La Virgen de la Caridad y su casa en Miami

Written by Libre Online

7 de septiembre de 2022

Por Julio Estorino

Especial para LIBRE

Un pueblo y su fe. La historia de la estrecha relación de fe y de amor entre el pueblo de Cuba y la Virgen María, madre de Jesús de Nazaret, bajo el título o advocación de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, es una que se extiende desde los albores del siglo XVII hasta el momento presente, ya en la tercera década del siglo XXI. Se calcula que fue en el año 1612, poco más o menos, cuando, según los datos que constan en el Archivo de Indias, en Sevilla, España, los hermanos Rodrigo y Juan de Hoyos y un niño esclavo que ha pasado a la posteridad como “Juan Moreno”, encontraron una pequeña imagen flotando encima de un madero, sobre las aguas de la bahía de Nipe, en el oriente cubano. En aquel trozo de madera sobre el cual flotaba la pequeña imagen, estaba escrita su presentación: “Yo soy la Virgen de la Caridad”.

El hallazgo de la imagen, algo extraordinario de por sí, ocurrió después de haber pasado “los tres Juanes”, por una feroz tormenta, durante la cual, temiendo por sus vidas, habían invocado el auxilio divino, por lo cual aquel encuentro pasó de lo extraordinario a lo milagroso y así lo entendieron todos los que supieron del suceso.

A través de tan largo tiempo, esta representación de la Madre del Redentor ha acompañado al pueblo cubano en toda su travesía histórica, lo mismo en la súplica personal de cualquier cubano, en cualquier circunstancia, que, en los momentos importantes de magnitud histórica, esos grandes acontecimientos que, para bien o para mal, marcan la vida de una nación y moldean el espíritu de un pueblo.

Fue por esto que, en 1916 y a pedido de los mambises veteranos de las guerras por la independencia, el papa Benedicto XV, declaró a la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba. Fue por esto que, en poco tiempo y con la espontaneidad de los sencillos, los cubanos comenzaron a llamarla simplemente Cachita, porque más allá de títulos y honores, sentían a aquella morena semblanza de María, como algo entrañablemente suyo. 

No es de extrañar, pues, que, desde los inicios de la mayor hecatombe experimentada por el pueblo de Cuba, la que comenzó el primero de enero de 1959, con el arribo al poder político primero, y al poder absoluto después, de Fidel Castro, hecatombe en la cual nos debatimos todavía, la devoción a la Caridad del Cobre adquiriera renovada intensidad, movida por los pesares derivados de la revolución marxista. 

Esa devoción ha acompañado a un éxodo que pasa ya de los dos millones de cubanos que han tenido que abandonar la Isla y convertirse en desterrados. En 1961 -muchos conocen esta historia- un sacerdote cubano, el padre Armando Jiménez Rebollar, logró hacer llegar a Miami una imagen de “la Caridad”, la cual -¿otro milagro?- llegó a la que ya comenzaba a ser la Capital del Exilio, precisamente el día de la fiesta patronal, 8 de Septiembre, unas horas antes de que comenzara una misa para orar por la libertad de Cuba, convocada para el estadio de béisbol que algún tiempo después llevaría el nombre de Bobby Maduro. La misa fue presidida simbólicamente, por aquella imagen, réplica de la imagen original. 

Alrededor de esta imagen, desterrada ella también, ha girado mucho del acontecer de nuestro exilio y es por ello que creo que vale la pena que todos nos familiaricemos un poco con su historia y la del templo que, para gloria de Dios y demostración de amor a ella, la Madre del Salvador, los cubanos exiliados levantaron en las orillas del mar que, a un mismo tiempo, besa la bahía de Miami y las playas de Cuba.

Pero, antes de que nos adentremos en esta historia, debo decir por respeto y cariño a los cubanos no católicos, que cuando me refiero al pueblo cubano, lo hago en un sentido general, y no tratando de desconocerlos a ellos, hermanos en la fe en el único Dios y cubanos valiosos, cuya fraternidad nos honra sobremanera. Igualmente, a los agnósticos y a los ateos.

