El Evangelio de San Lucas. Imprecisión de la fecha del nacimiento de Jesús. San Francisco, el creador de la tradición de los nacimientos caseros. Esplendor de la Natividad como tema pictórico en el Renacimiento y el Barroco.
Por Jorge L. Martí (1953)
“Y subió José de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por cuanto era de la casa y familia de David, para ser empadronado con María, su mujer, desposado con él, la cual estaba en cinta.
“Y aconteció que estando ellos allí se cumplieron los días en que ella debía parir. Y parió a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y acostóle en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón”.
“Y había pastores en la misma tierra, que velaban y guardaban las vigilias de la noche sobre su ganado. Y he aquí que el ángel del Señor vino sobre ellos, y la claridad de Dios los cercó de resplandor; y tuvieron gran temor”.
“Más el ángel les dijo: No temáis; porque he aquí que os doy nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo: que os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo el Señor.
“Y esto os será señal; hayaréis al niño envuelto, en pañales echado en un pesebre”.
Así lo cuenta San Lucas y, por cerca de dos mil años la Natividad de Jesucristo, Nuestro Señor, ha sido acontecimiento de significación creciente para porciones cada vez mayores de la Humanidad.
Los primeros aniversarios, después del sublime sacrificio del Gólgota, seguramente fueron tan humildes como pobre y reducida era la grey cristiana, alojada en unos pocos rincones de Palestina.
Con la difusión del Cristianismo, fecha tan importante debió conmemorarse, clandestinamente, en las comunidades establecidas desde Siria y Egipto hasta Grecia e Italia, a medida que la buena nueva iba expandiéndose por todos los ámbitos del Imperio Romano.
En Roma, capital del mundo, la fiesta de la Natividad del Señor se celebró desde muy antiguo el 25 de diciembre. Sin duda una tradición muy constante debió apoyar la exacta selección de ese día, como el del Nacimiento de Jesús, aunque los cálculos realizados para comprobarla no resulten firmes.
La fijación de ese día responde, pues, a la tradición religiosa. No es la fecha, asunto de Fe. Los Evangelios no la precisan: no señalan el mes ni mucho menos el día. Tampoco ofrecen indicación astronómica que permita una especulación matemática.
Los Evangelios nada dicen acerca del día y el mes del nacimiento.
“Clemente de Alejandría indica, sin ningún fundamento histórico, el 20 de mayo. A principios del siglo IV, en Oriente se celebraba la Natividad el 6 de enero; y en Occidente el 25 de diciembre. Más tarde esa fecha se aceptó también en Oriente y el 6 de enero se celebró el bautismo de Jesús, mientras en la Iglesia Occidental, se celebra la adoración de los Magos (Epifanía)”.
Entre las razones que indujeron a la Iglesia a escoger el 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús parece que figuró el deseo de oponer una fiesta cristiana a la celebración pagana del nacimiento de Mitra, el dios sol. Precisamente, en los primeros siglos de nuestra era, el mitrísmo, originario de Persia, se había difundido en el Imperio Romano y, como religión monoteísta, enfrentábase con la pluralidad de los dioses romanos.
El mitraísmo rivalizaba con el cristianismo en el anhelo íntimo de aquella sociedad; urgida por razones morales y políticas, de una unidad de creencias culminada en la adoración de un Dios único.
La Iglesia, pues, no quiere recordar, el 25 de diciembre, el aniversario exacto del nacimiento de Jesús; sino el hecho mismo de ese acontecimiento. De ahí que en el siglo VI, San Gregorio Magno estableciera la celebración de la triple misa.
En esta liturgia navideña, la primera misa, a la medianoche, celebra el nacimiento del Hijo, procedente del Padre; la segunda, al amanecer, el nacimiento temporal del Salvador en la humildad de la carne; y la tercera, ya de día, recuerda su nacimiento espiritual en el corazón de los hombres.
Celebración Mundana
La celebración del nacimiento del Salvador recuerda que la humilde tierna escena de Belén, de conformidad con el sentido mesiánico la vida de Jesús, es un anticipo del sublime sacrificio del Gólgota, ello respondían también, antaño, las festividades mundanas de los fieles.
El cordero pascual, espejo de pureza, de inocencia y de mansedumbre, era sacrificado como un símbolo; no como una mera satisfacción de apetitos. De esto no queda hoy mucho; ni la costumbre cubana de sacrificar un lechón, en vez de un cordero, resulta adecuada a recordatorios místicos.
El aniversario de la Natividad es una fecha de alborozo; de ahí lo propicia a trocarse en mero deleite. Y de ahí también que no encontrara abundantes expresiones artísticas en los primeros siglos del cristianismo, cuando éste, transido de dramatismo, apelaba a la imaginación de las gentes por el ejemplo del sacrificio.
Frente al paganismo degenerado de la época imperial, frente al predominio del sensualismo, de la inmoralidad y de las pasiones sin freno, el cristianismo oponía la renunciación, las satisfacciones espirituales, la gloria en la vida ultraterrena, y el tránsito hacia esa buenaventuranza, símbolo de la redención y la guía de ese camino es la Cruz.
Se comprende, por ello, que el primitivo artista cristiano no pusiera tanto énfasis en la expresión de la Natividad, que es el comienzo de la vida terrenal de Jesús, aunque fuera ésta una vida mesiánica y redentora, como en los símbolos de su pasión y muerte. Era de éstos de los que estaba necesitado el cristiano que afrontaba las persecuciones, las torturas, las humillaciones y la muerte misma en las arenas del circo.
Acaso sea por eso que en las catacumbas no abundan – si es que las hay, pues, precisamente, me ha intrigado no verlas— representaciones de la Natividad del Señor. Quizás también por eso no alcanzara numerosas manifestaciones artísticas durante la primera Edad Media época en que impera un sentido trascendental de la vida, y en el que las artes procuran idealizar un panorama celeste en concordancia con la organización social predominante.
Para gozar del tema de la Virgen con el Niño, tan relacionado con la Natividad, hay que esperar al periodo gótico. No es que no se hubiere presentado antes. Vírgenes con el Niño en brazos las hay hasta en las catacumbas, entre las representaciones cristianas primitivas del oriente y en el romántico.
A partir del siglo XIII se aprecia un proceso de humanización de la figura de la Virgen. La expresión impersonal, misteriosa, de la plenitud medieval, va desvaneciéndose para dar ocasión a la gracia y a la pluralidad de situaciones. Ya no está siempre de pie, sino frecuentemente sentada, en actitud no sólo de Santa, sino de Madre.
San Francisco
La figura alargada, las limitaciones técnicas y otros aspectos de la nueva presentación de la Virgen corresponden a las características del estilo; pero la novel interpretación de la Madre de Dios tiene, sin duda, una razón más profunda, en la revolución espiritual provocada por las órdenes mendicantes del siglo XII en particular, por San Francisco de Asís.
Frente a la sociedad feudal, estratificada en jerarquías seglares y eclesiásticas, dividida por razones del nacimiento en castas inconciliables, y agitada, en otro sentido, por el renacer mercantil de las ciudades, donde comerciantes, artesanos y banqueros creaban un nuevo régimen sustentado por la riqueza.
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