La visita del Gran Duque Alekséi A. Románov a Cuba en 1872

Written by Alvaro J. Alvarez

30 de mayo de 2023

El Gran Duque Alekséi (Alejo) A. Románov y de Hesse, nació en San Petersburgo el 14 de enero de 1850 y fue el sexto hijo y el cuarto varón del Zar Alejandro II de Rusia (1818-1881) y de la zarina María Aleksándrovna (María de Hesse-Darmstadt-1824-1880), se casaron en 1841.

Alejandro II, fue conocido como el Lincoln ruso. Abolió la servidumbre en toda Rusia en 1861, prohibió el castigo corporal, estableció gobiernos autonómicos, inició la reforma judicial, modificó el sistema de enseñanza e implantó el servicio militar universal. Gobernó desde 1855 hasta 1881, que falleció.

Destinado a la carrera naval, el Gran Duque Alejo comenzó su entrenamiento militar a la edad de 7 años. A los 20 fue nombrado teniente de la Armada Imperial Rusa y había visitado todos los puertos militares del Imperio. En 1871 fue enviado como embajador de buena voluntad a los EE.UU y al Japón. Alejo fue tío de Nicolás II quien fue asesinado por Lenin, junto con toda su familia en 1918, doce en total, incluyendo empleados domésticos y el médico familiar.

Entre 1869 y 1870, Alejo comenzó un romance con Aleksandra Zhukóvskaya, hija del poeta Vasili Zhukovski, que era 8 años mayor que él. Fueron los padres de un hijo, Alekséi, nacido el 26 de noviembre de 1871. El Zar Alejandro II se opuso enérgicamente a esta relación.

Nunca hubo prueba del matrimonio o del divorcio, ni tampoco de que Alejo pidiese permiso para casarse, Aleksandra, no era aristócrata y además su padre era hijo ilegítimo de un terrateniente ruso y de una esclava turca, por todo esto, el matrimonio habría sido impensable.

Molesto por todo esto el Zar Alejandro II incluso se negó a conceder a Aleksandra un título, lo que habría reconocido oficialmente la paternidad de Alejo, sobre su hijo ilegítimo. 

Tras la visita oficial a San Petersburgo de una embajada de EE.UU al mando del Almirante David Farragut en 1867, el Gobierno ruso decidió enviar una delegación de la Marina, encabezada por el Gran Duque Alejo A. Romanov. El anuncio oficial de la visita fue hecho el 29 de junio de 1871 por el ministro de la Armada Imperial Rusa.

La escuadra rusa, al mando del Almirante Konstantín N. Possiet a bordo de la corbeta Bogatyr, incluía a las fragatas Svetlana y Almirante General, la corbeta Ignátiev y la cañonera Abreck. El Gran Duque, como teniente iría a bordo de la fragata Svetlana. Antes de llegar a los EE.UU la escuadra rusa se reunió con la fragata Vsádnik de la flota del Pacífico. Aunque todos los buques estaban equipados con motores de vapor, la escuadra hizo la travesía principalmente con velas, a fin de evitar hacer escala en algún puerto de la ruta de suministros de carbón. La tripulación incluía 200 oficiales y más de 3,000 marineros. La escuadra zarpó el 20 de agosto de 1871 de la base naval de Kronstadt, situada a 30 km. al Oeste de San Petersburgo, en el golfo de Finlandia que son aguas del Mar Báltico. 

La escuadra tocó puerto en Copenhague, Plymouth y en la Isla Madeira antes de arribar a Nueva York el 21 de noviembre de 1871. Desde allí y casi siempre en ferrocarril, estuvo durante 3 meses de recorrido y visitó: Washington, Annapolis, Filadelfia, Boston, Montreal, Ottawa, Toronto, Búfalo, Detroit, Chicago, Cleveland, Cincinnati, Louisville, Memphis, Omaha, San Luis, Milwaukee, Denver, North Platte, Colorado Springs, Nuevo Orleans y Pensacola. 