El 8 de septiembre de 1966, año en el que se celebraba el cincuentenario de la proclamación por el Papa Benedicto XV de la Virgen María, con el título de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, como Patrona de Cuba, y durante su homilía en la misa que se celebraba en el Miami Stadium con motivo de la festividad, el entonces Obispo de Miami, Monseñor Coleman Carroll llamó a los cubanos exiliados que colmaban el lugar a levantar un santuario en honor, precisamente, de la Patrona de Cuba. A esos efectos, anunció también que la Diócesis de Miami donaba un terreno situado a orillas de la Bahía Biscayne, entre el Hospital Mercy el Palacio Vizcaya: dejaba a los cubanos exiliados la tarea de construir el santuario.

EL PADRE ALEIDO

Pocos días después se anunció el nombramiento de un desconocido sacerdote cubano como Capellán encargado de dirigir los esfuerzos para la construcción del Santuario. Este sacerdote, de 38 años de edad, había llegado a Miami pocos meses antes, procedente de Chile, donde había servido como misionero entre los indios araucanos por cuatro años, tras haber sido expulsado de Cuba por la dictadura castrista en 1961. Sus amigos lo conocían como el Padre Aleido. Su nombre era Agustín Aleido Román.

Igualmente en 1966 se forma el Comité Pro-Santuario de la Caridad del Cobre en el Centro Hispano Católico, aledaño a la iglesia de Gesu en el downtown de Miami. Un destacado líder cívico de la incipiente comunidad del exilio, el Dr. Manolo Reyes, fue nombrado como presidente de dicho comité.

En los comienzos de la magna obra, se pensó en construir, no una iglesia, sino un monumento a la Virgen, pero pronto se desechó esa idea, pues los exiliados cubanos preferían un lugar de culto para honrar a su Patrona y orar por Cuba. Apenas iniciada la construcción de la capilla provisional, los devotos, espontáneamente, comenzaron a referirse al lugar como “la Ermita de la Caridad”…. y así se quedó.

EL PADRE TESTÉ

El 20 de mayo de 1967, en una misa donde predicó el inolvidable Monseñor Ismael Testé, fundador en Cuba de la Ciudad de los Niños, se bendijo la primera piedra de la capilla provisional que acogería a los fieles que peregrinaban al sitio donde se levantaría el santuario. La capilla era tan pequeña, que cuando se celebraba en ella la Santa Misa, solamente entraban las personas más ancianas y las mujeres que cupieran adentro. Los hombres y en ocasiones muchas mujeres también, participaban desde afuera y, al terminar la Eucaristía, todos compartían afuera, bajo los gigantescos pinos australianos que poblaban el lugar, con el padre Román, contando anécdotas de sus pueblos respectivos y comentando las noticias sobre Cuba. Eventualmente, tras terminarse la construcción de la Ermita, la capillita pasaría a formar parte del convento de las Hijas de la Caridad y años más tarde se erigiría sobre ella el Salón Padre Félix Varela.

El 21 de mayo de 1968 se funda el Comité de Recaudación y Construcción de la Ermita bajo la presidencia del Dr. José Miguel Morales Gómez. Otros miembros del Comité fueron: Leticia de Amblada, Herminia Méndez, Elda Santeiro, Delia Díaz de Villar, Isidoro Rodríguez, Luis Botifoll, Ernesto Freire, Jorge. E. Díaz, Camilo López, Juan V. Tapia, Raúl Valdés Fauli, Tarcisio Nieto, Rolando Encinosa, Pedro Peláez, Armando León, Jesús Argaín, Pedro Delgado y Evelio Jacomino. Fue designado como arquitecto del proyecto José Pérez Benitoa.

