LAS INSIGNIAS EXILIADAS EN PARÍS

22 de septiembre de 2021

Es muy difícil establecer una fecha de comienzo para el movimiento relativamente reciente que se ha arrogado la tarea  deconstructiva de la Historia con respecto a la esclavitud, a la negritud y a las discriminaciones acumuladas a lo largo de siglos como secuelas de ellas. Lo anterior que debería abarcar las consecuencias de todas las esclavitudes, se focaliza solo en las que son imputables al hombre blanco occidental. Esta más que claro que todo comenzó, para bien o para menos bien en Estados Unidos, no faltaba más. Hay materia abundante para escribir al respecto y el volumen del vandalismo social que se ha impuesto como dogma en las esferas universitaria y periodística es impresionante. El peso en la política politiquera de las asociaciones y de los agitadores profesionales es muy grande y es magnificada en las redes sociales, maléfico alfa y omega de la modernidad.

Una vez encaminados esos objetivos todo sirve de pretexto. Hace seis meses el inefable New York Times se sacó de debajo de la manga un estudio preparado por un catedrático universitario de Princenton que sostiene que las letras clásicas han contribuído a inventar la calidad de lo blanco como categoría predominante en materia de pureza y belleza. Otro buen señor de parecida laya se apeó con una teoría según la cual esas mismas letras clásicas asociado al estudio de las lenguas muertas han servido para apuntalar un pretendido imperialismo económico y la supremacía blanca en el mundo. Para resumir me permito afirmar que andan sueltos por ahí personajes así, que son militantes fanatizados, que hacen daño y que han creado émulos en una Europa Occidental cuyo vientre blando en la materia es Francia. De esta lado del Atlántico proliferan, se han expandido como marabú en los potreros. 

Cualquier leña es buena para alimentar esos fuegos reivindicadores. Como consecuencia suceden cosas que no por ridículas dejan de ser ilustrativas de los tiempos que corren. Todo parece indicar que vamos para peor. El protagonista  de lo que hoy relatamos a nuestros lectores fue durante casi dos siglos un pequeño comercio que desde principios del XVIII se dedicó en París a la venta de café en grano, chocolates, dulces y grageas. Posteriormente añadió unas mesitas y servía a los viandantes bebidas calientes, principalmente café. Así lo conocí yo cuando llegué a esta capital hace 40 años,. Era en la Contrescarpe, una placita muy agradable y frecuentada del Barrio Latino. En su fachada, entre las dos ventanas del primer piso del inmueble, estuvo siempre el cuadro que probablemente le dió nombre: «Au Nègre Joyeux», que quiere decir «el lugar del negro alegre».  

Los adalides de la negritud, siempre preocupados por denunciar las solas afrentas que convienen a sus sectarismos hemipléjicos, llevaban más de veinte años perorando en el barrio contra el cuadro. Los más cobardes hasta le tiraron piedras nocturnalmente motivo por el cual el municipio lo protegió con una lámina de plexiglas. Pero en 2017 lo desmontaron para restaurarlo, solo que ya remozado cuando llegó el momento de ponerlo en su sitio los comunistas del municipio se opusieron pretextando que la imagen representada era «no acorde con los valores antiracistas de nuestros tiempos».  

Sin embargo un somero examen de la ahora controvertida obra demuestra que lo que describe la escena es exactamente lo contrario a lo que denuncian los comunistas y otros extremistas con ellos emparentados.  Vestido a la usanza  de la aristocracia del Ancien Régime el negro de pie con una copa en su mano no quiere ser en lo absoluto un criado sino un señor. Y la blanca que lo sirve mientras que él de pie brinda sonriente no es una señora representante de la clase opresora sino una doméstica vestida como tal.  Desde luego que los denunciantes mentían a sabiendas para confundir y trastocar la realidad y el espíritu del anónimo autor original.

Al final ganaron los malos, como casi siempre en este tipo de asunto. Reina un verdadero terrorismo en la materia. El Consejo de París claudicó y votó el envío de la conflictiva insignia al Carnavalet, un museo que muy oportunamente cuenta con una sala dedicada a viejos carteles de comercios. Molestos una parte de los conservadores del patrimonio formaron una revoluca ante tal arbitrariedad y hubo que crear una comisión de historiadores para que dictaminara «histórica y patrimonialmente» la esencia del mensaje representado por el negro y la blanca de marras.  La decisión de exonerar al cuadro de toda sospecha de racismo fue no obstante ignorada por los ediles, fieles cancerberos de lo políticamente correcto, cuando ya había sido emitida la orden de volver a ponerlo en su sitio. Fue entonces  que para deshacer el entuerto hallaron la cómoda solución salomónica de remitirlo otra vez al citado museo donde a mi juicio permanecerá para siempre. Fue enviado con otros testimonios similares ni más ni menos que al exilio: tajantemente, sin siquiera informárselo a los historiadores antes convocados por ellos mismos. 

El estudio había estipulado que habida cuenta del contexto histórico de la época no era posible apreciar en la pintura, ni estereotipos físicos ni actitudes despreciativas respecto a los negros o a otra clase social,  cosa que en aquellos tiempos no era raro en el arte, y bueno es admitirlo.  Lo cierto es que otro contexto – el actual con la alcaldesa en ejercicio Ana Hidalgo ya declarada candidata a las elecciones presidenciales del año que viene – determinaron el triunfo del más rancio racismo antiblanco del políticamente correcto. Visto lo cual concurre el interrogante punto, ¿para qué sirven los historiadores?.

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