A mediados de enero, el Gran Duque se dirigió a North Platte, Nebraska para su muy esperada participación en una cacería de búfalos que tendría lugar el día 14, fecha de su 22 cumpleaños. Buffalo Bill Cody iba a ser su guía y el grupo de caza también incluía al general Philip Sheridan y al coronel George Custer.

La flota rusa zarpó desde Pensacola, Florida, el 22 de febrero de 1872. Se afirmó que cientos de libras de carne de búfalo helado fueron cuidadosamente subidas a bordo, ¿habrán sido de los 25 búfalos que logró matar? 

Desde el año 2,000, en Hayes Center en Nebraska se organiza cada año la “Cita Gran Duque Alexis” una recreación de la caza de búfalos para recordar aquella caza del Príncipe Alejo.

Cuando La Habana despertó, el martes 27 de febrero ya sus calles habían sido engalanadas para recibir al Gran Duque Alekséi (Alejo) A. Románov, hijo del Zar Alejandro II de Rusia. 

Al mediodía arribaron las naves rusas y la fragata Svetlana donde viajaba su majestad. Una multitud curiosa, en el muelle de Caballería, disfrutó el espectáculo. Junto al hijo del Zar, viajaron otros integrantes de la nobleza rusa. 

Debemos recordar que en ese momento hacía 3 años y pocos meses (1,237 días) que Cuba se encontraba en medio de la Guerra de los Diez Años, por la que los insurgentes, bajo el mando de Carlos Manuel de Céspedes, trataban de ganar la independencia y a 92 días del fusilamiento de los 8 estudiantes de Medicina. Aunque los combates se localizaban en la parte oriental de La Isla, el Gobernador y Capitán General, Blas Villate y de la Hera, conde de Valmaseda (1824-1882) recibió al Gran Duque con plenos honores. 

Los barcos de guerra nacionales y extranjeros contestaron el saludo de la escuadra rusa y del Castillo de la Cabaña. 

Tan pronto llegó al muelle la fragata Svetlana fue a expresarle la bienvenida y ponerse a sus órdenes, el general Francisco de Ceballos y Vargas, segunda figura en la jerarquía política y militar del Gobierno colonial en La Isla, acompañado por sus ayudantes y del coronel Rivera. Parece que el Duque llegó muy cansado, pues decidió pernoctar en su nave. El desembarco se pospuso para el siguiente día.

El Gobernador de La Habana y una comisión del Ayuntamiento compuesta por el alcalde Julián de Zulueta, José Olano, Ignacio Sandoval y Manuel Martínez Rico, fueron igualmente a saludar al ilustre huésped, siendo recibidos por el Almirante de la escuadra rusa quien lo llevó en presencia del Duque Alejo, que como teniente estaba en funciones de su cargo ese día.

Por fin el desembarco se efectuó el miércoles 28 de febrero, a las 4:20 de la tarde. Luego marcharon hasta la Quinta Santovenia, en el Cerro, donde se alojaría durante su estancia en la capital y para cenar en compañía del Gobernador Blas Villate que le ofreció un banquete, al que asistieron varios generales, condes y marqueses, además de representantes del cuerpo diplomático.

Las calles por donde pasó la comitiva estaban adornadas con cortinajes y banderas nacionales.

La Banda de los Guías interpretó la Marcha Real Rusa para darle la bienvenida a la ilustre comitiva.

El jueves 29 de febrero el Duque Alejo, asistió a una fiesta que ofrecieron, en su casona del Cerro, los condes de Fernandina, fiesta que fue un sonado acontecimiento social. 

A las 9 paseó por las calles de Muralla y Mercaderes, adornadas para la ocasión, mientras iba al Teatro Tacón, donde la orquesta tocó la Marcha Real y disfrutó del primer acto de Crispino e la Comare, una ópera buffa compuesta por los hermanos Luigi y Federico Ricci.

