LOS DEMÓCRATAS TIENEN UNA CITA CON EL PRECIPICIO

Written by Adalberto Sardiñas

2 de febrero de 2022

Ausente un cambio substancial, un replanteo político que acerque la agenda de Joe Biden al centro, lejos de la fantasía carnavalesca de los 2 trillones que quiere para proyectos sociales ilusorios, y otros sueños de verano exuberantes, que nada tienen que ver con la infraestructura, el Partido Demócrata tiene una inevitable cita al borde del precipicio político. La fecha será el 8 de noviembre del 2022.

   En el primer año de su presidencia, la mayoría del pueblo americano le ha dado una F. a Biden; y la pregunta, a estas alturas del partido, es: ¿Estamos mejor que en el 2020? Y, las encuestas, tomando el pulso de la nación, nos ofrecen una respuesta clara: ¡no… no lo estamos!

   Si el Partido Demócrata se acerca a las elecciones de medio término con la agenda que impulsa la izquierda radical, y que Biden comparte, y que, en efecto, ejecuta en la actualidad, según el analista y consultante demócrata Douglas Schoen, podría sufrir una de las peores derrotas de cualquier partido en la historia reciente.

   Aunque, en mi opinión, es temprano para presagios dramáticos, ya se vislumbran rasgos de esa predicción de Schoen.

   De acuerdo a una encuesta de Gallup Polls, y esto es muy significativo, en el pasado año, el votante americano se movió 14 puntos en favor del Partido Republicano, y la tendencia parece expandirse aún más. La razón más resonante y constante, ha sido el descontento con la política de gastos excesivos y la creciente inflación que sufre el país.

   Hasta el momento, unos 26 congresistas demócratas han decidido no aspirar de nuevo en las elecciones del próximo noviembre, lo que aumenta la sombría situación del partido. En un consenso, muy prematuro desde mi punto de vista, los analistas estiman que los republicanos ganarían 25 escaños en la Cámara, que les daría, de nuevo, la mayoría. Pero, al margen de números exactos, todos coinciden en que los demócratas retornarán a la minoría por un tiempo que no será breve. En el Senado, empatados ambos partidos en el mero centro, 50-50, los republicanos parecen tener mucho mejor chance de aumentar sus números, con la adición de 3 o 4 nuevos senadores. En resumen, descontando profundos cambios inesperados, el panorama del 2022, profetiza una mayoría republicana en ambas cámaras.

   La confirmación de estos vaticinios prematuros, pero con potencial realismo, indican el rechazo popular a una agenda “progresista” que nunca fue autorizada por el electorado. Ni Sanders, ni Liz Warren, fueron nominados ni electos. El pueblo americano, simplemente, no compró su ideología ultra izquierdista radical. Y Biden, como ha de entenderse, no tenía por qué, abrazarse a la bandera que aquellos enarbolaban; pero, inexcusablemente, lo hizo.

   Biden ganó la elección en el 2020 como un moderado que prometió traer normalidad a los problemas existentes en Washington, y en la nación, y desvió el camino, y en el transcurso de un año, no sólo no los ha resuelto, sino que los ha exacerbado con la implantación de una agenda divisionista, ajena al sentimiento popular.

  Esta política, en adición a los costosos errores cometidos, la ineficiencia en el manejo de la crisis migratoria, el humillante desastre de Afganistán, la inhabilidad de pasar sus proyectos legislativos, todo, en total, lo sitúan con una aprobación raquítica en el favor popular que no pasa del 35%. Y de seguir por ese erróneo camino, llevará a su partido de la mano, incuestionablemente, hasta la cita que tiene con el precipicio el 8 de noviembre.

  ¿Qué ha pasado? ¿Cómo los demócratas se han cavado este hoyo que los ha encapsulado? ¿Y de qué manera pueden emerger de este conundrum?

  En primer lugar, los demócratas crearon su propio vía crucis al ignorar los deseos del votante que había rechazado la agenda ofrecida por los radicales. Sin embargo, Joe Biden, la adoptó, y otra vez el votante la está rechazando. Uno de los muchos errores de Biden es haberse concentrado en las prioridades de la izquierda y sus empeños “progresistas”- los cuales han terminado en fracaso- en vez de fijar su atención en los asuntos básicos de primera importancia para los votantes, como son el control de la inflación, mantener las escuelas abiertas, una mejor directiva en la salud pública, y controlar la creciente ola de crimen que azota a la nación.

  Un año después de asumir el poder, con una exigua mayoría en la Cámara y una paridad en el Senado, Joe Biden ha intentado, sin éxito, pasar el ambicioso plan Build Back Better y, en un último desesperado afán, para lograr sus propósitos legislativos, agitó al Senado para echar abajo el sistema de filibuster. Nada le funcionó y su presidencia sigue a la deriva.

