Rafael Soto Paz (1950)
Antonio Maceo es una de las glorias de Cuba, no solo como guerrero, también por su condición de hombre, por su hidalguía innata. Sí era rudo con los indisciplinados y los que violaban las leyes de la guerra, en cualquier bando que estuvieran, para el adversario leal el Titán siempre tuvo el rasgo elegante, el gesto ennoblecido.
Un testimonio que lo comprueba es la famosa carta que enviara desde el histórico Baraguá al entonces coronel Adolfo Flor Crombet. La misma tiene fecha marzo de 1875, y al destruir una conjura para asesinar al Capitán General de Cuba, Arsenio Martínez Campos, ancha más su nombradía. No en valde Miró Argenter lo llamó “el insigne capitán de la milicia cubana”.
“Mi querido amigo: Como dije a usted en mi anterior, debo entrevistarme con el General Martínez Campos para saber qué clase de paz quiere hacer y qué ventajas reportan a Cuba sus concesiones, ya que el general Gómez dijo que eran buenas, porque le oyó decir a él que nos concediera mayores ventajas que a Camagüey, para realizar la entrevista, espero que usted y los demás Jefes a mis órdenes, concurran a la reunión que se ha de verificar aquí. Dos partidos pienso sacar de la entrevista: el segundo es conocer las facultades del General Martínez Campos. Vamos a otra cosa.
Desde que me encontraba herido en Loma de Bío se me dijo que el General Díaz, el Jefe de esa Brigada y otros, tenían el plan de mandar a asesinar a Martínez Campos y que al efecto tenían ya hombres pagados para llevar la empresa a cabo, aunque estaba grave quise contribuir para que no se efectuara, creyendo que los cubanos con ese hecho, se hacían pequeños, y en particular escribí a usted temiendo que su nombre se confundiera con los de aquellos que no presentan su cuerpo a las balas y que apelan a tan reprochable medio; aunque estaba convencido que usted no tan solo no tomaría parte en asunto tan asqueroso, sino que trataría que otro lo cometiera, semejante hecho no es digno de hombres como usted, por cuya razón tomé con tanto calor la cosa, a fin de que usted no tomase parte en el asunto y que lo impidiese si posible fuera.
Cuando supe que tal cosa se pensaba, me llené de indignación, porque veía que esos señores apelaban a un medio poco honroso; tan cobarde proyecto era el único trabajo que habían hecho en la campaña, combinar el plan para asesinar al contrario “sin exponer la pelleja”.
Aquí las primeras personas que se reunieron a mí tocaron el asunto, parece que con el fin de que yo apelase a tal infamia, no se atrevieron a proponerme nada, pero llegó a mi conocimiento que pretendían que yo trancase al General Campos el día de la conferencia; llenéme de
indignación cuando lo supe, y dije que el hombre que expone el pellejo a las balas y que puede en el campo de batalla matar a su contrario, no apela a la traición y a la infamia, asesinándolo, y que aquellos que quisieran proceder mal con ese señor, tendrían que pisotear mi cadáver: no quiero libertad, si unida a ella va la deshonra. Espero su pronta contestación y me diga quienes piensan en el asunto. A su llegada sabrá usted en qué forma ha de constituir el nuevo gobierno. Disponga de su afectísimo amigo y compañero. -Antonio Maceo”.
Correspondió a un matancero, el entonces matancero Silverio Sánchez Figueras disuadir junto a el mencionado Crombet, los propósitos. Pero hagamos constar que Martínez Campos también era valiente. Cuenta don Fernando Figueredo Socarrás en sus “Conferencias Históricas” que estando en San Luis el militar español, recibió un anónimo cuyo texto era el siguiente: “No acuda usted a la entrevista con el mulato Maceo; será usted asesinado”.
Como se sabe, Martínez Campos acudió a la entrevista. Previsor escogió para que lo acompañaran a oficiales soldados: los brigadieres Polavieja y Fuentes, a los coroneles Arderius y Moraleda, al comandante Pomfil y a un teniente, Fuentes también de apellido. De estos uno solo era casado. Arderus, su concuño, a quien admitió por razones de parentesco.
La referida resolución de excluir a los casados como apuntara el historiador Treserra, denuncia que la preocupación prendió en el ánimo del pacificador. Y que dudó de la lealtad guerrerista del mambí. Pero bien pronto, al día siguiente, el español comprobaría la grandeza de los cubanos. En Baraguá estaba presentes los nobles libertadores, “los que le devolvían sus prisioneros y le curaban sus heridos”, conforme declara el propio D. Arsenio.
La hombría de bien de Maceo fue reconocida expresamente por Martínez Campos. Esta carta lo confirma:
“Cristo, 29 de abril de 1878, Sr. Antonio Maceo. Muy señor mío y de toda mi consideración: He recibido la expresiva carta de usted, del 27 y no hay motivo para las gracias que usted me da. Yo tengo prevenido de que cuando llegue la familia de usted sea atendida con toda consideración”.
“La casualidad ha hecho que caiga en mis manos una carta que usted dirigía, el 4 del pasado, al Sr. Flor Crombet, y los sentimientos caballerescos que en ella manifiesta usted, anatematizando un proyecto contra mí, me han improvisado vivamente, y desearía tener ocasión de estrechar la mano de usted como amigo pues que he sido enemigo leal”.
“Se repite de usted con toda consideración s.s.q.b.s.m.”
Arsenio Martínez de Campos”
Y la lección de Maceo fue tan valedera, que encendía de nuevo la guerra separatista, en 1895, relata Enrique Ubieta en sus efemérides”; un corresponsal yanqui, George E. Bryson, del “New York Herald”, propuso a Martínez Campos un plan para asesinar a Maceo en su propio campamento. Tan infame sugerencia recibió inmediata repulsa: “Si de esa manera tengo que deshacerme de Maceo, vivirá toda la vida”, dijo del general español.
Además de Ubieta, que era ayudante del general hispano Garrich, presenció esta escena el general Lachambre, amigo de Maceo, pues el General Antonio tenía amigos en el Ejército español que lo consideraban y respetaban. Sabían que era un caballero, como fiero era en la pelea. Tan fiero era, que cada vez que se acordaba de la acción de Peralejo (1895), donde murió el general español Santocildes, Maceo decía, como hablando consigo mismo: “Si yo tengo allí a mi hermano José cojo a Martínez Campos. El hombre del Zanjón escapó de la tremolina porque no estaba allí José” …
De ese calibre eran, lector, los grandes hombres de la epopeya cubana. Leales y fieros, altivos y elegantes…
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