La salida

Written by Esteban Fernández

25 de abril de 2023

Nada refleja mejor la palabra “misemotion” que la salida de Cuba en 1962.

Fueron dos sentimientos encontrados, mezclados, enredados, ligados, los que atormentaron al muchacho que había dependido y sido cuidado durante toda su corta vida por unos complacientes padres.

Alegría y tristeza, felicidad y llanto, brincos de alegría y lágrimas corriendo por el rostro.

Indescriptible la satisfacción que sentía al liberarme de la terrible situación nueva e imperante a mi alrededor, escaparme de la persecución que me ahogaba y el temor constante de que terminaría en una ergástula castrista por largos y sufridos años de prisión.

Pero… por otra parte sentía en mi pecho y en mi alma el dolor de dejarlo todo, de abandonar casa, familia, barrio, pueblo, amigos, país y sobre todo “papi, mami y mi hermano Carlos Enrique”.

¿Irme o quedarme? He ahí la gran pregunta que me atormentaba, y la decisión no estaba en mis manos sino en esos padres que me pedían, me rogaban y me exigían poner pies en polvorosa.

Mi padre anticastrista desde el Moncada quería en un principio que peleáramos, que conspiráramos, pero aceptó la posición y la presión de mi madre reclamando y hasta gritando: “¡Esteban, nuestro hijo tiene que salir de aquí, me lo van a matar, coño!”

Recuerdo que escuché un tango -cantado por Carlos Gardel- que estaba de moda que decía: “Yo sé que ahora vendrán caras extrañas” y sentí cierto miedo en lo que el futuro me deparaba en el extranjero.

Salía solo, con 17 años, sin un solo centavo en mis bolsillos, sin inglés, con solo tres mudas de ropa regaladas por María Cobas viuda de mi primo Jaime Quintero, y solo contando con un amigo de 16 años para recibirme llamado Milton Sori.

Me monté en un carro, rumbo al aeropuerto José Martí, en el asiento trasero, teniendo a cada lado a mi madre y a mi tía Angélica Gómez. Ambas tuvieron durante toda la travesía y la despedida los ojos humedecidos y podía escuchar sus sollozos.

Llegué a Miami y a todas y cada una de “las caras nuevas” que me encontraba les preguntaba : “¿Donde están los campamentos para entrenarme y regresar a Cuba con las armas en mis manos?”

Me respondían: “No sé, hay una factoría de ventanas de aluminio en Hialeah, ve y aplicas para trabajar”.

Y ya llevo 60 años en el exilio, sano, salvo y libre. Gracias a Dios y a mis padres.

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