Los ex combatientes en prisión. “Nosotros íbamos a ser los primeros en morir si estallaba la crisis”

Written by Germán Acero

25 de octubre de 2022

“Nosotros íbamos a ser los primeros en morir si estallaba la Crisis de los Mísiles”, dijo con gran sentimiento Rigoberto Montesinos, quien en ese entonces se encontraba junto con otros ex combatientes de Bahía de Cochinos, en la prisión del Castillo del Príncipe, en Cuba.

Rigoberto tenía apenas 23 años. Había caído preso luego de la operación de la Brigada 2506. En aquellos momentos de incertidumbre, porque no sabían qué era lo que estaba pasando, solo pensaron que, si “algo ocurría”, entonces, Cuba sería libre.

Poco después un oficial del ejército cubano (teniente), cuyo nombre no se acuerda, llegó hasta la celda donde estaba Rigoberto con otros ex compañeros de lucha, para comunicarles que estaba en ejecución la operación de los Mísiles en Cuba patrocinada por Rusia.

Y el temor se apoderó de estos hombres después de que otros oficiales del ejército cubano colocaron unas ametralladoras punto 50 frente a las celdas donde estaban los brigadistas, supuestamente para fusilarlos a “quemarropa”, si Estados Unidos iba a invadir la isla.

Lo que en realidad estaba sucediendo es que Rusia había colocado aquel 14 de octubre de 1962 una serie de mísiles balísticos de alcance medio en bases cubanas que mantuvo en vilo en aquel entonces al mundo entero. 

Lo único que habían advertido a Rigoberto y sus compañeros de lucha, es que en varias prisiones de Cuba, donde estaban fuertes contingentes del ejército cubano prestando seguridad, se había dispuesto el desplazamiento de grandes rebaños de ganado.

Esto, lógicamente, con el objetivo de que, si se iba a producir una invasión de los Estados Unidos a Cuba, el gobierno comunista ya tenía preparado un plan de contingencia para superar la crisis alimentando a sus militares dispuestos en aquellos sitios de máxima seguridad.

Lo peor, supuestamente, iba ser para todos los prisioneros de guerra que estaban en aquellas prisiones, ya que se había dado la orden de que en caso de que se produjera la invasión norteamericana, todos sin contemplaciones, serían fusilados.

“La angustia era peor para nosotros porque nos había cogido la noticia de sorpresa y, claro está, no sabíamos cómo comunicarnos con nuestras familias, para darnos la despedida final. Hacíamos ruegos para que la vida nos ayudara en aquel momento tan difícil a no enloquecernos”, afirmó Rigoberto.

“Sabíamos que, de hecho, si esto iba a suceder, entonces Cuba iba a ser libre. Era la mayor esperanza y satisfacción que teníamos, en aquellos momentos, en que estábamos seguros de que habían llegado los últimos momentos finales de nuestras vidas”, afirmó.

“Al menos ya habíamos luchado en Bahía de Cochinos para buscar que Cuba fuese libre. Y que estábamos pagando las consecuencias. Pero llenos de valor y orgullo. Porque el mundo había sabido de nuestra valentía”, aseguró. 

“No hubo momentos, se lo juro, de frustración o remordimiento. Por el contrario, sabíamos que se había cumplido con el deber, como patriotas, de buscar la libertad de la isla. Nos abrazábamos e imploramos a la vida morir dignamente”, expresó.

“Nos enteramos también de que otro grupo de combatientes brigadistas, bien grande, se había enviado hacia Isla de Pinos. Había mucha tensión dentro de la prisión. Y mucho movimiento. Oficiales en traje camuflado que iban y venían rápidamente de un lado para otro”, relató.

“Allí la voz corrió, de que los primeros que iban a caer serían los combatientes brigadistas. Estábamos indefensos. Lo único que teníamos era unas colchonetas, quizás, para en caso de un ataque guarecernos allí entre las trincheras”, narró Rigoberto.

“Lo más terrible es que estábamos allí en una celda varios hombres desarmados e indefensos. No había posibilidades de que saliéramos de allí con vida. Había llegado el momento final. Y esperábamos con resignación”, agregó.

“Sabíamos que teníamos que vender caras nuestras vidas. Estábamos dispuestos a enfrentar lo que fuera. La solución final fue que Khruschev se dio cuenta que Kennedy iba a actuar como debía actuar y todo se iba a arreglar pronto”, precisó.

“El único dolor que sentía es que me iba a ir de este mundo, sin saber de mi familia, a la que adoraba. Estábamos en la primera galera.  Allí había muchas ametralladoras directas hacia nosotros. Gracias a la vida todo se arregló. Y que el susto ya había pasado”, concluyó.

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