Lo que ha sido de las Reinas del Carnaval

Written by Libre Online

30 de marzo de 2022

«Jamás vimos en aquella reina y aquellas damas del carnaval de 1908, el triunfo de la bollera. Había que ver en ellas algo más hermoso y mas digno de recompensas, a saber el triunfo de la virtud». (Tomado de un periódico de 1909)

Por OSCAR  H. MASDEU. Fotos: EMILIO GUEDE (1954)

Eran casi las seis de la tarde del último día de febrero. Negros nubarrones aseguraban la inminencia de copioso temporal. Por la avenida segunda del barrio de Buenavista, en Marianao, los vecinos apresuraban el paso para llegar al acogedor abrigo de sus hogares antes de que apareciera el aguacero.

Al pasar frente a una humilde casita semioculta por la fronda del jardín, se preguntaban asombrados qué trajín se traería Monona —tan retraída y callada habitualmente— que, vestida de encajes, iba con pasos menudos a asomarse a la cerca de tablas que está entre el jardín y la acera.

Monona, una frágil anciana de 72 años, volvía a su casa y arreglaba por cuarta o quinta vez el búcaro o el cuadro aquel que lucía mejor en otra posición o en otro ángulo de la pequeña sala. Sobre la cama —como en   la vitrina de una exposición— mostrando el paso del tiempo y vaya a saberse qué romántica historia, recuerdos de un pasado feliz: un viejo abanico de encaje de nácar, una pluma de oro, un velo de novia y fotos, muchas fotos. Los ojos de la viejecita brillaban de gozo… quizás con el mismo fulgor que emocionó a toda La Habana de hace cuarenta y tantos años.

Un automóvil furtivo se detiene a la puerta. De él desciende una trigueña de hermosa estampa, vestida con elegancia y sencillez. Llega o la puerta y observando el pelo de plata de la anciana le pregunta:

—¿Usted es Ramona García, la Primera Rcina del Carnaval?

Al respondérsele afirmativamente  la recién llegada interroga de nuevo:

—¿Soy la primera en llegar? La pregunta no necesita respuesta. Están solas en la habitación, una belleza de ahora y una belleza de antaño. Al fondo, Rosita la hija de Monona, amarra una tropa de gatos para evitar molestias a la visitante.

– ¿ Y quién eres tú, hijita?

– Soy Yolanda Rodríguez, la Reina del Carnaval del año pasado, y no puede imaginarse cuánto placer y cuánto honor es para mí el venir a saludarla.

Sobre una frontera de cuarenta años, dos reinas se ven por primera vez, se abrazan, ríen… lloran tal vez.

¿Qué sucede en casa de Monona?

Aunque ya está lloviendo, las vecinas siguen espiando desde los postigos entornados. Nuevas muchachas bonitas, gentilmente escoltadas acaban de llegar. ¿Qué sucederá en casa de Monona – se pregunta- y con este tiempo tan malo? Una fiesta, en una casa solitaria y silenciosa siempre, es imposible.

… ¡Allí se está tramando algo!…

En el interior de la casa hay risas, presentaciones, saludos. Rodean a Monona cinco lindísimas jóvenes, sencillas y vivarachas, admirando –Sí, señor –  la belleza de la Primera Reina del Carnaval. Monona está contenta… no se sentía tan halagada desde aquel lejanísimo e inolvidable Carnaval de 1908. A cada nueva visitante formula las mismas preguntas.

– ¿De qué año eres tú, hija?

¿Cómo te llamas?

—María Teresa de Cárdenas, de 1949.

-Encarnación Martínez, de 1948. Gladys de los Angeles García, de 1951.

—Esther Fernández de Armas, de 1947.

Las ex reinas de la última promoción han querido —en honroso y delicado gesto— conocer y saludar a la creadora de la dinastía y de paso reunirse entre sí, cosa que no habían logrado antes.

Monona muestra a sus sucesoras recuerdos de su augusto reinado: «Con esta pluma de oro firmé el acta matrimonial… Esta condecoración me le dieron en Nueva Orleans. Este velo me lo rompió lo multitud que se agolpaba la noche de mi boda frente a la iglesia de La Merced el último domingo de Carnaval.. Mírame aquí con el traje de reina . ¿Verdad que han cambiado mucho?

Foto: Ayer y… esta mañana puede ser el título de esta fotografía. Son siete ex reinas del Carnaval. La del centro es Ramona I, tiene 72 años y aún conserva rasgos de su antigua belleza. A su alrededor, Encarnación, Esther, María Teresa, Gladys, Yolanda e Ileana. ¿Para qué filosofar acerca del paso del tiempo si éste ha de pasar inevitablemente?

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