Las fiestas de La Candelaria

Written by Libre Online

31 de enero de 2023

Una tradición de tierra adentro

Por Felipe Elosegui (1956)

La Habana, con su habitual descuido de gran ciudad, ignora que, desde el fondo de nuestra historia, casi desde la llegada de los conquistadores, a lo largo de toda la isla crece incontenible el prestigio de una Santa que es diosa de los labradores, de los hombres de campo; y ante cuya imagen hombres y mujeres ruegan con profunda devoción por la salvación de las siembras,  y piden la lluvia como una bendición para sus tierras,  y etcétera. Es una Virgen apenas conocida en la capital, pero que simboliza para los campesinos el Dios de las cosechas; y para sus mujeres y sus hijas la mal la más alta expresión de la bondad, de la belleza y la conmiseración por los pobres y desvalidos. Es la Virgen de la Candelaria, señora de las simientes, la más generalizada devoción de tierra adentro; y patrona de numerosos pueblos del interior de la República.

Origen

«Los isleños» (procedentes de Islas Canarias) trajeron a Cuba en la colonización sus preferencias religiosas sincretizadas en su patrona, Nuestra Señora de la Candelaria.

Como sucede con todas las tradiciones religiosas traídas a Cuba por los españoles, su puro perfil cristiano, fue rápidamente a ligarse con las leyendas y ritos del esclavo africano, dando lugar a nuestra amalgama actual de creencias religiosas.

De ahí, que nuestro país dado como es a las más insólitas mixturas religiosas identifique a la Virgen cristiana de la Candelaria, con la deidad africana de Ollá Yanza, Dueña de los cementerios. En ambos casos se presenta a la diosa como una bellísima mujer de larga y profusa cabellera, cuya principal virtud es, para los creyentes, el poder divino de proteger la gente del campo y para el entendimiento de las mujeres, hacer crecer los cabellos de quien en el día de su fiesta así se lo pide.

Para el catolicismo, el ritual la presenta como a la Virgen iluminada por dos sirios en Cruz. Para las creencias africanas, Ollá se utiliza para “Trabajos fuertes», donde las velas son también factor principalísimo.

De estas y otras formas de la adoración popular viene la actual manera de rendir tributo a la deidad en los más diversos pueblos de la isla. Ella es la Patrona de San Antonio de las Vueltas, y en Las Villas; Ceiba Mocha, en Matanzas; Morón, en Camagüey; y Consolación del sur y Candelaria, en la provincia de Pinar del Río; Oaxaca en la provincia de La Habana.

En cada una de esas localidades,   se ofrecen cada año, durante los días, (del 2 al 5 de febrero) las más grandes fiestas populares de la localidad, en las que participan todos los vecinos y aún los de los pueblos cercanos que salvan distancias extraordinarias, a pie, a caballo, en ómnibus y en carreteras,  y para concurrir a la procesión y ejercitar los juegos públicos; después de rezar devotamente al pie de los altares dónde la bondadosa imagen ofrece a todos el milagro mayor de su presencia, “Ñañacos”y Jutíos.

En San Antonio de las Vueltas, “Ñañacos” y “Jutíos” se disputan la primicia en todos los eventos: carreras en saco, palo encebado, torneo de jinetes, fiesta de carnaval, desfile de carrozas y de bandas. Y la misa reviste caracteres de toda solemnidad. Y la iglesia se viste de fiesta y las campanas repican con bronces más alegres tañendo a fiesta, llamando a la devoción.

Pero los barrios se dividen en esos dos bandos de «Ñañacos» y «Jutíos». Donde el fondo de la historia para en una rivalidad sin tregua ofrecer el mejor homenaje a la Santísima Virgen de la Candelaria.

Gane el grupo que gane, la victoria, es sin duda, de la tradición de la diosa adorada de los valores folklóricos de la fiesta que siempre reúne en vueltas a todos los vecinos de los alrededores afiliados a uno de los bandos de igual jerarquía criolla, de igual devoción religiosa.

