LIBRE HONRA EL 70 ANIVERSARIO DE “I LOVE LUCY”

Written by Libre Online

29 de diciembre de 2021

DESI Y LUCY:  El Matrimonio Ideal

Una Entrevista Especial de VICENTE CUBILLAS Jr.  (1954)

Recibimiento apoteósico en Nueva York a las estrellas del mejor show de TV de EE. UU. —La plaza de Times Square se desbordó de público.— Honores y agasajos al cubano Desi Arnaz y a su esposa Lucilie Ball.— Comenta Desi el plagio de los libretos de «I Love Lucy’” hecho por un cubano.— «¡Ese tipo Condall es un caretudo!»— Nunca ha visto a Desi y éste no lo ha autorizado a utilizar los guiones de su famoso programa.— Lucy estuvo a punta de quedarse paralítica a consecuencia de un accidente automovilístico— Carrera teatral y cinematográfica de los esposos Arnaz.— La Revolución contra Machado y el destino del cubano Desi.— Idolos del público norteamericano.— «Me siento muy orgulloso de ser cubano. Y he enseñado a mi esposa e hijos a amar a Cuba» —dice Desi.— Recomendación a la Orden de Carlos Manuel de Céspedes.

En millones de hogares, barras y restaurantes de Norteamérica, la noche del lunes marca, una cita especial con la brillante pantalla del televisor. A las nueve en punto. A esa hora millones de pares de ojos se aperciben a seguir los incidentes de la historieta semanal que se ha adentrado en el corazón de gente sencilla e ingenua que son los norteamericanos cuando quieren serlo. La historia divertida de Lucy y Ricky Ricardo, el matrimonio perfecto de «Yo Quiero a Lucy¨ (“1 love Lucy»). O, como se nombran en la vida real, Lucille Ball y Desi Arnaz. Ella, una legítima “girl” de montana. Él un cubano rellollo de Santiago de Cuba.

Por ver reflejada en la actuación de estos dos artistas que son marido y mujer en la vida real, lo que es común al diario bregar de cualquier hogar norteamericano, ese gran público televidente de la nación vecina les ha convertido en sus favoritos. Y ahora, frescos aún sus laureles en la experiencia del vídeo, Lucille y Desi han reinvadido los cines del país con la película “The long, long trailer” filmada por MGM.

Cuando los diarios publicaron el año pasado que la firma de cigarrillos “Phillip Morris” había contratado la producción de “I Love Lucy” por la fabulosa suma de ochos millones de dólares, un estremecimiento de asombro sacudió el país. Ello le daba el espaldarazo consagratorio al programa de media hora que por casi tres años ha sido el número uno en el rating de TV en Estados Unidos.

Han sido diez días agotadores para Desi y Lucy. El programa preparado inicialmente para esta visita triunfal a la metrópolis, se fue nutriendo a diario con eventos inesperados que les robaron más tiempo. Pero de ese escaso tiempo sacaron unos minutos para responder algunas preguntas en 1954.

-Le aseguro, señor Cubillas, que la única entrevista privada de prensa concedida por Desi y Lucille es la suya -me dice mientras cambiamos saludos al llegar a la suite del hotel “Carlyle”, donde se alojan los famosos artistas.

Y Charles, en tanto adereza un complicado cotel, me hace el relato de estos días de corre-corre:

Desde allí, Desi, con Lucille a su lado, guió su “trailer” hasta Times Square, en medio de las ovaciones del público. Como si se tratara de la víspera de Año Nuevo, Times Square se rebosó de curiosos que presenciaron cómo los dirigentes del “Heart Fund” entregaban un pergamino a las estrellas de “I love Lucy”, premiando sus hermosas campañas en favor de este Fondo.

