Los verdaderos Generales del 95

Written by Libre Online

14 de febrero de 2023

Por Rafael Soto Paz (1950)

Solo miman a la historia los que la temen. Generadora de ilusiones vive del engaño. ¡Pobre del que ose indagar su verificación y rasguñe cualquier reputación … Los fariseos le caerán encima. Como los políticos sobre la nómina… 

Pero es una tontería imponer silencio.  Aunque hay mil Sanchos por cada Quijote, este es quien hace conmover las esferas, no el graso montón. Afortunadamente un adarme de seso pesa más que una tonelada de vientre…

De aquí que la independencia de Cuba sea obra de quijotes. Lucha tal no tiene paralelo. Ningún pueblo ha sufrido un peregrinar tan largo, ni un tan duro guerrear, casi siempre con colosos. Desde 1809 en que asoman los primeros vagidos en afanes de libertad, el acontecer histórico es un arsenal de sangre, un vivero de lágrimas. ¡Cuánta grandeza, y cuánto dolor…!

Por ello este trabajo: “los verdaderos generales del 95”, se considera mero introito del libro que estamos escribiendo sobre la brega de nuestro pueblo por la libertad. Muchas verdades saldrán a relucir; limpiamente, y marginadas de pasión.

Claro es que tal empresas solo puede intentarla una vida que no sabe humillarse; el hombre que jamás se ha retractado de nada escrito o dicho cuando hace dos lustros lanzamos “La falsa cubanidad de Saco,  Luz y del Monte” sobre nosotros cayó un aguacero de denuestos; no una lluvia de azucenas. Se utilizaron las armas más aviesas y los procedimientos más torvos. Pero la conjura no logra arredrarnos.

 En el béisbol de la vida jugamos de pitcher y si hay que catchear,  lo hacemos sin queja con pleno sentido deportivo. 20 años llevamos en estas tareas revisionistas (y no soy ocambo consta; voy a los cuarenta y me defiendo bien). En estos veinte años, repetimos, de nada tenemos que avergonzarnos. Al contrario, andamos orgullosos.

Y eso que ahora precisa vivir como las especies en el fondo del mar; que solo tienen garras. En la superficie terrestre hay que hacer igual. Por ello al analfabeto lo llamamos por su nombre, y al canalla por el suyo; sea guagüero,  sea ministro. Y sépase somos enemigos de las polémicas y las carticas. A la galería no le damos, le decimos verdades sobre los sucesos le presentamos desnuda la ejecutoria pública de los líderes y de los titulados caudillos. Respetamos una sola cosa; la vida privada de cada cual y el honor de su familia. De algo vale ser hombre bien nacido, e hijo de hogar decente.

Y cuando urge el elogiar o hacer justicia, somos los primeros en la línea. El caso del médico de Maceo, el vapuleado Máximo Zertucha lo confirma. Aún más; al millar de próceres de cubanos humildes que deliberadamente los has tenido en el cuarto oscuro, los hemos rescatado del olvido. Nadie se acordaba de ellos, porque a la humanidad le gusta postrarse ante los fuertes y ensañarse con el débil. 

El sitial que estos pobres correspondía, otros, con menos merecimientos, lo ocupaban. Habían tenido padrino, mejor dicho, un buen agente de propaganda. Mientras los genuinos valores de la cubanidad redimida se han mantenido en un plano secundario, siendo objeto de la más dura preterición, aquellos que no tuvieron escrúpulos en someterse a la fauna imperante o traicionaron los ideales patrios, como los autonomistas, por ejemplo, disfrutan de una exaltación sin límites. 

Repitamos lo que se mantuvieron timoratos o cómplices por abstinencias, si no son colocados juntos a los agresores, tampoco deben ser alzados al cielo de los astros. Siguiendo el Consejo de Martí: “Mejor sirve a la patria quien le dice la verdad y le educa el gusto, que el que exagera el mérito de sus hombres famosos”.

