La Semana Santa en siete pinturas y una escultura

Written by Libre Online

28 de marzo de 2023

La historia del Arte está plagada de grandes obras maestras que narran la última semana de la vida de Jesús, es decir, la Pasión, Muerte, Crucifixión y Resurrección, desde su carácter más conceptual y evangélico, incluso pedagógico, reflejo de la institucionalidad de la Iglesia Católica en todos los ámbitos de poder, especialmente entre los siglos XIII y XVIII.

Por Amalia González Manjavacas

La historia del Arte se nutre en gran medida de obras de temática religiosa, en concreto en las que se inspiran en las últimas horas, sus últimos cuatro días de vida de Jesús en la tierra. 

Por este orden exponemos los episodios que van desde El expolio (Cristo es despojado de sus ropas), la Coronación de espinas, el Camino con la cruz a cuestas, la Crucifixión, el Descendimiento de la cruz, el santo Entierro y la Resurrección. Del jueves al domingo de Resurrección. 

Son lienzos de Tiziano, Velázquez, El Greco, Caravaggio… Van Dyck y Van der Weyden y una escultura, la primera Piedad de Miguel Ángel, esculpida con tan solo 24 años. 

 I .- «El expolio» (1577-1579) de El Greco (Catedral de Toledo) Es un enorme óleo sobre lienzo cuyo tema no es muy habitual en la iconografía. Muestra el momento en el que Cristo es despojado de sus ropas para ser crucificado. Jesús, con una túnica de rojo muy intenso, domina sobre el resto de la composición y está representado, no como Dios, sino como hombre víctima de las pasiones humanas.

  Hecho para la catedral de Toledo (España), como es habitual en El Greco, se percibe la herencia bizantina en ese apilamiento de figuras superpuestas, sin embargo, el color es totalmente veneciano. Todo, menos el protagonista, se encuentra en sombra, mientras que la luz incide en Cristo al tiempo que éste ilumina la escena, en esa idea de Dios como “luz del mundo”.  

   II .- La coronación de espinas (1618-1620) de Van Dyck. Tres obras que Anton van Dyck dedicó a Jesucristo. En esta última asistimos a una escena en la que Cristo está siendo rodeado por varios personajes: un soldado y un verdugo le ponen la corona, otro le proporciona la caña como centro y dos figuras más observan lo que ocurre desde la ventana. A pesar de ser una obra juvenil el pintor ya demuestra sus dotes artísticas y el uso del color, del que fuera alumno de Rubens, a quien le regaló la pintura. Posteriormente, fue adquirida por Felipe IV para el Monasterio de El Escorial (Madrid). Actualmente se puede contemplar en el Museo del Prado.

III .- Cristo con la cruz a cuestas de Tiziano. El Prado posee dos obras de Tiziano que narra un momento del llamado Viacrucis, en el que Simón Cireneo es obligado a ayudar a Jesús cuando cae exhausto camino del Calvario o Gólgota. 

 Mientras la primera, `Cristo camino del Calvario´, es una obra austera de colorido, pero más narrativa al mostrarnos explícitamente la caída de Cristo de rodillas; en la segunda, `Cristo con la cruz a cuestas´ (1565-1570), el artista veneciano, al final ya de su vida, se manifiesta con una pincelada más libre y un colorido más vivo, lleno de color y brillos, que dan a la obra una modernidad y frescura que la primera no tiene.  El dramatismo de la escena lo potencia la diagonal que marca la cruz que cae sobre su espalda, con un efectista primer plano, excepcional en Tiziano, que muestra el sufrimiento contenido de Jesús que se gira al espectador un Jesucristo, muy humano, con ojos a punto de descargar. 

 IV.- Cristo crucificado de Velázquez (Museo del Prado), es la imagen más devota, más copiada y reproducida de todos los tiempos, quizás por esa sensación de reposo, de soledad y recogimiento que irradia frente al sufrimiento; un dolor contenido que da paso a la calma, que sobrecoge más que cuando las marcas externas del martirio se evidencian.  Representa el mismo instante de la muerte de Cristo, sin hacer referencia alguna al espacio ni al tiempo, donde solo un suave halo de luz mística lo envuelve… Nuevamente Jesús como luz se impone sobre las tinieblas. 

Una contradicción -serenidad frente al sufrimiento- que el pintor sevillano resuelve en este Cristo muerto encargado por el rey Felipe IV en 1632, a quien representa el pintor inerte, apolíneo, clavado con cuatro clavos, que suma elementos barrocos a su clasicismo, pero sin el dramatismo de su época, para dar paso a una paz sobrenatural, fuente de la trascendencia de la obra.

