La Real y Pontificia Universidad de La Habana

Written by Libre Online

2 de enero de 2024

Por Rafael Soto Paz (1948)

En el desarrollo de la cultura en Cuba, la Universidad de La Habana, con todas las deficiencias que pudo tener en sus orígenes, ocupa un lugar destacado.

Por una bula del Papa Inocencio XIII se crea y su inauguración tuvo lugar el cinco de enero de 1728. Fue pues un fruto tardío de Cultura el que España dona a nuestra isla cuando ya en el resto de Hispanoamérica hay funcionando diez centros de esta naturaleza. 

“La importancia de esta nueva institución de enseñanza explica un historiador, estriba en su nombre. Según Arrate, a mediados del siglo XVII solo se dictaban en ella tres cátedras de Teología, una de Filosofía, tres de Leyes, dos de Cánones, cuatro de Medicina y dos de Matemáticas. La Universidad, muy deficiente en su organización interior, no iba mucho más lejos que otros centros de enseñanzas que ya existían en el colegio Seminario de Basilio el Magno, en Santiago de Cuba había desde su fundación (1722), cátedras de Latinidad, Teología, Cánones, Canto Llano y cuando se abrió de nuevo después de la larga clausura las había de Filosofía, Derecho Canónico y Derecho Civil…”

Conforme a sus Estatutos, titulábase Real Pontificia Universidad de San Jerónimo, y quedaba bajo la dirección de los Padres Dominicos, en el Convento de Santo Domingo, calle de O’Relly, y luego, el siete de mayo de 1902, a los terrenos y edificios de la antigua Pirotecnia Militar.

Por el anacronismo y el atraso manifiesto con que nace esta Universidad nuestra, un ilustre erudito cubano don Antonio Bachiller y Morales dijo que “Triunfó en La Habana el siglo XVI sobre el XVIII”. Contra ese rancio espíritu no tardarán en reaccionar más tarde y nacidos en ese mismo seno eclesiástico universitario, los ilustres presbíteros cubanos, José Agustín Caballero y Félix Varela.

El primer rector que tuvo este centro, Fray Tomás de Linares, nombrado por el rey, procedía de Santo Domingo y no es sino hasta 1842 cuando la secularizan, abandona el nombre de Pontificia y se le asigna el título de real y literaria Universidad. Se hace una reforma considerable, se crean nuevas cátedras y la enseñanza cobra carácter científico. Este hecho de la iniciación de la Universidad de La Habana marca un paso trascendente en nuestra vida intelectual y merece destacarse por sus frutos ulteriores. Fue un nuevo impulso que tomó el alto centro, aunque siempre lento, pues en sesenta años, o sea, de la reforma a 1902, solo lograron recibirse 662 doctores y de ellos cuatro mujeres, las únicas graduadas.

Al advenimiento de la República el proceso se produce a la inversa, el alumnado invade las aulas, sobre todo en estos últimos años, que pasa de dieciséis mil en cada curso. Y en ellos se observa la plétora de abogados, pedagogos y médicos. Dentro de esos renglones solo aparecen unos pocos graduados de químicos azucareros, ingenieros electricistas y de ingenieros agrónomos, lo que ha originado serias críticas de cubanos y extranjeros, entre ellos la Foreing Policy Association y el ex presidente de los Estados Unidos Mr. William H. Taff quien aseguró que “una de las causas de nuestra insolvencia económica era el excesivo apego a los diplomas, llegando a la conclusión de que no resurgiría el bienestar de Cuba en tanto no se clausurase la Universidad por un término de 10 años…”

Desde luego, no compartimos tan drástica opinión, aunque sí nos adherimos a la amplia y sustancial reforma que demandan los profesores capaces y los estudiantes que estudian esos que nunca se erigen en apóstoles y perdonavidas.

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