LA REPRESIÓN EN EL RETROVISOR DEL ARTE

23 de noviembre de 2021

Los acontecimientos de los últimos días han confirmado el aserto planteado en esta página en cuanto a que el castrismo todavía no ha perdido su guerra contra el pueblo cubano. No hay otra que calificar de tal el proyecto sustentado por los comunistas con vistas a eternizarse en el poder. Se anotaron otra pata dije y ahora actúan diabólicamente para capitalizarla en el plano en el que mejor se desenvuelven, vale decir el de la propaganda. Por eso tiene que caerles muy mal que «Patria y Vida» haya triunfado el jueves en los Latin Grammy 2021. Reaccionarán como siempre en el frente de la represión, que con el espionaje y la contrainteligencia son el alfa y omega del fidelismo. 

En eso pensaba precisamente a principios de este mes cuando, recorriendo las salas que el Museo Petit Palais  dedica hasta febrero al pintor ruso Iliá Repine. Sin querer me detuve sobrecogido ante una de sus telas más logradas y mi pensamiento voló hacia quienes, con valentía casi suicida, se están enfrentando resueltamente a la tiranía.  Comienzo por explicar que este artista, a quien lo poco profundo de mi conocimiento en la materia me había hecho ignorar hasta ahora, es uno de los más elevados exponentes de la pintura realista en la Europa del último tercio del Siglo XIX: cohabitó con el impresionismo que llegaba pero le dió de lado y siguió en lo suyo hasta su desaparición en 1930.

Cuando Repine tenía veintipico de años y comenzaba a desarrollar sus extraordinarias aptitudes para captar en sus trabajos el alma rusa y la vida del pueblo bajo el rigor zarista, su sentir no era ajeno al deseo de cambios y a las ideas disidentes que circulaban entre colegas, familiares y amigos. A pesar de sus largos viajes de formación a Francia y a Italia que tanto lo enriquecieron, vivía y sufría las interioridades de una sociedad oprimida en la que se materializaban las luchas por una sociedad mejor. Convergían en quienes conspiraban las ideas de la Revolución Francesa y comenzaban a perfilarse las que se concretarían después en los acontecimientos de 1905 y 1917.  Cronológicamente, casi en el mero medio entre esas revoluciones, Repine consiguió llevar a una tela la escena que representa a varios agentes de la Orana en el domicilio de un joven conspirador. Están arrestando a uno de aquellos militantes que en 1878 intentaban soliviantar al campesinado sembrando entre ellos el germen de la lucha por la libertad. Y como siempre en estos casos las masas resultan ser timoratas. 

Volviendo al cuadro, porque si bien trato de historiar acerca de aquél período,  apunto que hay una conexión entre aquél pasado y lo que hemos estado observando en Cuba desde que el movimiento San Isidro inició hace un año las protestas que tienen en jaque a la nomenclatura raulista. Sabemos que es posible interrogar toda realidad gracias a la imágenes que el pincel o la cámara fotográfica hacen tan imperecederas como los documentos. El arte se constituye en instrumento de educación para el pueblo cuando es posible mostrarlo a las masas. Ese ese sentimiento el que hace que todos los sistemas opresores traten de monopolizar la comunicación como lo hacen ahora mismo en Cuba los sicarios de Granma, la Mesa Redonda y La Jiribilla. 

Una mirada retrospectiva hacia la época en la que Repine pintó ese cuadro excepcional ilustra lo que se observa actualmente. En su novela «¿Qué hacer?» el socialista utópico Nikolái Chernishevki describió una época en la que observó que sin la educación de las capas populares era casi imposible promover la exigencia de un poco de libertad que constituyera el germen de la lucha.  Es precisamente lo que se observa en la escena representada donde es evidente que los campesinos representados como testigos mudos del atropello policiaco no se sienten implicados en la acción de quienes representan al zarismo.

Son numerosos los elementos que describen la correlación entre un individuo, la policía y los ciudadanos de a pie, en este caso campesinos. Esta el revolucionario, los recién llegados agentes hurgando en sus pertenencias; una maleta abierta aparentemente recién descubierta en una barbacoa cuyo acceso estaba disimulado por ropa tendida; papeles regados por el piso como si hubieran tratado de destruirlos; los muebles y los rostros inexpresivos de mujeres vestidas humildemente y de hombres inmóviles, a la expectativa y temerosos todos ante la fuerza bruta. Fue el sentimiento de distancia, de miedo y de reserva lo que me hizo saltar siglo y medio para imaginar lo que hoy están viviendo los cubanos en la isla.  

La idea de la composición plasmada en ese óleo le vino al artista después de un proceso político célebre, el Juicio de los 193,  que llevó a los tribunales de San Petesburgo en 1878 a un gran grupo de revolucionarios encarcelados por desacato desde hacía cuatro años. El proceso puso fin a un período de luchas, pero desencadenó otro que se caracterizó por numerosos atentados contra personeros del zarismo y hasta contra el mismísimo soberano . Indirectamente conecta con el entonces joven adolescente Lenin que se radicalizó para siempre después de que su hermano Alexander fue ejecutado como participante en uno de ellos.

Como en la escena que he descrito según la aprecié en la pintura de Iliá Repine, en la Cuba de hoy el gobierno espurio compone con sangre y con lágrimas una continuidad con todas las tiranías que en el mundo la han precedido. 

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