MACRON, UN NAUFRAGIO EN PARÍS

1 de octubre de 2024

El miércoles de la semana pasada le tocó a Emmanuel Macron subir a la tribuna de la ONU para hablar en la Asamblea General. Es procedente preguntar la procedencia de ese evento mundial. Pasemos. De una u otra manera para el presidente francés viajar a Nueva York tenía sabor de pausa en medio de la gran crisis política, social y económica que está atravesando este país desde hace muchos meses. ¿Meses? El “macronismo” lleva tiempo aleteando, a tal punto que Palacio se ha ido vaciando de colaboradores idos precavidamente hacia otros horizontes, a pesar de las prebendas que proporciona la sombra generosa del Elíseo.

Con frecuencia me preguntan desde Estados Unidos acerca de lo que está ocurriendo en el Hexágono. Tarea ingrata porque lo primero que hay que comprender es que cada país se rige obedeciendo a leyes que, dentro de un sistema dado, otorgan a las instituciones el poder de organizar un funcionamiento y una proyección al futuro. Cuando las elecciones de representantes al parlamento europeo en junio los electores franceses desautorizaron categóricamente al partido de gobierno. El presidente ejerció un gambito inesperado, disolvió el Parlamento y hubo elecciones tres semanas después para reemplazarlo. Al término de las dos vueltas, en la nueva cámara de diputados surgida de una realidad inesperada, ningún partido obtuvo mayoría suficiente para gobernar sin aliarse a otros y las tres vertientes principales se arrogaron mendazmente el liderazgo, siempre en detrimento de una mayoría de electores. Lo que siguió fue un pulso montado por un arrogante Macron. Aprovechó la tregua virtual propiciada por la celebración de los Juegos Olímpicos y así vivió el país tres meses sin primer ministro hasta que el 5 de septiembre “parió Catana”.

Para tratar de explicar esta situación hay que comenzar por comprender cómo es el sistema presidencial en la Quinta República: el presidente preside y el primer ministro gobierna. El primero es elegido, el segundo designado. El hombre llamado a gobernar propone al jefe del estado los ministros con los que quiere formar su gabinete, solo que toca a aquél confirmarlos, sobre todo a los principales que son Defensa, Interior y Exteriores. La olla de grillos resultante de tal montaje casi contra natura se está poniendo en marcha en estos momentos y no se sabe que ocurrirá cuando el pleno de la Cámara de Diputados empiece a sesionar. En ese momento crucial Macron se fue a Manhattan para perorar, sentarse ante el Consejo de Seguridad por la crisis actual en el Líbano y dar un salto a Montréal donde los pro-palestinos lo abuchearon abundantemente.  

El actual presidente está ejerciendo su segundo mandato de cinco años. En abril de 2027 concluirá 10 años en ejercicio. No puede aspirar a un tercer período. La constitución le impide volver a disolver el parlamento hasta junio del año que viene. Su margen de maniobra actual es limitado y en las instituciones cunde el pánico ante un desafío inminente: la aprobación del presupuesto anual, verdadera manzana de la discordia en un país que desde la primera toma de posesión de Macron en 2017 ha visto crecer la deuda pública de manera exponencial. Estamos en bancarrota siendo la segunda economía de la Unión Europea. Para un americano que vive en el país más endeudado del planeta y que anualmente oye hablar de la parálisis de las oficinas públicas antes de que republicanos y demócratas se pongan de acuerdo para seguir imprimiendo dólares, esta explicación puede presentárseles como un “déjà vu”.  Tanto como el gran déficit de verdaderos hombres y mujeres de estado, un mal que aqueja desde hace años a Occidente.

Los corresponsales de la prensa extranjera llevan muchas semanas tratando de descifrar la realidad para intentar a continuación hacer sapientes profecías. Se sabe a qué conducen esas pretensiones. Nadie es profeta en su tierra, menos en tierra ajena. Se hablado de tratar de destituir al actual presidente o, más descabellado, que dimita a fin de que el pueblo en elecciones extraordinarias elija a un improbable mesías.  Ante tales especulaciones las personas sensatas ponen los ojos en blanco sabiéndolas irreales de conformidad con el clima que se respira incluso entre los más extremistas del prisma politiquero que carecen de una raigambre consistente entre una población cada día más desorientada.

Queda el analizar qué ocurrirá si por obra y gracia de esos mismos extremos la sociedad llegara a encangrejarse. Los líderes de esas formaciones, agazapados y sabedores que mediante los votos jamás obtendrán el poder, podrían intentar acciones descabelladas. En cuanto a Macron, que abandonará el sitial que ocupa teniendo solo 50 años de edad, va a seguir haciendo durante los próximos 30 meses lo que mejor ha aprendido a hacer: endosar a otros sus desaciertos. Los dos últimos presidentes franceses han sido el resultado de la salida estrepitosa del escenario de quienes debieron serlo. 

Lo peor es que el barrenando las naves en Francia, Macron ha provocado el incremento del escepticismo de una ciudadanía que cada día más se ve desposeída del poder. No es casual que aquí se viviera la crisis de aquellos Chalecos Amarillos de los que ahora nadie se quiere acordar. Súmese a lo anterior la hecatombe que para el país implican los flujos inmigratorios, la preocupación más seria del francés. 

No sería honesto imputar a Emmanuel Macron la crisis identitaria, inmigratoria y democrática que atraviesa Francia hoy pero a la económica no es ajeno. Es sorprendente pero los mercados consideran hoy más arriesgado prestar dinero a este país que a Grecia y a España. Como aplicar curas de caballo “a la Milei” es imposible todos tenemos razones suficientes para estar muy inquietos en el fin de reino de un Macron que ya no puede hundirse más en el pozo ciego de la más arrogante de las incompetencias.

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