 V.- El Descendimiento de la cruz (1435), obra maestra del flamenco Rogier Van der Weyden, sería la sección central de un tríptico cuyos laterales no se conservan. La obra recoge el momento del descendimiento del cuerpo de Cristo encuadrado por una composición de diez figuras de tamaño casi natural que parecen formar un grupo escultórico.

    Van der Weyden, uno de los pintores flamencos más importantes, abordó esta temática más veces, nos presenta a un Jesucristo de cuerpo pálido en el que no se observan las huellas de la flagelación pero que, sin embargo, está a punto de perecer. Con la cruz exactamente en el centro del lienzo, las figuras que componen la escena están a punto de derrumbarse ante el horror de la situación. 

    Extraordinaria mezcla de realismo y artificiosidad propio de lo flamenco muestra en el centro la figura ingrávida de Cristo sostenida por José de Arimatea y Nicodemo, mostrando un cuerpo bello, pero no apolíneo, con corona de espinas pero sin huellas de la flagelación, y donde la fidelidad anatómica se sacrifica a la elegancia y el preciosismo de las formas. Ejecutada para una capilla de Lovaina fue comprada por María de Hungría, gobernadora de los Países Bajos, y hermana del emperador Carlos V, en 1549 y que tras su muerte fue trasladada a El Escorial. Hoy se puede contemplar en el Museo del Prado.

  VI.- La piedad o La Pietá» (1498-1499) del Vaticano, de Miguel Ángel es una majestuosa escultura realizada en mármol que representa el momento en el que una jovencísima María, madre, soporta el terrible dolor de la muerte del hijo, a escala natural y visto desde el idealismo neoplatónico del Renacimiento, donde la belleza se sobrepone al sufrimiento. Un rostro de madre-niña responde también al deseo de representar a la madre de Jesús eternamente inmaculada, sin pecado, eternamente Virgen. 

Destaca el juego de pliegues de las telas que, en la parte inferior, de mayor volumen para dar estabilidad, y fijeza mientras que en la parte superior adquieren más finura para que la luz resbale, ganando trascendencia. Fue la primera de las Piedades que hizo Miguel Ángel, con tan solo 24 años, una obra que resultó tan elevada que muchos dudaron de su autoría, por lo que, en un ataque de furia, grabó su nombre, sobre el pecho de la Virgen. Es la única obra firmada.

VII .- El santo entierro (1602-1604) de Caravaggio (Museos Vaticanos), no es un tema tan tratado comparado con la pasión, crucifixión o resurrección, de ahí que esta pintura resulte excepcional. San Juan y Nicodemo sostienen con esfuerzo el cuerpo inerte de Jesús que ocupa el centro del lienzo. Caravaggio se aleja del equilibrio del modelo renacentista al mostrar unos personajes rudos, abatidos y agachados, en una composición donde abundan los escorzos violentos: el de las manos gesticulantes de una de las Marías que, situadas atrás, mira al cielo agudizando el dramatismo, o el del propio dramatismo del cuerpo de Cristo. 

El sepulcro, en primer plano, sitúa al espectador a un nivel inferior, acentuando la monumentalidad y la potencia de los escorzos. Pero frente al tenebrismo de Caravaggio, en el centro, resalta el cuerpo inerte y desnudo de Cristo como única fuente de luz. De realismo sobrecogedor, donde la carne blanda del brazo se desploma evidenciando el peso de la muerte, sin signo de divinidad. Las figuras que le portan resultaron demasiado rudas, reales, algo que disgustó a parte de la curia romana que protestaron porque, «más que apóstoles, parecían bárbaros». Efectivamente, fueron hombres reales, del pueblo, los que acompañaron a Jesucristo en vida.

VIII.- Y por último, el tema que rige la Semana Santa católica: La transfiguración del Señor (1520–1528), o Resurrección. Esta obra del Museo del Prado es una copia que Francesco Penni hizo de la de Rafael (1517-1520) del que era discípulo y colaborador y que se conserva en los Museos Vaticanos. Considerado el último cuadro de Rafael, que dejó inacabado, por su temprana muerte, está dividido en dos partes. 

La inferior recoge un episodio ajeno a la Resurrección, o el fracaso de los apóstoles al intentar curar a un enfermo, lo que le permitió recorrer los estados anímicos de los distintos personajes. Uso del claroscuro, contrastes cromáticos, figuras retorcidas, un verdadero caos…, en contraste con la simetría y pureza de la parte superior, la divina, de colores claros y posturas estilizadas y delicadas de cierto manierismo.   

La del Prado se distingue por detalles concretos como la aureola menos marcada que envuelve a Cristo y los santos, así como en el uso del claroscuro y el color que, en Rafael, es más vibrante, una ambiciosa obra que fue calificada como «la más bella y divina de Rafael» .

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