LOS FONDOS

En mayo de 1968 comenzó la recaudación de fondos para la construcción del Santuario, que se extendió por seis años, es decir, hasta 1973. Eran tiempos muy difíciles para los cubanos exiliados, casi todos recién llegados y con familiares que socorrer en la Isla o tratar de sacarlos de allá, para escapar de la opresión y reunificar la familia. Las donaciones consistían mayormente de puñados de centavos. Se hizo costumbre en muchas familias depositar en un pomo o alcancía los centavos que entraban en la casa: esos eran sagrados, porque eran para la Virgen. Muchos, cuando conseguían trabajo, donaban el pago de su primera hora de salario para la Ermita. El padre Román hacía apelaciones a la generosidad del exilio siempre que tenía una oportunidad en las emisoras de radio La Fabulosa y La Cubanísima. Se hacían recaudaciones especiales en algunos eventos cubanos y se estableció una estricta administración de los fondos para que todos fueran directamente al propósito de la construcción de la Ermita.

“LAS KILERAS”

En aquel entonces, el padre Román se hizo famoso y temible en el banco donde se depositaba el dinero recaudado, pues él llegaba con regularidad cargando en sus manos pesados sacos llenos de monedas que los empleados del banco tenían que contar rigurosamente. Pero, lo hacían con buena voluntad, porque la construcción de la Ermita se convirtió rápidamente en un empeño de todos. En la capillita, o donde pudieran reunirse, un equipo de voluntarias, a las que se apodaba “las kileras” contaban pacientemente los centavos recaudados cada día y los preparaban para que el padre los llevara al banco. Mucho tiempo después, cierta vez en que un obispo aficionado al golf le preguntó a Mons. Román si él había practicado algún deporte en su vida, él le contestó: –“Yo levantaba pesas”… refiriéndose a los años en que cargaba aquellos sacos de monedas.

Desde que comenzaron las recaudaciones, el padre Román pronosticó que la Ermita sería construída “con los kilos de los pobres” y así sucedió. Años más tarde, cuando rememorábamos y decíamos que habíamos pasado seis años recogiendo kilos prietos, él nos rectificaba diciendo: –“recogiendo kilos, pero también orando mucho todo ese tiempo. Sin la oración del pueblo no hubiéramos podido hacer nada, la Ermita es fruto de amor a la Virgen del pueblo cubano, convertido en oración”. Igualmente, a Monseñor Román le satisfacía recalcar cómo, antes de pensar en comprar una casa para su familia, los cubanos quisieron hacer una casa “para su Madre del cielo”. 

En junio de 1967, se reorganizó la Cofradía de Nuestra Señora de la Caridad del Cobre, que había sido fundada en Cuba en el siglo XVII, como un equipo de devotos de la Virgen, laicos comprometidos en el trabajo pastoral y de construcción de la Ermita. Se adopta un reglamento redactado al efecto por Mons. Eduardo Boza Masvidal, exiliado en Venezuela. Los primeros coordinadores de la Cofradía fueron Tarcisio Nieto y su esposa, Gina Suero. Al principio era un pequeño grupo de matrimonios procedentes de las seis provincias cubanas de aquella época. Cuando se comenzó la primera campaña para hacer miembros de la Cofradía, se imprimieron 200 carnés y se veía como una meta extraordinaria y lejana poder hacer tantos miembros. Los carnés se agotaron en la primera semana. En sus mejores momentos la Cofradía, elevada al rango de Archicofradía por el Arzobispo Favalora, llegó a tener decenas de miles de miembros procedentes de todos los países de América y de otros lugares del mundo.

