Lo que Embroma en Broma. LOS TITANES DE LA PAZ

Written by Libre Online

24 de agosto de 2022

POR ERNESTO MONTANER (1955) †

Dos criollos de la clase media, ingenuos y personas decentes, de esos que han cumplido los cuarenta y cinco años sin otra jerarquía que la que otorga el cargo de oficial clase quinta, comentaban en el asiento delantero de un ómnibus de la ruta siete la actualidad palpitante del regreso de Carlos Prío y la polémica estéril, round por round, de Batista vs. Prío, desatada con furia por los cuadriláteros de la prensa nacional y extranjera.  Y el dialoguillo era delicioso:

—Chico, yo veo esto muy mal. Para mí que la cosa revienta de un momento a otro.

—¡Qué va! No lo creas. Aquí todo queda entre cubanos. Y al final verás que la sangre no llega al río.

-Ojalá. Pero, ¿tú has leído lo que le ha dicho Prío a Batista y lo que Batista le contestó?

—¡Bah! «Papeles son papeles, cartas son cartas».

—Veo que no estás claro. Esto revienta de un momento a otro.

El chofer del ómnibus se volvió —con esa indiferencia que suelen tener siempre los choferes de ómnibus por la vida de los pasajeros— y le dedicó una sonrisa de asentimiento al de los fatales augurios. Y esto le dio ánimo para insistir en su tesis.

—¡Revienta! No tengas la menor duda que revienta.

—¡No seas bobo! Todos somos cubanos.

El criollo pesimista, queriendo derrotar a su amigo se dirigió al chofer elevándolo al rango de testigo de mayor excepción:

—¿Usted no está de acuerdo conmigo, señor, de que la cosa revienta de un momento a otro?

El “driver” paró el ómnibus en plena calle. Se volvió para los pasajeros. Se echó la gorra para atrás. Y con «esa filosofía del pueblo que siempre sufre» —que diría Benavente— exclamó:

—¡Está bueno ya, mi tierra! ¡Me tienes nervioso! Aquí lo único que revienta de un momento a otro es una trompetilla.

El pasaje, en pleno, prorrumpió a reir a carcajadas. Y allí mismo aprovecharon para bajarse, con las mejillas encendidas, los criollos indignados.

El escándalo nacional Batista-Prío, Prío-Batista, ha tomado proporciones gigantescas.

«Batista no dice verdad». «Batista es esto y aquello», dice Prío con enfurecida cordialidad.

«Prío no es serio». «Prío está tramitado y no ha cumplido conmigo». «Prío es lo otro y lo de más allá», responde Batista presidencialmente encolerizado.

Y lo cierto es que ni Batista ha dicho nada de Prío, ni Prío ha dicho nada de Batista.

Todo es producto de una polémica simpatiquísima —y por carambola— que mantienen dos queridos compañeros del periodismo, figuras ambas de alto relieve profesional, se trata de los compañeros —muy queridos por cierto— Enrique Pizzi de Porras y René Fiallo.

Compañeros: ¡por favor— ¡No empujen! ¿Se olvidan de que esos personajes —ya históricos— aspiran ambos al campeonato de la paz? Y no hay derecho a que dos señores que dicen ser la paz, nos mantengan a todos —sin comerlo ni beberlo— en una guerra de nervios.

—Hay una guerra mucho peor que la guerra fría. —¿Cuál es?

—¡Hombre! La guerra pría.

Cierta madrugada infecunda, dolorosa —eran las dos y cuarenta— después de una bulliciosa y alegre noche de carnaval, cuando —sin el clásico y jacarandoso traje de Pierrot— el que más y el que menos estaba entregado a su «colombina», el General Batista decidió traspasar los umbrales de la posta seis, para, desde allí, apoyado por la fuerza de las armas y por los recursos de la guerra derribar los poderes constituídos, echar abajo la Constitución de 1940 y desenfundar los cañones de todas las fortalezas, demostración de una sola cosa: que «Batista es la paz».

Y Carlos Prío —el Presidente cordial— abandonó inesperada y sorpresivamente el poder a los tres años y cinco meses de haber sido electo por el pueblo.

