LAS MACUQUINAS DE DON MAXIMINO

Written by Libre Online

2 de marzo de 2022

(Parte IX de XX)

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

En los días posteriores al arribo a Puertas Abiertas el cura y la monja dieron con tumbas y osamentas dispersas que motivaron una sepultura colectiva y misas diarias, al aire libre, para los expedicionarios y las almas de los lugareños muertos.

El alférez Gonzalo, en principio, y dos soldados especializados, tomando evidencias dispersas se dieron a la tarea de levantar croquis y mapas del lugar, señalado como fue o pudo haber sido la vida de los pobladores, sus fuentes alimenticias y fin trágico.

Ríos y arroyos, en busca de oro o vestigios, se exploraron. Cazadores de fortuna y traficantes rastrearon  la tierra después que, de forma esporádica, comenzaron a aparecer macuquinas acuñadas en México y Perú. El descubrimiento de las macuquinas generalizó la codicia y destapó riñas frecuentes en las que, para evitar derramamientos de sangre, mediaron los soldados. El propio alférez Gonzalo cayó en la tentación del oro fácil y desatendiendo parte de sus deberes puso a la mayoría de los esclavos a buscar, para él, macuquinas.

Los únicos, porque el padre Augusto no escapó a la seducción, que se mantuvieron ecuánimes y en apariencia ajenos a la fiebre dorada, fueron Evelio y sor Eugenia. Ella mientras más macuquinas eran descubiertas, más énfasis ponía en el rescate de osamentas, almas herejes y construcción de un cementerio adecuado. Evelio, por su parte, fingió interesarse en los aspectos históricos y geográficos del valle aunque, en lo hondo de su ser, renovó el aliento y bendijo la memoria de Falcón. El hecho de hallarse, sin esfuerzos extremos, las macuquinas mexicanas y peruanas corroboraba que don Maximino, pícaro hasta después de muerto, las usó como señuelo que alejara manos extrañas de la riqueza principal.

A Evelio, gracias a las confidencias de Falcón, le resultó sencillo identificar, de las dos ruinas de piedra, cuál era la que poseía el subterráneo furtivo. Supo, en la que detectó rastros de alimentos y cosechas, que esa no era su objetivo y centró el interés en la otra. La cuestión estribaba en ubicar la entrada secreta al sótano donde yacía la fortuna de Puertas Abiertas. La búsqueda al fin resultó exitosa. Pero, durante el tiempo empleado, para no levantar recelos en los demás, sobre todo en la enigmática sor Eugenia, se condujo como el joven abogado que decía ser; amante espontáneo de la historia y la antropología.

A la par del proceder calculado de Evelio y la incógnita de sor Eugenia, como si la avaricia y egoísmo mesiánico de don Maximino hubiesen dormido durante más de un siglo, para despertar con bríos renovados en la conciencia y actuación de los expedicionarios, a medida que las horas y los días transcurrían, el comportamiento general se degradaba. El alférez Gonzalo, valiéndose de su jerarquía y control de las armas, argumentando que las macuquinas de oro y plata pertenecían a la corona, decretó la requisa de las monedas halladas, con el  propósito avieso de adueñarse de toda pizca metálica que brillase con reflejos de sol o luna.

Cuestionar los requerimientos del militar no impidió el despojo y los que opusieron resistencia activa encontraron la muerte al instante del acto o, con posterioridad, resultaron enjuiciados y ejecutados en remedo macabro y desconocido, para el Alférez, de los tribunales de don Maximino.

Frente a la avidez desmedida del alférez Gonzalo, con igual ímpetu, se alzó la de fray Augusto que, parapetado tras la falacia del divino diezmo eclesiástico, reclamaba parte del botín obtenido  o por descubrir. La disputa motivó un encontronazo cruento entre la avaricia laica y la  teológica que alineó, en uno u otro bando, a soldados, esclavos y civiles.

(Continuará la semana próxima)

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