LA NOSTALGIA

Written by Rev. Martin Añorga

18 de abril de 2023

“La nostalgia es una aflicción causada por la ausencia de personas o cosas perdidas”, afirma el diccionario; pero en el Diccionario Terminológico de Ciencias Médicas, de Salvat Editores, la definición adquiere otra tonalidad: “Nostalgia, del griego “nostos”, retorno y “algos”, dolor; añoranza, pena de verse ausente de lugares y personas queridos, y trastornos morbosos ocasionados por la no satisfacción de este deseo”.

El vocablo fue acuñado por el médico suizo Johannes Hofer (1669-1752), usándola en su tesis de grado en la que describía una enfermedad que sufrían un estudiante y su sirviente. Estos eran apáticos, con síntomas de depresión y padecían de malestares físicos; pero cuando regresaron a su casa su recuperación fue catalogada de milagrosa.

El laureado autor brasileño, Fernando Sabino, se refirió en una de sus novelas a la nostalgia de forma poética: “yo quisiera saber, continuaba diciendo en voz muy baja, voz de misterio, si hay alguien capaz de explicarme por qué se experimenta aquí, en este sitio, esta nostalgia, nostalgia que he sentido todos los días de mi vida y que se insinúa en el pecho de todos los moradores de la isla. Yo quisiera saber si alguno ha comprendido que esta languidez proviene, simplemente, de que la isla entera es una mariposa que suspira por sus alas”.

Aunque la nostalgia no es catalogada específicamente como una enfermedad suele asociarse con estados depresivos; pero en la mayoría de los casos no pasa de momentos de recuerdos, a veces dolorosos, otras gratos, de experiencias del pasado. “Recordar es revivir, recorrer de nuevo las largas avenidas que nos fueron propicias”, afirma cierto autor cuyo nombre no logro identificar. Hay cierto placer en la nostalgia. Si estamos en una habitación desde la cual se ve el mar, podemos súbitamente volver a nuestros tiempos en la patria amada. Esa experiencia que carece de regreso la añoramos a menudo con una leve sonrisa o con una furtiva lágrima.

No debemos confundir la nostalgia con la melancolía, aunque ambas vivencias suelen entrelazarse. Melancolía es un término que deriva del latín “Melancholia” y que tiene origen en un vocablo griego que significa textualmente “bilis negra”. Se trata de una tristeza incoherente, profunda y a menudo permanente, cuyo origen es difuso. No tiene necesariamente relación con el dolor propio del luto, que es razonable y pasajero ni con las decepciones económicas, amorosas o sociales propias de la vida. 

La melancolía afecta nuestra forma de enfrentarnos a la realidad y hoy día es considerada como una enfermedad que requiere en determinadas etapas de la misma, tratamiento médico, consistente en terapia o en el uso de ciertos fármacos. La melancolía es típicamente una enfermedad sicosomática, pues no solamente afecta nuestra mente, sino nuestro sistema nervioso. En el aspecto físico puede producir un peligroso estado de anorexia y otros malestares.

La nostalgia, por el contrario, no se considera como un trastorno sicológico, sino más bien como un sentimiento común que en determinadas ocasiones experimentamos los seres humanos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que todo tiene un límite. Una nostalgia duradera y fija es síntoma de trastornos síquicos que deben atenderse, especialmente en los casos de personas mayores. Cuando la nostalgia traspasa el lindero de la depresión puede llegar a ser causa de suicidio.

Este consejo, del cual difiero y cuyo autor desconozco, es muy apreciado por diferentes personas: “no des vueltas al pasado, pues no lo puedes cambiar, que no te agobie el futuro, pues no sabes si llegará, disfruta del presente, no lo dejes escapar, porque cuando se vaya, jamás volverá”. La aparente certeza de estas palabras contiene una inexactitud. El pasado no se ha ido, porque podemos evocarlo y el futuro debe interesarnos porque en él vamos a vivir el resto de nuestra vida. 

La nostalgia suele ser nuestro compromiso con las experiencias del ayer, sin que tenga que asociarse a una experiencia de tristeza desconsoladora o a una enfermiza melancolía. “Incluso el pasado puede modificarse: los historiadores no paran de demostrarlo”, dijo en cierta ocasión Jean Paul Sartre. A menudo nuestros sentimientos de nostalgia son una idealización del pasado, hecho que no es condenable porque mirar hacia ayer con cierto tinte de imaginación nos aclara en mucho el sentido de nuestra vida presente.

William Shakespeare acuñó esta frase: “el pasado es un prólogo”. Es el vientre donde se ha gestado nuestro presente, y añorarlo o adornarlo de recuerdos es una catarsis que nos libera de presiones interiores. Todos tenemos nuestros paréntesis de nostalgias y ese espacio nos ayuda a continuar nuestros caminos.

Sentimos nostalgias por los días de nuestra niñez, por el barrio o el pueblo donde crecimos, por las escuelas donde estudiamos y los amigos que tuvimos. Ofreciendo mis excusas por hablar en primera persona, confieso que a menudo siento una cálida tristeza cuando recuerdo a mis abuelos, sin que nunca haya podido visitar sus tumbas para hacerles el regalo humilde de una flor. 

Soy persona de muchos años y aún extraño a mis padres, y me conmuevo en estos días de otoño con los atardeceres que contemplaba absorto en la playa de Varadero. Siento nostalgia por el viejo púlpito de la iglesia de Placetas donde mal prediqué mis primeros sermones como pastor y evoco con matices de romanticismo los paseos por el malecón de La Habana y los paisajes matanceros que fueron testigos de mis andanzas de joven.

Mi gran nostalgia es pensar en Cuba, sabiéndola ajena y distante, empobrecida y atropellada y sentirme quebrada el alma por no poder disfrutar nuevamente de aquellos días de libertad, alegría y orgullo que fueron los más felices de mí ya largo pasado. 

Recuerdo una tarde que en Cayo Hueso alguien me fotografió junto a una señal que apuntaba hacia Cuba informándonos que 90 millas nos separan de la Isla amada. ¡Las noventa millas más largas de la geografía! Cerca de mí vi llorar a una anciana y a un hombre recoger agua del mar en un recipiente para llevarlo a su casa en Nueva York.

Yo creo que es la nostalgia el sentimiento que no nos ha separado del deber de luchar por la redención de nuestra patria, el mecanismo que no nos permite la licencia del olvido y que nos viste de colores, a menudo grises o rosados, nuestros más íntimos recuerdos.  Siempre me han impresionado unos versos del poeta peruano José Santos Chocano, cuya vida fue un torbellino:

“Quisiera ser árbol mejor que ser ave,

quisiera ser leño mejor que ser humo,

y al viaje que cansa

prefiero terruño,

la ciudad nativa con sus campanarios,

arcaicos balcones, portales vetustos

y calles estrechas, como si las casas

tampoco quisieran separarse mucho.

 Estoy en la orilla

de un sendero abrupto”.

Estos versos reflejan mi propio sentimiento: la nostalgia por las estrechas calles de nuestros viejos pueblos, los portales abiertos de la hoy aguerrida ciudad de Placetas, los balcones hoy desfigurados del Paseo del Prado, las casas apretadas unas con otras, como si fueran hermanas que no quieren separarse.  

Cuba es el argumento de mis nostalgias. Probablemente la muerte me sorprenda mirando como en un espejismo el valle de Yumurí o la Gran Piedra de Oriente. Cuba se va conmigo en el viaje de la muerte. Por supuesto, quedará para siempre viva en las mentes y corazones de los que queden para recordarla o disfrutarla.

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