A todos los presidentes, en todas partes del mundo, cuando los derrotaron fue por medio de la guerra. A él no. A él lo derrotaron por medio de «la paz». Que en ningún momento fue paz, sino ¡paf!, porque lo que se le fue encima no era el PAU, sino el «pau-pau».

Pero Carlos Prío siempre fue un estudiante aventajado y aprendió muy bien las lecciones. Y esa la había asimilado como ninguna. Por eso se fue al exilio y se dedicó a preparar la contracandela. Invirtió —según él mismo ha confesado-cinco millones de pesos en armamentos bélicos. Las armas más modernas que posee el ejército de Batista, gracias a Carlos Prío. Armas aerodinámicas y supersónicas, de nueve bombillos, destinadas a un poderoso ejército invisible y super-atómico a cuyo frente habrían de invadir la Isla él y su fogoso lugarteniente Ricardo Artigas, guerrero consagrado en mil batallas inolvidables, libradas en las sangrientas trincheras de la Renta de la Lotería Nacional, donde —si bien es cierto que no se jugaba la vida— se jugaba, por lo menos, el sorteo de la lotería.

Pero, de la misma manera que el Presidente cordial abandonó el poder a los tres años y cinco meses, sorpresiva e inesperadamente, también a los tres años y cinco meses decidió —inesperada y sorpresivamente— abandonar el exilio para regresar a la Patria amada, escenario glorioso de sus triunfos y de sus luchas revolucionarias frente a la tiranía de Machado, donde se destacó como uno de los más sólidos pilares de aquella generación inmaculada y limpia, tan valerosa y llena de ideales, que debía ser ejemplo y símbolo de la generación presente y de las generaciones futuras.

Y tal como lo anunciaron los heraldos de Juan… Amador… Rodríguez… —que nada tienen que ver con el «Heraldo de Cuba» ni con el «Miami Herald»- el Presidente Cordial abandonó «La Casa Reposada» de Miami, aterrizó en Rancho Boyeros y se instaló en el Hotel Nacional, dijo que vendría a imponer la paz y que en nombre de ella arriesgaría su preciosa vida.

Mientras tanto, el pueblo se hace cruces pensando en la extraordinaria originalidad de Prío y de Batista. Batista para probar que es la paz asaltó cuarteles y desenfundó cañones. Y Prío se gasta cinco millones de pesos en armas modernísimas, de último tipo, para demostrar qué es la paz.

¡Pero qué cara es la paz en Cuba!

¡Hurra, por los titanes de la paz!

En «La Terraza», de Cojímar, saboreando una suculenta paella, discutían de política el senador Humberto Becerra y dos senadores de la Coalición. Y como de costumbre, se tiraban de las greñas —pero sin dejar la comida— el gobierno y la oposición.

—¡Batista —gritó Becerra— es un dictador!

—¡No, hombre! ¡No digas eso! —replicó un senador gubernamental— ¡Batista es un demócrata!.

—¡Es un dictador!

Y terminó la cena sin que Gobierno y oposición llegaran a un acuerdo. ¡Los dos tenían razón! Porque lo trágico de Batista es precisamente eso: que es demasiado demócrata para ser dictador y demasiado dictador para ser demócrata.

Ahora Carlos Prío-que más nunca hubiera salido ni concejal de Camajuaní, aunque lo apoyara Miguelito Suárez Fernández— vuelve a tener popularidad y recupera los aplausos y la emoción popular.

Lo aplauden en los cines —los mismos que lo chiflaban antes del 10 de marzo— lo aclaman las multitudes, las mujeres se emocionan, los hombres se entusiasman y está a punto de convertirse, o está convertido ya, — en el líder de las grandes mayorías de Cuba.

¿Y éso es el producto de las virtudes de él?

¡No! ¡Y mil veces no! Es el producto de los pecados de Batista.

Algún día la historia habrá de sentenciarlo así: lo peor de Batista, es Prío.

«Batista es la paz», dicen sus parciales. “Prío es la paz”, gritan a voz en cuello los auténticos priístas. Y se emplean dos revoluciones, un cuartelazo, dos exilios, dos regresos del exilio y cinco millones de pesos con armas para convencer al pueblo de que ellos son la paz».

Pero no hay forma humana que ni uno otro, nos dejen en paz.

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