Todas estas luchas nuestras las preside una absoluta independencia de criterio, respaldada por un proceder abierto, aireado, propio de los hijos del Sol y los amantes del mar. En cierta ocasión dijimos que la figura que no resista una revisión histórica es porque está cogida con palitos de tendedera. Si al primer intento indagatorio se cae, suya será la culpa, nunca del historiador. Porque los grandes hombres pertenecen a la patria, y al mundo,  y precisamente, su grandeza estriba en que pueden soportar el bisturí de los cirujanos del papel viejo. A Walt Whitman, por ejemplo, lo acusan de inmoral y de adoptar las más complejas actitudes. Pero tales opiniones no han podido opacar el aliento vital de su poesía, su sentido cósmico de la vida, su simpatía hacia los humildes.

Lo que busca el escritor honrado con su lupa exponer las cosas en su justo lugar. Ruin será quien niegue que don José de la de la luz Caballero, don José Antonio Saco y Domingo del Monte son grandes personajes de la cultura cubana, que mucho lustre dan al siglo XIX de habla española. Pero también farsante es quien los presente como paradigmas del patriotismo cubano. Cuando alguien lo coloca en el hall de los bravos mambises, y la clase acomodada criolla siempre ha insistido en ello, miles de caídos en la manigua cubana y legiones de tristes esclavos, de sus tumbas salen para derribarlos. 

Desde luego, decir esto no agrada los espíritus apocados a los timoratos,  ni a los que viven bajo la sombra de cualquier augusto varde. ¡Cómo si diciendo la verdad los grandes perdieran algo de su rango! Cada cual es famoso a su manera. Todos fueron humanos, y como tales deben pasar a la letra impresa. Con sus defectos y sus errores. No queremos que ninguno ruede por el pedestal. Pero sí que las estatuas, en lugar del frío mármol simbolicen a la especie humana con sus riquezas y sus virtudes. Así las nuevas generaciones verán que son grandes y que han traspasado el devenir del tiempo porque supieron erguirse sobre sus contemporáneos. A pesar de sus pasiones oscuras, de sus facetas negativas.

Solo llamando cada cosa por sus nombres, resolveremos nuestro propio destino. Nada de remilgos. El tema del juicio de la historia es lo único que hace bueno a los hombres. Y Cuba hoy, más que nunca, anda urgida de verdades, de caracteres fuertes, de guías mejores. Precisa crear un conjunto de transparencia en el que se estrelle la fanfarria politiquera y la demagogia imperante.

Cuando preguntamos qué hacía Julio Sanguily de los dineros que le entregaba Manuel García García (el rey de los campos de Cuba), algunos saltaron ¡idiotas! ¡Como si tal pregunta pudiera perforar lo que este apellido significa para la patria cubana! Las páginas que escribió Julio Sanguily en la revolución del 68 y la grandeza moral de su hermano, el inclito don Manuel, resisten cualquier falla circunstancial.

Cuando censuramos a ciertos biógrafos de Varona porque omiten “La Hija Pródiga” aquella dolorosa quiebra de su patriotismo, se nos tachó de díscolos. ¡Como si un poema juvenil pudiera enturbiar la autoridad de una vida,  ejemplo y guía de pueblos.

Cuando dijimos que Lacret Morlot, el valiente Lacret, no fue Mayor General porque Máximo Gómez lo acusaba de a veces tomar con exceso, nos criticaron, ¡Tontos! Como si el beber pudiera ser una mancha en la vida de un hombre.  Mancha si es la de un Benedict Arnold en la guerra de liberación norteamericana o la de un Massó Parra entregándose a las tropas españolas en medio de la más abyecta traición.

Un hombre público puede tener una, dos, y hasta tres fallas, si las mismas no constituyen lo que los códigos de la convivencia humana tachan de abominable; esto es , la delación del compañero, la traición yendo al campo enemigo para combatir al aliado de la víspera, o la abjuración de un ideal por el cual a otros hubimos de lanzar hacia la muerte. 