  Decir que el Partido Demócrata está dividido, confundido y fraccionado, y que está huérfano de un liderazgo efectivo, sería una afirmación perogrullesca. Pero es una realidad a la que tiene que enfrentarse más temprano que tarde, si no quiere pasar largos años en una irrelevante minoría.

  El experimento “progresista” inspirado en el socialismo de Bernie Sanders y su comparsa eufórica de derroches, ha fracasado. Extinguió el incentivo al trabajo. Y creó el caos en la fuerza laboral del país. La autoridad policial ha sido menguada con una hostilidad política demagógica. Y el crimen está fuera de control. Tanto la administración de Biden, como su partido, están en el limbo en muchos aspectos. La nación, en fin, en la opinión de la mayoría de los americanos, anda en mal camino.

  Es evidente que el Partido Demócrata tiene problemas. Muchos problemas. Y entonces ¿qué hacer para conjurarlos, al menos, para salvar en algo la presente administración?

  Primero reconocer que se equivocaron. Que no leyeron correctamente al electorado en las elecciones del 2020. El pueblo, los 81 millones que votaron por Biden, lo hicieron buscando moderación, tranquilidad y armonía en una sociedad supremamente polarizada, rechazando el radicalismo ofrecido por el ala izquierda, y que, por ende, no tiene el presidente que seguir los dictados que la agenda de ese grupo le impone. El pueblo americano ratificó en el 2020, su posición tradicional centrista, alejada de los extremos. Y así lo han entendido todos los presidentes, hasta Bill Clinton, quien después de coquetear brevemente con la izquierda, tuvo que retornar, apresuradamente, hacia el centro, siguiendo las señales de las encuestas. Biden, al presente, está recibiendo el mismo mensaje de las encuestas, y depende de cuánto coraje político le quede, para que tome las decisiones que le pudieran enderezar una presidencia que se le desintegra.

  El Partido Demócrata tiene que dedicarse a crear, promover y pasar una agenda centrista, moderada, que es la que va con la mayoría de la nación. Una que se enfoque en temas prácticos sobre la economía y políticas sociales, que se dedique a la solución del problema de la frontera, que entienda que, la expansión de los beneficios sociales, no tiene que depender en su totalidad del gobierno, sino que se debe hacer con la participación privada, y que la educación, tiene que reconocer el derecho de los padres a su intervención, como sucedió en Virginia.

  Si el Partido Demócrata no halla espacio en su plataforma para emprender las modificaciones, o reformas necesarias, algunas sugeridas en el párrafo anterior, su presidente seguirá derrumbándose en las encuestas, y, en noviembre, tendrá una cita al borde del precipicio que será crucial.

  El destino del Partido Demócrata estará en la cuerda floja hasta noviembre 8. O se reforma, o irá al fondo del precipicio condenado a una minoría irrelevante.

BALCÓN AL MUNDO

Las tropas rusas, un total de 127,000, siguen apostadas en la frontera norte de Ucrania, con la amenaza de una invasión que Putin niega. Han pasado 15 días y la amenaza no se concreta. Es muy posible que nunca suceda. Y es muy probable que el dictador ruso obtenga, sin guerra, un par de concesiones previamente planeadas, más una congelación, por el momento, sobre el ingreso de Ucrania a la OTAN. El tirano ruso es siniestro, inescrupuloso y astuto. Trata de ganar espacio y tiempo lentamente en su ambición de recuperar la antigua grandeza imperial.

Además, está poniendo a prueba el liderazgo de Biden. Y de Occidente también.

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El Juez de la Corte Suprema, Stephen Breyer, decidió retirarse al final del presente término, después de 27 años en la Corte y 83 de edad.

Breyer es uno de los tres jueces liberales que están activos en la máxima corte de justicia de la nación, y ha sido blanco, en los tres últimos años, de extrema presión por la izquierda del Partido Demócrata para que se acojiera al retiro.

El presidente Biden ha dicho que nombrará en su lugar a una mujer de color, por supuesto, de la misma línea filosófica de Breyer.

Será un cambio de la misma equivalencia. Un juez liberal activista sale, y otro/a entra.

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Con su nuevo presidente, y con su flamante gabinete, integrado por socialistas y comunistas, el futuro de Chile no sólo luce incierto, sino económicamente depresivo. Los futuros cuatro años serán mucho peor que los pasados cuatro. La fuga de capital ya ha comenzado y la economía chilena va camino a la de Argentina. En lo político, Chile se encamina a Perú. Ambos son caminos torcidos para una nación que apenas seis años atrás prometía salir del tercermundismo, para saltar a la élite del Primer Mundo.

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Treinta y nueve cubanos mueren ahogados en una travesía desesperada desde Bahamas buscando la libertad en este país. 39 nuevas víctimas del comunismo cubano en su larga lista de 63 años de crímenes. Conozco la historia. Hace más de 60 años navegué las aguas del Golfo con mejor suerte.

En paz descansen las víctimas del comunismo y del capitalismo cómplice.

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