Como desde su arribo al puerto se le declaró huésped de honor del Ayuntamiento de la capital, preparándosele un alojamiento de Rey, en la Quinta de Santovenia, donde tuvo servicio, mesa y carruajes a su disposición, con una constante guardia de honor de una compañía de Infantería de Marina con bandera y música.                                                                                                        

En la mañana del viernes 1º de marzo, el Duque, se trasladó en tren desde la Estación de Villa Nueva hacia el Canal de Vento (actual Acueducto de Albear). Allí almorzó junto con autoridades del Ayuntamiento y los súbditos rusos. 

El sábado 2 de marzo, a bordo de la fragata Svetlana, celebró el advenimiento al trono de su padre, aniversario que se festejaba ese día. Desde La Cabaña los buques anclados en la bahía dispararon balas de salva. A bordo se efectuaron actos solemnes.

Durante su estancia en La Habana se organizaron bailes todas las noches. 

Interesado en conocer las costumbres de los cubanos, aceptó la invitación para asistir a una pelea de gallos finos en Marianao, el domingo 3 de marzo a la 1:30 de la tarde salió del paradero de Concha una máquina exploradora, vistosamente engalanada con banderas y gallardetes de todos colores entre los que figuraban el Pabellón Nacional y el del Imperio Ruso. Poco después seguía otra máquina que parecía en el brillo de los metales acabada de salir del taller de fabricación ostentando los Pabellones Español y Ruso y una hermosa águila dorada al frente en posición de contemplar ambas banderas. Le seguía un coche conduciendo una banda de música de uno de los Batallones de Voluntarios, otro coche de primera con personas del séquito de su S. A. y por último el coche imperial donde iba su Alteza con el Gobernador Político y otras muchas personas distinguidas de La Habana. Todos los coches muy limpios y pintados, el coche imperial estaba ricamente tapizado y fileteado con molduras de oro.

Al evento acudieron muchos habaneros, pues era una lidia con acceso libre al público. Las banderas de Rusia y España sobresalían en el Teatro, convertido en valla de gallos. Con el hijo del Zar estaba el Conde de Valmaseda, oficiales de la Marina de su país, Estados Unidos, Inglaterra y de otras naciones.

Julián de Zulueta y Amondo, famoso traficante de esclavos y político español, marqués de Álava, uno de los hombres más acaudalados de Cuba, lo recibió en su palacete ubicado en la Villa de Marianao, donde merendaron el viajero, sus acompañantes y otras 70 personas. 

En la noche disfrutó de un bailable que se extendió hasta las dos de la madrugada, en los salones del Palacio de los Capitanes Generales.

A las 10:30 llegó el Duque, el Capitán General junto a una comisión del Ayuntamiento que recibieron al Príncipe Alejo al pie de la escalera de Palacio. Una compañía del Primer Batallón de Ligeros, que estaba de servicio, con bandera y música, hizo los honores al ilustre huésped, y la música de Bomberos, colocada en el patio, tocó la marcha imperial de Rusia, mientras S. A, subía a los salones, cuyas orquestas lo recibieron a los sones del himno real español.

El primer rigodón oficial o de honor lo formaron las siguientes parejas: el Príncipe Alejo, con la elegante Condesa de Jibacoa; el Conde de Valmaseda con la gentil Rita Duquesne; el Conde de Cañongo con la distinguida señora de Zulueta; el general Ceballos con la bella Lola Morales de Sandoval; el ayudante de S.A. con la esbelta y amable Dolores Pedroso de O’Reilly y el capitán Clainer, de la armada rusa, con la hermosa Condesa de Romero.

Apenas León Crespo de Laserna, alcalde del Ayuntamiento de Matanzas, conoció la visita del Duque se marchó a La Habana con otras personalidades para invitarlo a recorrer la Ciudad de los Puentes, el Valle de Yumurí y las Cuevas de Bellamar.

El 4 de marzo se materializó la visita. En la fragata Svetlana viajó a Regla y al llegar a la 1:45 de la tarde lo recibieron el Gobernador de Guanabacoa y los alcaldes de esa Villa y de Regla, así como comisiones de los cuerpos de voluntarios de ambas poblaciones quienes le recibieron con banderas y los sones de la marcha imperial de Rusia. Luego de tributarle un breve homenaje partieron en el tren imperial. 