Pero lo peor de todo aún es callar. Más nocivo es dejar las cosas en entredicho. Luego cada cual las deformará a su antojo y el enjuiciado saldrá perdiendo. Mitre, prócer de América, autor de la monumental Historia de San Martín, siempre se opuso a que se ocultara lo tocante al héroe. ¡Todo debe decirse y discutirse! gritaba el viejo. Y ya ven, el general San Martín está ahí, pujante, erguido. Por el contrario Robert Todd Lincoln, el hijo del presidente asesinado, quemó los papeles íntimos y las notas personales de sus padres. ¡El pobre, con su proceder ha dado pábulo a lo más terrible decires! Cada biógrafo de Lincoln se regodea con un nuevo chisme.  Y las pugnas domésticas, y tan naturales en todos los hogares, en los libros sobre Lincoln adquieren rango primario. Todo porque el hijo se empeñó en tapar el sol con un dedo.

Con el General mambí del 95,  con la epopeya en general,  y ocurre otro tanto. Sobre la misma hay dos tesis: la de Ramiro Guerra, (“La Historia debe escribirse tal cual ella es”) y la de Benigno Sousa (“la Historia de Cuba no está para verdades”). Tal vez la discrepancia se origina en que don Benigno conoce, como pocos, el trasfondo de aquel gran episodio. Actor él mismo de los acontecimientos, teme se caigan muchos hasta altaritos. ¡Viva tranquilo el admirado Sousa,  que a Cuba le sobran grandes figuras y rebajar los peldaños a algunas,  en nada,  altera la majestad del pasado!

Estos que presentamos, y ello es la primera vez que se verifica, son los verdaderos generales de nuestra última guerra de independencia. Los hombres que obtuvieron una estrella en el período de 1895 a 1898. Hay otros, que aunque aparecen en los relatos con tal título, en la realidad jamás lo fueron. Sin embargo, justo es que digamos que algunos merecen tal galardón. 

Sobre la materia hay una cualidad que siempre hemos elogiado en Máximo Gómez: su prudencia en la concesión de grados. No hay otro caso en el mundo de un jefe extranjero que, debiendo excederse en el halago, quisiera todo lo contrario. El glorioso Chino Viejo, verdad que era muy grande.  En América no hay un personaje de mayor colorido. Algún día tendrá el biógrafo que lo injerte en la historia universal.

A él, a Máximo Gómez, debemos el prestigio que tiene el Ejército Libertador de Cuba. Aunque Carlos Loveira, el olvidado novelista, nos calificó “país de generales y doctores», a quienes se refería es a los falsos generales, porque los tenemos de todo tipo. Los hay “agostinos» (los de la revuelta de agosto de 1909), “revolucionarios» (los del Machadato); del “Caribe» (los expedicionarios contra Chapitas Trujillo), y “septembrinos», es decir, los posteriores a 1934, esos que Ramón Vasconcelos denomina como “generales a la carrera”. Hasta tuvimos un “mariscal de azotea”, bufonesco y rapaz.

Ninguno de estos puede compararse a los bravos mambises del 95. Solo suman 140. Ni uno más ni uno menos.  Para ellos, que fueron los jefes y para el resto de los integrantes de nuestro glorioso Ejército Libertador, vaya la expresión de nuestra simpatía. En este aniversario, brindemos por una Cuba mejor.  Una Cuba en que los derechos sean respetados y cada deber cumplido.

Homenaje al EjÉrcito Libertador de Cuba

Nos complace, rendir este homenaje al glorioso Ejército Libertador de Cuba y demuestra que las aristas afirmativas de nuestro pueblo, aún tienen vigor y con el ánimo de ilustrar, diremos que solo hubo 27 mayores generales, 32 generales de división y 81 brigadieres. En esta última exceptuamos a Juan Massó Parra,  el traidor que al pasarse a los españoles,  se dedicó a combatir a sus aliados de la víspera. Hay,  también muchos patriotas,  y especialmente coroneles,  que son comúnmente llamados generales, bien porque mandaron brigadas o por que ocuparon cargos en el Consejo de Gobierno,  y luego extendieron por siempre la transitoriedad de su designaciones. Pero ninguno es general, oficialmente hablando. 

