Entro frecuentemente en el Museo de Orsay. Como en cualquier gran museo si no se encuentra en curso una exposición temporal se pueden admirar las obras del fondo permanente a las que se añaden puntualmente las que, traídas de la reserva, aparecen en cualquiera de las salas temáticas repartidas en los cinco niveles del centro. El domingo 14 de este mes fui para disfrutar de un centenar de obras de Augustin Maillol presentadas desde abril durante cuatro meses. Eran unas pocas pinturas, documentos personales, pero sobre todo esculturas. En el conjunto expuesto casi la cuarta parte procede de particulares, de galeristas y de otros museos franceses o foráneos. Al terminar el recorrido, hice lo de siempre y, camino de la salida, pasé delante del monumental lienzo de Henri Regnault «Ejecución sin juicio bajo los reyes moros en Granada, 1870», que aprovecho y pongo aquí ilustrando mi crónica. Una visión dantesca y en esta oportunidad tuve en mente al mirarla el reciente ataque con arma blanca del que fue víctima el escritor Salman Rushdie llegando al salón de actos de una universidad americana.
No me anima el establecer una amalgama histórica ni proponer un improbable anacronismo entre lo que representa esa pintura de Regnault y lo que está sucediendo actualmente mediante las frecuentes acciones asesinas que, en cualquier lugar y contra todo tipo de objetivo, perpetran los fanáticos musulmanes en lo que ya se puede definir como una guerra santa que rehusamos definir como tal. Mientras los criminales que acechan y golpean cuentan con la complicidad de quienes con excusas y con evasivas diversas persisten en incitar a la opinión a darle las espaldas al problema. No hacer olas, frase hecha pese a que el terrorismo de ahora ha mutado a una realidad en la cual coexisten varios modelos: no hay un centro exterior que da órdenes, ni una logística sofisticada porque el virus del terrorismo barato -que no por ello menos amenazador- circula en la red, es el «yihadismo atmosférico», alucinante, imprevisible.
Si por una parte no podría afirmarse sin traicionar la verdad que el intento de degollamiento contra Rishdie haya carecido de difusión en los medios, la notoriedad de la víctima y su condena a muerte por el ayatolá Jomeini desde que escribió en 1988 la novela Los versos satánicos, impedían silenciarlo. Pero hay más, mirándolo desde otro ángulo: muchos dieron un paso lateral para evitar pronunciarse o tomar en todo debate sumándose a los enjuiciamientos condenatorios que se produjeron. Son mayoritariamente, y oso proponerlo como un criterio que no es posible demostrar, los que aspiran soto voce a degollinas contra los infieles, como la que se ve en ese cuadro de fines del Siglo XIX.
Detenido y encarcelado sin derecho a libertad bajo fianza Heidi Matar se declaró no culpable de intento de asesinato a Rushdie, y lo hizo con arreglo a lo que le permiten la ley y las garantías procesales. El siguiente paso será, cuando un día comparezca ante el tribunal que lo juzgará, plantear ser considerado como loco o poseído de alucinaciones en el momento del hecho. Cosas así han sucedido en Francia y en otros países decenas de veces. Días atrás, en Montréal, tres personas fueron pasadas a cuchillo y tiroteadas – dos murieron y la otra todavía esta ingresada hoy en un hospital – atacadas por un tal Abdulla Shaikh quien capturado por la policía está siendo calificado por la prensa canadiense como «desequilibrado» y para más señas afectado irreversiblemente por consumir drogas desde la adolescencia. Solo que estar loco o medio loco, no es incompatible con ser yihadista porque en este caso pudo establecerse rápidamente que Shaikh frecuentaba desde el año 2018 en dos mezquitas barrioteras a islamistas extremistas. La alienación que le atribuyen no le había impedido por otra parte, encargar por piezas y vía internet el arma de fuego que utilizó. Se movía legal y libremente desde luego, gracias a las libertades de las que todos gozamos. Para resumirlo, si el hombre actuó como lo hace un demente era en realidad un «loco de Alá».