La primera escala fue en Jaruco, que es el límite territorial, por eso estaba esperándolo el mismo Gobernador General. 

Cuando el tren estaba llegando al paradero de García, en la bahía matancera, el Castillo de San Severino anunció la llegada al sonido de 21 cañonazos. Allí lo esperaban personalidades del Ayuntamiento de Matanzas, todas las corporaciones civiles y militares, así como distinguidas personalidades quienes se presentaron a ofrecerles su respeto al noble vástago del soberano de una potencia amiga que ese día los honraba con su visita. El Brigadier Gobernador después de saludar al príncipe Alejo, le pidió al alcalde Municipal, el Sr. León Crespo de Laserna hiciera uso de la palabra, la cual fue en idioma inglés.  

A la entrada del puente de Bailen, en el principio de la calzada de Tirry, había un elegante arco en el que se pudo leer: Matanzas saluda respetuosamente a S.A.I. el Príncipe Alejo. Todas las calles donde pasó la comitiva estaban engalanadas y repletas de pobladores que hasta habían decorado los frentes de sus casas y estaban deseosos de ver y saludar al digno e ilustre huésped.

Al caer la tarde, el Gran Duque y su comitiva, acompañados del Sr. Brigadier Burriol y de personalidades del municipio se dirigieron a la Ermita de Monserrate, para desde allí contemplar el hermoso paisaje del Valle del Yumurí, algo que le dejó embelesado y expresó: “solo faltan Adán y Eva para ser el paraíso terrenal”.

A las 7 tuvo lugar en el Palacio de Gobierno un gran banquete oficial al son de las distintas músicas de todos los cuerpos y del regimiento de Nápoles. Los dueños de los restaurantes Louvre y La Diana estuvieron a cargo del menú.

Ocupaba el puesto de preferencia en uno de los centros de la mesa, S.A.I. que tenía a su derecha al General Riquelme y a su izquierda al Brigadier Barriel. En el centro estaba el vicealmirante Possiet que tenía a su derecha al alcalde Municipal León Crespo y a su izquierda al coronel del Tercer Batallón de Voluntarios, Juan Alés. Además, estaban presentes: Demetrio Quirós, Juan Soler, Pedro Ricart, Adolfo Yolif, Santiago Serra, Francisco Montaos, Francisco Bernal, el presidente del ferrocarril Rafael Sánchez, el director de la Aurora del Yumurí, Francisco de Paula Flaquer, Francisco Lluria, Miguel Blanco Herrero, Hermenegildo Herrero, José María Gago, Luis Dimas Pou, Anselmo García, Ambrosio C. Sauto, Félix González Torres, Miguel Antonio Herrera, Tomás Guin, Miguel Casalez, Juan San Juan y Ramón González Maribona entre otros muchos.

Al terminar la comida, a las 9:30 su Alteza tuvo la complacencia de oír los coros catalanes, que tuvieron que cantar dos veces debido al merecido aplauso del principio.

Luego presenciaron una función de fuegos artificiales, donde las bellas matanceras ocupaban por completo la espaciosa Plaza de Armas desde las nueve de la noche.

A continuación, se desplazaron a los salones del Casino Español en donde tuvo lugar el baile de máscaras, aunque la presencia del Príncipe fue algo corta.

El ilustre visitante se alojó en la preciosa quinta del Sr. Félix González Torres, situada en las pintorescas alturas de Simpson, quién vio y admiró sus bellos jardines.

Al llegar, la elegante señora de la casa lo recibió ofreciéndole una fina bandeja de plata, el pan y la sal que es el homenaje típico de Rusia a la hospitalidad y que logró impresionar al mandatario por tan sincero recibimiento.

El martes 5 fueron en quitrines (carruajes de la época) a visitar las Cuevas de Bellamar. Se impresionó mucho con la maravilla de la naturaleza y al salir fue obsequiado con una caja llena de preciosas estalactitas y estalagmitas de caprichosas formas y tamaños. A los muchachos que llevaban los mechones para iluminarle el camino les regaló cien pesos. 

