LA NOVELA BREVE EN LIBRE. “La China” (II de III)

Written by Libre Online

8 de diciembre de 2021

Por J. A. Albertini, especial para LIBRE

Al amigo escritor Rollando Morelli, por su insistencia para que yo escribiera esta historia real.

En diciembre de 1961, coincidiendo con la triste noticia de la caída, en desigual encuentro armado, de  Juan Ramón Pereira Varela, Juanín, coordinador nacional del D.R.E., en una playa al norte de la provincia de Pinar del Río, durante una operación de infiltración de hombres y recursos bélicos, supe que Orlando  murió combatiendo, en el Escambray y que Octavio, herido de gravedad, fue capturado.

El 1962 para el clandestinaje fue un año de lenta reorganización. En el presente,  mucho se habla del apoyo que los Estados Unidos le brindó a la oposición activa dentro de Cuba. Realmente, en aquella contienda desigual, según mi experiencia personal y la de otros compañeros, siempre o la mayor parte del tiempo, estuvimos solos. En cambio, de la Unión Soviética, Alemania Oriental, Checoslovaquia y otras naciones del desaparecido campo socialista, la tiranía totalitaria cubana  recibía recursos ingentes. Ejército, policía y milicia  crecieron en membresía, y equipamiento bélico. Paralelo al fortalecimiento de los cuerpos armados, represores criollos, escogidos, viajaban a los países mencionados para recibir adiestramiento superior. Al mismo tiempo, la Isla se llenaba de asesores foráneos; especialistas en contrarrestar y minimizar cualquier tipo de oposición activa. Los más eficaces y crueles resultaron ser los llamados hispano-soviéticos.

Uno de ellos, Francisco Ciutat, alias Angelito, en el macizo montañoso del Escambray orientó y dirigió una campaña militar de tierra arrasada. También, ajustándose a un patrón diseñado por la NKVD, etiquetó de bandidos a los guerrilleros campesinos que, en diferentes regiones de la Isla, se enfrentaban al régimen.

DESEMBARCO

En medio de esa adversa realidad, el 20 de mayo de 1962, en horas de la noche, Julio Hernández Rojo y Luis Fernández Rocha, Luisiano, provenientes de los Estados Unidos desembarcan, subrepticiamente, no lejos de la playa de Varadero, provincia de Matanzas, con pertrechos e instrucciones para apuntalar el trabajo clandestino del Directorio. En los nuevos lineamientos el movimiento, que en sus orígenes fue una  organización estudiantil, se ampliaba y ahora admitía en sus filas a obreros, profesionales, campesinos, amas de casa, etc.

Pronto, Las Villas reflejó el vigor de las nuevas directrices. José González Silva, el Puchy  retomó, luego de la detención  de Rafael Marqués Tavares y el exilio de Felipe Pérez Fernández, la coordinación provincial. Lo acompañaban los estudiantes de medicina Manuel Alzugaray y Laureano Pequeño.

LAS CÉLULAS DEL D.R.E.

Rafael Mariscal Sotés y yo pasamos a dirigir las células del D.R.E que funcionaban en los centros de enseñanza superior de la provincia. Institutos de segunda enseñanza, tecnológicos; escuelas normales de maestros y de comercio, incluyendo la Universidad Central Marta Abreu, recibieron un sustancial empuje organizativo. José Racines, Pepe, reforzó Sagua la Grande, Kemel Jamís, el Sirio, como le decía Pedro Corzo, se ocupó de Sancti Espíritus. Cienfuegos fue coordinada  por  Octavio Ceballos y Genaro Cortés; Santa Clara y Remedios recayeron en Pedro Corzo e Iván Portela.

“TRINCHERA”

Entusiasmados por el crecimiento renovador y tomando en cuenta que Trinchera, el periódico clandestino  del Directorio, por inconvenientes lógicos no llegaba con regularidad a las ciudades del interior, decidimos editar un Trinchera provincial. Sergio Sánchez y Gualberto Aquilino fueron comisionados para conseguir un mimeógrafo manual y escondite adecuado.

Días después, Gualberto Aquilino me dijo.

—Esta noche imprimiremos el primer número. No será sencillo. El mimeógrafo es pequeño.  — Acto seguido, verbalmente, facilitó dirección y contraseña.

En horas tempranas de la noche, Pedro Corzo y yo localizamos el lugar. Era una vivienda humilde en la calle Ciclón; barriada Condado. La iluminación callejera resultaba pobre. El primer llamado no obtuvo respuesta. Repetí el toque. La puerta se entreabrió. Un  rostro en tinieblas y voz femenina, para mí no desconocida,  preguntó qué deseábamos. Pronuncié la contraseña y la mujer, sin proferir palabras, nos franqueó la entrada.

