LA PRIMERA TROMPETILLA

Written by Libre Online

5 de marzo de 2024

ELADIO SECADES (1957)

La trompetilla es la institución cubana que se ha lanzado a viajar por todas las latitudes sin trabas aduanales. A fuerza de necesitarla, inventamos la trompetilla para uso local y con la seguridad de consumir nosotros mismos toda la producción. 

La trompetilla es protesta y resumen. Es el punto final salido de cualquier parte y que de pronto puede marchitar la primavera de una cursilería. Es la mejor arma, es el arma única contra aquellos que continuamente se pasan de rosca y nos hacen el daño de su estridencia. Un derroche de patriotismo tropical, o un alarde de guapería, o el agudo del cantante malo que prolonga y eleva la nota, con las venas dilatadas y la cara enrojecida por un esfuerzo que sacude los hilos del pentagrama, como si fueran las cuerdas de un ring de boxeo. 

Cualquiera de esas manifestaciones de la humana guilladera puede provocar la chispa húmeda de la trompetilla, que enfría, desarma, reintegra a la realidad a los que sin darse cuenta se han salido de ella. El país que de continuo siente el riesgo de los amigos que se ponen picúos, tuvo que inventar algo en calidad de legítima defensa. La trompetilla, en definitiva, es eso.

La trompetilla es el verdadero concepto cubano sobre la libertad de pensamiento. Casi todos los errores que aparecen en nuestra historia son trompetillas que hemos dejado de tirar. Los hombres que han llegado a genios de la oración sin saber hablar, a cumbres de la Literatura sin saber escribir y a diplomáticos hábiles sin poseer otra cosa que influencia política y esa amabilidad que manejan con igual sabiduría las dueñas de casas de cita y los ministros plenipotenciarios, pudieron ser evitados por medios profilácticos. Es decir, con una trompetilla a tiempo. Muchos triunfadores en Cuba son supervivientes gloriosos de la trompetilla. La trompetilla es el artículo de fondo que más teme y que mejor comprende el criollo.

Para orgullo nuestro, los norteamericanos han usado la trompetilla en escenas cinematográficas. La reacción del público ha sido por completo favorable. He ahí un triunfo cubano del que nadie se ha atrevido a hablar. En Panamá no se conocía la trompetilla hace alrededor de treinta años cuando el Gobierno del presidente Zayas envió al istmo una nutrida delegación de jóvenes deportistas.

 Por entonces en los bares y en los cafés de la capital panameña desabrochaba unas terribles latas cierto prohombre alcoholizado que, a la fuerza, retenía a sus amigos y los obligaba a escuchar sus largas y afectadas recitaciones. A veces, en un arrebate de lirismo, con las manos crispadas, se aferraba a las solapas de uno de los oyentes y le colocaba sin respirar una tirada lírica de Juan de Dios Peza. Por dulces, los versos de Juan de Dios Peza debían ser el postre obligado de las antologías. Los pobres panameños padecían a aquel hombre sin encontrarle solución. 

Declamaba cierto día el famoso nocturno de José Asunción Silva, esa formidable pieza poética que ha hecho llorar a las mujeres de alma exquisita y a los bomberos de guardia, cuando llegó al establecimiento un cubano, que de paso para el hotel se detuvo allí para tomar el penúltimo trago. Rodeaba al recitador una corte de víctimas que, para halagarlo, ensayaba dramáticos gestos, ora de aprobación, ora de asombro. El recitador con los dos puños se golpeó el pecho, abrió los brazos y mientras se incorporaba, iba diciendo muy despacio:

“Contra mí ceñida toda, muda

y pálida

“Como si un presentimiento de

amargas infinitas

“Hasta el más secreto fondo de

Ias fibras se agitara…

De uno de los ángulos del salón brotó un ruido áspero, prolongado, escalofriante. Como el que se produce al arrastrar una silla en el silencio de la noche. O al abrirse la puerta de un escaparate nuevo. El hombre de mi historia se congeló de los tobillos a las narices y sintió como si de pronto todo el alcohol se le hubiera escapado del cuerpo. Sacó la pistola y empezó a buscar a quien tenía que matar.

