LA VOZ DE LA HISTORIA

Written by Rev. Martin Añorga

10 de octubre de 2023

En estos días iniciales de octubre exaltamos dos fechas de alto valor histórico, en Cuba el heroico Grito de Yara y en el ámbito interamericano el Día de la Raza dedicado a exaltar la hazaña del descubrimiento  del “nuevo mundo” por Cristóbal Colón.

Queremos hoy hablar de Carlos Manuel de Céspedes y de la increíble  proeza del 10 de octubre de 1868 cuando en un apacible rincón de la Isla de Cuba un grupo de patriotas cubanos lanzaron el fogoso y famoso Grito de Yara. 

Lamentablemente después de diez intensos años de lágrimas, sudor y  sangre se impuso un inevitable receso que culminó finalmente con la gloriosa conquista de nuestra libertad por medio de la final guerra de Independencia coronada de gloria el inolvidable 20 de mayo de 1902  cuando quedaron deshechas las cadenas ignominiosas que nos ataban al colonialismo español; pero Cuba, gimiendo de angustia lamentablemente 57 años después torció sus destinos para caer bajo la opresiva dictadura de una onerosa tiranía comunista. 

Han pasado 64 siniestros años, pero  el eco del Grito de Yara se expone todavía a plena voz, recordándonos que no debemos cejar en la lucha por el rescate de nuestra independencia y total libertad.

Después de varias aborrecibles décadas se han producido cambios que debemos analizar. A la juventud cubana de hoy solamente le queda la opción de la escapatoria a nuevas fronteras. Profesionales, gente preparada y arriesgada, han huido del sitio en que nacieron, buscando  nuevos horizontes para proteger sus vidas. Probablemente somos muy escasos los cubanos que nos mantenemos con vida después de este largo lapso de tiempo, y nos preguntamos con justificada inquietud si las nuevas generaciones han asumido el deber que les impone la voz de la historia. 

Hoy día la juventud cubana tiene empeñadas sus vidas en el quehacer cotidiano en ajena geografía.  A los ancianos y a los cubanos de relativa madurez que hoy continuamos por los caminos de la rebeldía, cansados pero no vencidos,  el fervor patrio, a pesar de  la edad, nos ha impuesto la ingente responsabilidad de despertar y preparar líderes que vayan ocupando el espacio que obligatoriamente vamos dejando vacío.

Sabemos que hay diferencias bien marcadas entre nuestras generaciones. El llamado exilio histórico tiene valores que se arraigan a un pasado que no nos es común con la mayoría de los líderes que van surgiendo en nuestro medio. Han estado sometidos a un implacable adoctrinamiento que los aleja de los fundamentos de nuestra historia y de la identidad  patriótica de hombres como Carlos Manuel de Céspedes. 

Hace un tiempo tres jóvenes recién incorporados al exilio me afirmaban que lo que conocían de las gestas independentistas de Cuba eran meros retazos a los que tuvieron acceso por uno u otro libro viejo que cayera en sus manos. 

Una joven me confesó que se asombró cuando nos oyó hablar de Martí porque desde niña le decían que él es el ideólogo de la revolución. Otro de los muchachos me preguntaba acerca de Céspedes, contándome que le habían enseñado que era dueño de centrales azucareros en los que trabajaban esclavos sin salario y sometidos a los más grandes maltratos, y que buscaba la manera de liberarse de España para poder aumentar su caudal económico. Cuando oímos cosas como esas tenemos que armarnos de comprensiva paciencia para entender a los cubanos de “la nueva era”, para definirlos de alguna manera.

Más de medio siglo en la historia es una pizca de tiempo, pero en la vida de un ser humano no deja de ser un largo trayecto. Cuando llegan a nuestros lares cubanos que recién se han “escapado” de la entristecida Isla, debemos ser comprensivos y compasivos. 

En una  reunión expuse a los asistentes que hay que entender la apatía que muchos cubanos contemporáneos sienten porque no tienen ciertamente una patria que quieran reconquistar porque no conocieron a la que se perdió, la que añoramos los exiliados que tenemos ya los cabellos cubiertos de nieve.   