Ceiba Mocha

En Ceiba Mocha las fiestas logran también un elevado tono de popularidad. El vecindario alumbra a los altares desde la noche del primero de febrero. Ya en la madrugada, comienzan a llegar de todas partes peregrinos devotos que traen el mensaje de su emoción de su agradecimiento o de su ruego.

Vienen descalzos y a pie por las carreteras; cruzan los caminos acompañados de toda la familia.O traen a la esposa a la grupa del caballo. Algunos, hacen la travesía sosteniendo cirios encendidos.

En la carretera que da acceso a la pequeña población se van reuniendo poco a poco, como si se hubieran dado cita,  los millares y millares de devotos que vienen a postrarse ante la imagen de la Candelaria. Las llamas de los cirios siguen quemando la noche. Bajo el frío de la madrugada la muchedumbre avanza. De lejos la manifestación es imponente. De cerca, da la impresión de un aquelarre; los devotos, penetrando las profundidades sin fondo de la noche, semejan las brujas del medioevo.

Son creyentes de todas partes que vienen cada año a renovar su fe en la Santa de los Campesinos. Proceden de Canasí y de Matanzas; o de Cárdenas y Coliseo. Vienen desde Recreo, de Jovellanos, de Unión de Reyes, de Colón, de Sabanilla y son los guajiros cubanos, los hombres del campo que traen ante la imagen sus más personales y diversos problemas.

Pero con ellos vienen los tahúres para hacer su zafra en la celebración; y vienen los «busca vida» y el parque y las calles se llenan de tarimas y quioscos pintiparados donde el guajiro su mujer con caras cetrinas venden el «pan con lechón», la masita de puerco frita, el café, “acabadito de colar”; las empanadas deliciosas y las papas rellenas.

Y en la tarde del 2, de la vieja iglesia humilde sale la procesión. La Virgen va en andas en medio del gentío que la empuja, la sigue, la clama en una comparsa sin término. Y los devotos, al paso, ofrecen milagros y flores; y las mujeres se le tiran los mechones de sus cabellos, rogándoles enardecidas, pidiéndole la protección de sus hijos, la salud de sus esposos y el crecimiento de sus cabellos.

Así cada año. Así, desde los primeros días de la nación, y en un creciente amor por la bondadosa imagen.

Consolación del sur

Pero la más vigorosa fiesta se ofrece en Consolación del Sur. Ni siquiera las celebraciones de Morón, una de las zonas más ricas del campo cubano, consiguen hacer palidecer las que logra la ciudad de Consolación del Sur cada mes de febrero.

No es que Consolación del Sur se aparte del camino trazado para todas las ferias de pueblos. Es que un especial tono de apasionamiento se logra en la fiesta capital de la Candelaria en la provincia vueltabajera. Más de cien mil vecinos del término y los alrededores se reúnen en Consolación. Una singular alegría preside la fiesta donde el ritual es lo de menos.  Apenas una breve visita a la iglesia: de rodillas ante el altar mayor, los creyentes se persignan. Un breve ruego,  la ofrenda y se entregan a la diversión, en los juegos de azar que se instalan en las calles y el parque; a los bailes que se celebran a unísono en todas las sociedades de la localidad, o recorren la calle principal en grupos o solos; compran golosinas de toda clase en cada casilla; beben cervezas y alcoholes; o pasean la población en sus jeeps, o en sus autos.

Las muchachas exhiben su belleza a los ojos de los jóvenes que la acuchillan a piropos mientras hacen la ronda en el parque o en las calles cuajadas de pencas de palmeras y guirnaldas de luces, los guajiros de trochana bien planchada, tal como para el domingo, y que vinieron de los lugares más remotos,  aventuran sus pesetas en el “tiqui tiqui”; en las mesas de San-Kun-Pong en las vueltas de la ruleta.

