LOS DIEZ MANDAMIENTOS PRESIDENCIALES

Written by Libre Online

16 de junio de 2021

Por Carlos Márquez Sterling (†), 1951.

Apenas terminaron las elecciones parciales y cuando aún no se han finalizado los escrutinios, ni se sabe firmemente quiénes son los electores para la cámara y los ayuntamientos. La mente criolla ha inundado páginas de periódicos y hordas radiales con los nombres de los aspirantes a la presidencia de la república.

De agregar, por cuenta nuestra, el obligado comentario al fenómeno de la capacidad o de la incapacidad que eso representa, podríamos decir que cada país los hace a su imagen y semejanza. y también los destruye y aniquila en la misma forma. Pues ya la presidenciabilidad no depende de cualidades o condiciones que impresionen al pueblo sino de posiciones adquiridas de antemano que aseguren al proveedor una coacción anticipada sobre las asambleas postulantes .

En Estados Unidos de Norteamérica, decía hace tiempo la revista Time, el pro-blema presidencial se ventila en la hora precisa y no con anticipación con que se solventa en los demás pueblos del continente. País sano e ingenuo de Raíces campesinas aunque no se vean de virtudes limpias, como esa vida misma del campo. Los Yankees buscan en sus hombres rectores cualidades que equilibren la perso-nalidad, dentro de una línea democrática, sin demagogias, ni patrioterías ridículas, sin estridencias astronantes, con hombría de bien, con reflexión sin alardes, sin dramas y sin tragedias.

Para poder apreciar en todas sus partes las diferencias esenciales que distinguen a los americanos de nosotros los cubanos, en esa cuestión presidencial, nos resistimos a la tentación de insertar integró el decálogo de las condiciones que el vecino y poderoso país exigen al candidato. Estas cualidades se ajustan a la Constitución, a las leyes a la idiosincrasia del pueblo, de los partidos políticos que hay y no desaparecen porque tienen en cuenta las necesidades y urgencias de las juventudes y la imperiosa demanda de la renovación nacional. En realidad la maquinaria política con habilidad y estratagemas que el país conoce y acepta construye las circunstancias curación, prestigia y afianza el imperativo del candidato y señala además los repartos que merecen en todo instante los deseos populares.

Primero: el candidato debe tener una sólida ascendencia nacional que puede ser pobre y humilde, pero tan honrada que de existir en la familia cuatreros o millonarios, los resultados serían fatales. Como lugar de nacimiento, el mejor , en la simbólica y clásica cabaña de troncos o en su defecto alguna modesta finca o casa de campo.

Segundo: debe tener buen tipo aunque no excesivo y quedar bien en los retratos de propaganda y noticiarios de cine. Los votantes de Estados Unidos gustan de que sus candidatos sean altos, anchos de hombros y hasta discretamente hermosos, siempre y cuando no despierten demasiado admiración femenina. Desconfían de los que accionan y hablan demasiado y por lo general, se abstienen de votar por quienes le inspiran risa.

Tercero: debe ser saludable y vigoroso, practicar deportes; sobre todos los de pesca y caza. Ir a su trabajo a pie y a gozar una normalidad tan perfecta; que en ningún caso se le noten tics, manías o movimientos nerviosos, o frases de latiguillo, que revelen ideas inadecuadas.

Cuarto: debe estar casado con una mujer atractiva y tener hijos igualmente simpáticos, que no se envanezca con los éxitos del padre. La esposa debe saber cocinar, surcir y hablar un poco en público. Además cuando baile con alguna persona debe hacerlo en actitud modesta a la par de elegante.

Quinto: debe ser afortunado y próspero en su carrera o negocios, pero no en demasía. Sus dotes intelectuales y su conocimiento de la historia de la política deberán ser sólidos, aunque no hasta el punto de colocarlo por encima y aparte de sus conciudadanos.

Sexto: debe estar solidarizado con alguna necesidad nacional que le sirva de plataforma pública de manera tal, que atraiga a las ma-yorías, aunque disguste a las minorías.

Séptimo: dejará que su postulación la decidan otros elementos del partido, si fuera posible el propio electorado. Se considera un mal para el país obtener una postulación o una elección con recursos dominantes.

Octavo: debe tener simpatías entre los políticos veteranos del partido y entre los jóvenes que aspiran a sobresalir. Sin ponerse de parte de unos y de los otros para decidir la contienda.

Noveno: debe permitir que sus electores lo vean tan a menudo como sea posible.

Décimo: debe tener, quienes con  igual poder material que él, lo respalden o lo combatan, cuando lo vean apasionado en un asunto público.

El decálogo de esas condiciones revela la ingenuidad de los americanos, pero también el sentimiento de pureza y de amor a la patria que los ha convertido en la nación más importante del globo. No se puede ser grande sin pensamientos sanos.

En realidad la cuestión presidencial tiene antecedentes históricos inversos  que diferencian esencialmente una selección. Un precepto de la Constitución americana, tan sabia en muchas materias, sobre todo en lo que atañe a la democracia, exige que ninguna asamblea pueda postular un presidente si no reúne las cuatro quintas partes de los votos de qué se compone esa asamblea. Esto origina la conveniencia del candidato que armonice y coordine las fuerzas del partido, y aún más importante que ello,  las del propio país que aguarda y espera por el hombre. Que el sistema es mucho mejor lo ratifican las grandes figuras que en la historia de los Estados Unidos han llegado al poder: Harrison, Garfield, Lincoln y Willson son fueron escogidos por este procedimiento.

El aspecto de la emoción y del cálculo de material electoral ha transcendido a los Estados Unidos, que se defienden de una acusación que creen no merecer. Están en lo cierto. Un periodista norteamericano cuyo nombre lamento ahora no recordar, realza a los ciudadanos de su país, diciendo que esa gran nación al medir a sus hombres los anima o los retiene, sin recurrir a medios difamatorios o adulaciones, tan por igual perjudiciales para el propio país que las utiliza.

Se ha hecho axiomático, afirma, el decir que los norteamericanos son de temperamento frío, calculador y poco emotivo. No es verdad.

Acaso en pocos lugares del mundo cunda la emoción como en Norteamérica. Lo que sucede es que en un país básicamente limpio de rencores, envías y necesidades de todas clases dadas sus riquezas naturales, su gran tamaño, su posición geográfica, su afortunada y joven vida política guerrera y económica y las nobles tradiciones de un pasado que han sabido y persisten en saber conservar, la misión es como el agua clara y transparente no tiene prismas ni rompe diques turbios.

A veces, agrega, dará el espectáculo de alguna ingenuidad infantil o de credulidades excesivas. O acaso, hasta de equivocaciones dolorosas pero nunca ha dado, –ni Dios permita que dé–, la desagradable sensación de brutalidad y concupiscencia, tortuosos manejos y desleales móviles que en la historia de muchos pueblos, presentes y pretéritos, han servido de base para atropellos y farsas inauditas.

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