Entre estos recordemos a Luis Milanés Tamayo, José Roque, Néstor Aranguren,  y Luis Martí, Hipólito Galano,  José María Bolaños, Clotilde García, Manuel de la O Jay, Fernando Cortinas, Severo Pins Marín, Santiago García Cañizares y otros muchos.  Don Salvador Cisneros Betancourt , por su condición de Presidente de la República en Armas tuvo el trato de “Generalísimo”, pero como el cargo era temporal,  al cesar en el mismo dejó de llamársele así: lo mismo ocurrió con los Secretarios de Despacho.

Miguel Betancourt Guerra y Rafael Cabrera, citado estos como brigadieres y los cuales trajeron expediciones,  no figuraron en los cuadros del Ejército en momento alguno. Con respecto a Javier de la Vega y Alejandro Rodríguez Velasco, dos meritorios cubanos, aunque siempre se les llama Mayores Generales, e incluso aparece en los retratos con las tres estrellas del grado, solamente son Generales de División.

Como  hemos comprobado por medio del competente Director de Archivo Nacional, Capitán Joaquín Llaverías. El ascenso de don Javier lo propuso Calixto García,  pero quedó sobre la mesa. Por el contrario, Pedro Vázquez Hidalgo,  lo que siempre he denominado brigadier fue ascendido a General de División según acta de la Asamblea de Representantes, o sesión celebrada en El Cerro,  el 16 de junio de 1899. 

Lo mismo José Reyes Arencibia, que algunos le empeñan es coronel. En la sesión celebrada el 18 de abril del 99,  se le hubo de conferir el grado de brigadier,  “por sus antiguos servicios revolucionarios que datan del 68”. Rafael Rodríguez Agüero,  como fue brigadier en la revolución de 1868, al desembarcar, se acogió automáticamente al acuerdo del Consejo de Gobierno,  que daba un  superior a los que pelearon en la otra contienda: por ello aparece en la iconografía como General de División. 

Generoso Campos Marquetti es Capitán de la Guerra de Independencia, o como Ernesto Asbert es Teniente-Coronel. Enrique Loynaz del Castillo terminó la guerra como Coronel y posteriormente la Asamblea de Representantes,  por sus méritos, le concedió el llamado “grado de gracia”,  es decir lo ascendieron a Brigadier, cargo con el cual sale aquí. Aunque en la publicaciones y documentos oficiales de la docta Academia de la Historia de Cuba el ilustre patriota aparece como Mayor General, es solamente brigadier. 

Roberto Bermúdez que fuera fusilado al terminar la jornada bélica aparece porque fue brigadier durante la contienda y también porque su ajusticiamiento no obedeció a motivos de traición. Negarle un puesto aquí sería injusto.

Entre los datos curiosos que podemos ofrecer en esta nomenclatura del generalato mambí digamos que de los 140 componentes del mismo 13 eran extranjeros,  sin nexo anterior con Cuba; entre ellos como es natural no pueden figurar dos patriotas que nacieron fuera de Cuba,  los generales Loynaz del Castillo y Francisco de P. Valiente. Los padres de ellos eran cubanos al revés de los progenitores de los 13 susodichos, que nada tuvieron que ver con Cuba. Por eso para los bravos soldados extranjeros que lucharon por nuestra tierra, deshojamos las flores de nuestra gratitud.

Durante la epopeya,  bien por enfermedad o frente a las balas enemigas, perecieron 21 generales. De todos estos jefes, el término municipal que aportó mayor número es Santiago de Cuba, donde nacieron 24, siendo por ese motivo Oriente, la provincia récord; produjo 62 generales. Le sigue Las Villas con 22. 

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