LLUVIA DE BENDICIONES

Written by Rev. Martin Añorga

11 de abril de 2023

El pasado domingo, hace apenas tres días, celebramos con entusiasmo y gratitud el Domingo de Resurrección, la fecha más importante del año cristiano. Una pregunta que muchos se hacen tiene que ver con la fecha original de esta gloriosa celebración, que en siglos pasados cada año se celebraba en diferentes fechas del calendario.

En la época en que Constantino reinó, la religión cristiana empezaba a ser objeto de atención pública. Solo unas pocas décadas después en la jefatura del gobernante Tesalónica el cristianismo se convirtió en la religión del Imperio Romano. 

Es de suponer que en un período de transición como hubo en el momento de decidir sobre la fecha de la celebración del domingo dedicado a celebrar la victoria de Jesucristo hubo sus variedades de opiniones, que eran necesario armonizar. 

Complicadas fueron las diferentes opciones que se consideraron hasta que finalmente prevaleció el domingo como el bendito Domingo de Resurrección. El emperador Constantino convocó al Concilio de Nicea en el año 325 y el tema de Jesús y su gloriosa fecha de nacimiento fue un tema de esmerada atención. Finalmente se llegó al acuerdo de que el Domingo de Resurrección se celebrará el domingo siguiente de la primera luna llena después del equinoccio de primavera.

Para mi familia particularmente el Domingo de Resurrección se convirtió en una lluvia de bendiciones. Separé varias horas del reciente domingo para recordar las celebraciones de la Semana Santa. 

A lo largo de mis 95 años es natural que haya olvidado la mayor parte de mis gratas experiencias de la lluvia de Bendiciones; pero hay algo que mis padres me recordaban a menudo. Me contaban ellos que en los primeros meses de mi nacimiento enfermé seriamente y que un doctor que se llamaba Nicanor Trelles Montes se dedicó a mi cuidado con una muy especial atención, de tal manera que logré sobrevivir. Para expresarle su gratitud al piadoso médico, al inscribir mi nombre  mi padre formó esta amistosa unión; me llamó Martín Nicanor. “La gratitud es la memoria del corazón”, dice un viejo proverbio francés. Y yo he unido esa bella afirmación a mi lista de lluvia de Bendiciones.

Mi juventud ha contado con innumerables bendiciones de Dios. Mi familia no participaba de ninguna institución religiosa, pero Dios se dedicó a llevarme por su decisión a los pies de Jesucristo.

Cerca de mi casa vivía una joven llamada Ileana Sola -su nombre no puedo olvidarlo-, que yo veía cada día sentada solitaria en una esquina del portal de su hogar. 

Un día se me ocurrió y me le acerqué para preguntarle qué le sucedía que cada mañana la veía tan solitariamente triste. Me dijo que era ‘una viuda sin casarse”. Su novio, Eduardo, murió en un accidente de tránsito doce días antes de que se casaran. Me contó que a su iglesia era el único lugar al que iba y tuvo la cortesía de invitarme a que la visitara. Yo nunca había estado en una iglesia, pero la primera ocasión fue la mañana siguiente a la generosa invitación que me hiciera una persona desconocida. Ese día cayó sobre mí una lluvia de bendiciones. 

Para hacer breve la historia, una mañana sentí que Dios me llamaba para que le sirviera. Hablé con el pastor, Rev. Raúl Pedraza, de quien al correr de los años fue mi compañero y un íntimo amigo. El proceso fue terminar mis estudios de bachillerato en Cárdenas, en el colegio “La Progresiva” y asistir después al Seminario Evangélico de Teología en Matanzas, que dirigía el Dr. Alfonso Rodríguez Hidalgo, el santo hombre de Dios que más ha influido en mi vida. Era ya un anciano y parecíamos padre e hijo. Por él pude ingresar en un seminario en Nueva York para estudiar Homilética. Recuerdo que me decía que “el cerebro nunca se llena por mucho que le metamos dentro.”

Para mí, hablar del futuro es una manera de anticipar sueños. A lo largo de mi recorrido pastoral he servido, como estreno, el privilegio de trabajar en la Iglesia Presbiteriana del pueblo de Placetas, y desde allí estuve en la ciudad de Santiago de Cuba y posteriormente en la Primera Iglesia Presbiteriana de Miami, en la que se congregaban alrededor de mil personas cada domingo, se compraron varias propiedades y se construyeron el templo y varios edificios para albergar el colegio La Progresiva, que fue fundado para honrar la vida del Dr. Roberto L. Wharton. Disfruté, además de la Iglesia Presbiteriana Nueva Vida, en la que Dios nos permitió llevar a cabo un pastorado constructivo. Futuro no nos queda, pero nos respalda un pasado que agradecemos a Dios con el corazón de rodillas.

Las lluvias de Bendiciones seguirán amparando las obras que para Honra y Gloria de Dios harán las nuevas generaciones, con devoción, alegría y gratitud.

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