La estratagema urdida el pasado viernes día 5 por la veintena de marroquíes huídos de un vuelo de Air Arabia que pretextando un supuesto enfermo a bordo hicieron aterrizar en Palma, trae nuevamente a la actualidad el fenomenal caudal de inmigrantes que se esta moviendo diariamente desde el Sur hacia Europa y Estados Unidos. En América estan en estos días sobre el tapete las compensaciones que la administración Biden atribuirá aparentemente a inmigrantes que sufrieron hace un año acciones consideradas degradantes. La filosofía que en lo material y en lo teórico sustenta un entramado protector para quienes están invadiendo sistemáticamente los países desarrollados, tiene su denominador común en las izquierdas a las cuales se asocian sotto voce los intereses cosmopolitas que necesitan mano de obra barata y consumidores para seguir haciendo negocio. La ecuación es mortífera en la perspectiva de dos generaciones.
Para escribir sobre lo que tengo delante que es en Francia el comienzo de la politiquería para elegir dentro de poco presidente y representantes, forzoso es constatar que esas temáticas, el de la inmigración ilegal y el de la integración de los que ya están posicionados en el territorio nacional, será el pivote de los planteamientos de todos los candidatos. Concurre además el clamor de los tecnócratas, en gran medida muy alarmista cuando dicen que hay que hacer cambios, que estan dando un último aldabonazo e insisten en que «queda poco tiempo a los franceses para evitar un declive irreversible, una guerra civil y la entrada en un período muy sombrío». Y quien dice Francia dice la totalidad de la Unión Europea, evidentemente. Una enésima comisión de sesudos se ha manifestado con un enésimo informe que pronostica para el quinquenio que comenzará en mayo «crecientes decepciones, cóleras y revueltas».
Lo malo es que cuando se leen las proposiciones para remediar a tal contingencia, que dan como inevitable, se observa que ideas absolutamente arbitrarias como son las de imponer en las aglomeraciones urbanas y en las escuelas tanto públicas como privadas un «mínimo de mezcla social» cosa que en la prática quiere decir llenar de negros y de árabes esos componentes del tejido social. Pero al mismo tiempo ¿qué hacer con personas que están «aquí», que van a seguir llegando, pero que puertas adentro de sus hogares siguen viviendo y educando a sus hijos como si estuvieran «allá»?. Admitámoslo: es casi intentar la cuadratura del círculo y cuando en la vida pública el wokismo y el políticamente correcto se sientas en esa mesa, todo torna hacia peor.
Freud calificaba un proceso de esas características con una palabra no muy fácil de comprender: la denegación, o sea rechazar de manera negativa la realidad para constituir una nueva que irremisiblemente resulta ser falsa. La extensión del terremoto demográfico que esta en curso en Europa es inconmesurable. Las cifras y la evidencia visual están delante de nosotros pero las izquierdas y los malintencionados de extrema derecha están confabulados para incitar la opinión a girar la mirada hacia otros problemas, la crisis sanitaria provocada por el Covid por ejemplo. Ceguera militante le llaman algunos al fenómeno. Por añadidura en un país como Francia, en el cual las estadísticas étnicas están proscritas por la ley, las cosas se hacen más difíciles.
El resultado es que aún las pocos elementos estadísticos que hay están viciados porque computando en los cuadros solamente la nacionalidad sin tomar en cuenta los orígenes – una persona como yo que es francés por naturalización aparecerá contabilizado como tal sin que salte el hecho de que llegué de América Latina – se pierde de vista como la substitución demográfica a partir de las segundas generaciones esta nutriendo el país con pobladores que tienen poco que ver con la nación francesa porque la educación que se da en escuelas y en universidades no compensa la influencia del hogar. Desde luego que esto es terrible moralmente hablando, porque puede dar a entender que la República es incapaz de reconocer como suyos a los nuevos ciudadanos que deberían ser su mayor riqueza y su gran esperanza para el porvenir. Sin embargo parece ser así, pese a lo que pregonen angelicalmente los izquierdistas una vez más ellos, que son los grandes culpables a través de sus redes de asociaciones y de la prensa en las que están muy bien enraizados.
Es el mismo problema para calcular estadísticamente, cuando es posible hacerlo sin violar la legislación, las mutaciones que provocan la fecundidad en mujeres de raíces francesas o no. El resultado no es fiable y no permite sacar conclusiones válidas que de todos modos son inoperantes ante una realidad indetenible. Al final no son las diferencias existentes en el seno de una sociedad las que determinan las políticas a poner en ejecución. Son las maneras de acomodarse a ellas las que impiden avanzar en la buena dirección. Cualquiera comprende que las ilusiones respecto a una pretendida «diversidad feliz» en el mundo del Siglo XXI son solo eso, ilusiones. Todos los días llegan pruebas complementarias de las incompatibilidades entre unos y otros componentes poblacionales que poco a poco están pasado de vivir «junto al otro» a vivir «frente al otro», mirando ya con inquietud hacia un pasado mañana en el cual los supuestos dominados serán quienes dominarán.
La única manera de conjurar estos peligros es tratar de reducir el flujo de los que siguen entrando ilegalmente. Y a partir de ahí, y francamente todos los analistas son muy pesimistas al respecto, ver como se puede conseguir educar y asimilar. En las plataformas políticas de todos los partidos políticos otro asunto aparece como insoluble: enviar de regreso a sus países de origen a los ilegales.
Mientras tanto en el interior de pueblos y de ciudades la Francia que yo conocí al llegar a París en 1982 ha cambiado significativamente. Para las personas mayores va y la cosa puede manejarse adoptando reflejos de sobrevivencia social hasta donde es posible. Pero las jóvenes generaciones que deben bregar con educar a sus hijos en un medio hostil, la ecuación es de difícil solución. Ser «blanco» es una desventaja y eso es algo que intrínsicamente viene del otro lado del Atlántico. La presión es muy fuerte con prácticas de ostracismo y de intimidación cada vez más y más presentes en el funcionamiento cotidiano de la vida social.
Los mayoría de los franceses, sintiéndose todavía a estas alturas herederos de sus revoluciones y de su cartesianismo, confían en el Estado: tal vez ha llegado para ellos el momento de explorar en otra dirección, oponiendo liberalismo a izquierdismo. Pero esos son otros cinco pesos que en parte remontarán a la superficie a la hora de elegir nuevos gobernantes dentro de pocos meses.
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