LECCIONES DEL 12 DE AGOSTO

Written by Libre Online

17 de agosto de 2022

Impulsaban la revolución contra Machado dos fines básicos: en lo moral, el saneamiento político y administrativo, y en lo social: la creación y el cumplimiento de las justas leyes que el país demandaba y las reformas agrarias que estabilizarían nuestra economía definitivamente.— Muchas «revoluciones» y ninguna verdadera.— La burocracia continuó siendo fuente ancha de desdichas nacionales, organismo al servicio de la politiquería, desajustado y «filtrador».— La vergonzosa crisis hospitalaria.— Ruinas y palacios en Educación.— Lo que no se ha realizado es el programa único de Cuba.

Textos y Fotos de SAMUEL FEIJOO (1955)

El tema es conocido: en Cuba no se ha desarrollado jamás una verdadera revolución. Este es ya un conocimiento general. Cuando las gentes oyen a algún enfático orador mencionar la palabra «revolución» en el sentido de un hecho, se preguntan irónicamente: ¿qué es eso?…

Muchas plumas sensatas se han ocupado ya de esclarecer, cada una a su modo, esta realidad nuestra que, a cada nuevo 12 de agosto, se evidencia con mayores relieves para recordarnos que «la caída de Machado» no representó más que eso: la eliminación de un presidente… y la persistencia increíble, a través de varios gobiernos, de un régimen político cuyos vicios y desajustes padecemos todavía.

Posiblemente sea Aldous Huxley quien haya dado la definición más justa y sencilla de lo que significa y persigue la palabra revolución: «El objeto de todas las revoluciones es hacer el futuro radicalmente distinto del pasado y mejor que éste.»

Fines del 12 de agosto: destrucción de un infame sistema político

Arrastrando todas las lacras del régimen político colonial, con el aditamento de nuevas malicias republicanas, el Machadato compendiaba una moral política que nuestro pueblo no aceptaba. Sinecuras, gabelas, corrupción administrativa, asesinatos, etc., significaban una situación de la cual el país no quería saber más y contra la cual se unía como nunca antes en su historia republicana.

Al ocurrir el 12 de agosto de 1933, el pueblo gozó de un entusiasmo unánime. La sensación de una libertad desconocida estremeció a los cubanos con las firmes esperanzas de un cambio, de la obtención de una realidad muy esperada: «La República que soñó Martí», al decir ingenuo del pueblo.

A ochenta y nueve años de distancia tenemos la suficiente perspectiva para considerar que el 12 de agosto representa la frustración de nuestro mejor momento para lograr la liberación económica, política y social del país, cuando se contaba con toda, con absolutamente con toda la buena voluntad de todos sus habitantes.

Nunca más ha sido posible hallar una coyuntura tan favorable para el cumplimiento de un cambio hacia los verdaderos destinos de la nación. Pronto las cosas cambiaron. Como todos sabemos, veintitrés días después de la caída de Machado sobrevino el 4 de septiembre, porque un grupo de

revolucionarios no estaba de acuerdo con la “debilidad y el titubeo de los nuevos gobernantes que no cambiaban nada”, que no hacían “cambios radicales” en el nuevo estilo político alcanzado.

Poco después ocurrió el doloroso levantamiento de Atarés, y de ahí en adelante la insurgencia y el malestar “revolucionarios” se continuaron a través de décadas lamentables.

En este período de grandes frustraciones hemos sufrido levantamientos, masacres, crímenes políticos no esclarecidos, «bolsas negras», despilfarro y aprovechamiento (personal) de las rentas públicas, desfalcos a las Cajas de Retiro, variados agiotismos, conspiraciones de distintos nombres, falsas incineraciones de

billetes, contrabandos que no se castigan, «bagas», golpes y regolpes revolucionarios, censuras, etcétera. La triste lista es larga y no es el caso de traer a estas páginas los numerosos momentos oscuros que hemos padecido durante el período mal llamado «post-revolucionario».

Surgidos del 12 de agosto «apenas si la República ha podido contar con media docena de hombres provechosos».