Regresaron a la ciudad a las 10 de la mañana, para desayunar en la Quinta del Sr. González.

Antes de abandonar la Quinta, las niñas del Asilo de San Vicente de Paul, le hicieron entrega de un hermoso cuadro bordado por ellas, donde se destacaba las armas de Rusia. Este gesto lo impresionó mucho y les dejó al Asilo, un donativo en agradecimiento a tan lindo regalo. 

A las 12:05 de la tarde del martes 5 de marzo, partió el tren de regreso a La Habana, después de oírle expresar su agradecimiento y su afectuosa despedida por los gratos recuerdos que se llevaba consigo. Entonces se pudo escuchar la salva de los 21 cañonazos disparados desde el Castillo de San Severino. 

El Gran Duque no tuvo tiempo ni para la siesta. Llegó de Matanzas y fue a una 

corrida de toros y de noche al teatro.

La prensa local reseñó así la visita: «la población de Matanzas se decoró por la mañana y fue iluminada por la noche, y se izaron pabellones nacionales en todos los edificios del Estado».

La noche del miércoles 6 de marzo, la bahía habanera salió de su oscuridad habitual iluminada por cientos de lámparas de la fragata de tres palos Gerona de la armada española que, anclada en el puerto, con todos sus oficiales a bordo e ilustres de la ciudad para ofrecer un baile en honor del hijo del Zar ruso príncipe Alejo Alexandrovich.

La revista La Quincena, de la época, describió al huésped como “un apuesto joven de 22 años, de elevada estatura, fisonomía agraciada y simpática, de barba y pelo rubios y de maneras en extremo distinguidas y corteses. Se expresa con encantadora amabilidad y es muy modesto en su trato”.

Otra crónica precisó que el príncipe acudió al baile a las 10:30 de la noche en uniforme de teniente de navío de la Armada Rusa, en la puerta le esperaban el Capitán General y comandante General Interino de la Armada de esta Isla. Una compañía de infantería de marina le hizo los debidos honores, mientras la música del Apostadero tocaba la Marcha Imperial Rusa. En el puesto de mando de la Gerona, el comandante de la fragata Méndez Casariego acompañado del segundo comandante y oficiales de la misma. Terminada esta parte del programa tuvo lugar el rigodón oficial. El Gran Duque Alejo bailó con la Sra. de Lombillo, el Capitán General lo hizo con la señora del magistrado Soler y Espalter. El comandante General Interino el Brigadier Suances con la señora Herrera de Romano. El Ayo de S.A.I. con la señora Cárdenas de Pavia, el comandante de la fragata rusa Swetlana, con la señora Goyri de Balboa y el comandante de la Gerona con la señorita de Cantera.

Concluido el Rigodón, comenzó el baile general. (Rigodón, es un baile donde el número de las parejas que participan ha de ser par, normalmente 6 u 8, el baile se inicia con la salida de las parejas al ritmo de la música para tomar las posiciones iniciales de la danza, tomadas de la mano y cogiendo las chicas con la derecha la falda graciosamente, las parejas se adelantarán de una en una hasta el extremo del escenario, una vez allí se detendrán y con una leve inclinación de cabeza saludarán al público para a continuación colocarse en su lugar en el círculo que irán formando con todas las demás parejas).

La cubierta de la fragata Gerona estaba llena de bote en bote. Además de las damas que bailaron el rigodón oficial estaban Rita Duquesne del Valle, María Luisa Morales de Sandoval, Lola Pedroso de O’Reilly, María Jorrín de Forcade, Lola Herrera, las Pedroso, de Cárdenas, de Montalvo, la de Diz y Romero, la de Payret, la de Laudo, la de Ainz, Nena Jenekes, Angelita Cantera, Michita Aguirre, Carmita Orihuela, Elena Lauzán, las de Redondo, Lamar, Esponda, Sotolongo, Herrera, Passeti, Bulnes, León, Lamela, etc.