En 1968 comienzan, en forma organizada, las peregrinaciones de los hijos y vecinos desterrados de los 126 municipios que formaban entonces la República de Cuba. La invitación era a orar por Cuba y por todos los hijos y vecino del municipio en cuestión. Al mismo tiempo, comienzan a celebrarse seis romerías anualmente: la Romería Pinareña, la habanera, etc. para proveer a las familias exiliadas de esparcimiento apropiado, con sentido cristiano y al alcance de sus limitados recursos. La Ermita se convierte así, aún antes de levantarse el templo, en un centro de reencuentro de familiares y amigos separados no solamente por la salida de Cuba, sino, además, por la dispersión y exigencias materiales del exilio. Centro también de divulgación de las realidades cubanas y de reforzamiento cívico. Pero, sobre todo, en un centro de constante oración por Cuba y por todos los que acudían al sitio. En cada misa se rezaba la Oración por los Presos Políticos Cubanos escrita por Monseñor Boza Masvidal.

Arquitectónicamente, la Ermita se construyó a semejanza del manto de la Virgen, recordando la jaculatoria que rezaban los cubanos desde tiempo inmemorial: “¡Virgen de la Caridad, acógenos bajo tu manto!” En su interior se advierten las seis columnas que sostienen la estructura en representación de las seis provincias tradicionales de Cuba: Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente. Geográficamente, se orientó la Ermita para que estuviese frente a Cuba, así, como un recordatorio del motivo que impulsó la obra: orar por Cuba. En sus terrenos se erigieron merenderos en forma de los típicos bohíos del campo cubano. La sede, o asiento del celebrante de las misas, estaba tallada en el tronco de una palma real. Al inaugurarse la Ermita, no había en ella bancos para sentarse, sino típicos taburetes cubanos. El mural de la Ermita, pintado por el gran artista Teok Carrasco, muestra gráficamente un resumen de la historia de Cuba centrada en la Virgen de la Caridad y en su hijo Jesús, el que ella presenta a todos los cubanos de todas las generaciones. En forma elíptica y siguiendo las manecillas del reloj, el mural comienza con la llegada de Cristóbal Colón a “la tierra más hermosa que ojos humanos vieron” y termina con la llegada por mar de una familia cubana en busca de libertad y muestra en el camino la presencia de la Iglesia en el desarrollo de la nacionalidad cubana. La primera piedra del Santuario, bendecida el 8 de diciembre de 1971, al comenzarse las obras de construcción, fue hecha con arena, tierra y piedras traídas de Cuba y fundidas con agua que se encontró en un recipiente dentro de una balsa cuyos 15 ocupantes habían perecido ahogados en su intento por alcanzar la libertad. 

La Ermita de la Caridad fue finalmente inaugurada el día 2 de diciembre de 1973. La dedicación del templo se realizó en una solemne Eucaristía celebrada por el entonces presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos, el Cardenal John Joseph Krol, Arzobispo de Philadelphia. Concelebraron con él, el Arzobispo de Miami y padre de la idea, Monseñor Coleman Carrol, el obispo cubano expulsado de Cuba y exiliado en Venezuela, Monseñor Eduardo Boza Masvidal; el obispo auxiliar de Miami, Monseñor René Gracida y el padre Agustín Román, el humilde sacerdote cubano sin cuya fe en Dios y a la Virgen Santísima, su amor a Cuba y su incansable tesón evangelizador esta obra no hubiera sido posible.

Esta historia estaría incompleta si no enfatizara esto último: la importancia de la presencia, el trabajo y la guía de Monseñor Agustín Román, no solamente en la obra de la construcción de la Ermita de la Caridad, sino, además, de su ministerio como líder espiritual del exilio cubano desde su llegada a Miami en 1966, hasta su deceso, en olor de santidad, el 11 de abril de 2012, ministerio que tuvo como sede, precisamente, el Santuario de Cachita, “la casa de la Madre” como él la llamaba con frecuencia.

Román, que ya se había convertido en una voz oída y respetada por toda la comunidad miamense, no sólo los cubanos y no sólo los católicos, adquirió mayor peso y reconocimiento al ser nombrado Obispo Auxiliar en Miami en 1979, por el papa Juan Pablo II. Su humildad, su cercanía a todos, particularmente a los más necesitados, su recio patriotismo y su fe inconmovible fortalecieron la dimensión religiosa, cívica y patriótica de la Ermita de la Caridad.