El régimen político se continuó con sus intrigas y bajezas, y la ambición única de «casi» (ponemos el «casi» para no ahogarnos) la totalidad de los jefes políticos continuó siendo el «control» del Poder, utilizando cuanto medio fuera posible.

La corrupción política alcanzó su auge “oficial” con la creación escandalosa del funesto “Baga”, aquel que Alonso Pujol, (vicepresidente por entonces, llevado al «poder» por

revolucionarios auténticos) explicó como una fiel copia del “relief” del “New Deal” de Roosevelt, cuando el “relief” consistía en la ayuda transitoria del Estado al obrero sin trabajo, en tanto que el Estado se lo proporcionaba, y el “Baga” no era más que una sucia cueva de zánganos políticos, la oficialización bochornosa del “fondo de los reptiles”, fomento y protección de la politiquería, compra de votos, etc.

El cáncer de la burocracia que la baja política determina no fue extirpado por los revolucionarios, ignorando aquella lección de Martí que tantos empleados públicos, sujetos a constante despido, comprenderán también: “La independencia de los pueblos y su buen gobierno vienen sólo cuando sus habitantes deben su subsistencia a un trabajo que no está a la merced de un regalador de puestos públicos, que los quita como los da, y tiene siempre en susto, cuando no contra él armados en guerra, a los que viven de él. Esa es gente libre en el nombre; pero, en lo interior, ya antes de morir, enteramente muerta.”

El experimentado Máximo Gómez nos aleccionó cuando las primeras elecciones republicanas: «Para andar más pronto el camino de la organización nacional elegida para directores de vuestros destinos a los hombres de grandes virtudes probadas.» Previniendo lo que vendría, «la zafra politiquera» futura, el viejo Gómez nos advirtió: «no tengáis ministros con mujeres que vistan de seda mientras el campesino y sus hijos no sepan leer».

Los hospitales del pueblo

Hay un capítulo triste en la triste historia de la desatención pública con que el desfile ministerial revolucionario nos engañara: se refiere al cuidado de nuestros hospitales, los hospitales del pueblo. Los abandonados hospitales del interior de la República, con los enfermos costeando sus propias medicinas y alimentos y gotas y sábanas, etc., ruinosos y antihigiénicos hospitales que representan una de esas acusaciones irrefutables al abandono oficial, veintiún años después de ocurrir la zarandeada «revolución». El Colegio Médico Nacional, en distintas oportunidades, ha afirmado “ante la grave crisis hospitalaria” que se necesitan cincuenta mil camas para la asistencia hospitalaria de la nación, y que la dotación para medicinas, equipos, subsistencia, etcétera, no cubren las necesidades más

perentorias.

Ante «la gravedad del problema de nuestros hospitales, que asombra haya sido tolerada por el pueblo cubano», el Colegio Médico Nacional, pide una dotación adecuada, una planificación técnica del sistema hospitalario, creación del carnet del pobre para evitar que mediante influencias políticas disfruten los privilegiados, como ha venido sucediendo, los servicios hospitalarios.

La educación del pueblo

En Educación, organismo básico del Estado, con muchos millones en su presupuesto, al salir el sol de un nuevo 12 de agosto hallamos la

constante pena de las casas escuelas que se derrumban, antihigiénicas, mal dotadas, etc. Un editorial del periódico del interior, «El Villareño», indignado por las condiciones de numerosas casa escuelas en Santa Clara (julio primero de 1954) nos hace un resumen de la acción educacional, desde un punto de vista meramente material, que desde el 12 de agosto de 1933 hasta el presente hemos contado: «Por el Ministerio de Educación han pasado ocho Ministros, sin que ninguno haya hecho una labor efectiva y transformadora en favor de la Escuela Pública nacional. Unos vendieron aulas, otros destruyeron los escalafones, los de más allá convirtieron en una sentina política el Ministerio y los de más acá rugieron furiosamente contra los anónimos, servidores de la enseñanza que no se acomodaron a sus caprichos y arbitrariedades.