A la 1:30 el Príncipe dando el brazo a la encantadora Rita Duquesne, se dirigió al salón de la cámara del comandante de la Fragata Española, donde se había dispuesto el buffet y le siguió el Capitán General, dándole el brazo a la señora condesa de Jibacoa y demás invitados.

Alejo estuvo de parranda hasta las 4 de la madrugada y del brazo de elegantes habaneras, a las que calificó como “las más bellas que había visto en sus visitas a las distintas capitales europeas y americanas”. 

                                                                                                                             Las autoridades españolas no escatimaron en gastos para brindar una estancia por todo lo alto al heredero de la corona rusa y sus acompañantes, a pesar de estar inmersos en la guerra contra los cubanos alzados en armas desde el 10 de octubre de 1868. Pero en La Habana no todos disfrutaban de los festejos, un grupo de madres dirigieron una carta el príncipe ruso para que interviniera con sus buenos oficios con el fin de que fueran liberados sus hijos presos, sobrevivientes del 27 de noviembre de 1871, cuando fusilaron a 8 estudiantes de Medicina, inocentes, bajo una falsa acusación. Se cree nunca le llegó esa misiva por haber sido interceptada.

En Cuba solo se había realizado un baile oficial en los buques de guerra en 1838 para celebrar el nacimiento del Príncipe de Asturias. El segundo evento de esta naturaleza ocurrió en la fragata Gerona, convertida en un palacio flotante, con motivo del homenaje al Duque ruso. Barcos iluminados. La orquesta sinfónica de Lottin amenizó el baile al que asistieron miembros de la nobleza criolla y española, las máximas autoridades del Gobierno y oficiales de mayor rango, de varias nacionalidades. De acuerdo con la prensa, 3,000 personas se sumaron a los festejos navales.

El jueves 7 de marzo, el Duque debió de haber dormido muy poco, porque a las 9 de la mañana se trasladó, en un tren especial, desde la estación de Villanueva hasta Güines. Iba rumbo al ingenio Las Cañas y lo acompañaban 40 personalidades. Los paraderos fueron engalanados y en las poblaciones salían a saludar a la comitiva integrada por el Gobernador de la Isla, autoridades militares, civiles y judiciales, los cónsules de Rusia, Estados Unidos, Inglaterra, entre otros. 

Al llegar a Güines, a las 10:30 los recibió el Ayuntamiento en pleno y les ofreció a todos los de la comitiva un espléndido lunch que fue servido en un local del paradero, perfectamente decorado. Los delicados manjares, exquisitos vinos, dulces y helados se sirvieron con verdadera profusión y todos los viajeros agradecieron a la ilustre municipalidad de Güines el fino obsequio que les había dispensado, tanto más espontáneo, cuando la Junta Directiva de la Cía. de Ferrocarril había manifestado hacerlo por su cuenta, sin poder conseguir que el municipio renunciara a su propósito.

A las 11:15 continuaron la marcha para llegar al paradero de La Unión que estaba alfombrado y sus paredes todas adornadas. Allí esperaban unos 30 quitrines para recorrer las tres leguas (casi 15 km) que restaban para llegar a la 1:45 de la tarde, hasta el Ingenio Las Cañas.

Este ingenio Las Cañas fundado en la década de 1840 por Juan Poey Aloy, en su época, se consideró como el segundo de más alto rendimiento y el más moderno de Cuba. Su trapiche llegó a ser el mayor del país. Llegó a producir en 1859 un 57% de azúcar blanca de primera calidad. El Príncipe se interesó en el proceso del guarapo hasta convertirse en azúcar, por supuesto quién más calificado que Juan Poey para explicárselo, un hacendado de una sólida preparación técnica y el más preocupado por el desarrollo industrial. Considerado el pionero cubano del moderno capitalismo. Su ingenio Las Cañas fue uno de los más importantes de su tiempo. El primero en introducir un laboratorio químico que, por cierto, estaba construido de tusas de maíz.