A menudo pensamos que pelear contra un enemigo de la estatura del comunismo es perder el tiempo y arriesgar innecesariamente valiosas vidas. Nosotros mismos, los que queremos destruirlo alentamos personalmente la idea de que se trata de un enemigo invencible. Si Carlos Manuel de Céspedes y su pequeño grupo de seguidores hubieran pensado así, la guerra de los Diez Años jamás se hubiera iniciado. Recordemos que al amanecer del 10 de octubre declararon que había comenzado la guerra para lograr la liberación de Cuba del yugo español  y al día siguiente, sin embargo, prácticamente sin armas, tomaron el pequeño pueblo de Yara. 

Las fuerzas españolas que acampaban en Yara eran muy superiores en número a los cubanos, estaban militarmente equipados y preparados y sin mucho batallar estuvieron a punto de aniquilar al pequeño grupo de bravíos invasores. Algunos de los sobrevivientes de la dolorosa aventura se quejaron con Céspedes diciéndole que todo “se había perdido”, pero éste, desde la altura de su corcel, les respondió heroicamente diciéndoles: “¡Adelante, cubanos, aún quedamos doce hombres. Bastamos para hacer la independencia de Cuba!”.

Si un ejemplo nos hace falta para sustentar nuestra rebeldía frente a la ocupación comunista de Cuba lo tenemos en la conducta viril de Carlos Manuel de Céspedes. 

Otro incidente en la vida del admirable prócer nos debe  hacer pensar en los sacrificios que demanda la lucha por la libertad. Oscar, uno de los hijos de Céspedes, que era también un héroe de la rebelión cubana, había sido apresado por las fuerzas españolas. El general Lersundí, gobernador militar  de esas hostiles tropas instaladas en Cuba le envió un retador mensaje a Céspedes, prometiéndole la libertad total e indemne de su hijo si deponía las armas. 

La respuesta de Céspedes fue inesperada, heroica y sacrificial.  Estas fueron sus palabras: “me anunciáis en vuestro escrito que la libertad de mi hijo Oscar está en sus manos, y ponéis como precio a su rescate el que yo deponga las armas que un día no lejano empuñara contra los enemigos de mi Patria, es decir, me proponéis que traicione el juramento solemne que en pro de su libertad hube de hacerles, y que defraude las esperanzas de los  hombres que en mí han confiado … Todos son hijos míos, señor, y menguado serían mi corazón y mi conciencia si por salvar la vida de uno de ellos comprometiera la de los demás… Podéis llevar a cabo vuestras amenazas, con ello heriréis mi corazón de padre, pero habréis dejado a salvo mi dignidad y mi conciencia…”, y a Oscar lo fusilaron. Por esa acción valerosa y digna, increíble para muchos, Carlos Manuel de Céspedes es conocido como el Padre de la Patria.

No pretendemos un esbozo biográfico de Céspedes, siendo así que concluiremos este trabajo refiriéndonos a su trágica muerte, acaecida en un campestre rincón de la imponente provincia oriental de Cuba. 

Céspedes, extenuado por sus batallas, presionado por los compromisos con las fuerzas armadas de la revolución que conducía y ya marcado por sus años se refugió en la finca San Lorenzo mientras esperaba por un salvoconducto que le permitiría ir al extranjero para promover la causa de la libertad cubana, levantar fondos y conquistar aliados; pero en su cuartel personal el día 27 de diciembre del 1874 lo sorprendieron fuerzas españolas. Tenía en su revólver seis balas con las que pretendió librarse del ataque inesperado, pero al ver que tal posibilidad le era esquiva, después de haber disparado contra sus enemigos, se disparó a sí mismo la bala que le quedaba disponible, muriendo de cara al sol y cubierto de gloria. 

Quisiera que recordáramos siempre las palabras pronunciadas por Carlos Manuel de Céspedes el día en el que convocó al pueblo cubano para que se levantara en armas contra el opresor régimen que atropellaba a Cuba: “el poder de España nos luce invencible porque durante tres siglos lo hemos contemplado de rodillas. ¡Levantémonos  y veremos que no es invencible!”.

¿Hemos escuchado la voz de la Historia?

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