La palabra queja es muy interesante. Son cinco letras que se unen para expresar una variedad innumerable de temas. Tenemos, por ejemplo, la queja legal que requiere la atención de un abogado y la participación de la policía, la queja como protesta ante una supuesta injusticia o ante una ilegalidad, y la queja por lo que se considera un abuso al momento de una compra o la solicitud de un servicio no satisfactorio. Pudiéramos ampliar la lista; pero vamos a referirnos a las personas que se quejan como hábito. Eso es un desafío habitual y pretexto para ganar triunfos.
La queja de un niño que haya sido maltratado debe ser atendida con toda la atención posible. Los niños se afectan muy fácilmente y cuando crecen adoptan la conducta que se les enseñó. Generalmente los asesinatos con armas de fuego que se producen en nuestras ciudades son crímenes ejecutados por individuos que sufrieron una niñez en medio de un ambiente de violencia. No todos los que son padres disfrutan de ejemplos positivos ni se criaron en el sitio apropiado. Los que tenemos hijos asumimos la responsabilidad de prepararlos para la vida. Será una bendición que nunca tengamos que quejarnos de ellos. Démosle gracias a Dios si nuestra familia es alegre, feliz y cristiana. “La gratitud es riqueza, la queja es pobreza”, dijo Doris Day. Y tenía razón. Los adultos tenemos que estar conscientes de que los niños de hoy están expuestos a peligros que nos fueron ajenos. La gratitud de los ancianos es un aplauso del cielo; pero lamentablemente de ellos recibimos más quejas que gratitud. Nosotros, los que vivimos en una Cuba antigua, teníamos a nuestros viejos en un sitio de honor; pero los tiempos cambian y la gente también. Hoy día muchos viejos viven prendidos de sus quejas, apartados de la familia, bajo el techo de oscuras, estrechas y sucias habitaciones. El gran problema de los viejos es la soledad y la pobreza. “El dolor es siempre menos fuerte que la queja.”, dijo Fontaine. Y es cierto, el dolor es individual y la queja podemos gritarla a toda voz. Llegar a viejo es un privilegio, no todos llegamos. Quejarnos es una manera de protestar y de expresarnos. Creemos que es una bendición de Dios tener entre nosotros a nuestros padres y nuestros abuelos, y ese privilegio tenemos que recibirlo con amor, bondad y gratitud. Cuando lleguemos a la venerable edad de la vejez, nosotros tendremos las mismas necesidades que nos toca hoy satisfacer en otros. No queremos besar la ancianidad rodeada de quejas. Quisiéramos que la vida nos sonría.
Una realidad que no podemos evadir hoy es la realidad de que a nuestra ciudad lleguen miles de inmigrantes diariamente. Muchos se quejan de esa invasión, sin pensar que a ellos les tocó también el reto de establecerse en un nuevo sitio que les era desconocido, con diferente idioma y costumbres. Si los que llegan son familiares o íntimos amigos, tenemos el ineludible deber de prestarles atención con amabilidad, cariño y protección. Gracias debemos darle al gobierno de Estados Unidos por recibir con puertas abiertas a seres humanos que andan en busca de nuevos caminos. No hemos oído quejas de funcionarios de Inmigración y eso nos alienta y nos prodiga gratitud a esta gran y generosa nación que se ha convertido en nuestra nueva patria. Quejarnos de oportunidad de ayudar a seres humanos que buscan y encuentran la grata ilusión de vivir sin persecuciones, hambre y miedo es una gran oportunidad que nos concede Dios de abrir nuestros corazones a la piedad y nuestras manos a la generosidad. Los que llegan de la oscuridad a la luz nos cuentan sus quejas hirientes ante el maldito régimen en que vivían avasallados. Quejarnos de la obligación de ser amorosos y serviciales son grietas que se nos abren en el carácter.
Para terminar con el tema que nos ocupa vamos a hablar de las quejas que nos hieren la unidad familiar y nos apartan de la convivencia feliz que disfrutamos con amigos y compañeros. Son tropiezos que nos erosiona el carácter y que afectan nuestra conducta. Voy a compartir un interesante mensaje anónimo: “Menos es Más: Menos pensar, más sentir; Menos enojo, más risa; Menos hablar, más escuchar; Menos juzgar, más aceptar: Menos mirar, más hacer; Menos quejas, más gratitud y Menos miedo, más amor”. Me llamaron la atención estas palabras de Jorge Álvarez Camejo que con gusto les comparto: “Quieres ser feliz, pero te quejas por todo, intenta mirar las cosas desde la calma, cambia las cosas que no te gustan, quéjate menos y actúa más”. Espero que estas palabras sean influyentes: “quejarse no solo arruina el día de los demás, sino que también arruina el día de quien se queja. Cuanto más nos quejamos, más infelices nos ponemos.” Dennis Prager.
Algo triste es la queja entre hermanos. Pueden separarlos el hecho de que estén enamorados de la misma muchacha o que uno sea mejor que el otro en los deportes. Entre ellos la armonía desaparece y las quejas se encargan de acentuar la separación. Job, en el libro bíblico que lleva su nombre, pronuncia estas palabras: “Olvidaré mi queja, cambiaré de expresión, esbozaré una sonrisa”. En cuanto a los hermanos la que tiene que decidir es la muchacha y ellos aceptar tal decisión. El futuro puede separarlos: uno famoso atleta y el otro un reclamado médico; pero ambos unidos y felices.
Terminamos hablando de los matrimonios que se aman y son felices; pero a menudo se enredan en discusiones que les afectan. La pelea entre esposos es normal, pero la misma tiene que terminar en la cumbre de un beso. Las quejas pueden romper relaciones, pero la reconciliación reina en los corazones de los que se aman. José Martí dijo que “no merece perdón el que no supo perdonar”.
Aprendamos a dominar nuestras quejas. Las mismas suelen provocar lástima o desprecio. Aprender a perdonar viste de flores el corazón. Nuestra nota final es este pensamiento de la Epístola de Santiago en La Biblia. ”Hermanos, no os quejéis unos contra otros”.
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