Otro caso entre muchos (y se siguen produciendo en medio de ensordecedor silencio, que no todo el mundo se llama Salman Rushdie) fue el de Albin Gervaise, un médico militar francés de 42 años. Fue atacado en la salida de la escuela primaria católica a la que asisten sus dos hijos. El hecho ocurrió el 8 de junio en un barrio de la ciudad de Marsella y, gravemente herido, Gervaise murió una semana más tarde. Aunque resulte casi increíble apenas hubo repercusión en la prensa francesa a pesar de tratarse de un oficial de las fuerzas armadas con 22 años de servicio tras sí. El atacante, Mohamed L., alegó que lo había acuchillado por haber expresado en su presencia frases insultantes para con la religión musulmana y su Profeta, suficiente para él como motivación asesina de acuerdo a su interpretación del Corán.
Aquellos que tratan a toda costa de justificar lo injustificable invocan principalmente las culpas de las grandes naciones que en el pasado se beneficiaron con el colonialismo y la esclavitud. Para ellos la expiación no llegará jamás ni será suficiente para calmar la ira de los descendientes de las injusticias otrora cometidas. Añádase a esto que imperios como Gran Bretaña y Francia transformaron sus misiones «civilizadoras» en aventuras espirituales y religiosas que estructuraban revueltas intestinas donde dominaban al tiempo que creaban nuevos países cuyas fronteras eran establecidas arbitrariamente sin consideraciones respecto a qué tipo de poblaciones quedaban en el interior de ellas. Las revueltas árabes que organizó contra los otomanos Lawrence de Arabia apoyado por su amigo el rey Faysal, son un ejemplo y el reparto de parte del continente africano mediante el Pacto Sykes-Picot es otro. Si por un lado todo este circo irresponsable y altamente lucrativo coadyuvó al desencadenamiento de las grandes guerras del siglo pasado, por la otra fue la matriz en la que nacieron los odios que han derivado en la situación que tenemos en estos momentos, con el enemigo colado en nuestras sociedades y combatiendo desde adentro gozando de la impunidad que le proporcionan leyes que en su mundo no existen.
Personalmente, y me refiero a Francia que es donde vivo hace 40 años, no veo que este país haya decidido aún ver y comprender la magnitud de la riada que el islamismo está provocando a lo largo y ancho de la nación. Hay decenas de personalidades que después de la matanza en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo viven bajo constante protección policiaca, como durante muchos años vivió el propio Salman Rushdie hasta que comenzó a bajar la guardia irresponsablemente. Los barrios periféricos de las grandes metrópolis europeas están gangrenados y se encuentran en la práctica bajo el control de bandas que han hecho ósmosis con los traficantes de drogas (pero no solamente de drogas, la corrupción y la delincuencia existen a muchos otros niveles) y con los predicadores.
Como resultado de lo explicado más arriba una forma de sharía está reemplazando sutilmente a las leyes de la República. Mientras los políticos, los responsables asociativos en los municipios y las autoridades que jerarquizan la educación con los programas a impartir en historia y sociología, no se apartan del confort intelectual en el cual viven en franca complicidad con los medios de difusión, largamente ganados por una izquierda ideológica proclive al «indigenismo». En Estados Unidos sucede algo por el estilo, con matices propios pero igualmente subversivos. Como un plexiglás de la indiferencia nos está cercando, una realidad que será fatal para nuestros nietos.
Vendrá un día en el cual ciertas verdades históricas serán admitidas. Pero por el momento se aprecia un enorme déficit de determinación para definir lo que tenemos en frente como un enemigo «low cost» potencialmente mortal: la creciente y persistente amenaza de un islamismo agresor que nada tiene que ver con las creencias legítimas de los musulmanes. Afrontar los hechos no es solo planteárselos mirándolos de frente: debemos forjarnos una convicción del peligro real tal cual se manifiesta y actuar de conformidad con ella. De lo contrario seremos degollados como ilustra la tela que silenciosa y tenebrosamente pende en el Museo de Orsay. No hay peores ciegos que quienes no quieren ver.
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