Desde allí nos trasladamos al “Walford Astoria”, donde se celebró una conferencia de prensa a la cual asistieron 400 periodistas. Después, una comida en el penthouse del Radio City Music Hall y, finalmente, una aparición en la escena del famoso teatro, donde se estrenaba ese día la película “The long, long trailer”, que ha batido los récords de taquilla. Ese fue el primer día. Y los que le siguieron no se le quedaron atrás en compromisos. Homenajes de la Cruz Roja, del Concilio Nacional de TV, del “Círculo de Santos y Pecadores”, una simpática institución y docenas de actividades más. Y ya estamos preparando las maletas para el retorno a Hollywood. Tuvimos que mudarnos del “Waldorf AstoriaW en el mayor secreto, para eludir a centenares de visitantes que acudían allí a ver a Desi y Lucy.

-¡Buenas tardes para todo el elemento!

Con tono guarachero, criollísimo, me ha llegado el saludo en español. Mejor sería decir que en correcto cubano.

Aquí está Desi. Desiderio Arnaz y de Acha. Un santiaguero alegre y decidor a quien veinte años lejos de Cuba  no han hecho mella en su campechanía.

El saludo afable se une a la simpatía que ya me inspiraba el compatriota que se presenta al público norteamericano en el más popular programa de vídeo como el «cubano» marido de Lucy, que siempre intercala un dicharacho en español, y se goza diciéndole a la ingeniosa Lucy que él estudio en la Universidad de La Habana y que le gusta comer mangos biscochuelo. Esto, dicho de carretilla en español, hace que Lucy ponga unos ojos tamaños, que desternillan de risa a los televidentes.

En uno de los programas de «I love Lucy» el público gozó de le lindo escuchando a Desi (Ricky Ricardo) hacerle el cuento de la «Caperucita Rote» al pequeño Ricky, completito. ¡en español!

Y los golpes de mayor efecto de risa en el programa se logran cuando, en medio de una acalorada disputa entre marido y mujer, Desi salta con un comentario en castellano, que deja en ayunas a la iracunda Lucy, enfureciéndola más:

—¡Este cubano me va a llevar al suicidio!

Yo tenía mucho interés en esta entrevista…

Desi me ha robado esta frase, cuando yo me preparaba a agradecerle su gentileza al disponer tiempo para la entrevista.

—Y te explicare porqué, Cubillas.

(Es la primera vez que nos encontramos,  pero inmediatamente.

Desi comienza el tutee. ¡No podía faltar entre cubanos !)

—¿Has oído hablar de Joaquín Condall?

 —me pregunta.

—Creo que si…

Desi, que estaba arrellanado en el butacón, casi salta hacia adelante y colocando sus codos sobre las rodillas, mientras sus manos aprietan fuertemente un lápiz:

— ¡Ese tipo es un careturo!— estalla.

No tengo que preguntar, pues Desi no se aguanta la lengua.

—Condall me ha robado la producción de «I love Lucy» y la vendió en Cuba como propia. Estoy enterado de todo, porque recibí una carta de una amiga mia llamada Elena Rivas, con varios recortes de periódicos y revistas hablando del asunto. Y para colmo, este individuo ha tenido el descaro de decir que se entrevistó conmigo en Hollywood y que yo lo autoricé a utilizar los libretos de «I love Lucy».

El santiaguero da rienda suelta a su indignación:

—Lo que me duele es que sea un cubano el que haga esto. Ya sé que en Cuba el programa «Mi esposo favorito», que aparece escrito por Condall, no es más que un plagio de nuestro «I love Lucy». Así que mientras yo me esmero en que el público americano se ría con las ocurrencias del «cubano» Ricky Ricardo y en elogiar las cosas de mi patria de origen, que será siempre mi verdadera patria, en casi todos los programas, se aparece un paisano a despojarme inicuamente.

—¿Y vas a hacer alguna reclamación?

—Ahora estoy muy ocupado en asuntos más importantes. Pero apenas me pediste la entrevista, pensé en que nunca mejor que a través de BOHEMIA podría desenmascarar a este individuo poco escrupuloso.