Pero la carcajada era unánime y el destino lo había colocado en la tremenda disyuntiva de la resignación, o de la masacre. Esa fue la primera trompetilla que se tiró en Panamá. Los cubanos arrojamos tan peligrosa semilla precisamente en el punto del planeta en que es más intenso el tráfico internacional. Yo atribuyo a eso que la trompetilla haya girado los dos océanos y haya prendido en todos los continentes. Y que por ese hecho trascendente y nunca divulgado como merece, se conceda a Cuba la gloria de ser el país donde se acuña todo el relajo que circula por el mundo. La trompetilla es la vacuna que nos ha inmunizado un poco contra el virus de la recitación.

No creo que pueda prescindirse por completo de la trompetilla en un ambiente en que vemos los sombreritos que se ponen las viejas para ir a la boda. Donde el amigo pobre está largando la gripe, gota a gota, en la cama de un juego de cuarto comprado a plazos cómodos y por medio de la letra impresa hace saber a sus numerosas amistades que se encuentra recluido en sus habitaciones. Yo nunca he visto y creo que moriré sin ver al enfermo que largue la fiebre en más de una habitación. Como nunca he visto un caballo de carreras completamente blanco. 

Ni tampoco he visto jamás a un paraguayo. Que la trompetilla no es desahogo exclusivo del vulgo lo comprobamos cuando una señora respetable, ante un espectáculo le desagrada, nos confiesa con pena infinita:

—Yo ahora quisiera saber tirar una trompetilla.

Es verdad que una trompetilla a tiempo es peor que un tiro. El cubano que la inventó es precisamente al que más le afecta. Y cuando la merece y la oye, se voltea y quiere fajarse. Que es precisamente el mejor éxito que puede esperarse de una trompetilla. Después, desde luego, de la recordación maternal y bárbara que para muchos aquí ha dejado de tener importancia. Hay frecuentes motivos ambulantes para la trompetilla.

Esas gentes que visten tan escandalosamente, que nos dan la sensación de que el maniquí del bazar de pueblo ha salido de paseo. Los preocupados de la elegancia que se ponen el sombrero de paño cuando ya es invierno en las vidrieras de los comercios. Y pasan por la calle sudando decorosamente y en nombre de la urbanidad. Y las señoritas cursis que le hacen publicidad a la belleza que quisieran tener llevando el sweater de una talla menos.

 Y las mujeres que ya han dejado muy atrás la edad de la pepillería deliciosa y siguen con los zapatos sin tacones, los escarpines y la pescadora rabiosamente apretada a los muslos. La pescadora es un proyecto incompleto de pantalón. Es el pantalón que se arrepintió de serlo al llegar a la mitad de las pantorrillas. Una gorda con pescadores es un reto a la trompetilla. O por lo menos a la mirada de desprecio sutil de los peatones serios que no se explican semejante mamarrachada.

La trompetilla oportuna podría evitar muchos dramas pasionales, haciendo reaccionar al enamorado tonto que antes de agredir a la amada le dice la frase que ya oían las novias de la edad del minué: “mía, o de nadie”. Influidas seguramente por la industria del cine, hoy día hay novias que facilitan un avance generoso de lo que ha de ser el matrimonio. Llegaremos, si es que no se ha llegado ya, a la “premiere” antes de la noche de boda. Hay calvos que son antenas de la trompetilla. Y el motivo de las burlas piadosas de los amigos. 

La conquista de una mujer es para un nombre sin pelo una labor gigantesca. Por eso a los calvos las mujeres les resultan más caras. Los calvos que son inteligentes, hacen el chiste a su propia calvicie, anticipándose a la ocurrencia de los otros. Seguiría a gusto opinando sobre la trompetilla. Pero no lo hago. Por miedo a la trompetilla. La trompetilla en el fondo es algo prosaico, grosero, falto de idealidad y de elevación. Pero en más de medio siglo de vida republicana, los cubanos no hemos encontrado un resumen mejor.

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