlo.  Sin embargo resulta tan preocupante como significativo que en la reunión del G7 que esta comenzando en el momento de redactar esta columna, ese punto crucial no esta en agenda. ¿Cobardía, impotencia o estrategia?: el futuro dictaminará o no, igual que acerca de como será el regreso de Estados Unidos a la arena internacional a través y a la manera de su nuevo presidente y el equipo que lo circunda.

Las frases anteriores nos hacen pensar en las contradicciones que aprecié en una exposición recién visitada. Esta consagrada al fotógrafo francés Marc Riboud ( 1923-2016 ) que con una Leica y una Rolleyflex colgadas al pescuezo recorrió prácticamente el mundo entero durante medio siglo.  Figura eminente del fotoperiodismo dejó tras si más de 50 mol negativos, diapositivas y fotos impresas que cumpliendo su voluntad fueron depositadas por sus herederos en las colecciones patrimoniales del estado francés.  Riboud fue un joven heredero y continuador de Robert Capa y de Henri Cartier-Bresson, los dos genios del metier que fundaron la mítica Agencia Magnum. Entre muchos reportajes gráficos que han pasado a la Historia están los clichés que hizo de Fidel Castro conversando con Jean Daniel en Varadero la tarde en que el dictador cubano fue informado del asesinato de John F. Keneddy en Dallas.  En segundo plano están René Vallejo, Juan Arcocha y la esposa de Daniel.

Pero como el continente asiático fue central en la obra de este fotógrafo francés resulta que en esa exposición (Histoires possibles en el Museo de Arte Asiático-Guimet) fueron colocadas en las vitrina decenas de vistas tomadas por él en Afganistán al final de un periplo durante el cual también trabajó en Japón, China, India y Nepal. Ese viaje data de 1956. No es sorprendente que Riboud fuera a ver y a retratar los dos budas gigantescos de Bamiyán que habían dibujado Masson en 1835 y retratado Hackin a principios del siglo pasado. Retengamos que la Pérfida Albión, potencia colonialista dominaba casi toda la región y la América del Norte del otro lado del globo.

Colorerados en rojo, blanco y azul los dos budas monumentales fueron esculpidos a mano durante el Siglo V en la pared de un gran acantilado perteneciente a la cadena montañosa Hindú Kush.  Esta región es atravesada por la milenaria Ruta de la Seda y hay testimonios que atestan acerca de una presencia importante del budismo por todo aquello. Lugar de peregrinaciones alrededor de las enormes estatuas de 55 y 38 metros de altura, habían sido construídos muchos lugares considerados sagrados, dos monasterios y una aldea en la cual vivieron generaciones de artistas que fueron capaces de crear sobre decenas de muros de estuco decenas de frescos de gran belleza igualmente perdidos para siempre. Las rivalidades religiosas, y no solo la erosión de los siglos en una región por naturaleza muy árida, ya habían causado daños a los budas, algo atestado por los occidentales que llegaron a principios del Siglo XIX encima del lomo de los camellos utilizados por los británicos.

Antes de que las guerras tribales los hicieran imposible hubo muchas intentonas, en gran medida frustradas por circunstancias adversas, de japoneses y europeos para preservar el conjunto de arte preislámico que siglos de creación y de fe habían creado en Bamiyán.  Desde luego que los hombres que dirigía aquél tristemente célebre Molá Omar tenían otra cosa en mente.

El resultado de esta barbarie perpretada en pleno Siglo XXI constuye una de los más infaustos crímenes arqueológicos de nuestros tiempos. La opinión pública mundial hizo poco caso al ataque en enero de 2021  y de manera análoga ignoró el asesinato de Massoud días antes del 9/11. Finalmente todo formaba parte de la misma amenaza que, arropada con otros disfraces, ha seguido golpeando intermitentemente a lo largo de dos décadas. Es probable que oiremos acerca de estas cuestiones cuando dentro de menos de tres meses sea señalado el aniversario redondo de los ataques en Washington DC y en New York.

Para ser objetivo es conveniente recordar que en el pasado sobran ejemplos de oscurantismo. Los europeos acabaron con los vestigios materiales e inmateriales que encontraron doquiera que fueron como colonizadores. Mas cerca en el tiempo los comunistas llevaron el extremismo anticristiano a límites de casi irracionalidad en Francia, en España, en Rusia y en China Popular.  Los propios musulmanes han sido víctimas de desmanes significativos y si no entre usted a la Mrzquita de Córdoba y lo comprobará.

No hay manera de imaginar hasta donde van a llegar los extremismos religiosos . La destrucción de símbolos e imágenes no es un fatalismo que ha sido trasmitido de generación en generación desde la Prehistoria. En los últimos cincuenta años y ahora mismo resulta significativo que a pesar del desarrollo de las ciencias, de la trasmisión de la cultura y de las comunicaciones nos encontremos analizando actos como el de estos dos Budas víctimas de conquistadores contemporáneos disfrazados de guías doctrinarios. Finalmente conviene  admitir que los criminales han hecho a las imágenes lo mismo que sus seguidores han consumado contra seres humanos inocentes. Conclusión inapelable de los visto en la exposición Riboud en el Guimet.

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