Desde el hall nos llega una envuelta voz en animada charla. Es Lucille que chismosea con una amiga por teléfono. Ya no se oye más. Pero…

—¡Desi! ¿Estabas hablando de mí? ¡Ya te oí con el tono que estabas gritando!

Es Lucy que entra en el saloncito. Tiene una mano en la cintura y con el índice de la otra le está haciendo una seña a Desi, que es todo un regaño:

—¡Cuidadito!

—Lucy, el señor Cubillas, el periodista de Bohemia—nos presenta Desi.

—¿Otro cubano más? ¡Anjá!

Estoy edmirando los ojazos verdes de Lucy y el lindo cabello rubio, bien peinado, que remata un gracioso sombrerito de esos que sacan de sus casillas al Ricky Ricardo de «I love Lucy», porque cada uno representa $49.50 para agregar a la cuenta de gastos mensuales del disparatado matrimonio que se han convertido en los ídolos de Norteamérica.

Lo primero es hacer que Salas los retrate leyendo BOHEMIA Lucy entiende mucho español y me dice que su suegra, Dolores, que vive con ellos en California, es asidua lectora de la revista. La foto se convierte en varias, pues la disputa sobre quien debe sostener la revista en las manos da pie a ello. Al fin, mi intervención oportuna termina el incidente:

—¡Este cubano me trae loca! ¡Se lo regalo!

Reímos el chiste. Y nos sentamos a conversar:

—¿Cuándo se conocieron?

-En Hollywood, en 1939.

Desi es el que habla:

—Me habían contratado para trabajar en la película «Too Many Girls», de la que Lucy era estrella. Nos enamoramos enseguida y el 30 de noviembre de 1940 nos casábamos en Greenwich, Connecticut.

—¿Qué había hecho antes Lucy?

Lucy se acuerda muy bien de todo:

—Desde Butte, Montana, donde nací, mis padres se trasladaron a Wyandotte, Michigan, cuando yo tenía dos años, y poco más tarde a Jamestown, Nueva York. Mi padre, Fred, era ingeniero de minas y mi madre, Desirée, era concertista de piano. Mamá me entusiasmó a estudiar música y a los cinco años comencé el aprendizaje. Después ingresé en la Escuela de Artes Dramáticas de John Murray Anderson, en Nueva York, cuando tenía 15 pero, al año, el director me recomendó que me dedicara a otra cosa, pues estaba perdiendo el tiempo. Eso me hizo muy poca gracia y decidí hacerme una carrera artística por mi cuenta.

—¿Y fue muy difícil el comienzo?

—¡Demasiado!

Lucy se ha puesto muy seria y sus ojasos se nublan brevemente con una ráfaga de tristeza.

—Sufrí muchos desengaños. Los cuatro primeros trabajos de corista que conseguí fueron fracasos, pues no pasé de los ensayos. Broadway me atraía desesperadamente. Pero mi primer trabajo en Broadway fue de dependienta de una fuente de soda.

—¿Duró mucho la mala suerte?

—Bastante. Cuando ya estaba haciendo carrera como modelo profesional, pues llegaron a darme contrata en «Hattie Carnegie», tuve un accidente automovilístico en el Parque Central de Nueva York y me pasé ocho meses en cama. El médico me dijo que iba a quedar paralítica.

—¡Terrible!

—Y dígalo usted. Después vinieron tres años de esfuerzos para recuperar el uso de mis piernas, y lo logré, gracias a mi perseverancia. Volví a modelar para anuncios en revistas y diarios. Un explorador de Hollywood me escogió y me dieron la oportunidad de hacer un papel en la película «Escándalos Romanos», junto a Eddie Cantor. La Columbia Pictures me contrató por algún tiempo, pero después se rescindió el contrato. Volví a las andadas, pero con más fe. Hice extras en Paramount, hasta que aparecí en «Roberta». La RKO me firmó ventajosamente y gracias a mi actuación en ‘The Girl from Paris», me ofrecieron la oportunidad en Broadway para la revista musical “Hey. Diddle, Diddle».

