LOS BUQUINISTAS DEL SENA Y LOS JUEGOS OLÍMPICOS PARÍS 2024

5 de diciembre de 2023

Mi maestra de francés habitaba un pequeño estudio en un magnífico edificio a dos pasos de la escalinata de la Universidad de La Habana. Cuando a partir de 1961 comencé a ir allí a recibir clases de francés miraba distraídamente las tres láminas encuadradas que ella había colocado en un ángulo, junto a otros recuerdos alegóricos a la cultura de aquella venerable mujer instalada en Cuba desde 1938. Eran fotos en colores de la Torre Eiffel, del Castillo de Chambord y de una acera junto al Sena donde se veían varios buquinistas, vendedores de libros de uso instalados en el lugar, continuadores de una tradición que corre desde hace cuatro siglos.

La palabra buquinista no tiene equivalente en español. La he forzado como galicismo a partir de bouquiniste, un vocablo argótico que remite a bouquin, usado para aludir un libro viejo. Siendo lo que son los usos y los caprichos de los idiomas es posible decir en nuestra lengua ropavejero para quien tiene como oficio comerciar ropa usada, pero librovejero no consta por el momento en el mataburro de la Real Academia. Vaya pues por “buquinista” y sin comillas.

Visto lo que traía en mi memoria, recién llegado a París a principios de julio de 1982 me tocó enseguida mi primer 14 de julio pocos días después. Con parada militar y fiesta populachera en Campos Elíseos, que conste.  De entonces a la fecha las cosas han cambiado mucho, todo se ha complicado y para participar de esos actos hay que afrontar muchas dificultades. La vigilancia policiaca y los controles inherentes a todo evento público es fenomenal. Lo cierto es que aquel día prolongué el paseo desde la Plaza de la Concordia en dirección a Notre-Dame, caminando por el lado izquierdo del río, mientras observaba azorado el monumentalismo de la capital francesa. Antes de llegar a la Academia me encontré a la altura del Quai Malaquais con los buquinistas, y la misma imagen traída desde la habanera Calle Ronda. Desde entonces, cada vez que cae al punto, hago un alto ritual por allí o del otro lado del río entre el Louvre y el Arsenal solo por el placer de hurgar en las ofertas presentadas llueve, truene o relampaguee por estos comerciantes tan singulares. Más de una vez he hecho hallazgos sorprendentes, pero eso sería otra historia válida para cualquier comercio del giro y hasta me remito como ejemplo a los del Rastro en Madrid.

Y de Historia se trata actualmente, porque los buquinistas están en el paisaje, no necesariamente de manera positiva para ellos que han tenido que evolucionar cara a la modernidad y a la competencia en las redes informáticas. A libros, afiches y carteles han tenido que añadir tarjetas postales y pacotilla para turistas. Una manera de ganar unos euros y competir con el comercio clandestino ejercido por los inmigrantes. Pero ahora resulta que con la celebración de la Olimpiada de verano París 2024 a partir de julio, los quioscos se han convertido en actualidad al plantearles el comité organizador un desalojo temporal por razones de seguridad.

De los 220 cajas-estantes ancladas al muro que bordea el río 170 tienen una Espada de Damocles encima porque el Prefecto ha decretado que de no ser removidas entorpecerían la ceremonia inaugural a celebrarse alrededor del río, una novedosa manera de hacer que singularizará el evento parisino con respecto a los precedentes. Ha esgrimido justificaciones “de seguridad y de visibilidad”. La cosa no está muy clara que digamos y personalmente pienso que cerrándolas como se hace todas las noches, en nada se afectaría el espectáculo. Desde que este embrollo se hizo público los interesados, agrupados en combativa asociación, no han parado de presionar yendo incluso a la televisión para defender su justa causa. Han sido recibidos por las autoridades del gobierno y de la ciudad, pero da la impresión de que les están untando la vaselina de rigor. Decenas de personalidades se han pronunciado y en la internet cada quien ha emitido una opinión, en estos tiempos en los cuales cada quien puede convertirse en árbitro de todo asunto que se le antoje. Y bueno, ¡mientras tanto qué arda el Sena!

En realidad, este colectivo está enfrentando una problemática que se veía venir. Cuando se pujó hace casi seis años a favor de la candidatura olímpica de la ciudad mostraron a la prensa un proyecto de inauguración que consistía en montar unas plataformas encima del río, pero más al oeste, a casi dos kilómetros de los libroviejeros de marras. Tal vez eso atice el cabreo de los interesados que se resiste a mirar hacia el pasado de una profesión que ya tiempo atrás las ha visto verdes y maduras. En el Siglo XVII la gente vivía y hacía negocios encima de los puentes. Había de todo como mercancías, incluyendo libros y grabados que por criticar al Rey les fueron confiscadas a los vendedores entre los cuales algunos fueron a parar a la cárcel. También entraron en el baile los curas que veían con recelo aparecer “impresos contrarios a la religión y a las buenas costumbres”.

Fue necesario esperar por Napoleón para obtener una legalización de la profesión con el otorgamiento de un estatus que los elevó al rango de comerciantes sometidos por el burgo al pago de alquiler e impuestos. Se fijó para cada una de las cajas autorizadas una longitud máxima de 10 metros encima del parapeto y el respeto de una reglamentación que terminó obligándolos a uniformizar el color del mueble aproximándolo al utilizado en las patanas y al mobiliario público (bebederos, urinarios y asientos). Con el transcurso del tiempo sobrevivieron incluso a la hostilidad del Barón de Haussmann, el urbanista que creó las grandes avenidas del París moderno. También fueron afectados por catástrofes naturales como las grandes crecidas del Sena.  

En estos tiempos de crisis los negocios distan mucho de ser florecientes para un tipo de comercio, entre cuyas virtudes está la de perpetuar uno de los aspectos turísticos más conocidos de la capital francesa. Se ignora qué va a ocurrir en los próximos meses. El hecho mismo del evento planetario que va a tener lugar aquí plantea un sinfín de otros desafíos que están generando inquietudes que crecen exponencialmente a medida que se acerca el Día-D. Personalmente estoy muy preocupado no solo porque observo como todo está a medio camino entre remiendos, proyectos y realidad sino porque no acabo de darle mi modesto visto bueno a las autoridades que están en el puesto de mando. Frase aparte para la candente encrucijada social en la que se encuentra una Francia cada día más fragmentada en componentes tan contradictorios como antagónicos. Tal vez en los estantes de estos libreros, escondido entre tratados decimonónicos pueda estar un texto que nos indique como hallar una como piedra filosofal, buena para transformar los conflictos actuales en paz social, a manera de tregua olímpica durante los Juegos de la XXXIII que se avecinan con o sin las cajas verdes junto al Sena.

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