LAS MACUQUINAS DE DON MAXIMINO

Written by Libre Online

20 de abril de 2022

(Parte XVI de XX)

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Evelio desde el claroscuro de los mecheros sonrió.

—Lo último que dije no fue para que me creyeras, que bien poco me importa —acentuó.

—Al contrario; te creo.

— ¿Por qué has de creerme…?

—Porque no tenías necesidad de haberlo dicho. Esa confesión, de cierta manera, muestra una parte blanda que en una circunstancia como la que compartimos no te beneficia. Hasta ahora te percibí dura, implacable e inescrupulosa.

—Eso no lo dudes, si de lograr una meta se trata. Los sentimientos son propiedad secreta e individual. ¿Acaso eres escrupuloso?

—En cuestiones de dinero no lo soy. Pero no me agradan las venganzas prolongadas. Por supuesto, yo no he enfrentado nada parecido a lo tuyo.

—Las malas experiencias me alientan.

La miró con respeto; se rascó la cabeza e inquirió.

— ¿Tu parte del tesoro lo dedicarás a la revancha?

—A la justicia —corrigió. — Esa es la intención. ¿Y tú…?

—A los placeres de la vida —respondió con picardía.

—Aunque tu finalidad es banal, la persistencia nos asemeja —Dalia reflexionó.

—No me agradan los juicios categóricos. Mi intención y deseos son tan válidos como los tuyos.

—Fue una opinión personal, como cualquier otra —contemporizó. —Lo inmediato es salir de aquí con la cantidad mayor de oro posible. Alcanzar los llanos costeros y dividir el botín… Después, veremos.

— No pienses que es tan sencillo —Evelio advirtió.  —Afuera siguen matándose y es probable que algunos queden con vida. Con eso tendremos que lidiar.

—Si así resultara esperemos que se cansen de buscar y terminen yéndose.

—Encerrados aquí no podremos aguantar días. Carecemos de alimentos, solo contamos con aguardiente.

—De darse esa coyuntura el factor sorpresa está a nuestro lado. Los que sobrevivan, si ocurre, no saben de nosotros, pero nosotros sí de ellos. Esa realidad nos favorece.

— ¿Qué insinúas?

—Sorprenderlos y eliminarlos. Tú y yo estamos armados. Afuera, además de los mulos, dispones de un fusil.

—Me gusta la riqueza. Asesinar, para obtenerla, nunca ha estado en mis planes —Evelio rechazó la sugerencia.

—Tampoco me atrae la idea, pero se trata de ellos o nosotros.

— ¿Serías capaz…?

 —No lo dudes. Lograr mi venganza depende de estas macuquinas y barras de oro. A estas alturas no voy a echarme atrás. Tampoco hay por qué atormentarse. Los que por avaricia se matan no son mejores que nosotros —Dalia razonó.

Evelio, no convencido del todo, perfiló una mueca de disgusto.

—Al caballerito le agrada despilfarrar lo que otros consiguen, pero le repugna luchar a fondo —ella se burló.

—No niego que la perspectiva de matar, por el motivo que sea, me desagrada. Pero, ya estamos en esto y llegaré hasta donde se requiera. No es oportuno que te rías de algunos de mis conceptos —protestó, picado en su orgullo.

—Lo siento. No volveré a bromear, pero es que pusiste una cara de niño asustado y contrariado que no tuve ocurrencia mejor.

Evelio, a propósito, la desatendió y pasó las palmas de las manos por encima de las barras de oro y los arcones hartos de macuquinas doradas.

—Duele tener que dejar gran parte de este tesoro. Aunque siempre se puede volver por más —dijo con apetito.

— Si salimos bien, no se debe retornar. Por algún motivo Adelardo nunca intentó regresar y recuperar el oro. Y su descendencia, contando a mi padre, vivía consciente de toda la maldad que Puertas Abiertas acumulaba.

(Continuará la semana próxima)

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