«Mientras casi todos los ministros de Educación han rodado lujosos automóviles, han vivido en fastuosos palacetes y se han convertido de la noche a la mañana en factores determinantes de nuestra vida pública, los padres de familia hemos tenido que comprar, al comienzo de cada curso escolar, todo el material didáctico que ha sido indispensable para que nuestros pequeños hijos reciban el sagrado pan de la educación y la cultura.»

El tratamiento a la «cultura» bajo los supuestos revolucionarios ha dejado tras sí ruinas escolares y… generalmente, palacios adquiridos con el dinero de los desayunos de los niños, las dotaciones escolares, etcétera. Pero eso es tan conocido…

El problema de

la tierra

No queremos adentrarnos ni en los problemas agrícolas no resueltos, del machadato hacia acá, ni en la pavorosa cifra de más de un millón de cubanos desocupados. Podemos asegurar que la Nación no ha avanzado mucho en su deseo de estabilizar su economía y la apertura de «nuevas fuentes» de trabajo. Tenemos un BANFAIC, pero necesitamos un súper BANFAIC. Las reformas agrarias duermen, ya en los estériles «consejos consultivos», ya en la demagógica «función» electoral, ya en Cámaras y Senados. Las leyes se presentan y están ahí. Las comisiones de leyes por lo Reforma Agraria se desvanecen. Aparecen, hacen su ruido político, y se pierden, se esfuman… Pero no es hacer la bella ley sino cumplirla… Pero las tales reformas te dejan siempre al futuro y no son más que truco político, hoy como ayer, y el esencial motivo revolucionario cubano se pierde y se escamotea.

PRESENTE POLÍTICO

A la nación cubana duele esta farsa, esta superchería con los ideales de una útil revolución, es decir, de un útil cambio de lo malo a lo bueno, a lo que nos beneficie de veras; le duele a la nación esta pantomima que burla los programas básicos cubanos, fundamentos de la salud y progreso generales. Vemos todos que “la actividad política” es siempre la misma, que las componendas y chanchullos y “arreglos”, son siempre los mismos, que la compra de votos, etc., seguirá, que el sistema electoral continúa viciado de origen, como los anteriores.

 La historia es siempre igual y demasiado evidente. Elecciones “legítimas” conducen a gobiernos ineptos porque la norma política no está saneada, sino que su corrupción es demasiado conocida y nada bueno puede engendrar para la república. Los «nueve» partidos siguen estructuras convencionales, «nutridos por la aspiración

 burocrática» y dirigidos—con algunas escasas excepciones— «por los políticos desacreditados de todos los tiempos, que han desfilado por los partidos viejos, cambiando de bandera a cada minuto y arrimándose con acomodaticio interés, a los hombres que dominan (o que van o dominar) la nómina pública».

HAMBRE DE REALIDADES

Si los muchos derramamientos de sangre del 33 acá nada útil y eficaz nos han traído (con su fomento de odio consecuente, y la diatriba estéril) no es difícil afirmar que el pueblo no ha conocido todavía los beneficios verdaderos de tanto «revolucionarismo”  que se ha turnado en el poder. El pueblo no ha recibido sus esperadas realidades; —véase nuestro continuado desempleo, nuestro constante desequilibrio político, etc.—, nada recibió el pueblo de las «jornadas groriosas» de “bagas» y de los insaciables pobretes que en el poder «amasaron millones», ni de los planes bienales o trienales, ni de los «nuevos rumbos» que de nuevos tenían solamente la forma nueva de realizar las viejas triquiñuelas.

El pueblo nuestro tiene hambre de realidades. la promesa aquí es una moneda que ya no circula. Tiene el pueblo hambre de pureza política de administración honrada de las rentas públicas, hambre de justicia social, hambre de orden puro, hambre de hombres responsables, hambre de probidad, de idoneidad, de fineza pública, tiene hambre en fin, del cumplimiento de todo lo afirmado en el programa revolucionario del 12 de agosto de 1933.

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