—¿Y se quedó mucho tiempo en Broadway?

—No me dejaron. Apenas terminé la obra con que debuté en la Gran Via Blanca,  me reclamaron de Hollywood para actuar en las películas «Stage Door» y «Too Many Girls». Cuando trabajaba en esta última fue que conocí a Desi. Cupido hizo el resto y no nos demoramos en casarnos. Yo continué actuando en películas, mientras Desi cosechaba éxitos con su orquesta.

—¿Qué papel le ha gustado más interpretar en el cine?

—Uno que parecía expresamente escrito para mí. Fue el de la protagonista de “The Big Street», basada en una historia de Damon Runyon. Se trataba de una muchacha de teatro que se quedaba paralizada de las caderas para abajo. Yo había tenido esa experiencia cuando sufrí el accidente en el Parque Central. Y animé el papel como si estuviera repitiendo nuevamente dicha experiencia. La gente su alborotó con esto. Y la MGM me ofreció un contrato muy jugoso en 1942, filmando «La Du Barry era una dama», como mi primer compromiso con ellos. Después vinieron otras películas y nuevos éxitos hasta que nos embarcamos en la aventura de «I love Lucy», que resultó en un triunfo sin precedentes.

Desi quiere poner la suya. Y tal como hace en sus programas de TV, interrumpe a Lucy, hablando en español:

—Lucy, ahora me toca a mí. . .

—¿Cómo?

—Que ahora voy yo, mi querer continúa él, en español.

—¡Okey, darling!

—¿Y tú qué tienes -que contar, Desi?

—Pues que nací en Santiago de Cuba, en marzo de 1917. Mi padre tenía mucha plata y fue dos veces alcalde de la ciudad, hasta 1932 en que lo eligieron representante a la Cámara. Vino la revolución del 12 de agosto y mi viejo cayó preso. Mamá y yo nos fuimos a Miami con 500 pesos que era la única fortuna que nos quedaba. Desde allí hicimos mil gestiones hasta que, seis meses después, papá pudo reunirse con nosotros en Miami. El organizó, con muy poco éxito, una compañía de importación.

—¿Y tú qué hacías, mientras tanto?

—Pues trabajé de chofer de camiones y taxis, tenedor de libros y limpiador de jaulas de pájaros. Pero esto lo hacía para ganarme algún dinero en lo primero que se presentara.

—¿Cuándo te decidiste por la música?

—Cuando me acordé de que yo sabía tocar la guitarra y cantar algo. Nos embullamos varios amigos y formamos un septeto que tuvo su oportunidad en el hotel «Rooney-Plaza». de Miami. Ganaba allí 75 pesos semanales y no tenia más ambiciones por entonces, hasta que me tropecé con Xavier Cugat, que me hizo cantante de su orquesta. En el año que estuve con Cugat y aprendí todas sus marrullerías, sí me nacieron ambiciones. Al cabo de ese tiempo abandoné su orquesta y organicé la mia, que fue contratada con carácter exclusivo por el elegante café «La Conga», atracción de los turistas miamenses.

—¿Y cómo llegaste a Hollywood?

—Primero paso por Broadway. George Abbot, productor de «Too Many Girls» me incluyó en el elenco y asi me fui haciendo de nombre en este campo. Cuando se adquirieron los derechos para llevar a la pantalla aquella revista musical, por la RKO, hice mi debut en el cine y en la vida de Lucile. Allí nos conocimos y allí nos flechamos mutuamente.

