Los Reyes pasan de noche

Written by Libre Online

3 de enero de 2023

Por Marcelo Salinas (1951)

Y sucedió que, como todos los años en el sexto día del primer mes los tres Magos, olvidados por Lucas, por Marcos y por Juan; pero recordado por Mateo, cobraron su forma corporal humana.

Y volvían a los huesos y la carne que tuvieron, renaciendo con la mente limpia y pura de todo recuerdo posterior a los tiempos prodigiosos en que vivieran vida mortal.

Y con ellos, para que se cumpliera el portento milenario, cobraron cuerpo y vida sus veloces cabalgaduras, resistentes a las arenas los soles y la sequedad del desierto.

Y sus alforjas, henchidas al despertar nuestra era de ricos presentes llenaron ahora igual que entonces.

Porque, si aquel día habían de verter sus dones a los pies de un infante singular, nacido entre las pajas de un establo, durante más de dos mil años debían derramar contento y regalo a todos los niños del mundo. Puros y sanos por haberlos lavado. El de toda Mancha; ricos y pobres, porque no alcanzó el divino sacrificio a borrar la desigualdad y la miseria.

Es igual que entonces: igual que cada aniversario de la fecha Magna, una estrella debía aparecer en el cielo como para guiar en su camino a los tres santos viajeros.

Y sucedió,  en nuestra época de incredulidad y ruina, que ante los Magos se alzó hasta lo más alto una gran claridad.

Y los tres se pusieron en camino, dispuestos a cumplir su amorosa misión.

Y marchaban a lomo de sus andariegos camellos, siguiendo la gran franja luminosa mostrada por encima de los montes, por encima de los ríos y por encima de los mares.

De los tres, llamaban al uno Melchor, decían al otro Gaspar y al último daban por nombre Baltazar.

Y esos nombres los conservaban por eternidad, Para ser conocidos de todos los pueblos.

Porque el evangelista olvidó decirnos cómo habían de ser llamados.

Pero había sido dicho por los profetas que sus nombres serían los de Gaspar, Melchor y Baltasar.

Y Melchor preguntó a los otros, diciéndoles:

– ¿En verdad os parece una estrella la hermosa señal que hasta los cielos sube ante nosotros? Porque, a mis ojos, antes semeja un haz igneo, alzándose desde la tierra.

Y sus compañeros pensaron en lo que el Melchor acababa de decirles.

Y se miraron uno a otro,  preocupados.

Pero Baltasar habló diciendo: Quizás sea una columna de fuego, tal la que guiará a Moisés. Ella podrá conducirnos del mismo modo, a través de las naciones.

Y Gaspar asintió a lo dicho por su compañero.

Con lo que los tres quedaron conforme en continuar la jornada.

Siguiendo hacia el punto donde parecía nacer la elevada cinta refulgente.

Y no hubieron de caminar largo tiempo.

Porque a cosa de dos  horas, vieron de donde subía la encendida estela.

Y en solo algunos minutos, llegaron hasta cerca de ella.

Pero,  cuando ya alcanzaba la etapa primera de su viaje,  he aquí que oyeron gran rumor de voces y de armas.

Viendo que les rodeaban soldados llevando fusiles y hojas pulidas de cortante acero.

Y los soldados reían de las vestiduras con que se cubrían los Magos y de sus barbas luengas.

Y algunos de los más osados metieron las manos en el tesoro de las alforjas.

Con qué,  al sacarlas cargadas con inocentes juguetes de minúsculos dromedarios, pequeños carros tirados por yuntas apenas mayores que los pulgares de un hombre y pintorescas chozas de paja entretejidas, aumentaron la risa, diciendo en alta voz:

-Han de ser estos hombres, locos o embaucadores, dirigidos a inventar mudanzas y embelecos ante las gentes sencillas.

Repartiéndose entre ellos los frágiles juguetes, muchos de los cuales se quebraban al tocarlos aquellas rudas manos.

Y, como los Magos habían recibido, del Espíritu Santo, el don de lenguas, entendieron lo que decían entre sí los soldados.

Y un de ellos les explicó cuál era la dulce misión que les traía.

Diciéndoles: 

Venimos en recuerdo y honor de aquel nacido sin Mancha ni pecado para sanar los pecados y las manchas de todos,  a derramar sobre los corazones infantiles del universo, los bienes de la alegría.

El que sí habló fue Gaspar.

Y luego que hubo hablado, adelantó Melchor, hablando a su vez, el idioma de los soldados.

Y Melchor les dijo:

Somos Reyes. Tanto como Herodes,   vuestro amo.

A lo que, uno de los soldados replicó, airadamente:

 – Nosotros no conocemos a Herodes ni tenemos Reyes: somos ciudadanos de una democracia, cuyas leyes obedecemos.

En cuanto a los niños, agregó otro, más falta tienen de pan y de telas con que matar su hambre y cubrir sus carnes que de baratijas y colorines.

Y al decir lo último aplastaba entre su bárbara diestra, un puñado de figuritas robadas las alforjas.

Suave, dulcemente, Melchor se dirigió al que hablara último:

– Hermano, has hecho mal en romper esos lindos presentes y con seguridad quieres engañarnos cuando hablas de hambre y de frío: nuestros ojos contemplaron la gloria del Unigénito,  tras cuya venida toda miseria y todo dolor habían de terminar. En vano Herodes, tu señor, quiso hacernos declarar el sitio de su nacimiento, y en vano puede oponerse a la redención.

Entonces el soldado y sus compañeros entendieron a qué se referían los dichos de los forasteros y de que misión hablaban.

Quedando confusos, sin saber sí juzgarlos por hipócritas mentirosos o por infelices, aquejados de extrema manía crédula.

Porque los soldados conocían la existencia de muchos niños (millones y millones) privado hasta del calor maternal.

Y en la confusión y la duda, llamaron al que parecía ser el jefe dándole cuenta del extraño caso.

Y llegado el que parecía ser jefe, concibió una sospecha pensando en aquellos tipos estrafalarios de ideas tan dispares disparatadas como pudieran ser espías venidos del campo enemigo.

Por lo cual mandó les encerraran en lugar seguro,  y después de quitarles los camellos con sus cargas.

Orden que iba a cumplirse inmediatamente,  cuando el propio jefe extendió su derecha, mandando a sus subalternos detenerse.

Porque al levantar la mirada hasta los tres Magos, advirtió sobre sus cabezas el halo venerable.

Y aunque vestía el traje militar de una República sin creencias oficiales,  él era creyente.

Comprendió entonces,  mejor que todos, la verdad de las cosas.

Y,  entrada la verdad en sus mentes, quiso ser justo.

Por lo que pidió le dejaran solo con los extranjeros.  A los que,  ya sin testigos, explicó como aquello era un vivac de guerra, la estela de luz provenía de un poderoso reflector instalado para vigilar el espacio contra posibles ataques enemigos, y como resultarían sus nobles afanes, porque a los niños de todas partes, grandes fábricas con monstruosa capacidad productiva, les ofrecían perfectos duplicados de cuantas armas y aparatos mortíferos empleaba el hombre para destrozarse en continuar  discordia.

Dijo todo eso garantizando a los tres que serían libertados enseguida, aconsejándoles volvieran a las tierras de paz y misterios de dónde salieron.

Pero ni Melchor,  ni Gaspar ni Baltasar, entendieron la realidad de lo oído, e insistieron los tres en continuar su camino.

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