Por Francisco Riverón Hernández (1950)
Amanecer.
Amanece, con el día
comenzará el ajetreo,
habrá que darle al deseo
lo que cuidó la agonía.
Una parte de la cria
tendrá que hacerse metal,
porque el corazón rural
sembrado en cada cosecha
olvidará en una fecha
su dolor tradicional.
En la cocina.
Aquí la fecha respira
por idénticos anhelos:
Saldrán dulces, y buñuelos
de una receta guajira.
Todo es trajín, todo gira
en diligente atención.
Está frente del fogón
la dueña de la morada,
para que no falte nada
a la hermosa tradición.
Hacia el Pueblo.
Hay que llevarse a “Leal”
guardián y amigo probado,
a cuidar en el mercado
lo que produjo el corral.
El trote de un animal
rompe el silencio de un trillo.
Allá el corazón sencillo
regateará lo que vende
porque la fiesta depende
de lo que traiga el bolsillo.
La Asadura.
El patio se ha perfumado
de un inconfundible olor,
ya está sobre el asador
el mártir sacrificado.
Sobre su lomo un tostado
creciente se desarrolla,
la naranja y la cebolla
cuelgan su aroma del viento
y en todo vive un aliento
de la tradición criolla.
En el Patio.
Las manitas apretadas
en el gesto del muchacho
parecen decirle al macho:
tus horas están contadas.
Las infantiles miradas
hablan con luz a la escena…
de todo tendrá la cena
y el corazón alegrías.
¡Qué bueno todos los días
si fueran de Nochebuena!
La Cena.
Ya es la hora, sobre un paño
de almidón está la cena
endulza una Nochebuena
lo amargo de todo un año.
El amigo y el extraño
llenan la mesa servida,
y una gracia repartida
en carcajadas de miel,
se rompe sobre el mantel
donde florece la vida.
La Canturía.
Final: verso y alegría
el guateque se emborracha
los ojos de una muchacha
encienden la canturía.
La voz de la sitiería
dice su gracia cantora.
Y una tonada enamora
el aire de la floresta
hasta que sobre la fiesta
abre su abanico Aurora.
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