El famoso visitante le regaló al Sr. Poey un anillo de brillantes con la inicial de su padre el Zar Alejandro II dentro de la corona imperial. En cambio, el Sr. Poey le hizo entrega de un bastón de maderas preciosas cubanas y otro de manatí con puño de oro. Una gorra y un abanico de espino, obra de la Srta. Domitila García, una especialista en ese tipo de trabajo.

A las 4 se sirvió el almuerzo a los 50 comensales y a las 6 en punto tomaron los quitrines de regreso hasta el ferrocarril. El tren partió a las 7 pero, un kilómetro antes de llegar a San Felipe, se enteraron, que la locomotora que iba delante se había descarrilado y estaba impidiéndoles el paso. Esto causó una demora de tres horas, y fue la causa de llegar a La Habana a medianoche.

El viernes 8 celebraron una regata internacional en la Bahía, por iniciativa del príncipe Alejo.

El ilustre viajero agasajó espléndidamente a cuanto pasaron a bordo de la fragata Svetlana para presenciar el evento y a los que participaron en ella.

En la tarde, una escogida concurrencia de bellas señoras y señoritas de lo más selecto de la sociedad habanera se hallaba en la Machina para trasladarse a bordo de la nave donde navega el Gran Duque. El Vicealmirante de la escuadra rusa le manifestó al Sr. Méndez Casariego que su majestad recibiría con sumo gusto a cuantas damas y caballeros se dignaran asistir a la fiesta marítima. La nave estaba engalanada con banderas españolas y rusas y los oficiales recibieron a las señoras al pie de la escalera, conduciéndolas hasta los puentes y al alcázar de popa para que tomaran asientos.

Las Reglas fueron las siguientes:

-El horario sería entre las 2 y las 5:30 de la tarde.

-Habría 4 regatas, una para botes de vapor, otra para botes de vela y dos para los de remos.

-Todos los botes de vapor se colocarían en una misma clase, sin importar tamaño ni potencia.

-Para los botes de remos, habría dos clases, los de 5-7 remos y otra para los de 10 a 12 remos.

-Los botes que pasen de 12 remos, competirán para la regata de velas.

-Si dos botes chocaran, los jueces determinarían quien quedaba inhabilitado para ganar.

-El bote que pierda el derrotero prescrito, perdería el derecho a premio.

-Los botes de vela podían llevar todas las lonas que les parezca portable.

-Los remos no se usarían en los botes de vela.

-Los botes de remos podían llevar remos de repuesto, pero no remeros de refresco.

-Todos los botes deberían llevar una bandera pequeña que denote su nacionalidad.

Los vencedores fueron: seis americanos, tres españoles, un ruso, un alemán y un inglés. Los premios para los vencedores entregados a las 6 de la tarde, fueron: 

Los Botes de Vapor: Para los oficiales al mando, unos gemelos de marina, gemelos de oro con perlas para camisas, un barómetro aneroide. Para la tripulación, 6, 5 ó 4 libras esterlinas.

Los Botes de Vela: Para los oficiales, un reloj de oro, un barómetro aneroide, un telescopio.

Para la tripulación, 10, 8 ó 6 libras esterlinas.

Canoas al Remo: Para los oficiales, unos gemelos de oro y perlas para camisas, un barómetro aneroide, una copa de malaquita y bronce. Para la tripulación, 2 ó 1 libra esterlina, 10 chelines.

Lanchas al Remo: Para los oficiales, un telescopio, un barómetro aneroide de bolsillo. Para la tripulación igual que para las canoas.

El primer premio de las lanchas a vapor correspondió a los alemanes con Gazelle, en las canoas con remos los ingleses se llevaron la victoria y los estadounidenses en las lanchas.

Durante toda la tarde los criados de S.A.I. de gran etiqueta, sirvieron a los visitantes, dulces y helados. El Gran Duque, el Vicealmirante ruso y los oficiales rusos le enseñaron la fragata completa a todos los que quisieron verla, incluyendo los camarotes.

