LOS GUATACAS

Written by Libre Online

17 de octubre de 2023

Por Eladio Secades (1950)

De improviso escuchamos el compendio de un amigo: “Fulano es un guataca”. Guataca es el que hace de la admiración un sistema de vida. Que a la larga es un sistema de muerte. Porque el adulador se gasta enseguida. Como el creyón blanco. Y llega a ser molesto. Como el cuello duro. El cuello duro era la brújula de los principios de nuestros abuelos. Que creían que debía llevarse el almidón en la ropa y en el alma. Los chucheros han superado la primera mitad de la tesis. Con esos grandes cuellos que parecen de hoja de lata. Los cubanos que en nuestra época viven de la guataquería, aunque se vistan de gala, llevan la dignidad en mangas de camisa. Así andan mejor. 

La guataquería física es el abrazo. La cual es el elogio usado a manera de sanguijuela. De todas formas, es una calamidad vernácula que se anuncia cuando se aproximan las elecciones. Y de la que resultan los hombres que creen que han hecho mucho por la patria. Sin haber hecho nada. Y los amigos de los gobernantes y alguno de los escritores que hacen patricios a domicilio. Con cargo al presupuesto nacional, naturalmente.

 La guataquería criolla es una escuela de lenta revolución por asfixia. Que termina fomentando el motín de elogio. Que es, después del motín del silencio, el más horrendo que se conoce. Entre lo que valen y lo que creen valer los hombres públicos, casi siempre hay el vacío de un desfalco espiritual. Están sobregirados en la cuenta corriente de la vanidad. Y voltean los principios de la democracia admitiendo la funesta oposición del halago.

 La guataquería tiende a buscar el parangón entre el hombre y el perro. El perro para no parecerse al hombre, ama al hombre. El hombre para parecerse al perro, cuando los amigos lo adulan cierra los ojos a las realidades. Y se tiende panza arriba para dejarse rascar. Es cuando creen que los que no lo elogian y lo adulan, lo están combatiendo. Pero lo están combatiendo los que lo elogian y lo adulan. La bondad pregonada degenera en vicio criollo de pregonar la bondad. El adjetivo en fórmula de abuso es una colosal receta de mermelada.

Hay el guataca que aprovecha la oportunidad del banquete-homenaje. Y prepara un discurso. Si el acto tiene sabor político, hay que echar por delante la bandera y el himno. Muchos no conciben la bandera y el himno sin el volador y sin la esperanza de conseguir un empleo en el gobierno. El volador sintetiza el concepto aparatoso e inútil del patriotismo. El fuego en la mecha. El chisporroteo ascendente. La explosión. Y total unos muchachos del barrio averiguando dónde cayó el güin. El orador guataca hace una anécdota del hombre. Pasa a contar su obra. Inventa unos enemigos a los que combate con valor. Cuando termina, corre a donde está el amigo. Se abrazan como un judío y un cristiano. O como dos boxeadores cansados.

 El guataca que dice el segundo discurso tiene que ir más allá. Casi siempre es que él accede a hablar. Aunque no viene preparado. ¿Qué puede decir él, después de la elocuencia del correligionario que lo precedió? Luego de hacer un símil con las flores que están desordenadas sobre el mantel, le llama orgullo de la nación y de la familia. Le dice visionario, figura de la revolución y estadista. Sospecha que el país necesita muchos ciudadanos como él. Como no ha surgido el murmullo aprobatorio que esperaba, eleva y agita los brazos sobre el arroz con pollo que ya se le enfrió, chillando que sus ideas simbolizan el sentimiento nacional y que ya es hora de que se le proclame gran figura del continente. Un comensal grita bravo. Otro le interrumpe con aplausos. Termina pidiéndole como cubano y como amigo, que prosiga por ese camino de sacrificios y purificación. Ya el tercer orador no le queda más remedio que compararlo con José Martí. El Apóstol pertenece a una época en que los patriotas hacían frases. Hoy hacen casas de apartamentos.

El guataca viste a gusto la librea de la personalidad que no tiene. Ignorando la distancia que existe entre la amistad y el servilismo. La admiración exagerada es lo que más se parece a la envidia. Siempre hay que desconfiar un poco de aquellos que nos elogian demasiado porque son demasiado amigos. Como hay que desconfiar de la sinceridad de esos hombres que dicen que lo que les interesa de la mujer es el alma y no el cuerpo. La verdad es que en todo gran amor hay algo de materia y algo de espíritu. De lo que resulta la ginecología y el negocio de jardines pertenecen al mismo giro. Y de lo que se deduce que no es tan tonto el novio peruano que cada mañana le enviaba a su amada un bistec y un soneto. 

La guataquería parece increíble en una nación donde presumimos que todo nos da igual. Cuando un ministro acude a un acto público, los guatacas se matan por salir en la fotografía. Lo más cerca posible, o cuando menos alargando el cuello. Nada hay más tristemente ridículo que un hombre serio buscando atrio para salir en la fotografía. Cuando no lo encuentra se empina, atiesa la cabeza y sonríe sin ganas. Para que cuando salga publicada el hombre vea que él estaba allí. Después de todo eso hay guatacas tan fatales que en vez de darles un puesto les dan la Cruz de Carlos Miguel de Céspedes. Como a cualquier mísero con popularidad o a cualquier pelotero con average.

Hay también el guataca de recibimiento y despedida, el abrazo en el andén, en el muelle y en el aeropuerto. El guataca que lleva las maletas y consola a los familiares que se quedan. En las despedidas siempre hay una vieja aguantando las lágrimas. La guataquería en nuestro país, en suma, es una canción primero alegre y después trágica, que empieza en el jardín y puede terminar en Miami. El guataca es el comején en el asta de la bandera. 

El más peligroso de los guatacas es el panfletario, porque sabe historia y, cuando se ve perdido, se agarra de la Edad Media o de la Edad Antigua, porque conoce que al político viejo le gusta que lo guataqueen de Alejandro, César y Napoleón para arriba.

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