OPERACIÓN “3 P”

No olvido la fecha de mi reencuentro. Sucedió a principios de julio de 1962. Y no la olvido porque en el mes de abril de ese año Fidel Castro, bajo el nombre de: “Operación tres P: proxenetas, prostitutas y pederastas”, de manera oficial, eliminó lo que de prostitución legal quedaba en Cuba. Desde la promulgación del decreto gubernamental hasta esa noche, de forma intermitente, había pensado en “La China” y, en ocasiones me pregunté: ¿Seguirá conspirando…? ¿Se habrá unido a las guerrillas…? ¿Estará presa o muerta…? ¿Si siguió en el oficio, qué habrá pasado con ella y la “ley de las tres P”?.

Con el paso de las semanas “La China” aprendió, con nosotros, a operar el mimeógrafo y montar los “stencils”. En citas, para entregarle materiales listos para imprimir, realizadas en lugares públicos y a veces, en caso de urgencia, en las dos habitaciones que compartía con el hijo de cuatro años de edad supe, más de ella.

“LA CHINA” Y EL SARGENTO

Venía de una familia humilde. Fue buena estudiante y había completado la enseñanza  secundaria. Disfrutaba la lectura y perseguía las novelitas de Corín Tellado. Por una recomendación, en 1956, comenzó a trabajar de doméstica en la casa del capitán jefe del Escuadrón 31 de la Guardia Rural. Allí conoció al sargento ayudante del Capitán. Un hombre 20 años mayor que ella. El Sargento, de porte varonil, además de militar, era dueño de una lucrativa valla de pelea y gallería dedicada a criar y vender gallos finos.

El militar y gallero, que nunca antes se había casado, se enamoró de “La China” y le propuso matrimonio. A ella no le disgustaba el hombre. Además, le ofrecía seguridad económica.

SE CASA “LA CHINA”

El enlace matrimonial se realizó bajo el patrocinio de la entusiasta esposa del Capitán. La ceremonia y brindis posterior se desarrollaron, engalanado para la ocasión, en el comedor del cuartel 31. Para la China fue un momento importante. Nunca había soñado con tener una boda con tanta asistencia de personas y abundancia de comida y bebidas. Los emocionados padres de la novia y una hermana mayor que residía en La Habana asistieron.

El marido renta una modesta pero cómoda vivienda y la saca del trabajo. A principios de 1958, coincidiendo con  la muerte del padre y el traslado de la madre para La Habana, queda embarazada. El Sargento, militar de años de carrera, viendo la situación de inestabilidad política que vivía el  país hace planes para retirarse de la Guardia Rural y dedicarse por entero al negocio de los gallos finos. Entre septiembre u octubre de aquel año, el marido tiene una disputa con un apostador de gallos que le adeuda una fuerte suma de dinero. Discuten; se van a las manos y el apostador sale golpeado. En el fragor de la pelea el Sargento, con más rabia que intenciones amenaza: Isleño, ¡me pagas o te parto la crisma! El aludido, acariciándose el rostro magullado, responde. Eres  tú quien ¡pronto me las vas a pagar…!

EN “EL PARQUE VIDAL”

 Atardece. Los totíes, emblemáticos  del parque Leoncio Vidal, comienzan a llenar, con su algarabía cantora, el follaje de los árboles. Estamos sentados, cerca de la estatua del Niño de la Bota Infortunada, en uno de los bancos que miran para la fachada del Teatro La Caridad. Sobre el asiento, entre ambos, reposa una bolsa de tela, de esas que las mujeres usan para transportar compras variadas. Dentro, cubiertos por unas lechugas que sobresalen, se ocultan ejemplares recientes de Trinchera, mimeografiados por La China.

En las últimas semanas hemos intimado. Nada como el clandestinaje para crear lazos, en tiempo breve, de camaradería duradera. A pedazos me ha contado de su vida y yo de la mía. Esa tarde, luego de la entrega,  a pesar del peligro constante, tomamos unos minutos que aprovechó para proseguir con la historia de su existencia.

La China guardó silencio. Sus ojos, de rasgos asiáticos y mirada indescifrable, se posan en el sol de la tarde.

LA PELEA

— ¿En qué paró la pelea…?

—Algunos días después mi marido, por un amigo, se enteró que el Isleño se había alzado en el Escambray con el Directorio 13 de marzo. Entre quienes conocían al Isleño no era secreto que se fue para las lomas huyéndole a deudas pendientes y estafas cometidas.