El sábado 9, el Duque aceptó conocer otro de los pilares de la economía cubana: la producción de tabaco. Recorrió en la mañana del sábado todos los vastos talleres de la fábrica Cabañas y Carbajal, de Anselmo González del Valle. Mientras el dueño le explicaba, le encargó a un 

operario que elaboraba un puro imperial como regalo a S.A.I. Luego que la comitiva abandonó el taller, el operario encontró debajo de su mesa de trabajo, una onza de oro.

En la noche asistió a la representación de La Favorita, pero se retiró antes del último acto.

El domingo 10, fue al gran Teatro Tacón para presenciar la función benéfica, verdaderamente espléndida del Ayuntamiento en su honor. Su Alteza, el Capitán General y las distinguidas personas que lo acompañaban en el palco y todo el público permanecieron de pie, mientras los principales artistas de la compañía cantaban el himno ruso con que se dio inicio a la función. Tamberliek, el gran artista y cumplido caballero, cantó su parte en lengua rusa, fino detalle que no pasó inadvertido por su Alteza. El aspecto del Teatro era encantador y entre los presentes figuraban todas las personas de elevado carácter oficial de La Habana. El palco del Capitán General presentaba un aspecto regio, destacándose la elevada figura del egregio huésped entre los brillantes uniformes de la ilustre comitiva. Los palcos, ocupados casi todos por elegantes y hermosas habaneras, semejaban preciosas guirnaldas y constituían el más precioso adorno del gran Coliseo. La ejecución de la Marina fue esmerada, arrancando, principalmente Tamberliek y la Dalti, numerosos aplausos del Príncipe que sin duda alguna es un aficionado a la música. Terminada la función se retiró con los honores que corresponden a su alta jerarquía. Luego entró a cenar en el restaurante francés de la calle O’Reilly.

El lunes 11, al mediodía, como estaba anunciado, el negro Germán Castro, Rey del Cabildo de nación Arará, reunió a los suyos, vestidos a su usanza del día de La Epifanía y se dirigieron a la Quinta de Santovenia, creyendo su Alteza se encontraba allí. Entonces se dirigieron hacia la bahía para saludarlo a bordo de la Svetlana, siendo recibidos por el Gran Duque con su afabilidad acostumbrada y mandándoles entregar cincuenta pesos.

El artista F.G. Sicre, vino expresamente desde Matanzas, para regalarle una vista fotográfica tomada desde la pintoresca casa donde se alojó el Príncipe, un curioso detalle del pueblo matancero que tuvo la aceptación y admiración del ilustre visitante.

El Príncipe antes de abandonar la Isla, fue a despedirse del conde de Valmaseda y le dejó un donativo de 2,000 pesos para los pobres de la capital.

Entre humaredas del gran puro cubano, marchó feliz de La Habana, donde fue declarado Huésped de Honor por el Ayuntamiento aquel duque, fiestero y culto, para seguir rumbo a Río de Janeiro. El príncipe Alejo no llegó a ser Zar, pero fue nombrado Almirante y jefe de las flotas de Rusia, y se ocupó desde finales del siglo XIX al desarrollo y modernización de la marina de guerra e irónicamente fue el propulsor de la construcción del crucero Aurora, el que en 1917 con su disparo dio inicio a la Revolución rusa que acabó con el zarismo en Rusia.

Pero su carrera naval terminaría mucho antes en 1905, al ser destituido cuando en la guerra ruso-japonesa de ese año la armada fue derrotada totalmente por el enemigo y se evidenciaron serias deficiencias en su estrategia de desarrollo y capacidad de combate.

Desde entonces residió en París, donde vivió intensamente la vida mundana sin escatimar excesos que al parecer le llevaron a una muerte temprana el 14 de noviembre de 1908 (58 años), víctima de tuberculosis, un destino fallido difícil de pronosticar en aquel joven de 22 años que no cesó de impresionarse por las bellezas de las habaneras y los paisajes de Matanzas. Sus biógrafos coinciden en que sentía predilección hacia las bellas artes y fue militar para complacer a su padre. 

Temas similares…

0 comentarios

Enviar un comentario