Eladio Secades, 1953
Varadero tiene su momento en la vida criolla. Las regatas nacionales, cuando pasan las competencias de remos para nosotros en Varadero vuelve a ser la playa más azul y más linda del mundo. Unos de otros a través de varias generaciones nos hemos echado la culpa de que la divina costa de la provincia de Matanzas no es como centro de turismo y como orgullo nacional lo que debiera ser lo cual con toda seguridad sería si la naturaleza se la hubiera regalado a hombres capaces de explotarlas más de lo que nosotros la hemos explotado.
Diría que nosotros queremos la belleza incomparable de Varadero para explotar nuestra propia apatía. Del abandono sin perdón hablaron nuestros abuelos, hablaron nuestros padres y ahí rueda tela para que alguien contando las generaciones que han de sucedernos en el plano ancestral.
Puede alegarse que a través de los últimos años que han sido de esplendor en la economía del país, en Varadero se han hecho obras beneficiosas. Los caminos que conducen al paraíso del norte por ser mejores han hecho la distancia más corta y ya en Varadero son numerosas y modernas las residencias privadas y ya Varadero tiene campos de aterrizaje y un hotel comparable al de los buenos hoteles de las grandes ciudades. Eso no quiere decir en modo alguno que el cubano le haya dado a la playa de que tanto se afana el prestigio internacional que tienen otros balnearios famosos en el universo. Varadero debía ser a Cuba y la vanidad del cubano lo que San Sebastián es a España, París a Francia, Copacabana a Brasil y Atlantic City a Norteamérica. Miami cuya actividad de turismo significa un negocio de millones de dólares le debe bastante más al espíritu constructivo del hombre que a la mano de Dios nosotros hemos convertido en lamento hereditario el bochorno de lo que pudiera ser y no es Varadero. De Varadero nos acordamos cuando van a celebrarse las regatas, como nos acordamos de Santa Bárbara cuando va a llover.
LA GENTE Y EL PAISAJE
Refiriéndose a la vieja costumbre de visitar la playa azul en esta época del año el cubano viejo observaba con aire de tristeza que se han cambiado más las costumbres que las cosas, todavía en vísperas de las competencias de remos corresponsales de los periódicos me refieren a la conveniencia a combatir la plaga infinita y silbante de mosquitos de los terrenos pantanosos.
Cuando las primeras regatas nacionales apuntaron la misma advertencia, aquellos periodistas de campos que cometían la indiscreción de revelar por medio de iniciales el último compromiso de amor que enviaban las crónicas como vestíamos en esas horas que pasan con prisas de vértigo. En nombre del deporte nos burlamos de la etiqueta y de las apariencias y cada estación que transcurre tenemos menos ropa y menos pena. Todo con el pretexto del sport, naturalmente. Los primeros cubanos que fueron a Varadero en automóvil ¡Oh muchachos locos que ya no sabían lo que iban a inventar!.
Llevaban guardapolvos, visera calada hasta las cejas y formidables espejuelos sujetos con un nudo aferrado a la nuca. Aquella era una hazaña que interesó a la sociedad y dejó temblando a los familiares de los aventureros.
Allá iban por esos caminos de tierras influídos por la droga de la velocidad (110 millas por hora) y desoyendo los consejos de las personas mayores que abrigaban hasta la sospecha de no volverlos a ver.
Así ha ido cambiando con el ritmo del progreso de nuestro país, las maneras de ir a Varadero. Hubo las excursiones en tren, anunciadas muchos días antes de las regatas nacionales.
La novia cubana iba con la mamá, con el papá, con los hermanitos y con la pamela cuajada de flores. Hubo también el grupo de jóvenes que no concebía otra manera de ir a Varadero que asociando la noche en vela al acontecimiento de las regatas. Había que salir de noche para llegar a la playa al amanecer. El gran encanto de la travesía consistía en ir parando en las bodegas de los pueblos a pedir un trago, asumir ese aire de ridícula importancia que la gente de La Habana suele darse en el campo y proseguir la marcha con alegría unas veces espontánea y otras veces simulada.
Que no debe perderse de vista de nosotros heredado de los españoles, la idea que la mayor de las diversiones consiste en que los demás crean que nos estamos divirtiendo. Las rosquillas en la romería española no se compran para comerlas, ensartadas en una rama se exhiben como un testimonio de júbilo. Si no fueran las rosquillas el volver a la romeria española sería la cosa mas triste del mundo.
GUAGUA, TAMALES Y CERVEZA
Ahora se va a Varadero de mucha maneras y en poco tiempo. Lo más práctico para la gente del pueblo es el ómnibus alquilado a tanto por cabeza. Cada excursionista con su malentín y con su pareja. El resto es un problema de cerveza y tamales que piquen o que no piquen. Se sale cantando y se regresa derrengado y con sueño. Las formas de ir a Varadero son diversas pero no se observa la misma diferencia en cuanto a la manera de vestirse o de desvestirse para ir. Es la unanimidad democrática de la indumentaria deportiva. Al hombre le sobra casi todo lo que antaño era de rigor imprescindible. Hasta los calvos le han cobrado odio al sombrero, la camiseta estorba, se llevan mocasines, zapatos que sirven de pretexto para salir a la calle en zapatillas. Se porfía a ver quién lleva la camisa de diseño más raro y de colores más chillones, los viejos también. Las mangas cortas y la camisa por fuera. Antes cuando a la casa de la playa llegaba visita el padre de familia corría a ponerse la chaqueta. Ahora sale en short que es la licencia deportiva para recibir a los amigos en calzoncillos. Venga whisky y soda. Y como la desnudez le parece poca, todavía la emprende con el calor que está haciendo.
Varadero tuvo sus años de grises, cuando los veraniantes al vestir cultivaban escrúpulos de los que no quedan vestigios. Hoy imperan los pijamas multicolores, las camisas floreadas, las cabezas a pelo, y los muslos al aire.
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