-¿Qué vino después? -El matrimonio y las jiras con la orquesta. Al estallar la guerra fui llamado al servicio militar, pero, al fracturarme la rótula durante el entrenamiento, me licenciaron, asignándome al grupo dedicado a proporcionar diversiones a los soldados. Con mi orquesta estuve recorriendo campamentos y bases dentro y fuera de los Estados Unidos. En 1912 estuve en Guantánamo y me di un salto a Santiago de Cuba para abrazar a mi abuelo. Desiderio, que peleó junto a los rough-rides de Teodoro Roosevelt, en la batalla de la loma de San Juan. Fue la última vez que lo vi y la única vez que estuve en Cuba, después de mi salida en 1933.

—¿Le guardas algún rencor a los revolucionarios que prendieron a tu padre y les hicieron tomar el camino del exilio?

—¡Nunca! ¡Al contrario! Les estoy muy agradecido, pues, de no haber sido así, seguiría siendo un santiaguero más, con algunos pesos, pero perdido en el montón. Si ellos no tumban a Machado, todavía andaría yo por Santiago de Cuba, bañándome en La Socapa o en Siboney, o diciéndole piropos a las muchachas en la Plaza de Marte.

—¿Ha sido agradable la vida con Lucy?

Lucy, al escuchar su nombre, se ha hecho toda oídos para ver si puede capturar las palabras en español. Sus ojos se abren enormemente. ..

—Muy feliz. Cubillas -confiesa Desi. Aunque «no han faltado esas bronquitas como las que has visto tú en «I love Lucy». Pero puedo decir satisfecho que han sido trece años envidiables, que no los cambio por nada. Y para completar esa dicha, ya tenemos la parejita: Lucy Desirée, nacida en 1951 y Desi IV, nacido el año pasado. Por cierto que el nacer el pequeño Desi, la familia de los Arnaz se reconcilió conmigo, pues el único varón que quedaba del apellido, de los de Santiago, era yo. Cuando nació Lucy Desirée hubo descontento general, pese a que siempre un nieto es bien recibido, sea cual sea su sexo. Pero Desi salvo la situación.

-¿Quieres decir algo especial para tú público cubano? 

-Segurísimo. Que llevo a Cuba en el corazón. Y que a mi no me ha alcanzado el tiempo para enseñar a amar a mi patria a mi esposa a mis hijos, a mis amigos. En Hollywood, en Nueva York, donde quiera que me encuentre, yo soy el cubano Desi Arnaz. Y «Lucy, con orgullo dice que ella es la esposa del cubano Desi Arnaz. Debemos una visita a Cuba, porque quiero que mi gente nos conozca en persona. Será una visita familiar de los Arnaz de Hollywood.

Con acento en que vibra la sinceridad ha dicho estas palabras Desi Arnaz. Cuando la Diosa Fortuna le hace carantoñas a él y a su esposa y los colma con sus dones, nada tendría de particular que Cuba fuera relegada al olvido. Pero Desi Arnaz es un criollo de esos que tanto abundan en el extranjero que se sienten más cubanos mientras más lejos han estado de la patria.

Y lo veo emocionarse cuando recibe el gallardete  con una bandera cubana y el nombre «Habana», que yo le entrego como un obsequio:

Esta banderita la pondré en la pared del cuarto del pequeño Desi —dice, agradecido.

Creo que fue Luis López Puentes, el actor cubano, el que, después de una visita a Nueva York, donde vio varios sketchs de «I love Lucy», pidió desde Teleradiolandia, en BOHEMIA, que el Gobierno cubano honrara a Desi Arnaz y Lucille Ball con la Cruz de la Orden de Carlos Manuel de Céspedes, por sus constantes menciones en favor de Cuba en tan popular programa.

Y ahora yo me sumo devotamente a esa recomendación, porque considero muy merecido ese honor para estos ídolos del público de Norteamérica y del mundo entero, que nos hacen emocionarnos cada lunes, a las nueve de la noche, con sus tiernas y divertidas incidencias, en un rincón de la sala de nuestras casas, ante la luminosa pantalla del televisor.

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