Por Gualberto Aquilino que sentimentalmente estaba involucrado con la China conocía partes de la historia.

— ¿Y después…? —aticé mi curiosidad.

—En diciembre, por la fecha en que parí, se le concedió el retiro, pero los mandos superiores, debido a la situación de guerra que había en la provincia, lo pospusieron para marzo de 1959. El domingo 28 de diciembre, en la madrugada, cuando empezaron los primeros tiros de la Batalla de Santa Clara él dormía  en casa. Rápido dejó la cama. El cuartel no estaba lejos y dijo: Tengo que ir. La cosa está color de hormiga. Respondí que Batista se estaba cayendo; que no tenía que ir a ningún lado y que por cabronadas del gobierno le estaban aguantando el retiro. Quédate conmigo y tu hijo. Eres un militar profesional con más de 25 años de servicio. Nunca te has metido en política y no tienes por qué jugarte la vida por esta dictadura. Los barbudos van a ganar y si peleas en su contra te pueden quitar el retiro, si es que no mueres en la lucha. —La China bajó la mirada y, asumiendo responsabilidad, manifestó: Metí la pata. Me hizo caso. Se quedó en la casa y lo mataron mansito, mansito. Fue la mala entraña del Isleño.

EN BUSCA DEL SARGENTO

— ¿Cómo fue eso de mansito…?

—El Isleño con las tropas del Directorio había entrado, el día 28, por la carretera de Manicaragua, para sitiar el Cuartel 31 de la Guardia Rural  No me preguntes cómo y por qué supo, averiguó o se imaginó que mi marido estaba en casa. Lo real fue que el miércoles 31 de diciembre, a media hora del 1 de enero y la caída de Batista el Isleño, con tres barbudos más, llegó a la casa y forzó la puerta. Mi marido, con el revólver en la mano, solo tuvo tiempo de meterse bajo la cama matrimonial. El Isleño sonriendo preguntó por él. Asustada y cargando al niño que lloraba le dije que estaba en el cuartel. Fingió creerme y dio órdenes de retirarse. Cuando pensé que lo había engañado, de un empujón me apartó y se encaramó en la cama. Parado encima del colchón con una Thompson, de esas que ves en las películas, ametralló a todo lo largo y ancho del colchón. Después, que terminó y vio la sangre que salía de bajo la cama dijo: ¡Cabrón, te dije que me las ibas a pagar!

— ¡Tenía un revólver…!

—Pienso que no lo usó para no empeorar las cosas. Ellos eran más. Si trataba de defenderse condenaba a su familia. Fue un hombre valiente.

—No ha sido fácil —atiné a decir—. Tu vida cambió de un día para otro y me pregunto…

 Me interrumpió con una mirada directa. Frunció los labios en ademán parecido a una sonrisa y espetó:

¿PUTA?

— ¿Que por qué me metí a puta?

—No te lo he preguntado. Nunca lo he hecho. Ni tan siquiera lo he hablado con Gualberto Aquilino —respondí cohibido.

—Sé que Gualberto Aquilino no toca ese tema. De hecho, entre él y yo, no lo hablamos. Es muy respetuoso.

— ¿Estás enamorada de él…?

—Lo estoy y sé que me corresponde pero…

—¿Pero qué…? Ahora están juntos. Mañana, si la causa triunfa, pueden formalizar la relación.

— De eso no habla. Nunca lo hará. Él es cristiano de fe presbiteriana. Es capaz de perdonar a quien considera pecador, pero nunca irá más allá. Me conoció de puta. 

Sentí vergüenza ajena y atropellé las palabras.

—También de luchadora. Eres una mujer valiente con un hijo pequeño. Lo arriesgas todo y, sin embargo, sigues en la pelea. Eres admirable…

Esa tarde, al separarnos, remató la despedida con una sonrisa ambigua.

A finales de ese año y principios del 1963 el D.R.E. sufrió, dentro de Cuba, un golpe brutal. Jorge Medina Bringuier,  alias el Mongo, quien desempeñaba una tarea importante dentro de la coordinación nacional, resultó ser un informante de la policía política. Consecuentemente el G-2 realizó, a lo largo y ancho de la Isla, allanamientos, incautaciones, detenciones, juicios sumarísimos y fusilamientos.

En Las Villas, enterados con cierta antelación de las declaciones del Mongo, tomamos medidas de emergencia. Muchos conspiradores, entre ellos, Gualberto Aquilino, desaparecieron de la luz pública. Algunos se sumaron a las guerrillas del Escambray; otros, la minoría, trataron de buscar asilo en alguna de las pocas embajadas latinoamericanas que quedaban en La Habana, luego de la expulsión, en enero de 1962, del régimen castro-comunista de la O.E.A.

