LIBRE RECUERDA…

Written by Libre Online

14 de febrero de 2023

Por Manuel Marsal (1950)

INSPIRÓ UNA NIÑA A CARROLL SU FAMOSA “ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS”

Londres, enero, 1950. – Con creciente interés han sido acogidas las páginas reveladoras que acerca de la vida de Charles Lutwidge Dodgson, acaba de dar a conocer otro famoso fotógrafo, Heimut Gernshein.

Procediendo acertadamente, Gernshein al ofrecer la biografía de Dodgson, el austero profesor de Matemáticas de la Universidad de Oxford, la ha titulado “Lewis Carroll, Fotógrafo”, puesto que por grandes que sean los méritos del autor del “Resumen de Geometría” como científico, lo cierto es que la fama y la inmortalidad las conquistó sin pretenderlo en los campos del arte y de la literatura.

Hombre tímido, algo pedante, Lutwidge Dodgson, profesor de Oxford desde 1855 a 1881, no se sentía a gusto más que explicando matemáticas o en compañía de los niños. En sus horas de asueto y en sus vacaciones buscaba distracción en la fotografía, escogiendo siempre como objetivo de sus planchas lindas niñas. Una entre ellas, Alice Liddell fue al cabo la inspiradora de su obra más famosa “Alicia en el País de las Maravillas” traducida a todos los idiomas y que aun cuando pesan sobre sus páginas ciento cincuenta y ocho años se conserva tan fresca, tan atractiva, tan original como el momento en que salió de las prensas.

Para entretener a los niños y retratarlos en las posiciones más variadas, Dodgson olvidaba las ecuaciones y las figuras geométricas y hablaba largo y tendido hilvanando una tras otras aventuras fantásticas que entusiasmaban a sus pequeños oyentes. Un buen día tuvo la ocurrencia de escribir en un cuaderno alguna de las narraciones que más gustaban a sus ingenuos modelos. 

El cuaderno cayó en manos de un amigo que le sugirió lo publicase. Dodgson estuvo reflexionando desde un año antes seguir el consejo y, aun entonces cuando se decidió a dar a la imprenta “Alicia en el País de las Maravillas” tuvo buen cuidado de ocultar su nombre ya eminente en el mundo de la ciencia bajo el seudónimo de Lewis Carroll, por el que se le recuerda con afectuosa admiración, cuando ya el doctor matemático Lutwidge Dodgson hace años que ha caído en el olvido.

Las aventuras de Alicia, como todos los cuentos de Carroll han sido objeto de estudios freudianos, encaminados a buscar el verdadero fondo debajo de encantadoras superficies. Los críticos a su vez han hecho al correr del tiempo elogios y reparos en la obra literaria de Dodgson, pero ha sido Gernshein el primero que se ha preocupado de estudiar a Lewis Carroll, Fotógrafo. 

Con el conocimiento que tiene del arte fotográfico, Gernshein ha podido detallar todas y cada una de las características de su biografiado, apuntando que hizo sus primeros retratos en 1856 y que a los 23 años dejó de ser un estudiante pobre para asumir funciones de tutor en Christ Church en Oxford, con el haber anual de 800 libras que le permitió dar mayores vuelos a sus aficiones por la fotografía.

Durante 24 años Carroll tomó 

millones de fotografías, casi todas de retratos que pueden dividirse en dos categorías: personajes importantes y niñas. Pero el primer retrato de la niña que le inspiró “Alicia en el País de las Maravillas”, el retrato de Alicia Liddell, hija de Henry G. Liddell, profesor de griego y decano del Christ Church, lo tomó a los tres años de tener su nueva cámara que respondía al último modelo. De Alicia, hablaba Dodgson, calificándola de amiguita ideal y para entretenerla la convirtió en la heroína de la fantasía que había de inmortalizarlo.

MURIÓ EL PRESIDENTE LINCOLN DESPUÉS DE NUEVE HORAS DE ESPANTOSA AGONÍA

Philadelfia, abril, 1865. – El estupor que provocaron las primeras noticias relacionadas con el atentado al Presidente Lincoln, se ha transformado en un intenso sentimiento de dolor en todo el país, incluso en los estados del Sur, al conocerse las versiones de su muerte al cabo de nueve horas de terrible agonía. 

Despachos de Washington señalan un estado de ánimo análogo al de esta ciudad en la que reina la mayor consternación y pesadumbre. Sobre la población parece extendido un velo fúnebre. Nunca se ha manifestado tan públicamente el sentimiento de dolor. Por común simpatía las familias han colocado en los balcones colgaduras negras; lo mismo se ha hecho en los edificios públicos, enlutándose en un momento todas las calles.

Las informaciones que continúan recibiéndose de la capital ofrecen nuevos detalles de la tragedia del Teatro Ford, al que llegó el desventurado presidente con su esposa y el comandante Rathbone con su prometida, cuando ya había comenzado la 

representación de “Nuestro Primo de América”. Al parecer Lincoln, estalló una atronadora salva de aplausos, 

interrumpiéndose la comedia. El presidente saludó varias veces y todos continuaron de pie mientras se ejecutaba el himno. El público se extrañó de no ver al General Grant que había prometido asistir y cuyo asiento ocupó el comandante Rathbone.

En un ambiente de completa tranquilidad transcurrieron casi tres horas. Aproximadamente a las diez y treinta pasado meridiano cuando acababa de comenzar el tercer acto y todos estaban atentos a la escena, penetró en el antepalco un joven diciéndole al portero que traía un mensaje oficial para el presidente. Una vez dentro, cerró sin hacer ruido la puerta exterior, observando por la otra la posición que ocupaba el presidente, sentado entre las dos damas. Luego abriendo rápidamente la puerta interior acercó una pistola a la cabeza de Lincoln, haciendo fuego a quema ropa. El comandante se arrojó sobre el asesino, pero retrocedió tambaleándose al recibir una puñalada. Enseguida el agresor saltó desde el palco al escenario, pero se le enganchó una espuela en la bandera que adornaba el balconcillo, sufriendo tremenda caída. No obstante, pudo levantarse y gritar: Sic Semper Tyrannie, escapando en medio de la confusión de los comediantes que huían aterrados.

Por todas partes se oían gritos de que habían asesinado al presidente. El comandante Rathbone, aunque herido trataba de sacar a Lincoln del palco, pero tuvo que precipitarse contra la puerta exterior para hacerla saltar de un empellón. En ese momento entró un piquete de soldados, para restablecer el orden. Entre varias personas sacaron a Lincoln que sangraba copiosamente. La confusión en la calle era enorme y difícilmente Rathbone y sus acompañantes podían abrirse paso. De una casa situada frente al teatro les ofrecieron una cama para que acostasen al herido, librándolo del tumulto.

El lecho en que acostaron al grande hombre y en el que murió, era demasiado corto y fue necesario colocarlo un poco oblicuo para que cupiese. Lincoln pasó allí nueve horas de agonía, de espantoso estertor; la bala entrando por la oreja izquierda, penetró hasta la cavidad del ojo derecho, produciéndole la muerte el día quince a las siete de la mañana, sin que hubiese recobrado el conocimiento.

El asesinato de Lincoln ha levantado un grito de justificada indignación porque nadie ignoraba que era un hombre severo, pero de reconocida rectitud y de nobilísimos sentimientos. Su asesino, John Wilkes Booth es buscado afanosamente por todos los cuerpos de seguridad, creyéndose jefe de un grupo de conspiradores, ya que a la misma hora en que era atacado el presidente, se producía un atentado contra el Secretario de Estado Seward.

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