Él le imprimió carácter a la Ermita con su pasión por la justicia. Cuando unos pocos sepulcros blanqueados lo acusaban de politizar el santuario, él nos recordaba que el patriotismo es una de las expresiones del amor al prójimo y su constancia en esa práctica evangélica terminó por convencer a muchos de la legitimidad de ese concepto.

Así, predicando más con el ejemplo que con la palabra, fue que la Casa de la Madre, se convirtió el corazón del exilio en el vivir de cada día, pero, sobre todo, en los muchos momentos de conmoción que hemos vivido los cubanos de Miami. Recordemos que la idea de la construcción del santuario nació en un Miami impactado por los Vuelos de la Libertad que surgieron tras el primer gran éxodo, el de Camarioca y a partir de entonces, se convirtió en el epicentro del dolor y la esperanza de una nación en destierro.

Citando a vuelapluma, podemos mencionar cómo ayudaron las peregrinaciones a la Ermita al desarrollo de los Municipios de Cuba en el Exilio, cómo ha sido refugio de la mayor parte de nuestras organizaciones para lanzar sus ideas y rogar por los mártires; cómo la labor de recopilación de datos sobre los presos políticos, que Monseñor Román confió a las Hijas de la Caridad, fue fundamental para viabilizar la liberación de miles de ellos, recordemos también el papel fundamental jugado por la Ermita y por el propio Monseñor Román, en medio del maremágnum de éxodo del Mariel, recordemos al Obispo santo en medio de las carpas de los marielitos y no olvidemos su papel protagónico en la solución de los motines carcelarios de Atlanta y Oakdale, algo que dio al modesto pastor dimensión de héroe, así reconocido por la prensa internacional; recordemos igualmente la ingente lucha que se libró desde la Ermita en busca de justicia para los refugiados detenidos indefinidamente, caso que llegaría después hasta la Crote Suprema de la nación, que reconoció, en su lenguaje legal, la solidez de los conceptos emitidos por Román y por el equipo de trabajo que él formó para aquella tarea.

Monseñor-así le llamábamos todos- sin ocupar los primeros planos, estuvo presente en casi todas las gestiones unitarias que se hilvanaban en el destierro, ofició, casi siempre él personalmente, la misa que semana tras semana llegaba a Cuba a través de Radio Martí, la Ermita nuevamente fue centro del dolor de nuestro pueblo cuando el crimen perpetrado por la dictadura castrista contra los Hermanos al Rescate, retomó su rol de acogida fraterna durante la crisis de los balseros en 1996, soportó la incomprensión de muchos y los irreverentes ataques, al unísono, de los “super patriotas” del exilio y los agentes del castrismo cuando él, personalmente, convocó y asumió la responsabilidad del envío de ayuda a Cuba para los damnificados por el huracán Lily, en 1996; recogió las súplicas y la tristeza de todos ante la tragedia del niño Elián González, y así, hasta el presente, cuando a pesar de su ausencia física, se ha revivido su legado al grito de ¡Patria y Vida!.

No fue por capricho pues, que, al arribar al centenario de la instauración de la República de Cuba, el 20 de Mayo de 2002, el Comité del Centenario, formado por representantes de las instituciones cívicas del exilio, escogió a la Ermita como asiento de la magna celebración con la cual los exiliados ratificamos nuestro compromiso con la liberación de la patria que nos falta, aquella a la cual el papa Pío XII llamara “la tierra de la Madre de Dios”.

La Ermita está considerada hoy como uno de los más importantes entre todos los santuarios marianos de los Estados Unidos. Y, lo más importante; todavía hoy, y sin desfallecer, los cubanos seguimos orando por la libertad de Cuba, allí, en la casa de la Madre.

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