Tarea importante, entre los planes de contingencia que pusimos en marcha estaba mover el mimeógrafo para una nueva ubicación. Auxiliado por La China desmonté el  mimeógrafo y lo escondí dentro de una maleta. Acompañada por Sebastián, el hijo de cuatro años, participó en el traslado. Salimos a la calle en pleno día y con desenvoltura.  De mi mano derecha pendía la maleta de viaje. El brazo izquierdo de La China se enlazaba con el mío y Sebastián iba de su mano derecha. Regalando una apariencia familiar abordamos un taxi, hasta llegar al sitio escogido.

Luego de la entrega, para aminorar la tensión, regresamos a pie. En el Parque de los Mártires, frente a la  estación de trenes, hicimos un receso. Sin cruzar palabras nos sentamos, a la sombra de un árbol, en uno de los bancos de granito. Sebastián, liberado de la  mano materna, se entretuvo siguiendo el trajinar de unas hormigas.

—Esto se pone malo —rompí el silencio—. ¿Has pensado reunirte con tu familia en La Habana…?

— ¿Tienes miedo…?

—No es para menos. Todos los días cogen gente presa. No sabemos hasta donde llegarán las chivaterías. Lo dije por ti y Sebastián.  

—Cuando pude no lo hice. Mi hermana, el marido y los dos hijos, incluyendo a mamá, están por irse del país.

— ¿Por qué no lo hiciste cuando enviudaste?

—Mi marido era precavido. Dejó bastante  dinero escondido. Los dos sabíamos dónde estaba. Además, como esposa legítima tenía derecho a su pensión de retiro y a heredar los negocios. Nada logré. Una cosa piensa el borracho y otra el  bodeguero —remató con un dicho popular.

— ¿En qué paró el asunto…?

—Lo primero, como disponía de suficiente dinero, fue mudarme con el niño para un apartamento pequeño y cómodo. Después, empezó la tragedia. Acusé, ante los tribunales, al Isleño de robo y asesinato. Fuimos a juicio. Un juicio que, tarde me di cuenta, estaba arreglado  para quitarme el derecho a heredar la valla de pelea y gallería. El Isleño de acusado pasó a acusador. Dijo que él no lo asesinó. Qué a mi marido se le aplicó la justicia revolucionaria porque además de militar corrupto y comprometido con la tiranía había sido delator de revolucionarios; jugador y garrotero. ¡Para colmo!, hasta testigos falsos presentó. Poco faltó para que me prendieran. Cuando el juicio terminó y salí de la sala del tribunal, hubo quienes gritaron: ¡Esbirra, esbirra, paredón, paredón…¡ Ahora, las leyes son para proteger a los revolucionarios…!

—Fue una locura denunciar al Isleño. Ellos habían ganado y eran implacables con todo lo que oliera a Batista y sus seguidores.

—Me dejé engañar por la propaganda. Antes de vencer y, en los primeros días del triunfo se llenaban la boca para gritar que la revolución representaba honradez y justicia. Dijeron que policías y militares que no estaban comprometidos con abusos y asesinatos nada tenían que temer. Incluso, pedían, que se quedaran sirviendo a los cuerpos armados de la revolución. ¡Así mismo decían!

Permanecí callado y contemplé la hilera de hormigas de Sebastián. Quizá la incertidumbre de los días que vivíamos y empujado por la certeza de que el mañana estaba fuera de nuestro alcance, me atreví a formular la pegunta que me rondaba desde el día en que la conocí.

— ¿Cómo fuiste a parar al Bar Televisión…?

Clavó los ojos rasgados en mi rostro. La peculiar sonrisa ambigua, clara alusión a su herencia asiática, se insinuó en sus labios.

 —Como otros, desde que nos conocemos, has querido saberlo.

—No tienes que responder. Es tu vida privada.

—No sientas pena. Somos amigos y estamos comprometidos hasta el cuello —me animó—. El dinero que mi marido dejó se fue acabando y tuve que mudarme a la dirección que conoces. Nadie me daba trabajo y tenía a Sebastián. En el nuevo barrio conocí a una vecina que trabajaba en el Bar Televisión. No tenía hijos y vivía con la madre. Ella me presentó a la dueña del bar. La madre de mi amiga, cuando yo estaba en el bar, por poco dinero, cuidaba a Sebastián.  

(Continuará la semana próxima)

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