LAS MACUQUINAS DE DON MAXIMINO (Parte VII de XX)

Written by Libre Online

9 de febrero de 2022

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

En aquellos tiempos don Paco era un español joven; semianalfabeto pero con un gran espíritu de superación personal. A un terrateniente le había arrendado un pedazo de terreno y con desconocimiento del trópico y sus cultivos se empecinaba en ponerlo a producir al máximo. Nuestro encuentro, que dura hasta hoy, a ambos nos cambió la vida —Falcón reflexionó.

Evelio, por unos instantes, con expresión ambivalente contempló al mulato que, sin darse por enterado, apuró otro aguardiente.

— ¡Es una historia difícil de creer!¿Por qué me cuentas…? —persistió.

— No hay que dar gracias. Ya dije que lo quiero como a un hijo. Además estoy viejo y un poco sentimental. —Falcón, más allá de la fogata moribunda, observó el vacío de la noche. Luego prosiguió despacio. — Madre en sueños, se presenta con frecuencia  y me lleva a Puertas Abiertas. Usted, niño Evelio,  pronto se marchará lejos y para mantener el ritmo de vida al que aspira va a necesitar algo parecido a las riquezas malditas de don Maximino —dijo medio en broma. Se tornó serio y reiteró Además, sueños y recuerdos me ahogan. Al final en alguien hay que confiar.

Una semana más tarde Evelio viajó a la capital para completar la enseñanza requerida antes de partir rumbo a España. Retornó dos años más tarde, con su diploma de bachiller para asistir a la boda de su hermana. Emelinda se casaba con el hijo mayor del dueño del importante ingenio azucarero San Alejo de Manacas. Fue una semana, para las dos familias, de festejos y regocijos. Sin embargo, Evelio hizo tiempo para saludar y departir con Falcón, quien a pesar de mantenerse erguido e indescifrable, ya acusaba signos de ancianidad irreversible. Tan pronto se vieron el joven lo abrazó e interpeló.

— ¿Qué hay de las macuquinas de don Maximino?

—En Puertas Abiertas esperan —respondió con socarronería sombría.

Evelio rió y adelantó.

—Cuando regrese de España, tú y yo, iremos por ellas. Lo prometo.

—Nunca iría. Madre me advirtió bien. De todas formas, cuando usted vuelva ya yo no estaré —el mulato dijo con llaneza. —Por cierto, ahora sueño con madre todas las noches y de día siento su presencia. Ella me secreteó que don Maximino, para despistar y confundir a quienes busquen su riqueza, dejó rastros de las macuquinas que trajo de México y Perú, más de plata que de oro, de forma tal que no habrá que buscar mucho para encontrarlas.

—Pillo, hasta después de muerto —Evelio, sin dar credibilidad total a las palabras del viejo, bromeó.

En Madrid fueron cinco años en que apenas visitó las aulas universitarias y sí le dio riendas sueltas a sus apetitos frívolos. Gracias a la mensualidad que el padre  enviaba, el joven sin preocupaciones económicas, se dedicó a la vida alegre y se hizo aficionado a todo tipo de juegos de azar, llegando a dominar el de naipes con el que ganó y perdió cifras considerables de dinero. En esos albures de la fortuna su apego a las mujeres, la vida bohemia y el licor, lo convirtieron en un fullero que en más de una oportunidad tuvo problemas serios con competidores de igual calaña y, en menor grado, con la justicia. Durante el tiempo que pasó en la península nunca, aunque la madre por Navidad se lo pedía todos los años, regresó al terruño. Siempre, escudado en los estudios y exámenes importantes, encontraba una evasiva.

Pero el día que en vez de la mesada le llegó, con más de un mes de atraso, una carta en la cual la hermana le notificaba que don Paco había muerto de forma repentina y que su presencia, para trámites de la herencia, se hacía indispensable en la Isla, logró pasaje de último minuto en un barco de carga.

Tan pronto llegó a Trinidad supo que el marido de Emelinda, ya madre de dos criaturas preciosas, estaba en control de la situación administrativa y financiera de las propiedades familiares y que doña Asunción, la madre, vivía en un marasmo de recuerdos que la mantenían alejada de las decisiones importantes.

Pasado los lamentos, lágrimas y saludos Evelio preguntó por Falcón, y la hermana  le dijo que el mulato, horas después del fallecimiento de don Paco, fue encontrado, por la esclava que le cocinaba, muerto en su bohío. Ese mismo día, Evelio visitó en el cementerio local la tumba del padre y la de Falcón, que estaba en la parte pobre del camposanto.

En la noche, concluida la cena familiar, el cuñado le pidió que, para ultimar detalles de la herencia, lo acompañara al portal de la casona. Evelio a través de la mesa miró a la madre y la hermana que finalizaban el postre de majarete con queso blanco: ¿Ustedes no van a participar de la conversación? Doña Asunción con mirada ausente lo contempló y paladeó una porción del dulce de maíz molido. Emelinda le sonrió: Nosotras no sabemos de esas cosas. Los hombres se entienden mejor.

Afuera, en el portal, la noche era serena. En el firmamento había estrellas y luna creciente. El olor de las gardenias del jardín se confundía con el canto de los grillos y el ruido de la brisa que jugaba con las hojas de los árboles. Evocando momentos agradables del pasado reciente consumieron café y prendieron tabacos.

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