Y mientras la fiesta sigue, el paseo sigue, sigue el júbilo de la multitud, el canto de los “droupiers” (que nuestros guajiros llaman “gurrupies»), se oye desde lejos,  más alto,  más importante, invitando al azar de la lotería. Y las voces:

– El cinco con dos, cincuenta y dos.

– El cuatro con tres, cuarenta y tres.

A ratos, alguien interrumpe el canto:

– Centro.

– Tres  bolas.

O éste,  que es definitivo:

– Compay,  no me cante más que tengo Lotería.

O surge la disputa:

– Oiga, compay: juégueme limpio,  y que yo no soy ningún montuno.

Pero casi nunca los problemas llegan a exigir la intervención de la Guardia Rural, que está en todas partes,  y con su sombrero tejano, con su machete, con mirada de ojo sin risa.

Y casi nunca interviene el Rural porque el jugador sabe su oficio y arregla los problemas como “amigable componedor”, para seguir adelante en su negocio, sabedor de que al final se ha de imponer el decir que: «de enero a enero el dinero será del banquero».

Pero ni siquiera por una grave disputa la fiesta se paraliza.  Sigue siempre adelante el gentío que se agolpa, tropieza, sube y baja; cruza las calles a empellones, o se detiene de pronto, como si algo lo fascinara, ya para contemplar asombrados los fuegos de artificios que derrochan colores en el cielo de la noche:  ya para seguir la ruta de una bengala que sube a lo alto para deshacerse en cascada de luz; o para contemplar el paso de una tropa de ágiles jinetes de guayaberas de Irlanda crudas cuajada de botones de nácar, caballeros en «trotones» impresionantes, enjaezados y aún embellecidos por la montura tejana.

En la fiesta de todos los pueblos con su dulce color, con su sabor profundamente criollo, con su sana diversión y la alegría sin excesos que nunca ha ido más allá de una borrachera.

Pero estas gentes que llenan ahora las calles de Consolación son los mismos, también que hemos visto en otros pueblos. Son los vecinos de los términos vecinos. Vinieron de Candelaria, donde desde hace unos cuantos años, la fiesta del patrono ha perdido sus viejos entusiasmos, desplazándose la celebración al centro más populoso de Consolación; llegaron en peregrinación interminable, procedentes de los Palacios; cruzaron caminos y carreteras, y viniendo desde Puerta de Golpe; de Alonso, de Rojas, de San Diego de los Baños, de Cayo Largo de La Herradura, de Pilotos, de Pinar y aún de Artemisa.  Y vinieron a darle un completo carácter provincial a la fiesta de la Candelaria. Y trajeron tabaco de San Luis, dulce como la caña; o el de San Juan: o proceden de las minas de Obas  y hasta de Mendoza, Guane y Los Remates. Son todos los pinareños que ruegan a la Candelaria, asistiendo a las fiestas de Consolación.

Y adoran a la Virgen milagrosa del mismo modo que lo hacen los creyentes de Camagüey, Matanzas y las Villas, divirtiéndose de modo un tanto pagano, pero seguro de que su petición a la Candelaria será concedida. 

Y la imagen, desde lo alto de ara en el sitio preferente de la Iglesia, o desde la cima de las andas que las llevan en procesión, encabeza la fiesta, como así también se alegrara de la dicha de sus devotos, los abnegados, laboriosos y maltratados guajiros de nuestros campos. Su dulce presencia contagia a los creyentes y ya se dan por servidos con solo rogarle y alegrarse. Y para ellos,  ya es seguro que caerán las lluvias sobre los campos que crecerán poderosas las simientes; que serán óptimas las cosechas y las sencillas guajiritas están seguras que sus cabellos crecerán firmes y poderosos, después de haberle dado a la Candelaria sus guedejas toma porque ella en la Santa de los campesinos, de las lluvias y las siembras, una diosa y una devoción de tierra adentro.

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